¡Nicolás, la guagua va en reversa!
A este individuo no hay quien le quite el pie del acelerador
¿Dónde está la fiesta, la guaracha?
¿Dónde está la fruta seca?
¿A dónde va el ordeño de la vaca?
Al bidón de las promesas
Juan Luis Guerra. La Guagua
El 23 de febrero el Chofer en Jefe puso la marcha atrás y parece no tener intenciones de frenar la guagua. No podemos saber si la ruta suicida es suya o es la que han diseñado en la Isla; el Vociferante, bailador sobre los cadáveres y la sangre de su propia gente, sigue un plan con meticulosa disciplina. Lo que sabemos son los hechos: ante la posibilidad de que la ayuda humanitaria se convirtiese en desacatado mayor, decidió seguir al timón y poner el carro en reversa.
Una opción sana y tal vez salvadora no solo para él, sino para su pueblo, hubiera sido admitir, como su mentor Hugo Chávez durante el golpe de Estado de 1992, que renunciaba “por ahora” a su objetivo. Un repliegue táctico. Una vez calmadas las aguas, a buen resguardo su vida y sus dineros, vendría como el extinto Comandante Bolivariano por una segunda oportunidad. Esta vez con una estrategia más potable en el democrático Siglo XXI.
Esa opción con toda seguridad fue sopesada en La Habana, el lugar donde en realidad se toman las decisiones más importantes —aunque a veces las imprudencias del Chofer, sus emociones ante el Tráfico, lo hagan “romper relaciones” con los expedidores de la Terminal del Norte. Alguna multilla puede haberle puesto la Isla por semejantes actitudes, descuidos al volante. Ningún chofer que se respete se saltaría las universales leyes del tránsito, y menos frente a un policía, Donaldo, ansioso como está por probarle al mundo que él es el Agente del Orden Mundial.
Esa elección parece haber sido descartada por dos factores: uno, el Alucinado cantor de Pajaritos tiene pendiente una demanda ante el Tribunal Penal Internacional. Donde quiera que se meta, si la aceptan, la orden de búsqueda y captura puede hacerse efectiva. Dos: no hay seguridad de que el escorado barco PSUV lo elija como candidato en unas elecciones libres y democráticas. Es mucho el daño que le ha hecho a cientos de militantes que siguen creyendo en la herencia chavista y el frustrado Socialismo del Siglo XXI.
La orden de resistir “a todo costo” que hemos visto —y desgraciadamente podemos ver todavía más—, es solo un paréntesis para, tal vez, buscar un Madurismo sin un chofer tan temperamental. Esa opción tiene un peligro, discutida ampliamente en el Palacio de la Revolución: una ‘traición” al estilo Lenin Moreno. Poner otro al timón de una guagua que ha sido rodada ponchada —es lo que es Venezuela en este momento—, no garantiza el éxito en la neocolonia.
Otra iniciativa, descartable por simple sano juicio, es que el Litigante en jefe se quede en el poder asesinando y poniendo tras las rejas a medio país. Tal vez La Habana excluyó esa opción hace tiempo, aunque no lo parezca por la crueldad desatada de los últimos días. El sentido común y el conocimiento de la historia indican que la fuerza de las bayonetas es limitada, necesita una oligarquía nacional o un poder extranjero que la sostenga, y es muy malo para los negocios.
Quienes parecen no darse cuenta de eso, y viven en una esquizofrénica burbuja de invulnerabilidad son el Primer Ciudadano y la Primera Combatiente. Conociendo precisamente otros finales, sabemos que los comunistas no dejan nada al azar: a esta hora el Usurpador —casi el único adjetivo usado por la oposición— debe tener su AK-47, regalo de Cuba, para volarse los sesos si no es que recibe la ayuda misericordiosa del último cubano en salir de Miraflores.
En este escenario, su “sacrificio” no sería en vano… para La Habana. La coalición de países americanos se prepara para escalar el nivel de la intervención, y esto daría un tiempo para que la Isla renegociara otras fuentes de suministros de combustibles. Ni Rusia ni China se han dispuesto a defender con armas y hombres la llamada Revolución Bolivariana. Ellos, acaso, han hablado de evitar una intervención militar. La geopolítica actual indica que el Conductor bolivariano es parte de una estrategia mayor; no se da cuenta —no puede, por el grosor de su masa gris—, de su papel de segundón global. Es solo un “hueso” tirado a la derecha latinoamericana, lame duck —pato cojo— para que los “imperios emergentes” ganen tiempo en otras latitudes del planeta.
La pregunta que por curiosidad pudiera hacerse es, ¿qué habría hecho el “Caballo” difunto en esta circunstancia? Es una pregunta obligada por al menos tres razones: en primer lugar, por el mérito de ser un gran y sagaz conspirador —así se describió él mismo en una entrevista—, con aval suficiente para salirse con la suya hasta que la naturaleza puso fin a su vida.
En segundo lugar, el Impostor fue una criatura suya, seleccionado por él y entrenado por su régimen. Nadie como el ex Máximo Líder para arrebatarle el timón a un conductor dudoso —como le sucedió a Chávez durante el Carmonazo de 2002—, y llevar la guagua, personalmente, al sendero más conveniente. Tercero y último: el “Uno” en jefe jugaba con el mono, jamás con la cadena. Tenía un olfato especial para saber hasta dónde tentar al “imperialismo” y hasta dónde replegarse: el asesinato de Kennedy y el 9-11.
La ausencia de ese nivel de perfidia y capacidad para sobrevivir a la adversidad es constatable en La Habana, y se hace carne, evidencia, en Caracas. El Chofer en jefe hace rato maneja contrario a la Historia, al curso de la Humanidad. Nadie ha sido capaz de sacarlo del asiento viejo y gastado; de decirle que cada tramo de su recorrido es una ruta segura al precipicio. Y lo peor: que en ese camino la guagua halará consigo a la Tierra de los Volcanes y a la Isla, remanentes del Socialismo del Siglo XXI.
Es creíble que ante el inminente uso de la fuerza por una coalición de países para hacer entrar la ayuda humanitaria y sacar del poder al régimen —no habría otra manera moral y técnica de hacerlo— el Finado en jefe se hubiera decantado por una variante de diálogo real con enviados directos y sin escala a Washington. Sacrificaría al Gritón cuando todavía la sangre no hubiera anegado los ríos que separan a Venezuela de Brasil y Colombia.
Pero a este individuo no hay quien le quite el pie del acelerador —¿otros se lo tienen amarrado al pedal? Este hombre maneja como mirando el retrovisor, hacia detrás, sin importarle lo que viene de frente. Lo sucedido este 23 de febrero es el último tramo al despeñadero. Así ha marcado la ruta del GPS. En su delirio, creído reencarnación del Médico-Presidente, se ve él mismo manejando una enorme guagua “por las grandes alamedas donde pasará el Hombre Nuevo”. Pero en el último segundo de su vida podría recobrar la cordura. Entonces se daría cuenta de que siempre hubo un oficial de tropas especiales detrás de la puerta por si le temblaba el dedo a la hora de apretar el gatillo.
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