Actualizado: 28/03/2024 20:07
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Literatura

Edwards vigente

'Persona non grata' se escribió en el primer vagón de un largo tren en vía muerta y ahora se lee en el último.

Enviar Imprimir

A la dictadura castrista le ha sentado mal la reedición que Alfaguara acaba de hacer del libro de Jorge Edwards Persona non grata, publicado originalmente en 1973. Le ha sentado mal porque este libro fue el primero en poner en solfa el mito de la revolución cubana como un nuevo humanismo, embeleco que le ha conquistado a Castro simpatías y apoyos hasta en la derecha.

En Persona non grata, Edwards cuenta, regodeándose en elocuentes pormenores, sus vicisitudes durante los tres meses y poco más que vivió en Cuba —desde diciembre de 1970 a marzo de 1971— como enviado de Salvador Allende para reabrir la legación chilena en La Habana.

No obstante ser Edwards un diplomático del gobierno de la Unidad Popular, el hecho de provenir de una familia de banqueros era una mala referencia a los ojos del gobierno castrista. Pero había algo peor: era escritor. El castrismo es más alérgico a los escritores que a los banqueros. Con éstos hace negocios, y a los escritores los persigue o los desprecia. Persigue a los que lo censuran, y a los que lo aplauden los toma en cuenta para que suscriban manifiestos a su favor.

Cuando, en 2003, Saramago se bajó de la carreta castrista por el asunto de los presos políticos y los fusilados de la Primavera Negra, dejó de recibir las alabanzas del régimen, pero las recuperó tan pronto como volvió a subirse.

Lo que Castro no le perdonó a Edwards no fue, sin embargo, ni que fuera burgués ni que fuera escritor, sino que fuera amigo de Heberto Padilla y su grupo de poetas descontentos y murmuradores. Después de recibir, en contra del deseo oficial, el premio de la Unión de Escritores de 1968 por su libro Fuera del juego —premio que la firmeza del jurado evitó que le quitaran—, Padilla asumió, ejerciendo un derecho que el castrismo ha pisoteado siempre, una posición crítica frente al gobierno.

De la crítica no pasó a la disidencia, pero su manifiesta inconformidad bastó para irritar a un poder que exige el acatamiento absoluto y que entonces temía que en Cuba los intelectuales constituyeran focos de oposición, como los que venían apareciendo en los países socialistas de Europa.

Un tercio de siglo después de haber sido escrito, Persona non grata no es un "cadáver literario", como se ha dicho, con vengativa simpleza, en un periódico de la dictadura. Un testimonio histórico es siempre una fuente viva, y Persona non grata, además de ser un testimonio histórico, disfruta de la actualidad que le concede el estatismo metafísico de la Cuba de los Castro. Es como si este libro se hubiese escrito en el primer vagón de un largo tren en vía muerta y ahora se esté leyendo en el último.

Edwards hizo las maletas y salió de la Isla en marzo de 1971, acusado con Padilla de laborantismo contrarrevolucionario. Un mes más tarde, Padilla fue arrestado y Fidel Castro, que llamó "ratas" a sus viejos amigos intelectuales que le pidieron la libertad del poeta, se convirtió definitivamente en el fogonero de un tren inmóvil.