Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Borrego, Venezuela, Che

Un hombre del Che en Caracas

Orlando Borrego aporta su historial de fracasos a la restructuración ministerial en que está empeñado el presidente Nicolás Maduro

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Miembro del Movimiento 26 de Julio. Guerrillero en la provincia de Las Villas. Fiscal de la Junta Económica Militar. Ayudante y según él “confidente” de Ernesto “Che” Guevara. Con solo estudios elementales de contaduría llegó a ser viceministro del Ministerio de Industrias. Luego ministro del Azúcar cuando la fracasada “Zafra de los Diez Millones”, durante la cual al parecer se enfrentó a Fidel Castro y le echó la culpa del revés a la dirección política. Castro lo destituyó —hay un rumor de que lo abofeteó en público— y a partir de ese momento y tras el usual castigo y ostracismo, durante décadas se destacó únicamente por su contribución a mantener bien alimentada la mitología sobre el Che, mediante libros y artículos; servir de asesor del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros y del ministro del Transporte; adquirir un doctorado en Ciencias Económicas del Instituto de Economía Matemática de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética (algo tan útil en estos momentos como una licenciatura en alquimia para trabajar en la NASA) y asesor del presidente venezolano desde abril pasado. A este hombre, Orlando Borrego, que podría escribir fácilmente un tratado de fracasos acumulados —propios y ajenos— lo acaba de nombrar Nicolás Maduro para llevar a cabo una “profunda renovación del gobierno de Venezuela”, como garantía indiscutible de un descalabro acelerado.

“Borrego está incorporado a un equipo especial junto al ministro de Planificación, Ricardo Menéndez (…) preparando un conjunto de planes, uno de ellos para hacer una revolución total y profunda de la administración pública”, dijo la noche del martes Maduro en su programa semanal de radio.

Por lo demás, la asesoría de Borrego al mandatario venezolano puede considerarse otro golpe hábil del gobernante cubano Raúl Castro: nadie mejor para asegurar que el gobierno de Caracas siga empeñado en el error y atado a una dependencia absoluta con La Habana, Maduro ha pedido a su equipo de gobierno asumir un “proceso de revolución en la revolución, de revolución dentro de la revolución, que es una renovación en los métodos de trabajo”.

En lo que podría considerarse la cumbre del despiste y la locura, ese llamado del mandatario venezolano a realizar una “revolución en la revolución”, con el fin de “mejorar la eficiencia socialista” en la administración pública, debe traer amargos recuerdos a los militantes más viejos, y servir de advertencia a los más jóvenes.

Si por un prurito ideológico o un gesto ahorrativo, Maduro no quiere contratar un asesor de imagen, al menos que nombre a un especialista en palabras.

Tanto para la derecha como para la izquierda en todo el mundo, “Revolución en la Revolución” es sinónimo de fracaso. Así tituló Régis Debray un folleto que buscaba ser la justificación ideológica del guevarismo guerrillero, y ya se sabe como acabaron el Che, la guerrilla y Debray en aquella aventura. Otra forma de “revolución en la revolución” fue la Revolución Cultural china de Mao Zedong, y también se conoce el final. Si se quiere emprender una renovación de cualquier tipo, hay que escoger cualquier termino menos ese.

Por supuesto que esa retórica hueca Maduro solo trata de comprar tiempo. Su popularidad está en picada, su partido enfrenta profundas divisiones y los venezolanos cada vez están más hartos de su presencia e ineficacia. Está por ver si la cortina de humo que acaba de lanzar le resulta de alguna utilidad de cara al III Congreso del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), a celebrarse del 26 al 28 de julio, pero a la corta o a la larga es una ruta al fracaso. La táctica de cambiarlo todo para dejarlo todo igual se descubrió hace muchos años.

Esa es precisamente la principal limitación de Maduro, que no se reduce a una total falta de originalidad, sino a una carencia absoluta de sentido práctico. Vive encerrado en una burbuja que desgasta día tras día, pese al petróleo y al legado de Chávez que ha dilapidado. Porque su problema no se agota con ser un imitador. Es que no sabe imitar.

Mantener un proceso político en plena agitación —como clave para su permanencia— es un don que caracterizó a Fidel Castro y Hugo Chávez. Pero no es un bien heredable, y en Cuba Raúl Castro lo comprendió a la perfección desde el primer día. Maduro no. Cree que la realidad puede ser sustituida por un libreto gastado.

Todo lo que se asocie con el Che Guevara, en la práctica huele a fracaso. La figura del guerrillero puede servir para camisetas al uso en alguna manifestación, pero nada más. Guevara nunca triunfó en lo que hizo. Sus ideas económicas fueron desastrosas, su ideología reaccionaria y su práctica política y guerrillera una pérdida absoluta.

“Fue compañero de Ernesto Che Guevara por allá en las batallas de la revolución”, dijo Maduro al anunciar a Borrego. Hay que reconocer al mandatario venezolano su habilidad para seleccionar la peor carta de presentación posible.


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