Actualizado: 28/03/2024 20:07
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Opinión

Opinión

El profeta desenterrado

León Trotsky, Cuba y las catarsis sentimentales sin ejecutoria política.

Enviar Imprimir

Este segundo Castro hace referencia al comienzo del párrafo, omitido por Celia Hart. El Che empieza de esta manera: "Aquí vendrán los grandes revisionistas (si quieren pueden poner a Jruschov), bien analizados, más profundamente que ninguno, y debía estar tu amigo Trotsky…".

Queda claro que el Che no mostraba simpatía alguna por Trotsky, que su desdén era enorme por la figura del pensador ruso. Sobre todo al tener en cuenta que el párrafo anterior de la carta citada —al que también hace referencia Dante Castro en el artículo reproducido en Cuba Nuestra Digital— se inicia de esta forma: "Aquí sería necesario publicar las obras completas de Marx y Engels, Lenin, Stalin [subrayado por el Che en el original] y otros grandes marxistas".

Carlos Manuel Estefanía señala —en su trabajo El trotskismo: vida y muerte de una alternativa obrera no estalinista— que en mayo de 1962 el gobierno de Castro suprimió el periódico Voz Proletaria, del Partido Obrero Revolucionario Trotskista (PORT), y mandó a destruir las planchas del libro de Trotsky La Revolución Permanente, que el PORT pensaba publicar, debido a un comentario del Che.

Celia Hart afirma en Welcome… Trotsky que al final de su vida el Che pudo acercarse bastante a la literatura trotskista. Lo sustenta de esta manera: "Juan León Ferrer, un compañero trotskista que trabajaba en el Ministerio de Industrias me lo ha comentado. El Che recibía además el periódico de su organización y fue el Che quien lo sacó de la cárcel después de su regreso de África. El compañero Roberto Acosta, ya fallecido, tuvo gran camaradería con Guevara".

Vale la pena detenerse en este dato, porque más allá de la anécdota sirve para ilustrar la relación del Che y el propio Fidel Castro con el trotskismo cubano.

Guevara y los trotskistas

Según el interesante testimonio de Domingo del Pino —un español que en la década de los años sesenta era empleado del Ministerio de Industrias—, "el Che no excluyó por motivos ideológicos nunca a nadie que pudiese ser útil". En esta dependencia, entonces a su cargo, trabajaba el ingeniero Roberto Acosta, "de quien luego sabríamos que era el jefe del trotskismo cubano".

El ingeniero Acosta había conseguido autorización del Che para publicar un boletín semanal titulado Boletín Informativo de IV Internacional-Sección Cubana, que se distribuía personalmente por los ministerios de Industrias y Finanzas. Esto explica la referencia al ingeniero Acosta en el artículo de Celia Hart y también aclara de que no se trataba de un periódico, sino de un simple boletín. ¡El verdadero periódico había sido suprimido por el propio Che!

Dice Del Pino en su testimonio —titulado Che Guevara ¿El Trotski de Castro?— que el año de 1965, clave en la vida del Che, resultó también el año del final del trotskismo en la Isla. Tras las declaraciones del guerrillero argentino en una conferencia en Argel, donde se refirió a que la URSS se beneficiaba al igual que los países capitalistas del "intercambio desigual" entre países industrializados y subdesarrollados, Moscú le expresó sus quejas a Cuba.

"Los trotskistas cubanos, a quienes Fidel Castro nunca había tomado en consideración como fuerza, eran un boccato minore que no obstante sufriría las consecuencias de aquella irritación de la URSS y de Fidel con el Che. El líder máximo les infligiría un castigo ejemplar y público para satisfacer a la URSS porque, ¿qué podía agradar más a Moscú que un trotskista castigado?", expresa Del Pino.

Acosta y otros connotados trotskistas del Ministerio de Industrias fueron encarcelados. Registradas sus viviendas, decomisadas sus bibliotecas. Al regreso, el Che intentó la liberación de los detenidos, pero no lo logró. En el caso específico del ingeniero Acosta, consiguió que éste fuera sometido a un proceso de "rehabilitación por trabajo manual" y enviado a trabajar a una planta eléctrica situada a 20 kilómetros de La Habana.

Al igual que en el caso de Mercader, Castro actuó solícito para complacer a Moscú. Los trotskistas en Cuba no tenían nada que perder, salvo la libertad. Para el gobernante cubano, significaban poco a la hora de complacer a un aliado del que dependía por completo. En el caso del Che, más que de simpatía ideológica se podría hablar de deferencia hacia sus empleados.