Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Cine, Globalización, Arte 7

El paso hacia el abismo

En esta película, detenerse en lo atípico puede servir para ver lo cotidiano y común: la explotación globalizada

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Catch The Wind (Prendre le large, 2017), la película de Gaël Morel con una excelente actuación de Sandrine Bonnaire, nos ayuda a comprender la oleada derechista y ultra derechista que sufren Europa y Estados Unidos.

No al análisis porque no es una película con una trama política sino personal, que se desarrolla entre las fronteras de la sociedad en que vivimos, con gran desarrollo económico y ese mundo que trata de alcanzar igual meta, a través de la metástasis originada por una globalización que une y separa a dos universos, que cada vez más tienden a distanciarse y a dependerse mutuamente; solo que en este caso con una singularidad: la que emigra viene de la Europa desarrollada a Marruecos, y no como ejecutiva sino como obrera: lo imposible hecho realidad para contar una historia muy personal.

La película pone de manifiesto indirectamente —no creo siquiera sea su intención, o al menos su intención principal: tanto en inglés como en el original francés se busca enfatizar la situación de desventaja y el buscar provecho de la misma o al menos superarla— es la total impunidad con la cual las empresas transnacionales —o que se vuelcan a serlo— juegan con las vidas ajenas, sin pagar nunca un precio por ello.

Lo mejor es que aquí ese aspecto se elude, pero no se nombra, y el “dar el paso” se resume en lo anecdótico, lo personal, la testarudez de la protagonista y ese aferrarse de un ser carente de objetivos mayores en la vida, que se afianza en tener un trabajo como último asidero. En cuanto a la trama, la apostasía de un “final feliz” transita entre el comercialismo barato y la complacencia cursi.

La condición de clase del personaje —estrechada a un estamento casi feudal tras los logros del sindicalismo, los gobiernos socialistas y el desarrollo en un país europeo—, ajustada al ámbito rural no por la vida en una localidad de provincia sino por el reduccionismo que implica el progreso, define el carácter de la protagonista en su primera parte, pero más por una negación del ser social que por una conciencia de clase: a trabajar se reduce la esencia de su vida, pero no por ello la define el ser una trabajadora, sino alquilen que sin trabajar no puede vivir, incluso por momentos más allá del salario. El formar parte del proletariado no es su problema; no lo es vivir para trabajar, sino trabajar para vivir.

La trama es por lo tanto atípica, pero la situación en que se basa no. Aquí, y para este comentario, la circunstancia pesa más que el hombre —perdón, la mujer—. Así que detenerse en lo atípico puede servir también para ver lo cotidiano y común: la explotación globalizada.

Para la sociedad posindustrial, los proletarios de la sociedad desarrollada pasan a ser lo que en un momento fueron los trabajadores agrícolas con la llegada de la mecanización y la alborada de la industrialización: simples desechos.

Lo sintomático —y lamentable, yo agregaría— es que no se identifique a plenitud este traslado industrial, que solo obedece a razones económicas de beneficios corporativos y de comercio, con una sociedad posindustrial voraz y avariciosa, sino que bajo el manto lingüístico del globalismo se trate de esconder lo que es una consecuencia simple de la concentración de capitales y un paso más allá del colonialismo y poscolonialismo.

La principal culpa de ello, por supuesto, radica en el fracaso del modelo socialista o comunista como se intentó poner en práctica en Rusia, China, otras naciones periféricas, el este europeo e incluso Cuba.

Fueron los (malos, pésimos, canallas, asesinos; más adjetivos por favor) gobernantes de estos países quienes mejor contribuyeron al afianzamiento del capitalismo actual.

Es por ello que para entender la ola derechista (y ultraderechista) no bastan los esquemas ideológicos, sino comprender que no se trata simplemente de abrazar esquemas de tiempos pasados —aunque estos esquemas están presentes—, sino de buscar asideros en una sociedad que cada vez más deja al individuo en la cuerda floja.

Así la ultraderecha y el populismo brindan una solución espuria, pero ante el fracaso de las recetas anteriores (esas que calificábamos de izquierda y derecha) es para algunos (o muchos) una opción a la que agarrarse: una revolución retrógrada, con raíz, pero sin futuro: dar un paso hacia el abismo.


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