Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Las tres dudosas premisas de Pérez Roque

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Los jóvenes cubanos conocen el ejemplo de España, el de Chile, el de los cuatro dragones de Asia, el de Irlanda, últimamente, el de Islandia. Aprendieron por Radio Martí, por lecturas clandestinas y por conversaciones ilustradas, que los países que han abandonado el subdesarrollo y hoy tienen un envidiable nivel de prosperidad han forjado esos triunfos con una combinación de libertades económicas y políticas, apertura comercial, buenas relaciones con el primer mundo, y un modelo democrático liberal en el que se potencian la existencia de propiedad privada y el fuego creador de los individuos.

Ellos saben que un país como Cuba, con ochocientos mil graduados universitarios y una población alerta y trabajadora, como han demostrado los exiliados, en el curso de una generación se pondría, junto a Chile, a la cabeza del desarrollo de América Latina, y no en la cola al costado de Haití.

6. Debilidades y peligros: blindarse para cuando falte Fidel

¿Cómo conjurar los peligros cuando falte Castro y salvar a la revolución? Es aquí, al final de su alocución, donde Pérez Roque formula las tres premisas que deben cumplirse para lograr la permanencia sin cambios del régimen. La primera de esas premisas es mantener firmemente el liderazgo moral sobre la población. Hay que predicar con el ejemplo.

Pérez Roque comienza el asedio a su propuesta regresando al tema de la detectada alienación de los jóvenes. Este peligro del desencanto juvenil aumenta en la medida en que se acerca la hora de la muerte de Fidel Castro, incluso de Raúl, a quien Pérez Roque, sin gran convicción, también introduce fugazmente en el panteón de los próceres.

¿Qué propone Pérez Roque para cuando llegue ese aciago día del desamparo? Algo que, en principio, no parece descabellado: contar con una dirigencia que dé el ejemplo con la austeridad, la ausencia de privilegios y la honradez, porque (supuestamente) la columna de fuste sobre la que descansa el apoyo a la revolución es de carácter moral.

No, no es Abelardo Colomé Ibarra con su implacable aparato represivo el sostén básico del gobierno y del sistema. No, no son los Comités de Defensa de la Revolución, siempre vigilantes y dispuestos a la delación y al acoso a los desafectos. No, no son las Brigadas de Respuesta Rápida y los actos de repudio contra los disidentes. Tampoco los expeditos tribunales revolucionarios y el infinito poder de la Seguridad tienen nada que ver con la sumisión bovina de ese pobre pueblo.

Según el ingenuo Pérez Roque, el pueblo obedece y ama a los líderes porque le seduce el maravilloso influjo ético de la abnegada clase dirigente encabezada por Fidel Castro, un hombre que vive modestamente en las veinte casas que se auto-asignó, y que siempre paseó humildemente en el lujoso yate que le regaló el Parlamento o en los dos aviones repletos con su séquito con que se traslada al extranjero en sus infinitamente costosas giras internacionales.

La segunda premisa de Castro-Pérez Roque se deriva de la primera: como consecuencia del liderazgo ético de la clase dirigente, las masas mantendrán su supuesta adhesión al sistema producto de la admiración moral, porque los estímulos materiales siguen siendo despreciables y contraproducentes.