Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Las tres dudosas premisas de Pérez Roque

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3. Fortalezas: la solidaridad y el altruismo

Como muestra de la superioridad moral de la revolución —que para Pérez Roque es una prueba de su fortaleza—, el canciller detalla las muestras de solidaridad dadas por el gobierno a lo largo de su prolongada historia. Ahí comparecen 208.000 pacientes operados de la vista, 45.000 extranjeros procedentes de 120 países graduados en las universidades, 2.000 combatientes muertos en Angola (no menciona los de Etiopía) y 25.000 médicos, dentistas y técnicos de salud que hoy prestan sus servicios en diferentes partes del mundo.

A este cuadro de generosidad y desinterés, Pérez Roque, que súbitamente se trasforma en un gandhiano defensor de las víctimas de la represión, contrapone el repugnante espectáculo norteamericano: un gobierno de torturadores y asesinos que se atreve a maltratar a los prisioneros, que no respeta el medio ambiente, invade otros países, viola los derechos humanos y se hace algo tan deleznable como escuchar ilegalmente las conversaciones de los ciudadanos, actos, seguramente, que no suceden en Cuba, ese modelo de respeto por la dignidad y la intimidad de las personas, como pueden atestiguar, por ejemplo, las docenas de detenidos durante la "primavera cubana" de 2003 o las admirables Damas de Blanco.

¿Para qué establece Pérez Roque ese contraste o contrapunteo? Muy sencillo: para explicar por qué Estados Unidos supuestamente desea la destrucción de la revolución. Según Pérez Roque, "Cuba es un peligro [para Estados Unidos] por su ejemplo, es un peligro de tipo moral, ético, porque Cuba encarna que se puede construir un mundo mejor".

Ahí está, pues, redondeado el teorema y localizado el origen de todo este despropósito: la revolución cubana, o sea, Fidel Castro, es el Bien, mientras Estados Unidos es casi la idea platónica del Mal. Estados Unidos, pues, como Príncipe de las Tinieblas, pretende destruir a la revolución, que es la encarnación del Bien, dado que su líder, Fidel Castro, es el Príncipe de la Luz.

Aquí estamos ante una de las claves del mesianismo de Fidel Castro. Para Fidel Castro el antiyanquismo es una misión religiosa y su combate se inscribe dentro de esa clave teológica. Como gran narcisista, el Comandante, que habla por boca de Pérez Roque, se siente dotado de una irreprimible pulsión altruista. Siente que está hecho de la madera de los grandes santos puestos sobre la tierra para cambiar el destino de la humanidad.

Más aún: él sabe lo que hay que hacer para que cada hombre y mujer sean felices y dichosos. Lo sabe mejor, además, que todos los hombres y mujeres a los que desea hacer felices según sus infalibles criterios.

Él es el Bien. Pero tiene un enemigo, el Lucifer americano, que lo adversa, como siempre ocurre, y debe dedicar toda su vida a combatirlo en una épica batalla cósmica, ya sea en el terreno de las guerrillas y el terrorismo, o en el de las operaciones de catarata, porque todas estas acciones son escaramuzas de una guerra universal e interminable a la que consagra todos los segundos de su ajetreada vida.

El problema es que la personalidad mesiánica y narcisista de Fidel Castro no tiene nada que ver con la realidad de Cuba, y mucho menos con la circunstancia de cada cubano individualmente.

Es cierto que vivimos en un mundo imperfecto en el que nunca sobran la solidaridad y el altruismo, pero si las operaciones de la vista que hacen en Cuba sirvieran para curar la ceguera psicológica que sufre el Comandante, en vez de un ejército de heroicos combatientes siempre dispuestos al sacrificio, vería a una sociedad empobrecida y molesta, hambreada e incómoda, que no desea servir de carne de cañón en guerras africanas, que no puede entender por qué su gobierno gasta fabulosas cantidades de recursos en educar extranjeros, mientras en medio siglo de planes quinquenales y otras ensoñaciones no ha podido solucionar problemas tan elementales y básicos como el agua potable, la electricidad, el transporte, la alimentación y la vivienda.