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Revocación del miedo

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En su comunicado a todos los cubanos, Oswaldo Payá Sardinas, presidente del Movimiento Cristiano Liberación, acaba de informar de la presentación ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, del ya conocido Proyecto Varela, que propone llevar a referendo cinco puntos cruciales:

 

•Derecho a asociarse libremente

 

•Derecho a la libertad de expresión y de prensa

 

•Amnistía

 

•Derecho de los cubanos a formar empresas

 

•Una nueva ley electoral.

 

Para conseguirlo, se han reunido, según el propio Payá, 20.000 firmas, de las que, como consecuencia de la fuerte represión desatada, se han presentado 11.020. Ellas permitirán a la Asamblea Nacional, al menos teóricamente, debatir la puesta en marcha del posible referendo.

 

El proceso que acaba de concluir con la entrega de las firmas ha sorteado enormes dificultades para llevar a término lo que en cualquier país del mundo sería un trámite rutinario. La primera es que una buena parte de los opositores que habrían firmado gustosamente la petición, han sido desprovistos de sus derechos políticos, precisamente por sus opiniones políticas. La segunda es convencer a muchos cubanos de que abandonen el confortable doble discurso (la verdad privada vs. el silencio público) y rubriquen sus opiniones impronunciadas, ateniéndose a las consecuencias. La tercera ha sido convencer a los cubanos de la honestidad de los promotores del proyecto, sin otros medios que el contacto personal frente a toda la maquinaria propagandística al servicio del poder, que se ha empleado a fondo durante decenios en deslegitimizar cualquier disidencia, echando mano a la calumnia, el escarnio y la mentira; impunemente, dado su monopolio de los medios. Y, por último, la represión desatada, con incautación de firmas, prisión y amenazas.

 

Parecía imposible que las firmas llegaran a la Asamblea Nacional, pero así ha sido, y no gracias a las facilidades concedidas por las autoridades.

 

Una vez llegados a este punto, se abren varias posibilidades:

 

La más probable: que la Asamblea —es decir, el señor Fidel Castro, dueño de la Asamblea—, decida la improcedencia del referendo, y éste muera antes de nacer. Ni siquiera necesitará explicar al pueblo cubano su postura, dado que la prensa hará disciplinado silencio. Millones de cubanos ni siquiera sabrán que se ha desestimado sin más la propuesta de sus compatriotas, aún refrendada por la Constitución, un documento que en su día votó la casi totalidad de los electores.

 

La menos probable: Que el referendo se lleve a cabo. Muy hipotética, dado que, mientras blasona de contar con la adhesión masiva de los cubanos, el gobierno jamás se ha atrevido a poner en manos de los ciudadanos decisiones estratégicas para su monopolio del poder, como el derecho a asociarse libremente, que sacaría de las catacumbas a los grupos opositores, los engrosaría mediante la amnistía y fomentaría sindicatos libres; o el derecho a la libertad de expresión y de prensa, cuando bien saben que la información es poder; por no hablar de los derechos económicos y de una nueva ley electoral, que someterían sus monopolios tradicionales a la competencia.

 

La mucho menos probable: que efectuado el referendo, la mayoría de los electores diera el visto bueno a las reformas.

 

Y la inimaginable: que un resultado adverso obligue automáticamente al señor Fidel Castro a aceptar la voluntad popular.

 

Esta cadena de improbabilidades explica que desde su nacimiento el proyecto haya sido objetado por numerosos detractores que lo consideran un esfuerzo inútil, cuando no una legitimación del gobierno actual, al actuar dentro del marco de la Constitución vigente. De este marco de actuación se desprende el segundo bloque de objetores: una zona del exilio cubano que se considera excluida, ya que al ser despojados de sus derechos electorales en Cuba (aunque conserven la ciudadanía), quedan descartados automáticamente de refrendar con su firma el proyecto. El propio Payá ha declarado promover un cambio pacífico y desde dentro. “Porque si el cambio es violento, el gobierno que venga será un gobierno de fuerza y si esperamos que el cambio llegue desde afuera, entonces el pueblo no será protagonista del cambio”. Y la expresión “desde afuera”, ha subrayado la postura de esa zona del exilio. Por último, hay quienes acusan al proyecto de una concesión de principios: ¿por qué someter al veredicto público derechos que son inalienables a la condición ciudadana, como las libertades económicas, de expresión o asociación?

 

Sin dudas, a todos estos opositores les asiste una dosis de razón. Claro que cabría aclarar algunas cosas. La primera es que sobre los cubanos que residen en Cuba recae, y sobre todo recaerá, el peso de los cambios que ocurran en la Isla. Sin excluir la participación, pero no el protagonismo, del exilio. De modo que si hoy la iniciativa se atiene a la constitución vigente, precisamente para modificarla en su esencia, más que torpedear lo que es, valdría aplaudir lo que pretende ser. Y si esa constitución excluye al exilio, no es culpa, obviamente del Proyecto Varela, que sólo aprovecha una mínima opción legal para plantear sus reivindicaciones. Aunque ellas sean obvias en sociedades democráticas, no olvidemos que en Cuba serían verdaderas revoluciones tras medio siglo de totalitarismo. Algo que han olvidado quienes se niegan a someter a escrutinio unos derechos no tan universales en la práctica como todos quisiéramos.

 

Por último: ¿vale la pena todo este esfuerzo si la perspectiva de éxito es casi nula? Decididamente, sí. No por el referendo o su más que hipotético triunfo.

 

La democracia, las libertades y los derechos del ciudadano se construyen sobre una sociedad civil consciente de sus fueros. Jamás será un gracioso regalo. Y tanto para construir un Estado de derecho como para mantenerlo, se necesita esa sociedad civil, que en Cuba ha sido sistemáticamente podada hasta las raíces. El hecho de que 11.000 o 20.000 cubanos hayan firmado es índice del tránsito a la edad adulta de la oposición interna, que ya no podrá ser impunemente tratada como grupúsculos insignificantes. Y la temeridad de 20.000 es la antesala a la valentía de 200.000, y ésta, a su vez, del desacuerdo público y sin tapujos de 2.000.000.

 

Si alguien ha estado muy claro desde el principio sobre la peligrosidad del Proyecto Varela, ha sido, a pesar de su prepotencia, Fidel Castro. No ha perseguido el proyecto con tanta saña por puro hábito represivo, sino por miedo. Y no miedo a 11.000 firmas y un referendo que puede disolver son un gesto. Miedo a que cunda el mal ejemplo y los cubanos pierdan el miedo. En una sociedad en decadencia, sumida en un presente en ruinas y deslizándose hacia un futuro incierto, y donde once millones de habitantes están pendientes de la muerte de uno solo, la pérdida del miedo sería un catalizador poderoso hacia un futuro que contradiga los slogans en curso. O peor: que los cubanos alcancen la certeza de que el miedo ya no es rentable: que a lo sumo les aportará un televisor chino, o el derecho a un salario de miseria y prestaciones sociales que no tendrían por qué ser abolidas, sino mejoradas en una sociedad plural y democrática. Miedo a que los cubanos comprendan, al fin, que perder el miedo puede otorgarles la llave de la única puerta hacia el futuro.

 

“Revocando el miedo”; en: Cubaencuentro, Madrid, 15 de mayo, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/sociedad/2002/05/15/7934.html.html.



Jesús Díaz: las palabras halladas

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La escueta nota de algún diario consignará hoy la noticia: Jesús Díaz, escritor y cineasta cubano, nacido en La Habana en octubre de 1941 y presidente de la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana, acaba de morir en Madrid a los 61 años.

 

Pero bajo esas escasas líneas hay demasiadas palabras. Las precoces palabras de Los años duros, su emblemático volumen de cuentos con el que no sólo obtuvo el Premio Casa de las Américas a los 25 años, sino el privilegio de inaugurar una nueva era de la narrativa cubana. Las palabras de Las iniciales de la tierra, la novela que despertaría un inusual fervor entre los lectores de la Isla. Las palabras como espejos múltiples que componen La piel y la máscara. Las palabras perdidas que dan título a la que posiblemente sea su mejor novela. Las palabras tragicómicas de Dime algo sobre Cuba. Las palabras vertiginosas de Las cuatro fugas de Manuel, su última novela, donde la carne de la ficción es apenas una delgada piel, tensa y pulida, sobre la osamenta de la realidad.

 

Los miles de palabras que aún contienen las revistas que fundó: Pensamiento Crítico, que intentara reflexionar el entramado de la Revolución Cubana; El Caimán Barbudo, hogar de varias generaciones de creadores, y Encuentro de la Cultura Cubana, este espacio plural que a sus seis años de vida tiene el privilegio de ser la revista cubana más vilipendiada (en público) y más leída (en privado) dentro de los confines de la Isla

 

Bajo las pocas palabras de esta nota están todas las palabras de sus decenas de guiones, sus once documentales y sus dos largometrajes de ficción. Las palabras pronunciadas o escritas en cientos de conferencias y artículos. Las polémicas palabras de Los anillos de la serpiente, que hizo explícita su ruptura con las autoridades de la Isla, inaugurando esa suma de palabras destinadas a prefigurar esa Cuba posible a la que todos aspiramos.

 

Jesús Díaz ha abandonado, a los 61 años, el espacio físico, la geografía de Madrid. Sus amigos podemos constatarlo, sin resignarnos a creer del todo la noticia. Ha abandonado las estadísticas, los censos, los registros documentales. Se ha adentrado en la región más transparente de la cultura cubana. Y en su nueva geografía le acompañan El Rojo; Iris, la que volvió desde Miami en busca de sus dos hijos; el dentista Stalin Martínez, balsero de azotea; los supervivientes de los años duros que llegaron a rubricar las iniciales de la tierra; le acompaña Manuel, que ya no huye. Y le acompaña la memoria de sus compañeros, su familia, sus amigos, sus compatriotas, los que hemos transitado con él un tramo del camino, e incluso la memoria de sus enemigos, que ahora no podrán librarse nunca más de su recuerdo. Le acompañan, en suma, todas sus criaturas, y las que sus lectores de hoy y de mañana, fraguamos con la complicidad de sus palabras.

 

De modo que, aún cuando sea inapelable su cronología, sería falso decir que Jesús Díaz descansa en paz. Sus palabras y nuestra memoria no se lo permiten.

 

“Jesús Díaz: las palabras halladas”; en: Cubaencuentro, Madrid, 3 de mayo, 2002.http://arch.cubaencuentro.com/cultura/noticiero/2002/05/03/7725.html



Cartas a la redacción

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Siempre he sentido curiosidad por las “cartas de los lectores”, indefectible sección en todos los diarios y revistas. El lector sagaz que denuncia una errata. El que aplaude y el que muestra su indignación ante tal artículo. El que propone temas y el que lamenta el tratamiento de ciertos temas. Frente a la profesional redacción de los artículos, el apresurado texto de los lectores es, cuando se respeta su voz, la respiración de la calle. Cierto que normalmente abundan más los halagos que las críticas, porque quienes normalmente escriben son los asiduos de ese medio. Pero tampoco faltan las segundas.

 

Una anomalía en esa estadística son los diarios oficiales cubanos. En una relación de doscientas cartas que tuve la paciencia de cotejar, la única alusión crítica es la de Dallamy Rojas, una cubana casada con un italiano, quien declara que “en Cuba todo no son flores, pero afuera es mucho peor”, sin extenderse más sobre los pormenores de lo que en Cuba “no son flores”, aunque reconociendo que en Italia no le falta de nada, salvo los paisajes naturales y humanos de la Isla. Quizás algún día los empresarios italianos puedan comprar una porción de Isla, cubanos, cuarterías y apagones incluidos, y Dallamy pueda visitarla en algún parque temático del Adriático.

 

Fuera de ello, ni una crítica a un artículo, ni un desacuerdo, ni una visión alternativa. Periódico alguno del planeta suscita entre sus lectores una devoción tan plena. ¿O será que las misivas críticas, en sobres decorados con gusanitos, son destruidas con indignación por los carteros del pueblo combatiente y nunca llegan a la redacción?

 

La esmerada factura de “cartas de los lectores “por periodistas designados, ha sido una práctica más frecuente de lo que la ética quisiera, en momentos en que se necesita una reacción decidida del público. Pero no se puede asegurar que Erick, de Miami, sea el seudónimo del periodista Pepe, de Coco Solo. Ni sería extraordinario que así fuera. De cualquier modo, asumiendo que sean totalmente auténticas, las cartas de los lectores que publican el diario Granma y sus replicantes, son una lectura un tanto monótona, sin sobresaltos, aunque sumamente instructiva. En sentido general, ellas pueden confinarse en varias categorías:

 

1-Cartas oportunas: Un venezolano contento con los asesores deportivos cubanos, cuando arrecian las críticas de cubanización a Chávez. Un boliviano se dice bloqueado por las transnacionales de la información, cuando se acusa a Cuba de opacidad informativa. Un argentino se disculpa por la cobardía de sus dirigentes, dispuestos a condenar la violación de derechos humanos en Cuba. Declaraciones en defensa de “los cinco héroes presos del Imperio”, desde Madrid o Chicago.

 

2-Cartas solidarias: Llegadas desde diferentes confines, pero con un gran peso de argentinos que, inexplicablemente, hacen cola frente a la embajada española en Buenos Aires y no ante la cubana. El vasco Mario Cerrato se declara lleno de orgullo (¿?) porque un país no ha sido aún conquistado por el capitalismo. El nica Rigoberto Ramos admira a los cubanos porque no se agachan ante el imperio. Incluso Luisa Barbosa declara: “Ahora entiendo por qué el Che se quedó en esta Isla”. (Quizás también entienda por qué se fue. Le agradecería que me lo contara). Un costarricense que trabaja como ingeniero en Estados Unidos, autoexpatriado según él, asegura que “los países ricos deberían copiar a Cuba”. Si Estados Unidos decidiera aceptar su proposición, y otorgarle el salario de un ingeniero cubano, no tardaría en reexpatriarse.

 

3-Agradecimientos y piropos: De extranjeros que cursaron sus estudios en Cuba, como el Dr. Mohamed Djoubar Soumah, quien nació en Guinea, estudió en Cuba, y ahora ejerce en Ottawa, Canadá. Es para estar agradecido. Y de Luis Geraldino Pereira Pina, que desde Cabo Verde defiende la Revolución “con uñas y dientes”. O piropos a “este maravilloso diario” (Granma) desde Cartagena, Colombia.

 

4-Cartas arrepentidas y/o nostálgicas: Escritas por cubanos que un día emigraron, y que hoy confiesan su error. Algunos hacen pública declaración de sus nostalgias, o muestran su adhesión a los gobernantes de la Isla, e incluso de declaran dispuestos a regresar si les fuera permitido. Las cartas de esta categoría son las más interesantes.

 

Matilde Sánchez asegura que “cuando me llena la depresión viendo el mundo tan amargo que se nos presenta, la única medicina es pensar en Cuba y dar un viajecito por la Isla para comprobar que todavía existen esos hombres "humanos". Una vez rebasada la depre, regresa a Estados Unidos, donde reside.

 

Alejandra declara “el dolor y la añoranza” por su tierra, de la que extraña “las gentes y su alegría, las calles, el cielo, el olor, físicamente estoy aquí, pero mi mente y mi alma están allá”. 900.000 cubanos disfrutan la correlación espacial inversa, pero no escriben cartas. Y alerta que “el sueño americano no existe”.

 

Magda, disidente en Cuba y exiliada política, va más allá: Se queja de haber recibido una patada cuando ya no era noticia, y de estar sometida “a la explotación y a la humillación de saber que por un mendrugo se contribuye día a día a que los multimillonarios monopolistas aplasten a la clase media y al proletario”. Solicita su repatriación, aunque su ex-esposo y sus hijas “se quedan en este "paraíso".

 

Héctor, médico oriental, al leer la carta de Magda, confiesa que “en Cuba lo tenía todo (...) una profesión decorosa, el amor de mis pacientes y el calor y orgullo de sentirse cubano en una tierra libre e independiente, careciendo de motivaciones para oponerme a un Sistema Político y Social que me lo había dado todo”. En agosto del 94, ciertos amigos de entonces “comenzaron a envenenarme la conciencia y casi sin pensarlo dos veces, me vi de pronto en aquella jungla en que se convirtió la Base Naval de Guantánamo”. Resulta difícil de creer que alguien tome una decisión de este calibre “sin pensarlo dos veces”. ¿No será que Héctor ha comprendido el mecanismo perverso según el cual las autoridades cubanas perdonan la estupidez, pero no la disidencia?

 

Arrepentido, desde Miami Héctor escribió a la Sección de Intereses de Cuba en Washington intentando ser repatriado “pero, como tú debes saber muy bien, existe una Política Migratoria Cubana que solo acepta casos humanitarios”. Le denegaron el regreso. Y añade: “¿Por qué me van a perdonar? ¿Es que acaso no traicioné a los que se quedaron a luchar por seguir llevando a Cuba por un camino independiente?” No obstante, “Yo insisto, imploro y tengo la certeza de que alguna vez me dejarán regresar y al fin, volveré a ser libre, porque aquí en el imperio del dólar, me siento cautivo”. Y se .refiere a los “miles de cubanos que deseamos y nos vemos imposibilitados de regresar por la necesidad de la Revolución de defenderse de la política agresiva de la Mafia de Miami”.

 

Juan e Ileana (“una cubana que vive fuera de su país, con la Patria dentro”) envían “un saludo revolucionario”, y concluyen repudiando “la criminal Ley de Ajuste Cubano”, con un “Hasta la Victoria Siempre” como despedida. Piden “publicar esta carta en el Granma diario, para que el mundo vea que existen cubanos que apoyan incondicionalmente la Revolución Cubana” (desde Nueva York).Incluso a muchos militantes del Partido en Cuba les ruborizaría tanta incondicionalidad. Juan e Ileana bien podrían fundar el primer núcleo del PCC en Manhattan.

 

De Cuba han emigrado dos millones de personas. La mayoría de los que salieron de adultos sufren la nostalgia propia del expatriado, para la que Matilde Sánchez ha encontrado un remedio perfecto, el boleto de ida y vuelta. Lástima que no le sea tan fácil a los deprimidos de la Isla. Esa añoranza a la que se refiere Alejandra con frecuencia está tamizada por una memoria selectiva: sublima los buenos momentos en Cuba —los de su juventud, posiblemente—, y segrega los malos hacia un olvido protector, perfilando una “Edad de Oro” cuyas fronteras no rebasan el territorio trucado de su memoria. También ocurre todo lo contrario: quienes niegan en bloque todo atisbo de felicidad en su tránsito cubano. Y encuentran siempre argumentos para huir hacia adelante.

 

El caso de Héctor es triste, pero no infrecuente. Un médico que no ha logrado revalidar su título en Estados Unidos, y debe ejercer los oficios de la supervivencia. Algo que choca contra la noción de elite, propia de los profesionales cubanos, y el rechazo visceral a carecer del reconocimiento del que se sienten acreedores. Es natural, y algo con lo que debe contar quien se arriesgue al exilio. Un oficio duro, como ya dijo Nazim Hikmet, de personas dispuestas a hacerse cargo de su propio destino, y asumir las consecuencias. Las buenas y las malas. Decidirlo “sin pensarlo dos veces” es tan arriesgado como lanzarse al mar sobre una cámara de camión sin calcular marejadas y distancias. Lamentablemente, los cubanos habitan entre la ubicua prensa oficial, que vaticina la revolución mundial y la inminente caída del capitalismo, y los rumores que traen desde Miami exiliados deseosos de pasar por triunfadores. De modo que muchos cubanos de a pie, necesitados de creer en algún paraíso, lo ubican al Norte. Deshabituados a la disciplina y al rigor del trabajo cotidiano, han olvidado que en el capitalismo es, justamente, donde se cumple el slogan de Karl Marx: “De cada cual según su capacidad, y a cada cual según su trabajo”. Y acuden con la noción equívoca de que lloverá sobre ellos desde los rascacielos maná, ambrosía, Mercedes Benz y casas con piscina. Algunos nunca se reponen del choque con “la realidad objetiva y fuera de nuestra conciencia”, aunque hayan aprobado varios cursos de materialismo dialéctico.

 

Magda, según sus palabras, militó en la disidencia cubana, se exilió por razones políticas, intentó incorporarse a los sectores de la política anticastrista en Miami, y “le dieron una patada” cuando no fue noticia. Hoy está dispuesta incluso, por sus ideales, a abandonar a sus hijas. Un caso tan raro y lleno de tinieblas que ni el médico Héctor podría diagnosticarlo a simple vista.

 

Entre esos millones que constituyen la diáspora cubana, no es raro que cien, mil o diez mil se arrepientan de su decisión, y estén dispuestos a regresar. El planeta está lleno de emigrantes que van y vienen. Y dado que, en palabras del propio MINREX, “Cuba no tiene dificultad en reconocer que sus nacionales son parte del flujo migratorio internacional en búsqueda de mejores destinos económicos”; resulta sorprendente que se les niegue el regreso, salvo “casos humanitarios” (¿el resto son deshumanitarios?). Si los cubanos son meros emigrados económicos, ¿qué tendrían que perdonarles?, ¿a quién traicionaron? ¿Por qué debe un cubano implorar que los dueños de la finquita nacional le dejen regresar a la patria donde nació? ¿O es que al Gobierno cubano le resulta tan insólito que un cubano intente repatriarse? ¿Tanto, que los tildan a todos de presuntos agentes de “la mafia de Miami”, e impiden su retorno invocando la seguridad nacional?

 

Piroperos, oportunos, solidarios, nostálgicos, agradecidos y arrepentidos, parecen ser los únicos que escriben a los periódicos cubanos. Tanto, que incluso “Un lector asiduo” pide al diario Granma renovar “las cartas enviadas por los lectores (...) por lo general siempre me encuentro con las mismas”. Yo añadiría que incluso bajo distintas firmas, suenan a las mismas.

 

 

“Cartas a la redacción”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de abril, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/cultura/2002/04/09/7230.html.



Ginebra una vez más

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Comienza para las autoridades cubanas, una vez más, la batallita de Ginebra, bailando en la cuerda floja para conseguir que no se les aplique una sanción por violar los más elementales derechos humanos.

 

El gobierno de La Habana fue condenado por la Comisión de DDHH, ininterrumpidamente, desde 1990 a 1997. Se le impuso un relator que la Isla no aceptó, amparándose en su autodeterminación y creando más dudas, si cabe, sobre sus votos de respeto a los derechos humanos. En 1998, la moción de condena no fue aprobada, hecho que la prensa cubana celebró como un gran triunfo. Efímero, a juzgar por las sucesivas condenas sufridas entre 1999 y 2001, al aprobarse por mayoría —22 votos contra 20 y 10 abstenciones en 2001— las resoluciones presentadas por la República Checa. Lo que no significa que La Habana haya hecho el más mínimo caso a la exhortación a “asegurar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales en Cuba".

 

¿Tiene algún sentido condenar al gobierno de la Isla, cuando ello no entraña más que una condena moral, sin ninguna consecuencia política o económica?

 

¿Tiene sentido que Estados Unidos y el exilio cubano derrochen cada año miles de horas-cabildeo para conseguir una nueva condena?

 

Y por último: ¿Tiene sentido que las autoridades de la empobrecida Isla se gasten cada año, en viajes y reuniones de funcionarios, en tráfico de influencias y ayudas por votos a países africanos, sumas que paliarían el hambre y la falta de medicamentos de los cubanos, todo para evitar una condena en Ginebra?

 

El reciente discurso del canciller Felipe Pérez Roque, en el 58º período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de ONU en Ginebra, el pasado 26 de marzo, puede esclarecer algunas de esas dudas. Pérez Roque insiste en varios aspectos:

 

1-Urge democratizar y hacer transparentes los métodos de la Comisión, y subraya su falta de credibilidad y su extrema politización.

 

2-Define a la Comisión como rehén de los países ricos, y ejemplifica su doble rasero con la crítica al estado de los DDHH en 18 países del Tercer Mundo (en el caso de Cuba por brutales presiones) y ninguno del primero. “¿Es porque no existen tales violaciones, o porque resulta imposible en esta Comisión criticar a un país rico?”. Y explica el peso de los países desarrollados dado que éstos “Son los que pueden acreditar aquí delegaciones numerosas, son los que presentan la mayoría de las resoluciones y decisiones que se adoptan, son los que tienen todos los recursos para realizar su trabajo”.

 

3-Interpreta el planeta como una tiranía de Estados Unidos, y aunque antes acusaba en bloque a todos los países ricos, más tarde los invita a una coalición anti norteamericana y alerta sobre “un peligro común a todos: el intento de imponer una dictadura mundial al servicio de la poderosa superpotencia y sus transnacionales, que ha declarado sin ambages que se está con ella o contra ella”. Admite, en cambio, que Estados Unidos fue excluido del foro, sin que hayan dado resultado sus esfuerzos por regresar.

 

4- Reclama varios derechos: al desarrollo y a recibir financiamiento para lograrlo. Derecho a recibir compensación por los siglos de esclavitud y colonialismo. Derecho a que se condone la deuda externa. Derecho a salir de la pobreza, a la alimentación, a garantizar la atención de la salud, derecho a la vida, a la educación, a disfrutar del conocimiento científico y de nuestras culturas autóctonas. Derecho a la soberanía, a vivir en un mundo democrático, justo y equitativo.

 

5-Y exige a Estados Unidos no “seguir desatando guerras que no solo no resuelven los conflictos, sino crean otros nuevos y aún más peligrosos”, que renuncie al empleo del arma nuclear, que no rompa el tratado ABM, que acepte el principio de verificación de la convención sobre armas biológicas, firme el Protocolo de Kyoto, otorgue el 0,7% de su PIB al desarrollo de las naciones más desfavorecidas, ponga fin a sus prácticas proteccionistas unilaterales e imponer arbitrarios aranceles, y una decena de exigencias más, como ocuparse del caso Enron y no de la corrupción ajena, etc., etc.

 

Ciertamente, hay varios puntos en los que al canciller cubano le asiste la razón: la Comisión está politizada y sus decisiones no se atienen, exclusivamente, a la justicia o injusticia de la moción, sino a un balance de influencias. Y Cuba, al ejercer un intenso cabildeo, no está excluida.

 

Existen, sin dudas, violaciones de los DDHH en los países ricos, pero al ser, sin excepción, países democráticos, la impunidad ante tales hechos es infinitamente menor que en naciones donde rigen sistemas totalitarios.

 

El predominio de Estados Unidos es indiscutible. No obstante, Cuba jamás se pronunció contra los desafueros del Imperialismo Soviético, ni contra la usurpación del Tibet por los chinos, de modo que sus acusaciones resultan demasiado interesadas para ser confiables.

 

Igualmente, podemos coincidir en la mayoría sus exigencias a Estados Unidos —en especial cuando se refiere al Protocolo de Kyoto, o los acuerdos y convenciones de desarme—, sólo que debería hacerlas extensivas a China o Rusia. Cosa difícil cuando la Isla ni siquiera acepta la convención internacional referida al uso de minas antipersonal, de las que en Angola dejó un extenso sembrado; ni ha sido un ejemplo de pacifismo, al promover guerras en tres continentes y enviar en 30 años más tropas cubanas al exterior que en los 500 años anteriores de historia insular.

 

Cuba se abroga el derecho de detentar el monopolio comercial e imponer a sus ciudadanos una plusvalía superior al 200% en los productos que les vende en una moneda que ni siquiera es la del país, de modo que sus quejas sobre los aranceles norteamericanos —que otros países podrían reivindicar en justicia— son de un cinismo difícilmente explicable.

 

En principio, el reconocimiento del derecho de todos los ciudadanos del planeta a la educación, la asistencia sanitaria y una vida digna, son loables. Pero, ¿cómo conseguirlo? Es algo de lo que Cuba se desentiende, o al menos descarga en otros esa responsabilidad. ¿Pueden unos gobernantes que han empobrecido a su propio país, dictar pautas en ese sentido? Es algo dudoso. Y si no fuera trágica, sería risible la pretensión de que Cuba es ejemplo de “un mundo democrático, justo y equitativo”. No obstante, coincidimos en exigir a las naciones desarrolladas una mayor sensibilidad en las soluciones globales, una mayor implicación en equilibrar la balanza de la riqueza en el planeta. Y que a los países del Tercer Mundo les corresponde poner voluntad de desarrollo, combatir la corrupción, las guerras fratricidas y fomentar una transparencia que invite a la ayuda, y no la desestimule.

 

Ahora bien, más allá de coincidencias o descoincidencias, ¿qué relación existe entre Enron, Kyoto, el tratado ABM o el 0,7%, y el hecho de que en Cuba no existe un sistema democrático, se persigue cualquier opinión alternativa y todas las libertades ciudadanas están sujetas a los omnímodos dictados de un solo ciudadano? Ninguna. Se trata, simplemente, de esquivar la mirada crítica de la comunidad internacional dirigiéndola hacia otra parte. Y el subterfugio es el de costumbre: “los asuntos internos del país” y la “autodeterminación”, que han servido de coartada y cortina a las dictaduras de cualquier signo.

 

Cuando Pérez Roque se pregunta: “¿Por qué no luchar por la democracia no sólo dentro de los países, sino en las relaciones entre los países?”. Yo respondería: “¿Por qué no luchar por la democracia dentro de los países, y también en las relaciones entre los países?”. Y asegura que “Nos opondremos con todas nuestras fuerzas al intento de singularizar a Cuba”. Pero reivindica la singularidad de Cuba: una presunta “democracia participativa” que incluye al dictador más veterano del planeta, un anti capitalismo presuntamente feroz que nadie comparte, y un desprecio total por la voluntad de su pueblo, afín a los peores gobernantes del planeta.

 

¿Vale la pena entonces que Cuba se sumerja en una batalla anual por evitar la condena? Según el propio canciller cubano, no. Para él “No existe el país con la autoridad moral para proponer una condena contra Cuba”. Añadiendo que quienes le condenan no lo hacen “por supuestas convicciones democráticas o compromiso con la defensa de los derechos humanos”, sino “por falta de valor para enfrentar las presiones de Estados Unidos, y esa traición no podría merecer otra cosa que nuestro desprecio”. La explicación de tanta seguridad es que Cuba constituye la luz y guía “para miles de millones de hombres y mujeres de América Latina, África, Asia y Oceanía”. Siendo así, una condena sería casi un mérito. Y poniendo a Fidel Castro —hijo de Jehová Marx— en el lugar de Cristo, llega a exclamar: “Confiamos en que no aparezca ahora un Judas en Latinoamérica”.

 

Pero el juego es más complejo. En caso de no ser sancionado, el gobierno cubano blasonará ante la comunidad internacional, y ofrecerá argumentos a sus (aún) seguidores en el mundo. En caso de perder, alimentará la teoría del victimismo que con tanta habilidad ha empleado durante casi medio siglo.

 

¿Vale la pena hacer esfuerzos porque se apruebe la moción de condena? Decididamente, sí. En primer lugar, porque es una condena moral, no una sanción económica cuyas consecuencias recaerían en el pueblo cubano y no en sus gobernantes. Y existe otra razón: Por vocación doctrinaria, romanticismo trasnochado, intereses viles, antiyanquismo acérrimo o pura ingenuidad, todavía existen millones de personas en el planeta, gobiernos incluso, que perdonan al señor Fidel Castro lo que han censurado a otros dictadores. De ese modo, el largo drama del pueblo cubano despierta menos simpatías y comprensión que el de otros. Así, la reiteración de la condena es, cuando menos, un dato que incitará a pensar a gobiernos y personas que aún miran hacia Cuba a través de un prisma erróneo si la realidad imaginada coincide con la realidad que padecen diariamente once millones de cubanos.

 

No se condena a Cuba en las Naciones Unidas. Se condena al gobierno cubano. Y condenar al gobierno es un modo de salvar a Cuba.

 

 

“Ginebra una vez más”; en: Cubaencuentro, Madrid, 4 de abril, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/internacional/2002/04/04/7155.html.



Educación política

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Decir mentiras es cosa muy fea, suelen afirmar padres y maestros. Y seguramente no faltó algún jesuita que se lo repitiera al señor Fidel Castro durante sus ya lejanos años formativos. Muy hondo caló la frase en su conciencia. La recordó seguramente tras una conversación confidencial, el 19 de marzo pasado, con el presidente mexicano Fox, quien le solicitaba visita corta y abstenerse de insultos en su viaje a la reunión de Monterrey. La recordó al concluir su discurso en la reunión con las palabras: “Les ruego a todos me excusen que no pueda continuar acompañándolos debido a una situación especial creada por mi participación en esta Cumbre, y me vea obligado a regresar de inmediato a mi país”. Tenía que decir la verdad, como le enseñaron los jesuitas, y “No podía decir menos, ni decirlo con más cuidado”, afirmaría recientemente en un show televisivo el mandatario cubano. Tanto cuidado, que de inmediato el suceso acaparó el interés de los medios, opacando debates más serios, y la prensa acosó a las autoridades cubanas y mexicanas en busca de una respuesta. Tanto Fox como Castañeda llegaron a afirmar que no se había ejercido ninguna presión que justificara la estrepitosa salida del dictador cubano.

 

En contra de los principios que le inculcaron los jesuitas, FC guardó la verdad mientras los funcionarios mexicanos mentían a la prensa; amenazó con revelarla pero no lo hizo; hasta que, tras la votación mexicana en Ginebra apoyando la moción uruguaya, el mandatario cubano no pudo más con los cargos de conciencia y reveló al mundo su conversación con Fox. Una conversación donde:

 

1-El propio FC garantizaba que el diálogo sería privado.

 

2-Que iría a la conferencia con espíritu constructivo, “a cooperar en el éxito de la conferencia” y a cooperar con Fox.

 

3-Que diría su “verdad con decencia y con la elegancia necesaria. No albergue el menor temor, que no voy a soltar ninguna bomba allí”.

 

4-Amenaza con armar “un escándalo mundial, si realmente ahora me dicen a mí que no vaya”.

 

5-Agradece a Fox haber “pensado en una fórmula decorosa, en que yo esté allí a la hora, escuche al Secretario General de las Naciones Unidas”.

 

Y 6- Pacta con Fox “quedar con ese acuerdo y quedamos amigos, como amigos y caballeros”.

 

Llama la atención en ese diálogo la prepotencia, las amenazas y el chantaje que rezuman las palabras de FC hacia “su amigo” Fox, así como la noción de su propia importancia en el planeta, al pensar que su no participación sería un escándalo mundial. Al mejor estilo de El Padrino (I parte) Don Corleone subraya, humillante, que está haciendo un favor a su colega. Y, por otro lado, la incómoda posición de Fox, quien para complacer al presidente Bush y evitarse dificultades con su primer socio comercial y vecino, limita la participación de un mandatario extranjero en una reunión internacional a la que éste ha sido invitado por la ONU.

 

Más tarde se verá que FC tiene un extraño modo de respetar la privacidad, un concepto muy personal del “espíritu constructivo”, de la decencia y la elegancia y, más aun, un curioso concepto de la caballerosidad y la amistad.

 

¿Hicieron mal Fox y Castañeda al mentir sobre las presuntas presiones a FC? Desde el punto de vista ético, sí. Y tendrán que responder por sus palabras en una sociedad abierta y plural, donde la ciudadanía y la oposición están en el derecho constitucional de cuestionar a sus mandatarios. Desde el punto de vista político, hicieron lo único que les era dado hacer. Mentir, confiando en que FC cumpliría su palabra. ¿Hicieron mal al votar la moción uruguaya en Ginebra, aun conociendo las amenazas provenientes de La Habana? Para el feliz curso de sus carreras políticas, sí. En conciencia, seguramente no: arriesgaron su probidad política para ejercer la defensa de valores hoy universales, los derechos humanos. Actitud que los honra.

 

¿Es triste que el presidente democráticamente electo de un país soberano acepte las presiones del vecino poderoso, en aras de conservar las mejores relaciones políticas y económicas? Es triste, pero comprensible, en la medida que una lesión en el orgullo de los gobernantes se traduce en beneficios económicos para los gobernados.

 

¿Es triste que el dictador de un país soberano no acepte ningún tipo de presiones, ni siquiera en aras de conservar las mejores relaciones políticas y económicas? Es más triste aún esta discutible “honra”, en la que el orgullo de los gobernantes bien vale el sacrificio y la miseria de los gobernados. Razón por la que resulta cínica la frase de FC en su reciente show para “desenmascarar” a Fox: “Los pueblos no son masas despreciables a las que se puede engañar y gobernar sin ética, pudor ni respeto alguno”. Sobre todo tomando en cuenta que el primer respeto hacia los gobernados es el respeto a su libertad, a su derecho a expresarse sin temor a represalias, a actuar de acuerdo a sus convicciones y elegir a quienes deberán representarlos. Algo que afirmó el propio Fidel Castro: “Nosotros proporcionamos justicia social y resolvemos los sustanciales problemas sociales de todos los cubanos en un clima de libertad, de respeto a los derechos individuales, de libertad de prensa y pensamiento, de democracia, de libertad para elegir su propio Gobierno” (Claro que eso lo dijo en La Habana, pero en 1959).

 

Uno mintió como ejercicio político. El otro arrojó la verdad como instrumento de venganza. Cada cual votará por la gravedad de cada culpa.

 

En este caso, FC aduce que estaba éticamente obligado a revelar la verdad. Lo que no nos explica es por qué en 1981, durante los felices tiempos de la dictacracia priísta, cuando el entonces presidente Ronald Reagan amenazó boicotear la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno Norte-Sur que tendría lugar en México, FC aceptó en silencio no participar, a pedido de su amigo José López Portillo (¿no fue ése el autor de la masacre de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas?), quien le invitó a unos días de asueto en Cozumel como desagravio. ¿Por qué entonces no hubo escándalo internacional ni resplandeció la verdad?

Ciertamente, aunque les pese a padres y maestros, en política no escasean las mentiras. Y no es raro que el político sea un especialista en prometer lo imposible para más tarde incumplir incluso lo posible. No escasean los muertos en el armario, las conversaciones secretas y las cartas impublicables. ¿Cuál habría sido la reacción de FC si Nikita Kruschev, durante la Crisis de Octubre, escandalizado por la carta donde el mandatario cubano le pedía adelantarse a los norteamericanos y lanzar la bomba atómica, la hubiera publicado? ¿Cómo habría sentado a los que entonces veían en Cuba “el socialismo de rostro humano”, que el líder estaba dispuesto a inmolar a su propio pueblo en un ejercicio de egolatría y soberbia, que dejaría a seis millones de cubanos sin rostro, ni socialista ni capitalista ni todo lo contrario?
Llama la atención que el señor Fidel Castro, indignado hoy por las mentiras que a diestra y siniestra emitían los dirigentes mexicanos, haya dicho alguna vez que “la ideología del 26 Julio es la ideología de un sistema de justicia social dentro el concepto más ancho de democracia, de libertad y de derechos humanos” (La Habana, febrero de 1959), y que no se trataba de un movimiento comunista, ya que difería básicamente del comunismo en una serie de puntos básicos. Por entonces, se refería a la anulación de los partidos políticos en Cuba como una medida temporal, y no como una anulación permanente (Caracas, 1959) y prometía que “La próxima cosa serán elecciones generales. Yo creo que con la Constitución de 1940.Porque en cualquier lugar donde el Gobierno desea permanecer por un período largo sin elecciones libres, porque no cuentan con el apoyo de la gente, ellos empiezan a hacer inventos, planeando vías para permanecer un montón de tiempo, y nosotros no estamos en ese caso” (La Habana, 1959). Algo que ya había explicado en Santiago de Cuba el 3 de enero: “Esa es la razón por la quelas gobiernos constitucionales tienen un período de mandato fijo. Si son malos, pueden ser desalojados por el pueblo, que puede votar por un gobierno mejor”. 

Claro que pueden no ser mentiras rotundas, sino apenas lapsus de su memoria, que regresa continuamente a la infancia de la Revolución y recuerda con toda exactitud la más pequeña batallita de la Sierra Maestra.

 

Durante aquellos lejanos tiempos en que aún FC no padecía esta repentina propensión a la verdad revelada, proponía en Caracas (1959) convertir en democracias a todos los países iberoamericanos, eliminar las dictaduras del continente y lanzar un programa de pasaporte común, mercado común y más participación en los asuntos internacionales. Algo así como el ALCA, pero encabezado por Fidel Castro. Y aún más, sus votos democráticos le llevaron a afirmar: “No es posible, para los representantes de las democráticas Venezuela y Cuba escuchar los discursos en que Trujillo habla de libertad y dignidad humana. Cuba (propone) a la OEA la necesidad de quitar a los representantes de las dictaduras o retirarlos de esta organización. Nosotros hemos barrido Cuba (...) y tenemos la determinación de no permitir nunca más una nueva dictadura (Caracas, 1959).

 

¿Comprenderá el señor Fidel Castro que su dictadura repugne hoy en el continente con idéntica intensidad? ¿Comprenderá que les resulte difícil escuchar al canciller Pérez Roque hablando de libertad y dignidad humana? ¿Comprenderá, en suma, que las democracias latinoamericanas no hacen sino atender, a 43 años de distancia, su llamamiento a aislar y excluir a la dictadura pendiente del hemisferio? ¿Le alcanzará la lucidez y su repentino amor por la verdad, para reconocer que quizás algún día, un Vargas Llosa que aún no conocemos, lo convierta en protagónico de La Fiesta del Caballo o cosa así?

 

De este suceso se desprenden algunas conclusiones tan obvias que no vale la pena formularlas, como la diferencia entre un país donde el presidente responde de sus actos y sus palabras, y otro donde cuestionar al presidente está penado por la ley, y donde cualquier noticia internacional “incómoda” es censurada.

 

Pero la mayor lección de este suceso es que en un pequeño país pobre (o empobrecido, que no es lo mismo) y endeudado, reliquia de la Guerra Fría y sin mayor ascendiente sobre los demás, no sólo se ha devaluado la moneda y la economía, la calidad del presente y las expectativas de futuro, sino que se acaba de devaluar, con carácter irreversible, la palabra dada por su presidente a un colega de un país presuntamente amigo. Y más allá de su signo, existe una complicidad gremial entre los políticos de todos los pelajes. Hay conductas de las que todo el gremio toma muy buena nota. No creo que ninguno se arriesgue, nunca más, a confiar en la palabra del señor Fidel Castro, aunque desde su tumba le aplauda el alma de su preceptor jesuita.

 

 

Abril, 2002