Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Ballet, Cuba, Alicia Alonso

El parricidio que inspiró un ballet

En 1951, Alicia Alonso estrenó una coreografía en la cual tomó como núcleo dramático un trágico suceso ocurrido en La Habana en abril de 1939

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El martes 2 de enero de 1951, el Ballet Alicia Alonso se presentó en el Teatro Auditórium, de La Habana. Era la primera actuación ante el público cubano de su directora y figura principal tras la gira por Europa que acababa de realizar con el American Ballet Theatre. El programa ofrecido entonces lo integraban cuatro obras: El lago de los cisnes, Ensayo sinfónico, Fiesta negra y Lydia. Las dos primeras formaban ya parte del repertorio de la compañía, aunque la segunda se había bailado pocas veces. Las otros dos, en cambio, eran estrenos mundiales.

En la columna Escenario y Pantalla, del Diario de la Marina, Regina reseñó dos días después aquella actuación. Acerca Ensayo sinfónico, coreografía de Alicia Alonso y música de Brahms, apunta que “es una obra segura y correcta, pero sin audacias”. Y sobre El lago de los cisnes destacó que “trajo una vez más la incomparable y sorprendente Reina Odette de Alicia Alonso”. Dado que se trataba de estrenos, dedica la mayor parte del espacio a los otros dos ballets.

Sobre Fiesta negra escribe: “Tropicalmente cálido y grato el pas de deux Fiesta negra, extraído de los Tres pequeños poemas de Amadeo Roldán, es un intento más de mezclar y fundir nuestro folclor con la tradición universal del ballet. Todavía se perciben demasiado los límites entre uno y otro. Hay también más entraña en la música de Amadeo Roldán que en la coreografía de Enrique Martínez con excepción posiblemente de su variación para hombre solo”.

En lo que se refiere a Lydia, la periodista apunta que, comparada con Ensayo sinfónico, la otra coreografía de Alonso, median tales diferencias, que difícilmente podrían reconocerse como obras de la misma creadora. Y luego escribe: “No señala Lydia únicamente un gran avance en el manejo de los recursos, sino que indica una nueva dirección, moderna y llena de interés y de la propia personalidad de Alicia Alonso. Porque Alicia es, desde luego, una leve ballerinade técnica impecable, pero brinda sobre todo en su arte un temperamento inquieto y poderoso”.

De acuerdo a Regina, Lydia se adentra en el terreno subterráneo y subconsciente del ballet psicológico. Está dividido en cuatro cuadros, que “le sirven a Alicia Alonso para revelar el dolor de un espíritu rebelde, inhibido al comienzo y lanzado más tarde a la locura y a la muerte”. Opina que “el melodrama se deposita sobriamente solo en la trama y quizás en el desenlace”. Y resalta que cada movimiento, particularmente la introducción de la madre y el pas de deux final, es un logro de exactitud y expresión. Como intérprete, considera que Alonso tiene su gran momento en la escena de la locura, que en su opinión es mucho más trágica y deforme que la famosa de Giselle, y que “está compuesta más libre y angulosamente”.

La música fue compuesta por Francisco A. Nugué Piedra. Además de Alicia, el personaje protagónico lo compartieron Ada Zanetti, quien hizo la Lydia de ocho años, y Lydia Díaz Cruz, quien interpretó la Lydia sentimental y poética de dieciocho. El resto del elenco lo integraron Carlota Pereyra, Víctor Álvarez, Julio Mendoza y Ceferino Barrios (no menciona a José Parés, probablemente porque se incorporó posteriormente). La escenografía fue diseñada por Luis Márquez, y de ella Regina hace notar “su penumbra, su pantalla para reflejar la mueca del ahorcamiento y, sobre todo, sus misteriosas reminiscencias de casona colonial”. Hasta aquí lo que comenta Regina acerca de aquel ballet.

Pero el público que asistió a aquel estreno ignoraba la cara oculta que había tras el mismo y, sobre todo, de su génesis. Eso fue revelado por Ramón Dueñas Fumagolli, en un artículo publicado en Bohemia en octubre de 1953. Para concebir su obra, Alonso tomó como núcleo dramático un trágico suceso ocurrido en La Habana el 13 de abril de 1939. En una vivienda situada en San Rafael y Lucena, una joven llamada Lydia García Bequé apuñaló a su madre. Al ser atendida en el Segundo Centro de Socorro, la señora, llamada Julia Bequé Valdés, declaró que su hija sufría trastornos mentales. Esta, por su parte, manifestó que su agresión obedecía a “incomprensiones de su madre”. Esa misma noche, la joven perturbada fue recluida por decisión del juez en el Hospital Psiquiátrico de Mazorra. Allí pasó a ser la paciente 13,482.

Recordó el desagraciado final que tuvo Lydia

El nombre de la joven no era desconocido para Alonso. Cuando ella empezó a estudiar ballet en Pro Arte Musical con el coreógrafo ruso Nicolás Yavorsky, otra alumna también tomaba con este sus primeras lecciones. Se trataba de Lydia García Bequé. Sin embargo, los destinos de ambas fueron muy distintos. Alonso alcanzó la fama y se convirtió en una estrella reconocida internacionalmente, mientras que Lydia terminó sus días entre las sombras de una oscura celda de Mazorra.

Alonso se hallaba de gira por Sudamérica con su compañía, cuando se le ocurrió la idea del ballet. Según declaró, una noche en Montevideo recordó el desagraciado final que tuvo Lydia, a quien conoció y trató al inicio de su etapa de formación. Sintió entonces el destello de la inspiración y al regresar a Cuba llevaba la firme determinación de crear un ballet a partir de la tragedia que vivió su amiga y antigua compañera de estudios.

Lo primero que hizo fue consultar a médicos y psiquiatras amigos suyos acerca de la esquizofrenia y los trastornos mentales. Una vez que tuvo la suficiente orientación científica y clínica sobre cómo debía tratar a las personas que las padecían, solicitó a la dirección de Mazorra permiso para ver y hablar con Lydia. Una vez que se lo concedieron, necesitó varias semanas para ganarse la confianza de aquella paciente hosca y arisca. No recordaba nada de las clases de ballet ni de su antigua amistad con Alonso. Gracias a su paciencia, esta logró vencer la resistencia de la joven, quien poco a poco empezó a prestar atención a la danza.

Alonso le mostraba los pasos una y otra vez. Y gracias al ritmo de los movimientos, consiguió ir despertando la memoria de la enferma. Esta fue recordando, comprendió lo que Alonso le proponía y fue haciendo gestos mímicos cada vez más expresivos. Fue así como un día pasó a bailar de nuevo, como lo hacía cuando tomaba clases con el maestro Yavorsky.

La danza, con su sensibilidad y su sugerencia, despertó en Lydia los restos de lucidez que aún conservaba. A través de los pasos ejecutados ante ella, Alonso fue extirpando de su alma el dolor y las amarguras, que al emerger se transformaron en confesiones y recuerdos de su tortuoso pasado. La joven contó a Alonso la angustia que vivió cuando se enamoró, pues su madre se interpuso entre ella y su novio. Ese fue probablemente el detonante de la enfermedad que empezó a manifestársele en la pubertad. Era consciente de que su madre había muerto, pero no recordaba cómo. Confundía los hechos que dieron lugar al infausto desenlace.

Médicos y enfermeras del hospital contaron que durante aquellas sesiones, las otras pacientes permanecían tranquilas, como si les trajeran un remanso de paz. E incluso cuando Alicia terminaba de bailarle a Lydia, le pedían que continuase. Fue una demostración del poder terapéutico que puede tener el arte. En una celda de Mazorra, la insigne bailarina cubana vivió la que posiblemente fue la experiencia más extraordinaria de toda su relevante trayectoria.

Para la música, Alonso convocó a varios compositores cubanos y les ofreció de antemano un resumen del argumento, para que a partir del mismo escribiesen la música adecuada. De todas las composiciones presentadas, la que más gustó fue la creada por Francisco Nigué Piedra, quien al año siguiente recibiría por dos de sus sinfonías el Premio Nacional de Música Sinfónica otorgado por el Ministerio de Educación. Su propuesta incluía tres formas musicales: un minué para el cuadro de la infancia de la protagonista, un vals para la etapa romántica de la pubertad y formas más libres y contemporáneas para la escena de la locura. De acuerdo a la antes citada Regina, ese conjunto estaba unido por un leitmotiv, que era el sonido chirriante de un sillón producido con los instrumentos de viento.

En el programa de mano de Lydia, aparecía esta dedicatoria: “A una mujer que no pudo vivir, ni amar ni morir libremente”. El ballet fue ovacionado en Cuba y en otros países. En internet se puede ver una foto del programa correspondiente a la presentación que el Ballet Alicia Alonso realizó el 16 de julio de 1952, en el Teatro Colón de Bogotá. El programa esta integrado por El lago de los cisnes, La Habana 1830 y Lydia. Y en el cartel que ilustra este artículo aparece dentro del repertorio que la compañía llevó en 1954 a Montevideo, la misma ciudad donde Alonso tuvo la idea de crear Lydia.