Actualizado: 28/03/2024 20:07
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“A la sombra de un mito”, de Martín Guevara

Texto leído en el Teatro Buero Vallejo de Guadalajara, el 15 de octubre, en la presentación del libro A la sombra de un mito, de Martín Guevara

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El primer lema que recuerdo lo dije todos los días de escuela hasta terminada la secundaria antes de entrar a clases.

La Habana quedaba a casi 400 kilómetros de mi pueblo, que fue uno de los liberados en 1958, diciembre, por las tropas del Che en el centro de la Isla, Las Villas. Aunque el comandante argentino no participó en la refriega, sí que dio una orden, la orden de terminar cuanto antes. De esta manera sus hombres incendiaron uno de los edificios más singulares del pueblo, donde también quedaba el archivo de historia y unos pocos se resistían.

Luego vino la batalla de Santa Clara, por la que se le recuerda todavía, y se pueden apreciar sus secuelas, hoy día convertidas en monumentos. Sin embargo menos se habla de su llegada a La Habana, el 3 de enero de 1959, cinco días antes que Fidel, ni de las consecuencias que dejaran sus órdenes. Encargado de purgar a militares y todo al que se diera por colaboracionista del anterior régimen, del primer mes que llegara y hasta marzo se le atribuyen 1.892 sentencias de muerte ejecutadas en su comandancia de La Cabaña, antiguo fuerte del siglo XVII donde montó la oficina, se realizaban los juicios, y ejecutaban los condenados.

Digo esto antes de entrar en las memorias de Martín, que ha vivido, de su libro se deduce, incluso más de lo que cuenta, y conocerá de sobra la ambigüedad que, quizá, hace realmente humana, persona, a la figura más conocida del siglo XX. Pues esta dualidad, estas dos caras eran en realidad la cara de una única persona, pero a nosotros se nos ocultaba una de ellas.

¡Nadie podía cuestionar la figura del guerrillero heroico! ¡Nadie puede hacerlo todavía en Cuba!

Los niños en las escuelas repiten hasta la Secundaria Básica: “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Así el Che lastrado se continúa imponiendo como referente, como destino. El comunismo es el credo.

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Ir a La Habana para los niños de mi infancia que vivíamos en el campo era El viaje. Desde los preparativos, la planificación de la travesía, hasta su ejecución, todo eran nervios, deseos, ansiedad y una felicidad inefable: algo que se sentía, que se podía vivir, mas no explicarlo, menos con palabras.

Había dos maneras de realizar el viaje básicamente: en tren o en el Colmillo Blanco: unos autobuses marca Hino exclusivos para viajes interprovinciales, con aire acondicionado, música indirecta y asientos cómodos. Había que reservar los tiques con días y noches de colas.

Para los niños cubanos que crecimos en los 70, La Habana era una maqueta de lo que antes había existido, y en su reconvención, La Habana mantenía sus exclusividades: eso que Martín define como la puesta en escena de la doble moral.

Desde el prólogo, Martín retrata la nueva casa, desde la altura de un piso 15 comienza su nueva vida. Todo es nuevo para él. ¡Ni en sueños le contaron de la importancia de su apellido en esa Isla. Ninguna idea tenía de un tío comandante, héroe mundial de la izquierda: tótem y tabú para los líderes que les dan la bienvenida a él, su familia.

Tanto es así, que a la vez que se entera de la vida de ese otro tío, hermano de su padre, conoce también de su muerte y del mito. Todo en uno. Todo nuevo. Hasta el tratamiento a las personas en lo adelante, nunca más el Sr., ahora solamente habrían, compañeros. Esa palabra tan humana, que de alguna manera implica un compromiso, se había heredado del uso que hacían los rusos al tratarse, y que de ella solamente quedaba la misma escritura, pero su significado había mudado. Un compañero era, es, no un amigo solamente: un policía, un militar, un maestro, una enfermera, el albañil y la psiquiatra... todos aquellos que trabajaban para el Estado en un país donde todo era estatal, eran supuestos compañeros: los señores los habían expulsados a unos, fusilados y encarcelados a los otros. Ser un señor podría ser sospechoso...

Su tío nuevo, como le llama el autor, había dejado su prole, tenía primos flamantes cubanos, y una cama del antiguo Habana Hilton, para entonces y todavía hoy, un extraordinario hotel expropiado y rebautizado, Habana Libre, por una famosa reunión que hubo allí de líderes barbudos al principio de la Revolución.

¡Uno de los espacios más exclusivos que ha tenido Cuba: mucho más en los años que Martín, su familia, llega a La Habana!

Los primos también residían en el piso 15 del hotel, (luego Martín subiría aun más, se instalaría junto a sus padres en el 21) Los primos, que ya tenían 3 meses sacudidos por la vida de lujo heredada del guerrillero heroico, un tío paterno que disminuyó esencialmente los héroes de infancia de Martín, confeso lector de Salgari, admirador de Sandokan, o Sandokán, como se pronuncia aquí, era nada ante la figura ingente de su nuevo familiar.

Playas de arena blanca, nuevos manjares, jugos de frutas exóticas que ni siquiera conocía y una corte de personas para atender sus necesidades. Coches con chóferes y grandes mansiones, a la par que su madre en su primer paseo habanero le agobie no encontrar unas tiritas en las farmacias para atender una ampolla en el pie.

De aquella vivencia sacará el autor, quizá, la mejor de sus reflexiones. La conciencia de un mundo paralelo, ajeno totalmente al suyo, y en el que las precariedades abundan más que los placeres.

Porque si a Martín una “compañera” de una tienda del Habana Libre no le cobraba, a la generalidad de los cubanos los metían presos por merodear el sitio. Sí, digo merodear, ni siquiera era necesario adentrase.

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A la sombra de un mito, que así se titula el libro de Martín Guevara, es un vigoroso testimonio de una saga familiar que trasciende el universo único del héroe. Aquí, desde la memoria del autor, se visiona y comparte el árbol genealógico de una fábula amplia, y que según narra no todos se tienen a bien unos con otros. Pero también se revela el respeto, la conciencia de estar muy cerca de algo hasta cierto punto, sagrado: familiar.

Sus padres, el abuelo Ernesto, la abuela de Burgos, Castilla y el otro abuelo canario: los tíos, primos y parientes están resumidos en éstas páginas, como si se tratase de poner un orden universal del caos familiar: el hallazgo de una verdad que también pudiera servir para todos. Tales esfuerzos no dejan de sorprender, de pronto averiguamos, o nos hace saber que su motivación literaria podría estar ligada a algún gen del mismo Vargas Llosa.

Martín organiza recuerdos y con ellos sitúa a cada familiar, amistades... y también desvela el trasfondo, las miserias, el oportunismo que a la sombra del otro mito más grande, La Revolución Cubana, alma mater de todos los mitos sucedidos en nuestra Isla, —antes, o después— esa localizable acción mayoritariamente popular realizada hace más de medio siglo, se fomentaba el machismo, se despilfarraba, se alimentaban como alimañas los propios funcionarios encargados de sustentar a la bestia.

“La afirmación de la hombría tanto para adultos, adolescentes, como para niños, era en Cuba algo importante. La Revolución no había hecho sino contribuir en este sentido. El imaginario del guerrillero eficaz y valiente, entroncaba con el modelo del hombre valiente y viril al que desde temprana edad se invitaba. La plana mayor de las comandancias había hecho aportes nada desdeñables a esas sanas costumbres evolucionadas. Todo aquél que no tuviera huevos de luchar no era digno de ser considerado hombre”.

Porque la Revolución generó muchas cosas buenas, indiscutibles, pese a ciegos adversarios: la educación, la medicina, las posibilidades parejas... pero también creó una casta, palabra que recobra vigor por estos tiempos. De ésa casta que apenas tenemos noticias de sus vidas, de esas personas que vivían en una Cuba paralela trata, también, éste libro.

Escrito sin duda con visibles propósitos de divulgar, exteriorizar determinados razonamientos, pero también como una especie de personal exorcismo, para eliminar el reflejo constante de una imagen que pesa, lacera, un camino que sencillamente se negó a seguir, quizá más desilusionado que triste.

“Las experiencias solo sirven para ser contadas”, asevera casi al final de su testimonio.

También están sus desilusiones, los excesos provocados por una escasa relación como hijo: la falta del padre ocupado todo el tiempo, los sufrimientos de saber que luego está preso, la presión constante del ejemplo de su tío. La casa vacía y la beca, la madre trabajadora y militante que de la misma manera le falta...

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Cuando salgamos de aquí, camino de nuestras casas, lo más seguro que una imagen de Ernesto Guevara de la Serna, El Che, nos salga al paso. Ya sea desde el grafiti de un muro, un anuncio de TV, camisetas de jóvenes o una campaña de Coca Cola...

Del doctor argentino que se aventuró a conocer pueblos poco queda. Casi nada incluso del guerrillero.

Más mercancía que héroe, el Che se revaloriza como producto en la venas mismas del neoliberalismo. Derrumbado el socialismo en la mayoría de los países que lo intentaron —esto es una idea que reciclo— la mitología comunista ha encontrado una segunda posibilidad en el capitalismo.

La apuesta por el tiempo le ha sido favorable al comandante Guevara, aunque posiblemente tampoco hubiera dado como real la manera. Es posible que Martín, su sobrino que no pudo conocerlo en vida —solamente lo vio de bebé— comprendiera la inutilidad de eliminarlo. Encontrara mejor aliado en la comprensión, el asumir lo que realmente le trasciende del mito de su tío, el Comandante Guevara, dejarlo en las carnes, en definitiva, carne suya también.


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