Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Piccolo Teatro, Literatura, Teatro

Arte popular y alta cultura

Setenta años después de su estreno, el Arlecchino del Piccolo Teatro de Milano sigue siendo un montaje placentero e irrepetible, que mantiene su capacidad de encandilar a públicos de diferentes edades, culturas e idiomas

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Por muchos que sean los comentarios elogiosos que se hayan leído, por muchos que sean los datos que avalan su enorme éxito, nada prepara al espectador para la experiencia que le depara el Arlecchino, servitore di due patrone del Piccolo Teatro de Milano. Se asegura que es el espectáculo italiano más visto en el extranjero, donde se le ha elevado a símbolo del teatro de ese país. Acumula cerca de 3 mil representaciones que suman 2 millones de espectadores y se ha presentado en 40 naciones, de Rusia a Nueva Zelandia, de Japón a Estados Unidos. Solo en España ha recalado en varias ocasiones —1967, 1984, 1989, 2006— y ahora mismo acaba de cumplir una breve temporada de cinco funciones en el madrileño Teatro de la Comedia. Pero son cifras que, como digo, no alcanzan a explicar la magia de esta puesta en escena mítica y emblemática, que ha encandilado a públicos de diferentes edades, culturas e idiomas.

En 1947, Giorgio Strehler (1921-1997) y Paolo Grassi fundaron el Piccolo Teatro de Milano. Aquel hecho marcó el inicio de una trayectoria ejemplar y esencial. En pocos años, la compañía se convirtió en modelo de institución estable, con un repertorio atento tanto a la dramaturgia clásica como a la moderna y con una vocación pública y europeísta. A ella estuvo ligada la mayor parte de la actividad de Strehler, quien es considerado uno de los grandes maestros de la escena europea. La cifra total de sus montajes teatrales y operísticos ronda los trescientos, y unos cuantos alcanzaron la categoría de magistrales. En ellos Strehler se mantuvo fiel a su concepción de un teatro “claro y limpio”, que pudiese ayudar a comprender la vida. Su emblema era: “Por un teatro humano”. Fue un renovador escénico que nunca envejeció.

Acerca de Strehler, el director catalán Lluís Pasqual expresó que “ha ejercido su doble profesión de creador de sueños en forma de espectáculos teatrales que han llegado a millones de espectadores en Europa y en el mundo entero y, al mismo tiempo, ha creado la imagen de un teatro como centro cívico y de libertad hasta llegar a la creación en 1983 del Théâtre de l’Europe en París y más tarde el Teatro d’Europa en el propio Piccolo Teatro de Milano”.

Arlecchino, servitore di due patrone formó de la temporada inaugural del Piccolo. Se estrenó el 24 de julio de 1947 y entonces se dieron 61 funciones. Además de dirigirlo, Strehler sustituyó en algunas ocasiones al actor que hacía de Pantalone. “Lo maravilloso del teatro es que siempre se puede seguir avanzando”, comentó. Eso lo llevó a hacer sucesivas revisiones críticas de la puesta en escena. A aquella primera versión se sumaron otras cinco en 1952, 1956, 1963, 1977 y 1987. Una temporada en el Piccolo no lo es sin la inevitable vuelta de las risas, las bromas y los equívocos del legendario Arlecchino concebido por Strehler, quien con esa obra inauguró lo que podría llamarse su ciclo Goldoni. Al mismo pertenecen La putta onorata, La vedova scaltra, La trilogia della villegiatura, Il campiello. Asimismo, al morir el teatrista iatliano estaba a punto de materializar por fin su proyecto de llevar a escena las Memorias de Goldoni, en el cual trabajaba desde hacía veinte años.

El primer actor que dio vida a Arlecchino fue Marcello Moretti. Lo interpretó hasta 1959, año cuando empezó a alternarlo con Ferruccio Soleri, un joven ágil y magro de 34 años. En la gira a Estados Unidos que la compañía realizó en 1960 fue quien lo hizo y al año siguiente, pasó a hacerlo él solo. Llevó la máscara durante 58 años —todo un hito en la historia del arte escénico—, lo cual dio lugar a que en 2010 pasara a figurar en el Libro Guinness como el artista que más veces ha representado un mismo papel. La última fue el pasado mes de mayo, en la que fue la función número 2.283. Por su edad, le era ya muy fatigoso continuar encarnándolo. Desde 2000, venía alternando con Enrico Bonavera, quien antes había interpretado en el montaje el rol de Brighella.

En su libro Por un teatro humano, Strehler recogió un texto titulado “A Marcello Moretti”. Allí describe el proceso mediante el cual este traspasó el personaje a Soleri. Cuenta que el veterano actor miraba al nuevo Arlecchino con un sentimiento muy complejo, hecho de amor, rechazo, indiferencia, celos y desesperanza. Según Strehler, uno tenía la impresión de estar asistiendo a la celebración de un rito del que no se conocía bien el fin ni el sentido de los símbolos. Apunta que aquella experiencia quedó como un hecho único en su vida de hombre de teatro, pues le hizo ver lo que ese oficio tiene de más humano: la fraternidad, la conciencia de equipo.

La impresión de asistir a un jolgorio improvisado

Asimismo, en otro libro, Yo, Strehler. Conversaciones con Ugo Ronfani, recuerda cuando presentaron la obra de Goldoni en Los Ángeles, dentro de la programación cultural de los Juegos Olímpicos de 1984. “Los actores, ¡y qué actores! (…) actuaron en aquella primera representación con unas máscaras de cartón y gasa. Las construyeron, puede decirse, con sus propias manos y con la ayuda de Ebe Colciaghi y Gianni Ratto. Eran unas máscaras infernales, incómodas de llevar. Las partes con relieve herían la cara, las partes móviles no conseguían serlo. Un suplicio, y, para aliviarse, los actores las rellenaron de algodón y esparadrapo. No había entonces talleres para fabricar máscaras para la Commedia dell’Arte, y si los había, nosotros no sabíamos dónde”.

¿Cómo es posible que un espectáculo hecho hace varias décadas se mantenga hoy en tan espléndida forma? El concepto de puesta que mejora con el tiempo de Strehler no es suficiente para explicar la ilusión de estar ante una obra extemporánea y natural. Se trata además de un montaje cuidado hasta en sus más mínimos detalles, pero que se ve con la impresión de que asistimos a un jolgorio improvisado. En manos de los 12 actores y los 5 músicos que tocan en vivo, el texto de Goldoni se transforma en un derroche de vitalidad, invención y juego escénico, en una maravillosa expresión de teatro popular que es, a la vez, un excelente ejemplo de alta cultura.

Se cuenta que Goldoni escribió Arlecchino… a solicitud de Antonio Sacchi, uno de los mejores cómicos del siglo XVIII. La idea era que sirviera a soggetto, es decir, como cañamazo, siguiendo la tradición de la Commedia dell’Arte. Se da así la paradoja, como ha hecho notar Bernard Dort, de que es una obra escrita de una expresión escénica que se basaba, en gran medida, en las improvisaciones. Strehler, a su vez, concibió su montaje como una representación de la época de decadencia de la Commedia dell’Arte, con lo cual le dio un carácter de coronación y fin. Su genialidad consistió en haber reencontrado el espíritu de la máscara bergamasca y haberlo adaptado a la sensibilidad del público de hoy. Eso lo hizo además cuando en Italia se pretendía interpretar sin ella, usando solo el rostro pintado.

El argumento de la obra de Goldoni es sencillo y se mantiene fiel a los ingredientes fundamentales de la Commedia dell’Arte. Su argumento comienza en el preciso momento en el que Clarice, hija de Pantalone, y Silvio, hijo del doctor Lombardi, están celebrando que se han prometido en matrimonio. Eso ha sido posible gracias a la muerte de Federico Rasponi, con quien la joven se había prometido anteriormente. Pero aparece por sorpresa Arlecchino, un bufón sin recursos que para sobrevivir se emplea como criado. Anuncia la llegada de su patrón, Federico, lo que provoca la desesperación de los novios, que ven así roto su compromiso. Sin embargo, Brighella se da cuenta de que Federico es en realidad su hermana Beatriz, a quien promete guardar el secreto. A su vez, Florindo, amante de Beatriz y asesino de Federico, llega a Venecia huyendo de la justicia. Cuando está buscando un criado encuentra a Arlecchino, que se ofrece como tal. A partir de ese momento pasa a ser el servidor de dos patrones, lo cual lo lleva a verse en medio de un enredo donde los intereses amorosos se mezclan con los económicos.

Aunque la acción se desplaza por varios sitios, en el montaje apenas hay decorado. Este se reduce a una especie de teatrillo de cómicos de la legua. Consiste en un simple tablado con telones pintados móviles que los actores se encargan de cambiar. El espectáculo que allí tiene lugar constituye una sinergia creativa en la cual los diálogos de Goldoni establecen una perfecta alianza con el desempeño del elenco. Lejos de concebir una puesta arqueológica, Strehler reinterpretó y reinventó la tradición goldoniana, incorporándole diversas técnicas teatrales. La cuarta pared es rota decenas de veces con apartes convertidos en distanciamientos brechtianos. Arlecchino interrumpe sus parlamentos para dirigirse al público. Le llama la atención sobre determinadas escenas e incluso incorpora sus reacciones.

En la labor de los actores, el lenguaje corporal y gestual tiene un gran peso y contribuye a caracterizar a cada personaje. Es admirable su capacidad para improvisar sin desviarse del núcleo conceptual de una puesta en modo alguno improvisada. Son también muy diestros en las acrobacias, la réplica pronta y la pantomima. De esta última, el mejor ejemplo es el de la famosa escena de Arlecchino con la mosca invisible.

Al final de cada representación, los aplausos más prolongados se los lleva, naturalmente, Enrico Bonavera. En el escenario es energía pura y despliega un trabajo maravilloso en todos los sentidos. Lo acompaña un estupendo equipo de actores, sobre los cuales solo me limitaré a repetir lo que dijo Strehler: ¡qué actores! Todos sin excepción contribuyen a que el espectáculo transmita una frescura, una vitalidad y un espíritu carnavalesco que difícilmente se pueden describir.

Cuando finaliza la función, uno se congratula por haberla visto y agradece a la compañía italiana por ese montaje placentero e irrepetible, que encanta por su naturaleza clásica y que representa un acto de absoluto amor por el teatro.