Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Realismo socialista, Escultura, Comunismo

El Parque Jurásico del arte comunista

Acerca del destino final que se dio en Hungría a las miles de estatuas, placas conmemorativos y monumentos públicas destinados a glorificar la ideología comunista y a sus representantes

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En GoldenEye (1995), una de las películas de la saga James Bond, el agente secreto al servicio de Su Majestad se halla en Moscú y busca establecer contacto con Janus, una organización criminal vinculada con las mafias rusas. Finalmente logra hacerlo y es citado en un sitio representativo de la etapa postsoviética: en el mismo se acumulan decenas de estaturas de Stalin, Lenin y otros iconos comunistas que han quedado fuera de circulación.

Nunca he podido dilucidar si la realidad es la que copia a la ficción, o si es al revés. Posiblemente se dan ambas dos cosas, como diría Cantinflas. Digo esto porque existe un lugar donde eso que aparecía en aquel filme se ha materializado. Está a las afueras de Budapest, a unas seis millas del centro de la ciudad. Se llama Parque Memento y se encuentra en la meseta de Tétény, en el distrito XXII. Para llegar allí se puede utilizar el excelente transporte público de Budapest. Es la forma más barata, pero también la menos aconsejable para quien no hable húngaro. Lo mejor es ir a la Plaza Deák y tomar el autobús que sale diariamente a las 11 de la mañana (en julio y agosto, también a las 3 de la tarde). El precio incluye la entrada al parque y el viaje de regreso, tras hora y media de recorrido.

En 1945, tras la derrota de los nazis en Hungría los comunistas se hicieron del poder con ayuda del Ejército Rojo e implantaron una dictadura totalitaria, similar a la de la Unión Soviética. Durante las décadas siguientes, en todo el país se levantaron miles de estatuas públicas destinadas a glorificar la ideología comunista y a sus representantes. El nuevo régimen necesitaba de ideales y sistemas doctrinarios propios, así como de nuevos héroes que sirvieran de modelo a la juventud. Merecidamente en unos casos e injustificadamente en otros, en la historiografía aparecieron figuras hasta entonces desconocidas, o bien personalidades antes consideradas negativas. Estos nuevos héroes pasaron a ser presentados como ejemplos dignos de emular, y ocuparon un lugar destacado en los libros de historias y las obras literarias, las películas, las placas con el nombre de las calles y, por supuesto, las creaciones artísticas para los lugares públicos.

Entre 1989 y 1990, se produjo el derrocamiento de las dictaduras de Europa del Este. Como parte de este cambio, en Budapest surgió el asunto de los monumentos públicos que representaban la ideología comunista. La cuestión que entonces se planteó fue la de qué hacer con aquellas obras que, de acuerdo a las expectativas de la dictadura, anunciaban con arrogancia la omnipotencia y eterna verdad del comunismo. Una parte de la opinión pública propuso la solución más radical, es decir, demolerlas o fundirlas. El Ayuntamiento de la ciudad rechazó de inmediato la propuesta y aprobó una resolución consensuada para construir un parque temático. En el mismo se reubicarían aquellas estatuas que tenían un “valor documental”. El tema del futuro parque concitó una singular expectativa y dio lugar a que se discutiese en artículos periodísticos y programas radiales y televisivos.

En la selección de las obras tomaron parte los alcaldes distritales de la capital y los comités culturales, que presentaron sus propuestas sobre los monumentos y placas conmemorativas que deberían retirarse y reubicarse. Se confeccionó así una lista de 42 piezas, que constituyeron la base del concurso para crear el futuro parque de estatuas. Entre todas las opiniones expresadas, prevalecieron dos: una apostaba por un “parque de la vergüenza” y otra defendía la construcción de un grotesco “parque del ridículo”.

Ganó el concurso el arquitecto Akos Eleöd, quien presentó un proyecto titulado “Una frase sobre la tiranía-Concepción de un Parque de Estatuas”. Al referirse al mismo, su creador explicó que tuvo que hacer frente al reto de resumir con un solo razonamiento conceptual los elementos de una serie de paradojas históricas que, ya por separado, también resultaban extremadamente complicadas. Y explicó: “Es una paradoja que las estatuas desmontadas sean a la vez recuerdos de un sistema antidemocrático, pero al mismo tiempo piezas de nuestra historia; es una paradoja que sean símbolos de poder y, a la vez, creaciones artísticas; y, finalmente, es una paradoja porque a pesar de que su establecimiento sirvió a evidentes fines propagandísticos, por su reubicación, sin embargo, he creído importante alejarme lo más posible del enfoque antipropagandístico —obvio para muchos—, ya que habría significado una simple contribución al modo de pensar de la dictadura”.

Asimismo Eleöd expresó que la democracia es el único sistema capaz de confrontar con la frente en alto su pasado. “Esto es lo que me habría gustado formular en aquella frase que se convirtió en la sentencia clave de mi proyecto: ‘Este parque trata sobre la dictadura’, pero al momento de poder decirlo, pronunciarlo, escribirlo o construirlo, el parque trata ya sobre la democracia, pues solamente la democracia es capaz de brindarnos la posibilidad de poder pensar libremente sobre la dictadura… o justamente sobre la democracia… o sobre cualquier cosa”. Y por último, afirmó: “Este parque no es la crítica de las estatuas, o de los escultores, sino la crítica de la ideología que usa las estatuas como símbolo de poder”.

El Parque Memento fue inaugurado oficialmente el 27 de junio de 1993. Se eligió esa fecha porque para los húngaros posee un significado especial: ese día se conmemoró el segundo aniversario de la retirada del país del invasor Ejército Rojo soviético. En el mismo se instalaron únicamente las obras que se hallaban en los lugares públicos de Budapest (a excepción de dos, todas fueron retiradas tras el cambio de sistema). Paralelamente, en otras ciudades se logró resolver el problema de las estatuas de manera satisfactoria. Muchas de ellas fueron llevadas a museos de historia local y colecciones, mientras que otras fueron colocadas sobre tumbas soviéticas o almacenadas en depósitos.

Anualmente, el Parque Memento recibe entre 60 mil y 70 mil visitantes. El número de los húngaros es casi igual al de los extranjeros. Los primeros acuden interesados por el destino de las estatuas que se habituaron a ver durante años, o bien para mostrar a sus hijos y nietos esos recuerdos de la desaparecida dictadura comunista. Asimismo los grupos de escolares van a propósito de sus clases de Historia o Historia del Arte. En cuanto a los visitantes de otros países, acuden porque se trata probablemente del único sitio donde pueden experimentar de algún modo la atmósfera de lo que otrora fue la Europa del Este.

Tanto el parque como las estatuas son propiedad del Estado y del ayuntamiento de Budapest. De su funcionamiento se encarga una empresa bajo la forma de arrendamiento. La misma asegura con los ingresos los gastos que conlleva el mantenimiento. Esos ingresos proceden de las entradas y también de otras actividades adicionales, como es la venta de los suvenires que se pueden adquirir en la tienda Estrella Roja.

A la sombra de las botas de Stalin

A continuación haré una descripción del Parque Memento, basándome en mi visita el pasado mes de mayo. Quienes gusten de acompañarme, pueden ver algunas imágenes en la galería de fotos que acompaña este artículo. Asimismo si desean tener una visión más completa, pueden consultar la página web del parque. Además de en húngaro, la información está en inglés. Voy pa’ ustedes, así que pónganse cómodos y abróchense los cinturones, como dice Bette Davis en aquella película.

Al llegar a la entrada del Parque Memento, hay que decidir a qué lado se mira primero. Si voltean la cabeza a la derecha, verán un enorme pedestal, encima del cual se distingue una estatua. Se trata de la reproducción en grandes dimensiones un par de botas. Es la única pieza del parque que no es auténtica, sino una réplica de parte de una obra que ya no existe. Originalmente estaba en el centro de Budapest, y correspondía a una estatua de bronce de ocho metros del generalísimo Stalin. Se hallaba ubicada en la Plaza de Desfiles, donde se realizaban revistas militares y concentraciones, en ocasión de las festividades y conmemoraciones comunistas. Los dirigentes saludaban desde el estrado a las masas allí convocadas, que al pasar estaban obligadas a celebrarlos.

El 28 de octubre de 1956, durante el levantamiento popular, la estatua de Stalin fue cortada a la altura de las rodillas y derribada por la muchedumbre que se sublevó contra la dictadura. En aquellos días, quienes pasaban por allí solo veían aquel par de botas. Era el único y sarcástico recuerdo del tirano, y devino mito incólume de la lucha libertaria.

Entre las botas del destronado Stalin y la entrada del parque está la Plaza Testigo. A ambos lados hay construcciones que recrean las barracas donde vivían los prisioneros políticos de los campos de trabajo, los tristemente célebres gulags. Esas unidades funcionan como mini centros artísticos y educativos, y cuentan con salas para proyecciones, conferencias, exposiciones y un escenario teatral. Quienes lo deseen, pueden ver allí una curiosa película que se titula La vida de un agente. Fue armada con material filmado entre 1958 y 1988 por los Estudios Cinematográficos del Ministerio del Interior. Las imágenes permiten entrar tras los bastidores y descubrir los métodos con los que se captaba a agentes y soplones, así como el entrenamiento que recibían.

Ahora, señoras y señores, nos dirigiremos a las instalaciones propiamente dichas del Parque Memento. ¿A que se han quedado boquiabiertos con la monumental Pared de Bastidor, a que sí? No podía ser menos, dado que con esa monumentalidad los dirigentes querían reforzar su poder sobre todas las cosas, además de hacer patente la insignificancia y la indefensión del ciudadano común. La pared de ladrillos, las grandes columnas, las hornacinas en arco de medio punto, aluden a las características de la arquitectura socialista. A la vez, sugieren los elementos de impacto de la ideología comunista.

En las hornacinas laterales pueden ver estatuas de Marx y Engels, a la derecha (con perdón), y de Lenin, a la izquierda. Estaban ubicadas… ¿Quién coño fue el gracioso que dijo lo de los Tres Tenores? Lo advierto: como empiecen con el relajo y la jodedera, se acaba la visita guiada virtual. ¡Caray, con los cubanos! Acerca de la primera estatua, conviene apuntar que es el único monumento cubista de los padres de la ideología comunista. Se encontraba junto a la sede del Partido Obrero Socialista Húngaro, que dirigió el país entre 1956 y 1990. A propósito, ¿se han dado cuenta de que a Marx y Engels casi nunca se les menciona por separado?

En cuanto a la estatua de Lenin, que antes estaba en la venida Gyöorgy Dózsa (la conozco bien porque ahí está el sitio en donde me hospedé durante mi estancia en Budapest), seguramente les ha de llamar la atención por haber sido hecha en dimensiones humanas (2 metros de alto). Lo que ocurre es que en el Parque Memento no está la otra parte que iba detrás. Hablo de una mole de hormigón, recubierta con granito rojo, de 15 metros de alto, que daba a Lenin y a la ideología que él encarnaba la monumentalidad debida. En el año 88 la estatua fue retirada “por reparación”, y una vez que se produjo el cambio de sistema, el monumento completo fue desmontado.

¿Que por qué no existe en la entrada una puerta en el medio, como es lo habitual? Pues porque no. El acceso al parque es por esa puerta estrecha y pequeñaja que hay al costado. En realidad, si ustedes se exprimen un poco el cerebro van a comprender que el diseño de Eleöd tiene su mala leche y su puñetería: toda esta fachada que promete tener una continuación gigantesca y ampulosa, no es más que un engaño. Es una escenografía, puro teatro que diría La Lupe. Detrás no hay nada, rien, nothing, nichego. Lo que vemos es un decorado que por detrás está apuntalado con soportes y andamios.

Irradia la seguridad de los invasores

Bueno, pues ya estamos en interior del parque. Esa estatua que ven ahí, a la derecha, es el Soldado Soviético Liberador. Su realización fue sugerida en 1945 por el mariscal Voroshílov, entonces comandante de Budapest. No solo a él se debe eso, sino que además propuso, o sea, designó el lugar donde debía situarse, el monte Gerardo, pues así podía apreciarse desde cualquier punto de la ciudad. Para hacer la escultura, se usó como modelo a un soldado del Ejército Rojo. Yo me pregunto si el susodicho tenía un semblante tan adusto y serio como el que se le representa. En una mano levanta la bandera con la hoz y el martillo. En la otra tiene el puño apretado, como símbolo de fuerza. La estatua además irradia la seguridad de los invasores.

En realidad, el soldado formaba parte de un monumento del cual era una figura secundaria. Estaba delante de un obelisco de 22 metros de altura, en cuya parte más alta había una mujer de 13.5 metros, que levantaba en las manos una gran rama de palmera. Representaba el Genio de la Libertad, y naturalmente tenía que estar acompañada por el soldado, símbolo de la vigilancia soviética. Cuando se debatió el retiro de las estatuas, hubo propuestas de demoler o transformar el monumento completo. Pero al final se optó por retirar únicamente al soldado. En 1992, durante la celebración de un evento cultural, la mujer que alza la rama de palmera estuvo cubierta varios días por una manta blanca. Con esto, la escultura se transformó en el Espíritu de la Libertad. Otros, por el contrario, hicieron una interpretación diferente: se trataba del Fantasma del Comunismo, que sobrevolaba por última vez sobre la ciudad. ¡Solavaya!

Pasemos ahora al Monumento a la Amistad Húngaro-Soviética, construido en 1956. Son dos figuras, un hombre con ropa de obrero y un soldado, en el que es fácil identificar el uniforme del Ejército Rojo. La postura de ambos es muy elocuente: el trabajador húngaro brinda su amistad con las dos manos, mientras que el soldado solo lo hace con una sola. Su actitud es además rígida y distante, lo que hace dudar que, en su caso, esté demostrando camaradería o fraternidad.

Esa imagen se repite en el Monumento a la Liberación (1965). De nuevo aparecen el obrero húngaro y el soldado soviético. Pese a que el primero más bien da la impresión de estar haciendo calistenia, el escultor no fue capaz de dar dinamismo a la rigidez de las dos figuras. Igual estaba queriendo decir entre líneas que ni siquiera las estatuas podían mostrar verdadero entusiasmo por los ideales comunistas.

Como pueden advertir, hay varias estatuas dedicadas a los nuevos héroes a quienes se quería presentar como modelos. En el parque hay así bustos y placas conmemorativas dedicadas a Georgi Dimitrov, Robert Kreutz, Endre Ságvári, Janos Arztalos, Kató Hámán… Solo me voy a detener en dos de las piezas. La primera es un conjunto escultórico creado por Imre Vargas, y que para mí es de todas las obras, la de más valor artístico. Lástima que sea un homenaje a Béla Kun, un hombre que, pese a su trayectoria política, nunca fue aceptado del todo por la historiografía oficial (los métodos terroristas que aplicó en la Unión Soviética eran tan extremos, que fueron cuestionados por los propios bolcheviques).

El monumento mismo, inaugurado en 1986 con motivo del centenario del nacimiento de Kun, provocó entonces muchas polémicas. En el mismo, este aparece hablando por encima del pueblo, como si se elevara de la realidad. La tribuna donde se halla se bambolea y al lado se ve una farola que recuerda una horca. En este último detalle se vio una alusión a las circunstancias en que Kun murió (en 1937 fue encarcelado por orden de Stalin y hasta hoy su muerte continúa sin esclarecer). En tiempos del tránsito a la democracia, la escultura fue pintarrajeada y a Kun le pusieron en la cabeza un gorro de payaso con cascabeles.

La segunda estatua a la cual me voy a referir es de Lenin. Aparte de la que está a la entrada, en el interior del Parque Memento hay otra dedicada a él. Aparece con el brazo derecho levantado, como si indicara el futuro luminoso que aguardaba a los pueblos bajo el comunismo. Para los húngaros, en cambio, Lenin sencillamente estaba haciendo señas para llamar un taxi. En este sentido, es oportuno decir que, en muchos casos, más interesantes que los monumentos mismos son sus historias, así como las interpretaciones que se han hecho de los mismos.

Una notoria ausencia que había que corregir

La instalación de esa escultura de Lenin está relacionada con la visita a Budapest que Nikita Jrushov realizó en abril de 1968. Cuando fue a la Planta Siderúrgica y Metalúrgica de Csepet, comentó que en la entrada de ese centro, el más importante de la industria pesada de Hungría, no había ninguna obra artística que recordase la omnipotencia de la ideología comunista. Tan notoria carencia tenía que corregirse de inmediato, y en noviembre de ese mismo año se inauguró en Budapest la primera estatua de Lenin en un sitio público. Evidentemente, se hizo con un material de mala calidad, pues en 1970 se había agujereado. Los obreros de la fábrica fundieron en secreto una réplica de la escultura y con similar secreto la cambiaron por la original.

Sobre esa estatua hay además una leyenda. A principios de la década de los 80, alguien colocó una rodaja de pan con mantequilla en la mano derecha de Lenin. Asimismo le colgó del cuello una inscripción que decía: “No te rías así, Lenin, que no será para siempre. Ni un siglo y medio bastó para volvernos turcos”. El anónimo escriba aludía a los 150 años que duró la ocupación turca de Hungría, en la Edad Media.

Otras dos obras ilustran esa manera jocosa con que los húngaros interpretaban el significado de aquellos monumentos. En el parque se puede ver el dedicado a los húngaros que integraron las Brigadas Internacionales que combatieron durante la Guerra Civil Española. Ese conjunto escultórico está formado por tres figuras humanas, que tienen el brazo derecho levantado y la mano apoyada en la oreja. Los visitantes a menudo las identifican con personas en la calle que están hablando por su celular. Eso se ve reforzado por el hecho de que al igual que las estatuas, en Hungría son tres las compañías de telefonía móvil.

Tampoco escapó a los chistes de los budapestinos el Monumento a la República de los Consejos, instaurada en 1919 según el modelo soviético. A partir de un famoso cuadro de Róbert Berény, uno de los pintores más destacados de esa época, en 1969 se creó una escultura que fue colocada en un extremo del Parque Municipal, al lado de la Plaza de Desfiles. Representa a un obrero que marcha enarbolando en la mano izquierda la bandera soviética. En el folclor capitalino, se le conoce como “el Guardarropa”. De acuerdo a esa versión, es el empleado de uno de los numerosos baños que existen en la ciudad. Va corriendo detrás de un cliente, al cual le grita: ¡Señor, ha olvidado la toalla!

Estoy seguro de que más de uno de ustedes se habrá preguntado por qué muchas de esas obras son tan feas (algunas, qué quieren que les diga, a mí me parecen verdaderos adefesios). Elemental, mi querido Watson. Los artistas eran puestos ante la difícil tarea de representar y popularizar acontecimientos y conceptos con los cuales no estaban de acuerdo. Debido a eso, confrontaban dificultades para plasmarlos en obras de arte. En ocasiones ocurrió que el artista que recibía el “honroso” encargo, presentaba intencionalmente un proyecto que no valía la pena ejecutar. Aun así, con frecuencia el jurado evaluador aprobaba tales obras, que de ese modo nacían condenadas al rechazo. A esto hay que agregar que muchas veces las obras eran encargadas a personas ineptas y mediocres, designadas solo por su lealtad incondicional al partido y a los dirigentes.

En el Parque Memento hay, sin embargo, una pieza que tal vez es la única que gozó de simpatía entre los habitantes de Budapest. Es la dedicada al capitán ucraniano Ilia Afanasievich Ostapenko. Estaba en una de las entradas sureñas de la ciudad, y quienes se dirigían al lago Balatón o a Viena pasaban junto a ella. Eso hizo que se convirtiera en símbolo de la partida o el retorno de los viajeros, adquiriendo así otro sentido. Ostapenko era, pues, un simpático conocido que los recibía o despedía. Por todo ello, decidir su destino fue la decisión más difícil que tuvo el Ayuntamiento.

Y aunque debo confesarles que estoy ya agotado por la caminata y la charla, no me resisto a contarles quién fue Ostapenko. Listen to me. En diciembre de 1945, los soldados soviéticos instaron a los nazis a rendirse. Dos emisarios fueron elegidos para entregarles el ultimátum. Se trataba de Ostapenko y de Milós Steinmetz, un capitán del Ejército Rojo de origen húngaro. Durante la misión, ambos perecieron. Ostapenko murió al regreso, bajo el fuego de barrera de sus propios compañeros. Steinmetz, cuando su coche tropezó con una mina. Sin embargo, la propaganda comunista hizo ver que habían sido asesinados por los alemanes. Varios días después del suceso, mostraron unas fotos que eran falsas. En el caso del cadáver de Steinmetz, quien aparece tendido en el suelo es un fotógrafo de una productora de cine, a quien por error pusieron un abrigo acolchado de soldado. Durante varias décadas, esas fotografías constituyeron la “prueba” del crimen.

Estamos ya casi llegando al final de este tour, aunque admito que por razones de tiempo he tenido que pasar de largo ante varias piezas. Tampoco se pierden gran cosa. Quiero llamar la atención, sin embargo, sobre un detalle que posiblemente solo advertirán los visitantes húngaros de más edad. Es la ausencia de monumentos a Mátyas Rákosi, quien fue el jefe máximo del país entre 1949 y 1956 y se autoproclamaba el discípulo más fiel de Stalin. Se le glorificaba como un dios y existía todo un culto a la personalidad del “cauteloso líder”, el “sabio conductor de nuestro pueblo”, el “padre de todos los trabajadores húngaros”.

Su retrato estaba colgado entre los de Lenin y Stalin —eso sí, unos centímetros más abajo— en todos los centros de trabajo, escuelas, tiendas, edificios públicos. En 1952, con motivo de arribar a los 60 años, se convocó un concurso sobre su figura. Se le dedicaron exposiciones, películas, poesías, canciones, libros. En cambio, en el Parque Momento no hay ni una sola obra que lo recuerde. Haberlas las hubo, pues recuerdo haber visto una foto de una escultura de gran tamaño de su cara. Igual corrió la misma suerte de la estatua de su maestro, durante el levantamiento popular de 1956.

Quienes como ustedes recorren el parque, por lo general no advierten (tampoco resulta fácil advertirlo) un aspecto conceptual que Eleöd incorporó a su proyecto. Las estatuas y placas conmemorativas están ubicadas en tres paseos que tienen la forma de un ocho horizontal. En matemáticas, representa el símbolo del infinito. De manera que los paseos vuelven una y otra vez sobre sí mismos, y en realidad no conducen a ninguna parte. O mejor dicho, siempre van a parar al camino situado en el centro de la plaza. Este se convierte así en el Camino Único, Verdadero y Correcto, aquel que los ciudadanos estaban obligados a seguir bajo un régimen que no permitía más opción que la oficial.

Ese mismo camino es el que conduce al final del parque. Pero como ustedes pueden ver, allí solo hay una pared. Quienes intenten seguir adelante, no podrán hacerlo y se verán obligados a regresar. El Camino Único es un callejón sin salida. ¿O es que acaso creen que aquella frase de la Cortina de Hierro era una simple metáfora? ¿Que el cierre hermético al mundo exterior, los rigurosos controles, las fronteras alambradas de púa, las franjas minadas eran un invento de la propaganda anticomunista?

Concluido este recorrido virtual por el Parque Memento, muchos de ustedes estarán con una sonrisa en los labios, y se dirán que qué bien poder contemplar hoy con actitud risueña un régimen que dio en expresarse a sí mismo con estas obras que constituían amenazadores jalones de poder. Confieso que personalmente no puedo dejar de albergar cierta dosis de duda e incluso preocupación. Al respecto, me viene a la mente algo que escribió Brecht a propósito del nazismo: “No os alegréis, hombres, de su muerte. Aunque el mundo resistió y detuvo al bastardo, la puta que lo parió está de nuevo en celo”.