Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Pintura, Pintura cubana, Arte

El regreso de los abstractos

En el último cuatrimestre del pasado año, pintores locales del género se reunieran para inaugurar una exposición colectiva en Cuba

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Greiko García (1987) es un caibarienense que estableció su residencia en Miami durante la última década. Graduado por la Escuela Provincial de Arte, terminó aburriéndose de impartir clases de plástica como retribución por la instrucción “gratuita” y, en 2008, emigró.

Allá participó en tres exposiciones personales y/o colectivas, en las conocidas ferias anuales que convoca la ciudad.

Aunque su preferencia sigue siendo la abstracción, despliega habilidades en otras expresiones como la instalación y el grabado, y cuenta con la complicidad de amigos que quedaron en la “retaguardia”, quienes no consiguieron a su tiempo beneficios parecidos ni iguales libertades creativas.

Precisamente, por esa desventaja, es que Greiko se ha convertido en suerte de mecenas filantrópico, ayudándoles con cuanto puede para sacarlos del bache que significa vivir e intentar pintar, tallar o hacer cualquier cosa valedera en Cuba.

La organización de esta exposición, los impresos, más la exhaustiva divulgación por todos los medios posibles, han corrido de la mano (y el bolsillo) del regresado, quien ha contado además con el insólito apoyo de la Galería Leopoldo Romañach —reubicada en la sede de la UNEAC tras el ciclón—, sitio donde antiguamente fraguaron taller conjunto.

Cómplices han sido, en esta aventura de remover cimientos a la anquilosada práctica plástica; Alfredo Hernández, Erick González, Yosell Morell, Davinson Nuñez, Alexis de Armas y Octavio Carvajal, todos compañeros de armas (y pinceles).

Porque en los “años felices” de cualquier actitud dudarse, la preclara cultura oficial que poco entendió de abstraccionismos declaró “sin lugar” a sus defensores.

De allí que convinieran nombrarla “Entre Nosotros” (Between US, usando las mayúsculas para destacar siglas del país “enemigo”, el que proveyó lo esencial para concretarla).

Si hacemos un poquito de historia, para entender a la abstracción como vertiente causal, deberemos citar a precursores.

Entre los famosos “Diez Concretos” (1957), destaca Pedro de Oraá (LH, 1931), apellido oriundo de aquí, quien publicó primeros versos junto a ilustres familiares: Francisco e Hilda, más dados de a pecho por la literatura que aquél.

(Pedro Álvarez, Wilfredo Arcay, Mario Carreño, Salvador Corratgé, Sandú Darié, Luis Martínez Pedro, Alberto Menocal, José Mijares, José Ángel Rosabal, Loló Soldevilla y Rafael Soriano fueron el resto).

La villa —entonces afortunada— abría imprentas y espacios culturales a tan altruista propósito, tanto, como oportunidades económicas.

De los premios nacionales “socialistas” sabemos que muchas veces llegan tarde y pocas constituyen actos justicieros.

Pedro de Oraá ya lo consiguió, pero confiesa “que se está quedando solo”, porque la mayoría de su generación “se ha ido a otro lugar, fuera de este mundo surrealista”. El suyo —nunca mejor dicho—, es justiciero, pero sobre todo lo es tardíamente.

Sin embargo, este parece ser —como nunca antes— el gran momento de la pintura abstracta cubana en la arena mundial.

La exposición de la indiscutible —y desconocida dentro— Carmen Herrera Nieto de Loewenthal, en el Museo Whitney de Nueva York, el pasado 9 de enero; la muestra del arte originario de Cuba en la galería londinense David Zwirner en 2015. Obras de Herrera y Soldevilla llegaron al Museo Reina Sofía de Madrid este invierno por vez primera, las cubanas son parte de la muestra “París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968”, que agrupa a más de 100 artistas de distintas nacionalidades confluyentes en la capital francesa después de la II Guerra Mundial, así que anteriores exhibiciones e investigaciones en ejes especializados de Miami y Los Ángeles, han roto el silencio en torno a la existencia —a partir de los 50— de un pujante cosmos insular afín, vinculante del resto del universo como cualquier otro movimiento.

Poesía y Abstracción

Dentro de la Isla, Pavel Barrios, curador camagüeyano, ha retomado el interés por los rumbos perdidos del Movimiento Abstracto Nacional, presentando “El avión de Escardó regresa de París”, un conjunto de catorce piezas; cuatro de Rolando Escardó y diez —en reproducciones fotográficas— de Severo Sarduy, ambos poetas antes que nada.

El desarrollo de la abstracción geométrica en Cuba y, en concreto, la formación de Los Diez, coincidió con los cambios políticos y culturales radicales a lo largo del pasado siglo. De ahí la sospecha de que pudiera comprometerse el “brillante” futuro dado por sentado años después, el cual atacaba “las expresiones burguesas”, como a casi todo.

Aquella década segunda estuvo marcada por disturbios y corrupción generalizados, tras el golpe militar (1952) encabezado por Fulgencio Batista. Culturalmente se experimentó el crecimiento de sentimientos nacionalistas instigados en parte por la afluencia del turismo, más los bienes materiales estadounidenses.

Al mismo tiempo, La Habana se urbanizó de urgencia, convirtiéndose en ciudad planetaria. En ese ámbito, los artistas buscaron nuevo lenguaje visual especialmente abstracto, que pudiera interpretarse como práctica política y social, subrayando la denuncia.

Pedro de Oraá es el testimonio vivo de esa época, pero no de los últimos influyentes en esta hornada que alcanza los retoños locales, aún por reconocerse en la tradición del arte hecho —dentro o fuera— de la Isla empobrecida.

Jóvenes percusores que rompen con lo preconcebido —según el juicio popular—, traen con esta exposición pequeñita, discreta, un reto visual que reestrena presupuestos, dirigida al enclave otrora inspirador de marinas y delirios, de paleta colorida en manos de artistas impenetrables, como el naturalizado Leopoldo Romañach.

Greiko ha retornado de la diáspora con su cartapacio bajo el brazo, sirviendo de cohesionador de lo que nada pretende a título personal más allá de estéticas y conceptos en patrimonio común al reclamo espiritual.

No desean los autores agobiar con sus discursos el manejo de la luz (no esa que se va y viene cuando menos lo esperamos, sino la otra: la indeleble), ni el trazo que violenta nuestro acomodo visual, acostumbrados al hiperrealismo de la fotografía o el color que se deslíe llanamente.

No quisieran incidir —por lucir expertos— en aquel que aprecia una obra bajo el concurso de su particular instrucción, o el gusto mayoritario, ni siquiera bajo la sensación que les produce lo que acepta por acabado.

Si el abstraccionismo debutó hace dos siglos en la fría y culta Europa, liderado por pintores deslumbrados ante los desplantes funambulescos de Monet, como el franco-ruso Vasili Kandinsky, otros maestros posteriores [Mark Rothko (1903-1970) o Paul Klee (1879-1940)] abandonaron sus escuelas iniciáticas para transitar del impresionismo al otrora novedoso aporte, con una producción sorprendente de interrogantes dispuestas —tanto a críticos como émulos— en cada cuadro.

Podemos decir, eso sí, que los artistas aquí expuestos (nunca mejor dicho) en sus intrínsecas visceralidades, con tan juvenil contribución a los poco visitados y cada vez más elitarios espacios experimentales, no desean más que devenir “ejercicio de introspección en la maestría cubana, camino a la concreción pictórica”.

Quizá, ellos también, depositarios potenciales de postreros premios, los reciban a la altura de coterráneos como Flavio Garciandía de Oraá, quien breve abundó en el género durante su carrera docente, pero cuyas obras —y vida— han resultado mejor percibidas por la academia, y obviamente más solventes (desde México, donde reside).

Disfruten pues el recorrido de esta cosecha contemporánea, y no se apoquen si no alcanzan a entender el mensaje que media entre creador y su público; se trata del elemental placer esteticista, de otro juego de espejos donde cualquier variación resulta concretamente perceptual.

Como en los reiterados puntos suspensivos sobre el hipotético horizonte en la obra de García —enigmática y flexible—, sus compañeros nos proponen observar —haciendo guiños coyunturales— el presente, pero con los ojos bien abiertos y sin prolongados parpadeos.


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