Actualizado: 28/03/2024 20:07
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El «Amor fatal» de Magali Alabau

Una suerte de diario de causa y efecto; bitácora, autobiografía y biografía, crónica del desenfreno, carnalidad y espíritu

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Magali Alabau (MA) nació en la ciudad de Cienfuegos, Cuba, en 1945 y desde hace 51 años vive en Estados Unidos; desde hace mucho tiempo justamente en Nueva York. Ha publicado poco más de una decena de poemarios, incluido el magnífico Volver, que trata sobre todo del dolor, la amargura de abandonar la tierra que la viera nacer.

Ahora la editorial Betania ha dado a conocer Amor fatal, un solo poema —no únicamente porque las piezas carezcan de título— que corre a lo largo de 107 páginas y en el cual MA se lanza a la aventura de poetizar la prosa, que no es lo mismo que escribir un poema en prosa o una prosa poética.

Poetizar la prosa mediante cierta estructura de obra teatral —no olvidemos que la poeta fue actriz de teatro durante unos 20 años y continúa siéndolo corazón adentro—: una suerte de diario de causa y efecto; bitácora, autobiografía y biografía, crónica del desenfreno, carnalidad y espíritu, maldición al tedio y en cierto modo, como en Volver, angustia por lo perdido, o sería mejor decir por aquello que estuvo obligada a perder, algo que resulta aún más doloroso.

He dicho de causa y efecto y argumento:

Lo llevamos al parque hospitalario.

Su bata blanca contra el verde césped

irrumpe en sollozos.

No puedo llorar con él.

Soy el colchón donde se acuesta.

He dicho bitácora, biografía y autobiografía y ejemplifico:

Cuando fui al campo a alfabetizar

se apareció en la manigua

con cajas, maletas, mochilas,

y una sortija de compromiso.

___________________________

En el piso yacen gimnastas convertidas en amebas.

¿El frío entraría de repente? ¿Abriría alguien la ventana?

Echadas al cuarto con sogas aflojadas por el vencedor,

vencidas dejaron sus ropas en los árboles,

en las enredaderas que flotan de las ventanas.

Del desenfreno y agrego que con sus agarres en la carnalidad que citaba:

No era tanto llegar al cuarto

o las camas,

era vivir el arrebato,

mantenerlo vivo hasta el próximo viernes.

___________________________

Nos entregamos desde la boca hasta el infinito.

Nuestros dedos entrelazados

abren esferas celestiales,

nos revolcamos entre ellas.

Del tedio:

Salgo a las doce, vuelvo a la una

con ganas de una siesta,

contando en el bolsillo el poco vuelto

que me dio la camarera.

___________________________

Una vez que asimilas el suceso

pasa algo en el cuerpo, no lo sientes.

Te quedas sin brazos, sin piernas,

sin latidos

y corres como si

dependiera de tus pasos

el remedio.

Y del espíritu, la cuestión del alma y esos temas:

Llegamos al fondo,

y después del fondo,

llegamos al cementerio,

y por fin, me enterraste.

___________________________

Memoria, floreros, un raro altar,

confederación de muertos y de velas.

Lo único vivo es un pájaro enjaulado,

y el reguero del siniestro.

Advierto que los ejemplos anteriores pertenecen a piezas poéticas que aluden a geografías y localizaciones específicas, épocas determinadas, anécdotas definidas; sin embargo, y esto en mi opinión resulta una de las más altas consecuciones de Amor fatal, tanto los versos referidos como todo el poema y todos los poemas en sí, van más allá, se universalizan. Es decir, las líneas de este poemario, en segunda instancia, se leen como las esencias de lo ocurrido en cualquier latitud y cualquier tiempo.

Y veamos algo que enciende sus focos rojos —¿o negros?, del dolor, del olvido, de la impotencia—: la batalla, el hacer vital y sexual en desventaja solo porque la memoria genética escribió un sendero distinto del común, un camino que sobre todo en aquella niña, o aquel niño, sería, más que fuente, géiser de la amargura, y a la vez del coraje para romper el muro con la frente si es preciso:

Tomar era prohibido,

fumar era prohibido,

y el homosexualismo,

una transgresión de las más graves.

___________________________

Me daba vergüenza besar a otra mujer.

Prefería besar a mi padre.

___________________________

Jarros de agua fría,

agitadas, las urracas vociferan

que hubieran preferido una puta

a tú ya sabes qué.

En la medida en que la lectura avanza, aumenta la intensidad de Amor fatal —que nos llega precedido de un elocuente prólogo del poeta Manuel Adrián López y exhibe una hermosa cubierta y dibujos interiores de Sylvia Baldeón—, tocado en uno y otro sitio con cubanismos —“quilo” (centavo), “guagua” (autobús), “carenar” por “arribar”— que, gracias a Dios, resultan perfectamente legibles en el contexto en que se encuentran; sin dejar de lado un ritmo inquietante en el mejor sentido del término, así como un lenguaje directo, preciso, en el cual en ocasiones se mezclan las letras de un bolero con un verso de suma esbeltez y creatividad.

In crescendo van las 107 páginas golpeando en uno y otro sitio del recuerdo del lector (sí, el recuerdo del lector), en uno y otro sitio del hoy, del futuro del lector: la pena, el desconsuelo, el tormento, el desengaño y tantos otros casi sinónimos no son patrimonio del poeta, la poeta, cuando este, esta, sabe compartirla con su lector…, a quien, no obstante, el decir de tanto viento en contra, le avisa: “Siempre la posibilidad de decir no”. O sea, guerrear luego de la caída.

No considero que el hecho de numerar el par de secciones de Amor fatal como los actos primero y segundo de una obra de teatro, resulte relevante, por más que los contenidos intenten apuntar en esa dirección.

Quisiera terminar esta nota con un verso que, al menos a este lector, le llega como el clásico gong dentro del silencio total:

“El amor anónimo nos hace adictos”.


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