Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Chile

Pugna por La Moneda

La batalla electoral entra en la recta final.

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Chile debiera darse cuenta que su responsabilidad será demostrar que el subdesarrollo puede ser derrotado en América Latina, y que las disciplinas y destrezas necesarias para ello no constituyen patrimonio de Europa, América del Norte y un grupo de naciones asiáticas.

La alianza Juntos Podemos Más, a la cual hace algún tiempo dedicamos un comentario por la hibridez de su membresía y colorido de su pensamiento, está también sumida en una campaña de donde debe emerger con más frutos que en 1999.

El liderazgo aquí se comparte entre ecologistas y comunistas, la mayoría de estos últimos con poses a la antigua usanza, aunque ya no hablan de nacionalizaciones ni de lucha de clases. Sus razones tienen. Un muy despreciable segmento poblacional desea retornar a las batallas de décadas anteriores, cuando Augusto Pinochet, además de saquear el país, lo convirtió en un matadero.

A pesar del celo en solaparla, todavía la sombra de Pinochet agrieta el esfuerzo de Lavín, le pasa una vieja cuenta y probablemente lo condene al fracaso. No por gusto la prensa que no cosecha en su huerta, expone la fotografía en que un Lavín extasiado le estrecha la mano al dictador.

Por el temor que Juntos Podemos Más suscita entre la élite, no carece de importancia que esta disímil organización que hoy —al contrario de 1999— ocupa un puesto sin menoscabo entre el resto de las candidaturas, incremente el número de adhesiones. Un ascenso de su apuesta —el microempresario Tomás Hirsch— obligará al resto a meditar, sin dilaciones ni promesas de coyuntura, qué tienen que hacer, socialmente hablando, para sacudirse tal amenaza.

Juntos Podemos Más instala dinamismo y vitalidad en la democracia chilena. Comentaristas opinan que Hirsch morderá, al igual que Piñera, en la tajada electoral de Bachelet y propiciará la segunda vuelta.

Piñera ante el futuro

Pero, por fin, ¿cuál será la influencia de la fortuna de Piñera en su gestión probable? Si Piñera alucinara con incrementar su dinero, no es la presidencia del país —vigilada sin tregua por un ejército de pupilas desconfiadas— el sitio para colmar ambiciones materiales.

Sebastián Piñera es un hombre que, con poco que aprender ya en el terreno de los negocios, está decidido a trascender desde el plano histórico, a utilizar el poder con propósito distinto a cómo lo ha hecho hasta ahora. Su deseo inconfeso, lo que él ha querido siempre con disimulada obsesión y rara paciencia, es que el futuro le cincele su nombre cerca de las nubes, y que muchas generaciones lo admiren.

El don de gente de Piñera, el talento que difícilmente se le niega, su conducta lúcida en la contienda y la posibilidad de invertir en la campaña sin demasiada preocupación, no le garantiza, de ningún modo, que obtenga su propósito.

El nivel adquirido por la política en Chile hace que el dinero no zanje asuntos electorales. Pero tal vez se cumpla también el 11 de diciembre la tradición que asegura que muchos chilenos varían, de un momento a otro, el color de sus votos. Y ante tal comportamiento, valen poco las encuestas.


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