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América somos nosotros

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No asustarse. No se trata de un axhabrupto patriótico a favor de Estados Unidos de América, a la que llamo incorrectamente “América”, para usar el interesado equívoco en cuanto a la denominación de origen, que se ha impuesto por reiteración. Tampoco se trata de una defensa a ultranza del país más poderoso del planeta, dado que la experiencia infantil nos indica que el muchacho más fuerte del barrio no necesita que nadie lo defienda.

 

Junto a la ola de solidaridad que despertó hacia Estados Unidos la acción terrorista del 11 de septiembre, saltó a los medios (como ocurre con harta frecuencia y sin que medie provocación) un antiamericanismo que en Europa y Latinoamérica es ya parte sustancial del discurso de cierta izquierda. Pero no sólo. Existe también, al menos en España, un discurso nostálgico de ex-potencia imperial degradada a soldado raso. En la satanización de Norteamérica encuentra un argumento cómodo para eludir la propia responsabilidad en el ejercicio de humillación nacional que significó 1898.

 

Las críticas y acusaciones que ahora mismo suscita el tratamiento a los talibanes y terroristas presos en la Base Naval de Guantánamo subrayan lo anterior. Lamentablemente, a veces provienen de quienes en su día fueron más conmovidos por la voladura de los budas, que por la lapidación de las mujeres afganas. Hay quien ha llegado a preguntar por qué los presos no disfrutan de aire acondicionado. Sin ser especialista en prisiones, cualquiera detecta a simple vista que ya quisiera cualquier presidiario del tercer Mundo disponer de ropa limpia, aseo y tres comidas diarias, cocinadas de acuerdo a las preferencias gastronómicas del Islam. Ya quisieran los cubanos que viven más allá (más acá) de la cerca que limita la base.

 

Los argumentos antinorteamericanos son muchos y surtidos. Se tilda al norteamericano de inculto e infantil desde la vieja Europa. No importa que más tarde lleven a sus hijos a McDonald’s tras pasarse dos horas embelesados ante una colección de efectos espaciales Made in Hollywood.

 

Se habla de sus índices de delincuencia, su agresividad y los millones de armas de que dispone la población, avaladas por un poderoso lobby. Cosa cierta y peligrosa; tanto como el comportamiento de los hinchas ingleses en los campos de fútbol, la xenofobia practicante de los neonazis alemanes, la narcoguerrilla del secuestro contra reembolso, las multinacionales del delito y de las armas (no pocas veces gubernamentales) y los asaltos a portafolio armado, penados con irrisorias condenas.

 

Se les tilda de bárbaros por el ejercicio de la pena de muerte, con la que no coincido, simplemente porque no hay revisión de causa. Pero, al mismo tiempo, Europa ha conseguido un sistema penal más ajustado a los derechos humanos de los verdugos, que de las víctimas. No es raro ver en la calle en pocos años a reos de crímenes atroces; o que los torturadores domésticos tengan que llegar al asesinato para conseguir que policías y jueces intervengan. Por no hablar de los delincuentes financieros, quienes adquieren en cuatro o cinco años de confortable retiro carcelario un suculento plan de pensiones para las próximas seis vidas. Claro que eso ocurre en todo el ancho mundo y planetas circundantes.

 

Suele hablarse también de la prepotencia y el carácter neoimperialista de Estados Unidos. Y no les falta razón. Los latinoamericanos conocemos perfectamente ese injerencismo que ha impuesto y depuesto gobiernos, y ha declarado a la América al sur del Río Grande el cuarto de invitados de la Unión. Y si la acusación parte de Europa, hay que considerarla, porque al viejo continente no le falta experiencia en tales menesteres. Aunque se note un retintín de envidia, como la del anciano que echa en cara sus pecados al adolescente mujeriego.

 

No obstante todas las razones y sinrazones de esta inquina verbal —que, por otra parte, debe haber asediado a todos los imperios, desde la China intramuros, a Roma o el territorio que recorrían los chasquis— habría que preguntarse antes qué es América y quiénes son los americanos. ¿Serían los cheyennes y sus primos? Ni ellos, asiáticos trashumantes. ¿Son ingleses expatriados que no encontraron sitio en su tierra de origen? ¿Irlandeses hambreados? ¿Italianos por millones, jugándose el futuro a un billete de tercera clase? ¿Coolíes chinos enlazando por ferrocarril los océanos? ¿Judíos librados de llevar una estrella de David en la chaqueta, y convertirse en grasa para jabones o botones de hueso? ¿Balseros cubanos, mojados de Chihuahua, investigadores españoles que a la salida de la universidad sólo encontraron plaza en Burguer King? Son todos. Cubanos con hijos cubanoamericanos y nietos americanos de origen cubano, que bailan salsa very nice.

 

Todo exilio, toda emigración, es una victoria y una derrota. La derrota de quien fue perseguido o expulsado, de quien no encontró su sitio en el país de origen —excretado, sobrante, prescindible—. La victoria de quien no se conformó con el país que le tocaba, y decidió inventárselo en otra geografía, aunque el precio fuera soñar en un idioma y vivir en otro.

 

Resulta aleccionador que el país más poderoso del mundo haya sido edificado por los hombres y mujeres excretados hacia un destino incierto por todos los continentes. De donde se deduce que fueron el resultado de una especie de selección natural, sobreviviendo los capaces de balancearse en el trapecio de la soledad, sin seguro de vida ni red de seguridad.

 

Y observando Europa, comprendemos que América somos todos. O lo seremos.

 

América es lo que nos sobró y lo que nos faltó.

 

Los italianos ya no acuden a New York para fundar una pizzería, y los irlandeses regresan a Dublín tras dos semanas en Miami Beach. Pero ahora los europeos rezan de cara a la meca y en francés, son cabezas de turcos en Berlín, amasan rollitos de primavera en Viena, o se encomiendan a Changó antes de trepar al andamio y montar, piedra a piedra, La Sagrada Familia de Barcelona. Ellos también son Europa. También son América.

 

América no es ya la periferia occidental de Europa. Europa es el barrio oriental de América. Distinto, porque cada barrio tiene su propia arquitectura humana, pero no tan distante.

 

Si pudiéramos saltar instantáneamente de San Francisco a Helsinski pasando por Lisboa, podríamos disfrutar/padecer la misma canción en 500 discotecas idénticas, y sumergidos en la masa de bailadores de todas las razas, obligada a entenderse por señas para vencer el ruido, difícilmente sabríamos en qué país estamos.

 

América es un gobierno, un sistema, una economía, un modo de vida, un ejército con pretensiones de policía internacional, y también un mosaico de culturas, razas y lenguas con traducción simultánea al inglés. Es también trescientos millones de americanos con diferentes gradaciones y apellidos: italo, cubano, afro, chinoamericanos. Entre todos han conseguido exportar el american way of life, la tecnología, el marketing, el cine, la moda cotidiana, la música y una imagen estereotipada de América. Si lo han conseguido, es porque el resto del planeta ha accedido a importar. Y porque en nosotros hay mucho de lo malo y lo bueno que hay en ellos. De modo que al tildar de infantiles, elementales y kitsch a los norteamericanos, para más tarde consumir sus infantiladas, estamos aceptando nuestra condición de párvulos de la misma escuela, horteras de idéntica camada. Y olvidamos que América también somos nosotros.

 

“América somos nosotros”; en: Cubaencuentro, Madrid, 7 de febrero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2002/02/07/6192.html.



Trata de cubanos

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La trata de seres humanos es un fenómeno antiguo y universal. El caso más escandaloso fue el acarreo forzoso hacia América de millones de africanos. Pero existió antes, y renovando su modus operandi, persiste hasta hoy. El hombre es una mercancía rentable. En el sur de África se mantiene la esclavitud. Decenas de miles de mujeres son objeto cada año de la trata (de blancas, negras, amarillas), y terminan en los prostíbulos, donde ejercen como esclavas sexuales. Las mafias transportan decenas de miles de inmigrantes desde China, Marruecos o México, y los mantienen en régimen de semiesclavitud hasta tanto no sufraguen una deuda sin fin.

 

Durante la época en que Cuba perteneció al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), integrado por el bloque de Europa Oriental, el gobierno descubrió que era rentable exportar trabajadores. Miles de compatriotas fueron destinados a fábricas alemanas, o ejercieron de leñadores en los bosques de Siberia, donde se encargaron de labores que los nacionales no aceptaban. Idéntico proceso al que ocurría en Occidente, sólo que institucionalizado. Alemanes y rusos pagaban al gobierno cubano por la mano de obra. El gobierno de la Isla otorgaba al trabajador un estipendio y su salario en pesos cubanos. Y el trabajador eludía el paro, veía mundo y con frecuencia conseguía ahorrar unos pesos. Al caer el muro de Berlín, muchos de ellos decidieron quedarse en Alemania o Rusia, esta vez por cuenta propia.

 

Con la crisis de los 90, la trata de trabajadores cubanos diversificó sus fórmulas. Médicos de la Isla trabajan en diferentes países, sobre todo de África y América Latina. El procedimiento es similar: el gobierno cobra al país de destino lo que de acuerdo al contrato corresponda al profesional, y le otorga a éste su salario en pesos y un estipendio para su sostenimiento. El sistema se ha hecho extensivo a entrenadores deportivos, técnicos de diferentes esferas, y marinos enrolados en buques de las más diversas banderas. No es raro que esos profesionales compren calculadoras, echen números, constaten la abrumadora diferencia entre lo que pagan por ellos los países donde ejercen, y lo que el gobierno cubano les abona, y al cabo decidan exportarse definitivamente, pero sin intermediarios. El gobierno cubano intenta evitar esas “fugas” prohibiendo que los profesionales viajen con sus familias, que fungen como rehenes en Cuba, y garantía de regreso. Si aún así, el profesional “deserta” del cuartelillo nacional, sabe que su familia será retenida como castigo.

 

Idéntico procedimiento tiene lugar dentro de las fronteras nacionales, donde operan asociaciones económicas con capital extranjero de Canadá, España e Italia, seguidos de Francia, Holanda, Reino Unido y México. Con el propósito de atraer inversores extranjeros, y multiplicar la rentabilidad para el gobierno, se han promulgado varias leyes que controlan estrictamente los derechos laborales en esos trabajadores. El gobierno es el intermediario encargado de su selección, remuneración y despido, atendiendo a los requerimientos del inversionista y a las “cualidades” del empleado —Salvador Valdés, Ministro de Trabajo y Seguridad Social, subrayó que las "personas más revolucionarias" serán las elegidas para laborar en el sector turístico—. Los trabajadores no podrán negociar libremente con sus empleadores, ni crear sindicatos, ni mucho menos reivindicar sus derechos o declararse en huelga. El gobierno percibe de los inversionistas el salario en dólares de los trabajadores, y abona a éstos pesos cubanos, lo que supone una ganancia mínima del 2500% para el gobierno. No obstante, las propinas o premios en dólares y el acceso a cestas de productos, convierten a estas plazas en objetos de deseo. Razón por la que en marzo de 1998, tres empleados de la agencia de contratación de la entidad estatal Isla Azul en el complejo turístico de Varadero, fueron condenados a penas entre 10 y 12 años de prisión por exigir hasta US$700a cambio de empleos en el sector.

 

Lo mismo ocurre en las zonas francas, a partir de la Ley 165 de junio de 1996 sobre Zonas Francas y Parques Industriales, promulgada, "como incentivo para la inversión", incluyendo normas laborales y de orden público "más atractivas y menos rígidas y onerosas que las comunes u ordinarias”.

 

El señor Fidel Castro ha expresado públicamente que su gobierno jamás permitirá la libre contratación de trabajadores cubanos por parte de los inversionistas, dado que serían sometidos a la inicua explotación capitalista. Muchos inversionistas aceptan de buen grado esta situación, dado que si bien tienen que pagar al gobierno algo más de lo que podrían concertar libremente con sus empleados, el rígido control les asegura una mano de obra calificada, dócil y carente de derechos, algo que dista mucho de los trabajadores y sindicatos con los que deben lidiar en sus países de origen. No obstante, en 1997, el Comité de América del Norte de la Asociación de Política Nacional (National Policy Association), una coalición de líderes empresariales de Canadá, México y Estados Unidos, elaboró los “Principios para la Participación del Sector Privado en Cuba”, con el fin de promover las inversiones socialmente responsables en la Isla. En ellos se instaba a las compañías a reivindicar su derecho a “reclutar, contratar, pagar y ascender a los trabajadores directamente, sin pasar por intermediarios gubernamentales; respetar el derecho de los empleados a organizarse libremente en el lugar de trabajo, y mantener una cultura corporativa que no acepte la coacción política en el lugar de trabajo”. Curiosa disonancia entre el comportamiento de los inicuos capitalistas, y el de los defensores de la clase obrera.

 

Últimamente, Libertad Digital, diario electrónico publicado en España, reporta que cientos de cubanos trabajan en ese país como obreros de la construcción. Llegan contratados por la empresa UNECA, SA. (Unión de Empresas del Caribe, SA.), cuya filial española, de capital cubano, opera desde el 26 de mayo de 2000. Sus contratos estipulan que recibirán 186,79 pesos cubanos mensuales, en concepto de salario básico, y US$200 mensuales —100 en España, y otros 100 pagaderos en Cuba a su regreso—. El 75%de lo que devenguen por horas extraordinarias también se retendrá hasta su regreso a Cuba. Cualquier sanción que el empleador le aplique, será deducible de las cantidades retenidas en Cuba. Dado que un obrero de la construcción en España gana entre 650 y 900 dólares mensuales (sin contar los extras), es fácil deducir la rentabilidad de la operación.

 

La Gaceta de Canarias denuncia la presencia de unos 80 obreros cubanos en el municipio de Adeje, y otro grupo localizado en Roque del Conde, en Torvisca Alta. Alojados en barracones precarios, trabajan doce horas diarias, por160 dólares USA los peones y 270 los especialistas, salarios ilegales en España, dado que se encuentran muy por debajo del mínimo interprofesional.

 

Quizás el caso más escandaloso de esta práctica sea la exportación de mujeres a Italia. Aunque no está totalmente confirmado, ni existen pruebas de que sea una operación abiertamente patrocinada por el Estado cubano; sí se reportan casos de muchachas cubanas contratadas por una empresa gubernamental para trabajar como camareras y bailarinas. A su llegada a Italia, han descubierto que su destino son los clubes de alterne, donde ejercerán la prostitución bajo la supervisión de patrones italianos, en condiciones de semiesclavitud, y recibiendo el consabido estipendio. Dado que las prostitutas cubanas son, en palabras del propio Fidel Castro “las más cultas del mundo”, esta práctica bien podría incluirse entre los intercambios culturales.

 

Tras admitir a fines de los 70 las trasferencias de dinero del exilio hacia la Isla, por concepto de ayudas familiares —segundo rubro hoy de la economía cubana, con 1.000 millones de dólares anuales—, el gobierno cubano ha comprendido también que el exilio es rentable. Claro que el exiliado por cuenta propia es libre de enviar (o no) dinero a la Isla, y no está sometido a los controles gubernamentales. No obstante, la libre tenencia de dólares, la existencia de familiares en Cuba en condiciones de precariedad económica permanente, y la instauración de una red de tiendas en divisas donde se puede acceder a productos no disponibles en pesos, y cuyos precios abusivos son monopolio del Estado; garantiza un flujo continuo de dólares hacia las arcas del gobierno cubano, que a cambio no ofrece al exiliado ninguna prestación. Por el contrario, se le obliga a visitar el país con pasaporte cubano, aunque haya obtenido una nacionalidad extranjera, se grava su documentación consular y se le obliga a pagar un carísimo visado para viajar al país donde nació. De modo que, tangencialmente, el exiliado es también objeto de la trata de cubanos.

 

Todo el sistema parte de una concepción paternalista y feudal de las relaciones entre el gobierno y los ciudadanos. Según ese “contrato social” el gobierno se compromete a dar al ciudadano asistencia médica y educación “gratuitas”, una canasta mínima mensual de productos a precios subsidiados, alguna que otra vivienda (en usufructo) cuando es posible, y ciertos servicios públicos insuficientes, pero a precios aceptables de acuerdo a los salarios. A cambio, el ciudadano pasa a ser propiedad del gobierno, quien determina sus derechos sociales y laborales. Decide sin lugar a discusión el salario que devengará. Decide qué información recibirá, qué puede opinar, leer, pensar y oír, y se erige en su único defensor, excluyendo al ciudadano de los derechos sindicales y de asociación que ese mismo gobierno ha refrendado en convenios internacionales. Decide qué alimentos se les suministrarán, y hasta qué edad es recomendable que los niños beban leche. Decide en qué provincia puede vivir el ciudadano, si puede viajar el extranjero y a qué edad le está permitido. Decide y le autoriza (o no) a emigrar. En tal caso, dado que el ciudadano es propiedad del gobierno, sus pertenencias son enajenadas. Y aún en el exilio, el gobierno decide si el ciudadano puede (o no) regresar de visita a la Isla.

 

Este “derecho a la propiedad” de los ciudadanos, esta lógica feudal donde el siervo de la gleba está sujeto a la graciosa voluntad de su amo, explica la trata de cubanos dentro y fuera de las fronteras de la Isla. Los defensores del libre mercado deberían comprender que un empresario hace con su mercancía lo que le da su reverenda gana.

 

“Trata de cubanos”; en: Cubaencuentro, Madrid, 30 de enero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/economia/2002/01/30/6035.html.



Tabucci en La Habana

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Para quienes han leído Sostiene Pereira, resulta difícil sacarse al protagonista de la memoria. Un periodista añoso, gordo, viudo, obsesionado por la muerte y por un panteón de escritores ilustres a los que ofrece espacio en la sección cultural de El Lisboa. Corren tiempos difíciles en el Portugal del año 38, sumido bajo la dictadura de Salazar. Los totalitarismos de uno u otro signo campean por Europa. Y en ese entorno inquietante, nuestro personaje contrata como colaborador al joven Monteiro Rossi, un soplo de vida que cruza como una exhalación el tanatorio literario del viejo periodista. El personaje y la novela, obra de Antonio Tabucci, no ofrecen moralejas ni fórmulas mágicas para descifrar la realidad. Nos entrega un trozo de vida palpitante del que cada uno sacará sus propias conclusiones. Tampoco es menos el Antonio Tabucci periodista, que en carta abierta al flamante Silvio Berlusconni disecciona la historia reciente de Italia como la cronología de una masacre por entregas.

 

Italiano de nacimiento y palabra, portugués adoptivo por vía de su mujer, de sus amigos y de Fernando Pessoa, a quien conoce como pocos, Tabucci es una presencia de lujo en la reciente edición de los premios Casa de las Américas. Confiesa que no le gusta hablar de literatura hispanoamericana, a pesar de su entusiasmo por ella, porque se considera un lector a veces incompleto. Habla del premio Casa como de “un coagulante de las literaturas latinoamericanas”, y se muestra encantado de esta invitación.

 

A propósito de Se está haciendo tarde, demasiado tarde, su colección de relatos epistolares, defiende con fervor la oralidad. Y corrobora que somos habitantes del idioma, más que de la patria convencional encarcelada por las fronteras: "El lenguaje es una forma de patria más extensa que las patrias nacionales. Pessoa decía: ‘Mi patria es la lengua portuguesa’".

 

El hombre que ha asegurado que “la literatura es un poco el espacio a donde vienen todas las incertidumbres, porque las certidumbres pertenecen al espacio de la teología, de la política... También es el espacio de todas las esperanzas”; el hombre que mira hacia la historia reciente desde el hombre, usufructuario y no mera mano de obra de la civilización, está en La Habana.

 

Viajero incansable, recopilador de historias y personajes, alerta que se viaja por viajar, no por cazar historias con paciencia de entomólogo. “No es viajar para escribir, eso hacen los reporteros. El escritor viaja para estar con las personas, para conocer los sitios. Viaja para viajar, y después, si la historia viene, mejor. Como se ama a una persona para amarla, y no para escribir una novela de amor sobre ella".

 

Y a pesar de ello, a pesar de que quizás reserve para la intimidad sus impresiones de La Habana, los usuarios de su obra no perdemos la esperanza de que La Habana según Tabucci salte a las palabras. Estaremos alerta.

 

“Tabucchi en La Habana”; en: Cubaencuentro, Madrid, 28 de enero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/cultura/2002/01/28/5983.html



Secuestrados

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Maritza Sixto, de 31 años, estudió Informática en Cuba y militó en la Unión de Jóvenes Comunistas. Una vez graduada, trabajó durante seis años en el Centro para el Control Estatal de los Medicamentos, perteneciente al Ministerio de Salud Pública y al Consejo de Estado, cuya tarea es supervisar las actividades del Polo Científico, situado al este de La Habana, e integrado por centros como Biotecnología e Inmunoensayos. Centros donde se exige a los investigadores una excelente preparación profesional, obediencia y dedicación absolutas para trabajar sin límite de horario —se les prohíbe incluso pertenecer a los sindicatos verticales de la Isla—, y confiabilidad política, traducida habitualmente en militancia.

 

Entre sus tareas, Maritza creó un software para la red latinoamericana de vacunas, de la Organización Panamericana de la Salud. En septiembre de 2000 viajó a Washington por 45 días para hacer ajustes a su programa. Una vez concluida su tarea, decidió ajustarse también ella y solicitar asilo político en Estados Unidos, que le fue concedido en febrero de 2001. En Cuba quedaban su esposo Fernando David Manero Polanco, de 28 años, y su hija de tres, Elizabeth Manero Sixto.

 

Tan pronto solicitó asilo, su familia fue desalojada de la vivienda concedida en usufructo por trabajar en el polo científico. El 6 de abril de 2001, Fernando Manero, técnico en la empresa de telecomunicaciones ETECSA, solicitó permiso de salida para él y su hija. Le comunicaron que tardaría no menos de tres años en recibir autorización para emigrar, como represalia por la “deserción” de su esposa, que había abandonado sin permiso el cuartel nacional, donde todo cubano es enrolado por nacimiento sin siquiera solicitarlo, aunque carezca de vocación castrense. Los trámites para la reunificación familiar en Estados Unidos dieron resultado, y el 27 de septiembre de 2001, Fernando y Elizabeth recibieron en la Oficina de Intereses norteamericana de La Habana, los visados para viajar. Fernando Manero insistió ante las autoridades, pero la respuesta fue idéntica: no se le concedería permiso para emigrar. Al respecto, las autoridades invocaron la ley cubana. Se trata, en todo caso, de la ley no escrita, dado que en el Código Penal vigente, artículos 347 y 348 incluidos en ”Delitos contra el normal tráfico migratorio”, no se menciona la “deserción”.

 

Tras un año de pacientes gestiones con las autoridades de la Isla, Maritza puso el caso en conocimiento de la comisión norteamericana que, a fines de 2001, discutió con la parte cubana los acuerdos migratorios. La Habana dio la callada por respuesta.

 

Vista la decisión cubana de ejercer su “derecho” a la represalia, Maritza Sixto ha decidido airear el caso, y ha dirigido una carta abierta al señor Fidel Castro, donde le recuerda sus propias palabras:

 

“La política perseguida por la revolución es que cualquier persona que desea irse de nuestro país e ir a algún otro lugar pueden hacerlo si tiene el permiso de entrar en otro país. Nuestro país no evita que ninguna familia emigre porque la construcción de una sociedad evolutiva y justa en socialismo es una decisión voluntaria y libre."

 

“Los niños son sólo niños; ellos están creciendo y aprendiendo, ellos no son adultos, y nosotros respetamos el derecho de la familia de decidir por ellos. Si una familia quiere viajar a otro lugar del mundo, ellos viajan con los niños. Nadie les prohíbe que lo hagan.”

 

“Nosotros nunca hemos prohibido la migración legal, NUNCA.” “Nosotros hemos permitido la libre migración, Estados Unidos ha puesto el límite. En más de una ocasión, cuando las familias han estado separadas, nosotros hemos presionado para su reunificación. En otras palabras, respetamos completa y absolutamente los derechos de los padres.” (Fidel Castro, 23-12-1999 y 4-03-2000)

 

Recuerda también en su carta el caso Elián, donde con toda justicia se invocó el derecho de un niño a estar con sus padres, derecho internacionalmente reconocido, pero que al parecer las autoridades cubanas sólo admiten cuando es políticamente conveniente y en una sola dirección.

 

Cuba, por otra parte, es signataria de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, lo que la obligaría a respetar el libre movimiento de las personas. Claro que también Cuba ha firmado declaraciones a favor de la democracia, el desarme o la libertad de expresión.

 

Las mafias internacionales han descubierto hace ya tiempo que el amor es rentable. Tasan a la persona, calculan la cotización del amor filial, y una vez capturada la víctima, regatean el precio con quienes han de pagar el rescate, empleando el antiquísimo procedimiento de los fenicios en los mercados de la carne. Con frecuencia apremian la negociación enviando a la familia alguna pieza de la víctima, con la garantía de que el resto aún es rescatable. El negocio está en alza en las nuevas repúblicas del este, y la guerrilla colombiana lo emplea, junto a la droga, como fuente estable de financiamiento; demostrando que el fin justifica los miedos.

 

En Cuba se ejerce una variante sui generis: el arte del secuestro ideológico.

 

¿En qué consiste?

 

Ante todo, vale recordar que a las universales dificultades que entraña la emigración sur-norte, y que pasa por la aceptación del país de destino, Cuba impone otras muchas: la existencia de un “permiso de salida” que las autoridades conceden (o no) de acuerdo a su albedrío. El calvario que supone solicitar ese permiso, si se trata de lo que ellos llaman “emigración definitiva” (expropiación de bienes, expulsión del trabajo, presiones de todo tipo). La prohibición de emigrar a los profesionales. Las trabas que se imponen a los menores, a los varones cercanos a la edad militar. Etcétera.

 

Además de las naturales dificultades que impone un país donde un médico necesitaría ahorrar 47 meses de salario íntegro para sufragar 200 kilómetros de vuelo a Miami, pasaporte y documentación (que deberá abonar en dólares, no en la moneda del país).Y del status de “no persona” que adquiere el emigrado, desprovisto ipso facto de derechos y bienes.

 

Esa es la razón por la que muchos profesionales, aprovechando un viaje de trabajo, simplemente no regresan a la Isla. Para evitar esa fuga, se ha implementado un pérfido sistema. En primer lugar, aunque el período que vaya a pasar el profesional fuera de Cuba se extienda por muchos meses o años, no se le autoriza a viajar con su familia, que queda bajo la “custodia” del gobierno cubano. Vale aclarar que el Estado cubano retiene, pero no mantiene al menor.

 

Si aún así el profesional decide abandonar el cuartel patrio y pasarse al “enemigo”, se le condena a la peor represalia: impedir que su familia se reúna con él durante un período que puede ir desde tres hasta cinco años, o más en algunos casos connotados. Además de su estricto valor como venganza, el procedimiento tiene otras utilidades:

 

Primero: El efecto disuasorio que ejerce sobre presuntos exiliables, quienes deberán valorar si están dispuestos a sufrir una separación de las personas que aman, cuya duración dependerá del albedrío de sus captores.

 

Segundo: Una vez producida la “deserción”, se garantiza (o casi) el prudente silencio de las víctimas, que se abstendrán de hacer declaraciones públicas sobre la situación en la Isla, e incluso sobre el secuestro de sus familiares, con la esperanza de que “portándose bien”, suscitarán la benevolencia de los secuestradores, quienes tienen en su mano acortar o prorrogar la cautividad de los rehenes ideológicos. Si los padres se “portan mal”, es decir, hacen declaraciones que desagraden a las autoridades de La Habana, se vinculan políticamente, u otros etcéteras, el Estado cubano se atribuye la potestad de retener al menor por tiempo indefinido, librándolo así de la mala influencia de sus padres, y cuidando con esmero de su salud ideológica.

 

Esa es la razón por la que se conocen pocos casos de Elianes a la inversa, aunque fuentes bien documentadas aseguran que existen hoy varios centenares de familias secuestradas en Cuba. Pero las cosas empiezan a cambiar.

 

Durante “cuatro años de infructuosos y humillantes trámites ante el régimen de Fidel Castro", en palabras de Vicente Becerra y Zaída Jova, estos intentaron que el gobierno cubano liberara a su hija de catorce años, Sandra Becerra Jova, para que se reuniera con ellos en Brasil. Al fin, hastiados, denunciaron el caso en la asamblea anual de la Organización de Estados Americanos (OEA), reunida en San José de Costa Rica, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), e incluso la cancillería brasileña se interesó por el asunto ante el embajador de Cuba en Brasilia, Jorge Lezcano Pérez, sin recibir respuesta. Ventilaron el caso en la prensa, y poco tiempo después, alarmado ante esta inesperada violación de la omerta, el gobierno cubano liberó a la pequeña prisionera.

 

Cuando el Caso Elián, reiteré que el niño debería estar con su padre, fuera comunista, demócrata, republicano o anarcosindicalista, viviera en Matanzas o en Arizona. El sitio de un hijo está con sus padres: una lógica sin ideología que dicta el sentido común de cualquier persona, sin importar raza, país o creencias. Cuando una zona del exilio cubano se empeñó en librar una batalla para probar que un tío abuelo residente en un país democrático es preferible a un padre en un país comunista, estaba imponiendo el sentido político al sentido común. Razón por la que no sólo perdió la batalla, sino que confirmó la peor prensa que circula en este mundo sobre el exilio cubano y, en especial, el de Miami. Si en los años precedentes, ante la dramática situación de la Isla y el descrédito de sus líderes, el mundo empezó a mirar con otros ojos (y, sobre todo, a escuchar con otros oídos) a Miami, el Caso Elián trasladó el conflicto cubano al Jurásico: contra el dinosaurio de la izquierda se alzaban los dinosaurios de la derecha. Sabemos que muchos cubanos de pro advirtieron que instrumentalizar la orfandad de un niño era un error pero, lamentablemente, no llevaron la voz cantante en el conflicto. Y Fidel Castro advirtió desde el comienzo que le servían en bandeja de plata una victoria, el pretexto para una capacidad de convocatoria de la que ya no gozaba su extenuado discurso y, para colmo de felicidad, la prensa mundial, por primera vez en diez años, se haría eco de sus razones y no de sus desastres.

 

Mientras esto ocurría, y antes, y después, cientos o miles de Elianes a la inversa esperan en silencio la indulgencia de sus captores, los mandantes cubanos, dueños de las vidas de sus súbditos, cuya libertad es apenas un gracioso obsequio, y no un derecho.

 

Comprendo las razones de estas familias, pero también creo que los cubanos hemos hecho demasiado silencio. Quizás si se divulgaran los casos de esos cientos de elianes, privados de sus padres en un ejercicio de venganza política, y a los cuales La Habana no aplica la batería de argumentos humanitarios que disparó con alegría en el Caso Elián, la presión internacional lograría lo que no consigue la silenciosa desesperación de tantas familias fracturadas, mediante el tributo de silencio que exigen los secuestradores ideológicos de la Isla.

 

“Secuestrados”; en: Cubaencuentro, Madrid,14 de enero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2002/01/14/5738.html.



De que talibán, van

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Seguir la prensa cubana del 11 de septiembre a la fecha es todo un curso de posgrado sobre la ambigüedad periodística. Primero, fue la condena al acto, los votos de solidaridad con las víctimas, e incluso la oferta de ayuda médica —más tarde, y con menos razones, el señor Fidel Castro rechazaría la ayuda norteamericana para paliar los efectos del ciclón Michelle—. Con sus peros: la prensa cubana, sin hacer explícita su coincidencia, dio cabida en sus páginas a cuanta opinión, en la prensa internacional, calificara el ataque como respuesta a la “nefasta política imperialista”. En todo caso, siempre podrían argumentar que “yo no lo dije”, e invocar el derecho del pueblo a recibir un amplio espectro de opiniones. Un ejercicio más que escaso en los medios cubanos.

 

Tras el inicio de la guerra, se llegó a calificar a los talibanes de defensores de la patria afgana. El pueblo, para el lector cubano, se alistaba con entusiasmo bajo las banderas del mulá Omar, para enfrentar la invasión imperialista. Los gobiernos occidentales, Rusia y las ex repúblicas soviéticas, Pakistán, etc. (de China no se habló explícitamente) fueron tildados de comparsas de los invasores yanquis, a los que aguardaba un nuevo Vietnam. No podrían doblegar el patriotismo de los afganos (léase talibanes), contra los que en su día se rompió Rusia los colmillos —en su día no se nos dijo nada al respecto, por cierto—, y les aguardaba una guerra larga y sangrienta. Todo esto dicho con una alegría apenas disimulada.

 

El lector asiduo de Granma recibía cada día su ración de muertos civiles ocasionados por los bombardeos norteamericanos, de los que invariablemente salían indemnes los combatientes del mulá Omar y de Bin Laden. Incluso el abandono de Kabul fue explicado como una retirada “táctica”, con todas sus fuerzas “intactas”.

 

Tras dos meses de contienda, el atónito lector cubano recordaría aquella memorable pelea en que el locutor radial describía el opercut del púgil cubano, el jab al mentón, los ganchos machacando al adversario, y cuando la victoria (al menos la descriptiva) estaba al alcance de la mano, el boxeador cubano caía fulminado sobre la lona.

 

Del mismo modo, a dos meses del inicio de la guerra, los “intactos” talibanes rendían su último reducto, el pueblo afgano recibía aliviado el fin del imperio fundamentalista, y daba vítores a los malvados invasores. Se lograba un precario, pero hasta hace unos meses impensable, gobierno de transición, y el país se aprestaba a recuperar la normalidad arrebatada por veinte años de guerra.

 

El mulá Omar no murió abrazado a la bandera. Se le vio huyendo montado en una moto. Y el Bin Laden que envió con alegría a sus hombres al paraíso, ha hecho un sospechoso mutis por el foro. Huida que La Habana comenta como la inquietante transformación en una sombra inasible. ¿Será el nuevo fantasma que recorre el mundo, el fantasma del terrorismo?

 

Aún así, la prensa cubana se adscribe a la tesis de Bin Laden y la periodista Marina Menéndez Quintero comenta que “Estados Unidos ha decretado la guerra y la emprende contra el mundo árabe”. Se informa con contenido alborozo sobre las trifulcas en el reciente gobierno de transición. Y se asegura que a pesar de la recompensa ofrecida por Norteamérica a cambio de los cabecillas, “ningún afgano está dispuesto a entregarlos”. Un chiste que tendría en Afganistán muchísimo éxito.

 

Dados todos esos antecedentes, no es raro que, aún cuando data de finales de 2001, la noticia de que los terroristas capturados serían confinados en la Base Naval de Guantánamo, los cubanos tuvieran que esperar la llegada de los Reyes Magos para que se les informara, de pasada y sin mayores comentarios, en apenas tres párrafos.

 

Aunque por ahora sólo hay celdas disponibles para cien, 1.500 personas están trabajando para habilitar espacios seguros que den acogida a unos 2.000 prisioneros en los 115 kilómetros cuadrados de la base, donde viven 2.700 personas, entre civiles, militares y sus familias. El costo será de 60 millones de dólares,

 

¿Cuál ha sido la reacción de las autoridades cubanas? Primero: el silencio. Y hasta hoy, una escuetísima información, otra forma de silencio, (in)comprensible al tratarse de un asunto que atañe directamente a Cuba, el país donde se dedican infinitas mesas redondas, televisadas para todo el país, sobre la crisis argentina, la guerra afgana o la inmortalidad del cangrejo.

 

El Nuevo Herald refiere que “la semana pasada, después que varios miembros del parlamento local se opusieron al traslado, voceros del gobierno de la Isla se apresuraron a recordar que aún no hay una posición oficial sobre el asunto y parecieron restarle importancia al tema”. Al parecer ya la hay, porque el senador republicano por Pensilvania, Arlen Specter, luego de su reunión con Fidel Castro, asegura que éste, "como mínimo, no presentaría objeciones" al traslado de prisioneros a Guantánamo.

 

¿A qué se debe tanto silencio y discreción? Primero, a pesar de su guapería perpetua, Fidel Castro ha visto la barba de su vecino arder (nunca mejor dicho) y tiene la propia en remojo. De modo que prefiere hacerse el ciego, y no emitir comentarios susceptibles de convertirse en bumeranes. Pero hay otras razones: si el talibán y sus compinches han sido investidos subliminarmente por la servicial prensa cubana como patriotas afganos en lucha contra el imperialismo, ¿cómo protestar ahora por su presencia en territorio de la Isla? Y si son los instigadores del atentado que en su día Cuba deploró, ¿cómo protestar por que sean juzgados, cuando Cuba se dice adalid de la lucha contra el terrorismo mundial? De cualquier modo, el ajedrecista consumado de la política que es Fidel Castro, no ha tenido otra que enrocarse y asumir calladito las consecuencias de un antinorteamericanismo tan cerril que le ha arrimado como compañeros de viaje a los sujetos más retrógrados de la historia contemporánea. Tanto, que para ellos todo Occidente es una blasfemia. Fidel Castro incluido.

 

De que talibán, van”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de enero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2002/01/09/5664.html.