Actualizado: 23/04/2024 20:43
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El profeta desenterrado

León Trotsky, Cuba y las catarsis sentimentales sin ejecutoria política.

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En una entrevista publicada en el diario mexicano La Jornada, el 6 de abril de 2005, Celia Hart señala que dos trabajos publicados en Juventud Rebelde el año anterior aparecieron sin la mención que ella hizo del luchador revolucionario. Agrega que hace pocos años era "impensable" esa reivindicación.

Cabe también una pregunta que el reportero no hace: ¿por qué demoró tanto en aceptarse la figura más odiada por los estalinistas, si Cuba había dejado de depender de la generosidad soviética desde hacía más de una década?

Si el encarcelamiento de los revolucionarios trotskistas cubanos supuestamente obedeció al deseo de congraciarse con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) —algo que Celia Hart no menciona, pero ha sido señalado por diversos autores—, ¿qué otras razones determinaron esta demora?

"Yo no creía en el socialismo. Para mí no era una sociedad viable. Cuando leí a Trotsky y a Rosa [Luxemburgo] me di cuenta de que no, de que aquello no era socialismo. Que hay una nueva manera de hacer el socialismo, que el socialismo está por hacerse. Doy mil gracias de que se haya caído la Unión Soviética, con el dolor que me dan tantos camaradas muertos", afirma Celia Hart en La Jornada.

Trotskismo chic

Entre la tragedia y la farsa. Así puede titularse un estudio sobre la influencia trotskista tras el primero de enero de 1959. Ahora la farsa es permitida y la tragedia olvidada. En La Habana se puede practicar un trotskismo chic. Lo saludan periodistas de paso y le disgusta a algún que otro recalcitrante. Noticia de farándula que juega a las izquierdas. Rebeldía de bar habanero con aire acondicionado en hotel para extranjeros.

"Vengo de leerles una ponencia a los viejitos del Moncada y les gustó. Ponme una cerveza que me la he ganado (…) He presentado una ponencia desde las posiciones de Trotsky".

Quien habla así es Celia, la "troskera".

"Una suerte de Laureen (sic) Bacall caribeña, con hermosa cabellera ondulada y ojos de miel que parecían centellas". La describe Manuel Talens, al narrar su encuentro con la hija de Armando Hart en un reportaje de la revista Amauta, del 29 de marzo de 2006.

Mejor sólo es posible si se dispone de una cámara y la guitarra de Carlos Santana para el fondo musical.

Responsabilidad eludida

La tragedia aflora por un momento en la entrevista —"La sangre llegaba al suelo y había un sin de papeles a los que nunca tuve acceso, regados por doquier"— al hablar del suicidio de su madre, pero Celia Hart prefiere los términos de la novela rosa —"El trotskismo estuvo presente en la revolución (…) Pero lo hizo de manera clandestina, silenciosa, así como la luz difusa del atardecer, como ese brillo que es tan sólo un instante, que penetra sin permiso en nuestras pupilas"—. Y la falsedad histórica —"La revolución cubana puede asumir la herencia trotskista sin que la tilden de oportunista"— para de esta forma eludir el enfrentamiento con la realidad.

Lo primero que tiene que hacer un verdadero trotskista cubano es denunciar la complicidad histórica del régimen castrista con los verdugos de Trotsky. Complicidad que obedeció no sólo a un oportunismo político, sino a la similitud de Moscú y La Habana en la elección de los medios que consideraron más adecuados para mantener el poder. El optar por un estalinismo sin Stalin, del cual era imposible desprenderse sin poner en peligro la hegemonía de quienes estaban al mando.

En su artículo Welcome… Trotsky, del 25 de agosto de 2005, Celia Hart se detiene por un momento en los hechos, y elude irresponsablemente tomar partido. En su intento, se mezcla la ignorancia con la cursilería: "Mercader después de cumplir la condena en México estuvo en Cuba. No me entero todavía con quién se reunió ni por dónde caminó, ni siquiera si pudo mirar de frente las palmas de Martí, ni las cenizas de Mella".