Actualizado: 28/03/2024 20:07
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El profeta desenterrado

León Trotsky, Cuba y las catarsis sentimentales sin ejecutoria política.

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De México a La Habana

La historia —o más bien, el final de Trotsky— pasa por La Habana. Su asesino, el español Ramón Mercader, era hijo de una cubana: Caridad Mercader. Esta a su vez era la amante del coronel de la NKGB Leonid Aleksandrovich Eitingon, quien en 1939 había recibido la orden de Lavrenti Pavlovich Beria de asesinar al dirigente exiliado en México. Luego del crimen, Caridad y Eitingon huyeron a Cuba. En 1941 estaban de vuelta en Moscú. Allí lograron el apoyo de Beria para intentar la fuga de Mercader de la cárcel de Lecumberri y su traslado a la Isla.

De acuerdo con una recopilación de mensajes secretos hecha por Guillermo Sheridan —y aparecida en el número de marzo de la revista Letras Libres—, los planes de evasión resultaron tan complejos como desastrosos. Mercader tuvo que resignarse a la prisión y a las dos palizas diarias propinadas por la policía, sin revelar ni su identidad ni la de sus jefes soviéticos.

Sheridan agrega que en 1946 una indiscreción de Caridad Mercader en la URSS permitió saber quién era su hijo. El trato en la prisión cambió después de eso y finalmente fue liberado en 1960. Para dejarlo salir se alegó su "buena conducta", mantenida sin una falta ni un reproche de sus carceleros y compañeros de presidio, durante los veinte años de su condena. Fue, sin embargo, expulsado de inmediato de México. Entonces viajó a Cuba, de paso hacia Moscú, vía Praga.

En la entrevista concedida a Rita Guibert para el libro Siete Voces, Guillermo Cabrera Infante cuenta cómo una noche de ese año, él y el poeta José A. Baragaño le expresaron a Castro su preocupación por la presencia de Mercader en La Habana. El propio gobernante había autorizado la escala de una semana del asesino.

De acuerdo con Cabrera Infante, Castro respondió: "Bueno, lo hemos hecho en realidad porque nos lo pidió un gobierno al que debemos mucho, mucho". Luego agregó el mandatario: "Además, nosotros no mandamos a matar a Trotsky".

En realidad, los favores fueron más de uno y la relación de los Mercader con el gobierno cubano se mantuvo por casi dos décadas.

Caridad Mercader —a quien se le atribuye inculcarle a su hijo la fe revolucionaria y el odio despiadado— trabajó durante varios años de recepcionista en la Embajada cubana en París. Entre las labores encomendadas a su modesta función estaba la de recibir a los trotskistas franceses, deseosos de obtener una visa para conocer la "Isla de la Libertad". Al parecer ninguno vio nunca mancha alguna en las manos que recogían los documentos.

Ramón Mercader, barcelonés de origen, regresó a la Isla a mediados de los años setenta. Allí vivió hasta su muerte, en 1978. Luego sus restos fueron trasladados a la URSS. Allí está enterrado, con su nombre verdadero, un patronímico y un apellido ajeno: Ramón Ivanovich López, Héroe de la Unión Soviética. El cadáver de su madre, que había nacido en Santiago de Cuba, yace en el cementerio de Colón, en la capital.

Al final, no hay más que las tumbas de los desterrados.

El estalinismo del Che

La segunda denuncia necesaria es echar por tierra cualquier pretensión de que el Che Guevara era trotskista, o de que al menos simpatizaba emocionalmente con las ideas del revolucionario ruso.

Esto lo sabe Celia Hart, pero lo tergiversa. Cita la carta que su padre recibió del luchador argentino, y dice: "En 1965 el Che le escribe a Armando Hart estando en Tanzania acerca de sus convicciones para el estudio de la filosofía marxista. En el apartado VII le dice: 'y debería estar tu amigo Trotsky, que existió y escribió según parece'".

Además de pasar por alto el tono irónico empleado por el guerrillero argentino, altera la cita. Desde una posición estalinista, Dante Castro le enmienda la plana.