Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Descenso a los infiernos

La política cultural de hoy reduce a escombros la poesía cubana.

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Los mecanismos oficiales de legitimación de la poesía que se escribe y se publica en la Isla son exquisitamente diabólicos.

A través de las sombras, como los accidentados viajes del Dante en su Divina Comedia, instituciones y aparatchiks, deciden cada año a quiénes deben reconocer la fidelidad o la hipocresía, con mínimas prebendas como son los viajes a las ferias internacionales del libro, donde los maltrechos escritores insulares, además de darse a conocer y poder "luchar" otras tourneés, regresan tan apertrechados a su tierra, que sin duda recuerdan aquellas bélicas naves a las que Homero dedicó un memorable catálogo en la Ilíada.

Obtener la protección del Senado favorece el otorgamiento de giras por las paupérrimas jornadas de cultura municipales y provinciales, la participación en rimbombantes eventos de la patria donde se mal remunera el trabajo como jurado o conferencista; e incluso, en dependencia de la "asertiva" conducta intelectual, se puede aspirar de vez en vez a un premio literario que permita respirar durante unos meses, en medio de la falta de oxígeno económico, espiritual y de expresión que vivimos los cubanos.

Llama poderosamente la atención descubrir cómo las instituciones culturales del búnker caribeño distinguen a pésimos poemarios como Figuras de tormenta (Editorial Letras Cubanas, 2004), de Mario Martínez Sobrino; El maquinista de Auschwitz (Ediciones Unión, 2004), de Víctor Fowler; Cántaro inverso (Editorial Sanlope, 2004), de Pedro Péglez —libro comentado en estas mismas páginas—, y Esta tarde llegando la noche (Casa de las Américas, 2004), de Luis Lorente, con los Premios Nicolás Guillén, de la Crítica, el Iberoamericano Cucalambé de la décima y Casa de las Américas, respectivamente, en detrimento de otros cuadernos donde sus autores hacen gala de un verdadero discurso poético o esgrimen el estilete de la crítica social para diseccionar una realidad que los excluye.

Esta pantagruélica política del Ministerio de Cultura, que se suma a la corrupción general propia del socialismo (léase hoy ismo de los socios), produce efectos nocivos sobre los creadores, que al descubrir la imposibilidad para sobrevivir en un medio lastrado por lo extraliterario y lo decadente, apelan a alternativas de legitimación provenientes del exterior o a la ayuda de instituciones no comprometidas con el dolmen marxista para la apertura de espacios dialógicos como Encuentro de la Cultura Cubana, Vitral, Cacharros o Bifronte, revista literaria de reciente aparición, realizada por un grupo de jóvenes escritores de Holguín, cuyo único compromiso radica en la obediencia a la dignidad y a la cultura.

La manipulación, la mentira, el miedo, el permanente síndrome de la sospecha generados por un sistema que se autoproclama justo, y que ni siquiera se atreve a publicar la Declaración de los Derechos Humanos para que sus acólitos sepan a qué atenerse, produce monstruos que reducen a escombros también a la poesía cubana, ave migratoria, ave enigmática imposible de acallar, desde la soledad de cada cuartilla individual hasta la clandestinidad compartida, guiño cómplice que, como Goethe, siempre exigirá más luz. A pesar de las reptantes hordas inquisidoras del poder absoluto a las que la historia no podrá absolver.