Actualizado: 07/05/2024 1:47
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Georgia

Las rosas marchitas

El país caucásico se lanza a las calles contra la gestión autoritaria del presidente Saakashvili, quien en 2003 había depuesto al ex comunista Shevardnadze.

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La analista georgiana Marina Muskhelishvili admite que hay un conflicto de intereses ruso-georgiano, debido a la intención de Tbilisi de ingresar a la OTAN; pero se debe "diferenciar entre esta situación de geopolítica y la lucha actual entre el gobierno y la oposición, la cual no tiene que ver nada con Rusia".

Una posición parecida tiene Thomas de Waal, experto en el Cáucaso del Instituto Británico de Guerra y Paz, quien declaró en un informe circulado a la prensa que "no existen bases reales para afirmar que los rusos tienen que ver con los problemas de la política interna en Georgia". En su opinión, "obviamente lo más fácil es echar la culpa a los rusos cuando llega la crisis".

De cualquier manera, los observadores estiman que el enfrentamiento entre Moscú y Tbilisi no sorprende a nadie. "En Georgia todavía existen las reminiscencias de los malos hábitos en política heredados de los tiempos soviéticos", afirmó Sergei Markedonov, experto del Instituto de Política Militar de Moscú, quien agregó: "También en Moscú hay políticos que culpan a Occidente por todos los males del mundo y no es raro que en las ex repúblicas soviéticas se practique la misma percepción, pero al revés".

¿Cómo lo ve Occidente?

Estos argumentos quizás explican por qué un diario como The Washington Post haya lamentado: "En sólo una semana, el presidente de Georgia (…) probablemente hizo más daño a la "promoción de la democracia" de EE UU, que lo que una docena de Pervez Musharrafs podrían hacer".

Y aunque otros medios consideran la violencia reciente en Georgia como un "incidente aislado", también reconocen que "incluso el joven y educado presidente georgiano ha contrariado a su electorado, el cual se queja de que no se ha hecho nada contra la corrupción, que fallan las instituciones judiciales, que no progresan las reformas clave y que se sienten disgustados por la arrogancia con que se ejerce el poder, la presión sobre la prensa para que actúe en línea con el gobierno y la centralización de las decisiones, que llevan a resultados como que se utilice el 22% del presupuesto en gastos militares, en vez de en programas sociales, tan necesarios para el empobrecido país".

Estas opiniones fueron confirmadas por una encuesta de Gallup, en la cual se comprobó que el 85% de los georgianos considera el papel de la oposición como un factor importante para la democracia, el 78% cree que la democracia es el mejor sistema para el país, y sólo el 14% dijo estar satisfecho con el modo en que el gobierno aplica la democracia.

Una visión más real

Si miramos un mapa, enseguida se comprende cuál es la verdadera raíz del problema. Esta antigua república soviética, de cinco millones de habitantes —la mitad de Cuba en población y en extensión territorial—, está ubicada en el mismo corredor por donde pasa el petróleo del Mar Caspio hasta el Mar Negro, y de ahí a los mercados del mundo. Tanto a Rusia como a Occidente le interesan la estabilidad de Georgia, porque el oleoducto que va de Bakú al Puerto de Supsa debe funcionar sin interrupción.

Esto no es nuevo. Durante siglos esta posición geográfica fue también la fuente de rivalidades entre Persia, Turquía y Rusia, hasta que finalmente Rusia se la anexó en el siglo XIX, y después de culminada la revolución bolchevique el Ejército Rojo invadió Georgia y la incorporó a la Unión Soviética un año más tarde.

Luego, cuando cayó el comunismo en la URSS en 1991, los georgianos votaron por la independencia y eligieron como su primer presidente al líder nacionalista Zviad Gamsakhurdia. Pero un año más tarde, Eduard Shevardnadze dio un golpe de Estado y se puso en su lugar. Sin embargo, el deterioro de la economía, tras el colapso de la URSS, afectó a Georgia, que perdió los mercados rusos, de los cuales era totalmente dependiente.

Resudan Tsereteli, periodista y economista, dijo a ENCUENTRO EN LA RED que la economía de Georgia, mimada en tiempos soviéticos por ser la cuna de Stalin, hoy está casi en ruinas. Cita la ciudad industrial de Rustavi, un modelo del pasado —a 30 kilómetros de Tbilisi—, donde estuvieron las mejores acerías de la Unión Soviética, se producían armas para 30 países y su industria química, Azoti, vendía el 80% de su producción a Turquía. Pero cuando la URSS se desintegró en 1991, las fábricas se paralizaron. Hoy sólo hay tres fábricas funcionando y las empresas que en los 80 producían el 90% del presupuesto, ya no existen o están en quiebra.

Tsereteli estima que a pesar de que el presidente Saakashvili ganó las elecciones con más del 96% de los votos, los retos que ha tenido por delante no se resuelven solamente con buena voluntad y las palmaditas en el hombro dadas por Occidente.

Otra analista, Liz Fuller, asegura que esta es la razón por la que las tropas rusas "pacificadoras" no se retirarán de Abjasia, a orillas del Mar Negro, donde se desató en 1992 una de las guerras postcomunistas más sangrientas entre abjasios y georgianos.


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