Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Epistolarios, Literatura, Escritores

Elogio y elegía de las cartas

Leer los epistolarios nos hace sentir como intrusos, como espías silenciosos que penetramos en el ámbito de la intimidad de unas misivas que no estaban destinadas a ser leídas por otros

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A propósito del libro Correspondencia, que recopila el intercambio epistolar que mantuvieron Mario Levrero y Francisco Gandolfo, la argentina Mercedes Handolf comentó: “Las amistades entre escritores dan tela para cortar, más si pervive un registro de las palabras volcadas en una historia común”. Y el más valioso registro es precisamente su correspondencia. Ese conjunto de misivas es el modo más íntimo y profundo de conocer a quienes las redactaron. Fueron textos que se escribieron con la franqueza que da el hecho de que no estaban destinados a ser leídos por otros. Eso hace que leerlos, nos hace sentir como intrusos, como espías silenciosos que penetramos en el ámbito de su intimidad.

Semanas atrás, tuve la oportunidad de leer —más bien revisar: fue una lectura no completa, sino dirigida— Cada tiempo trae una faena… Selección de correspondencia de Juan Marinello Vidaurreta (edición de Ana Suárez Díaz, Editorial José Martí, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana José Martí, La Habana, 2004). Se trata de dos volúmenes que suman, en total, 903 páginas, y en los cuales se han recogido una buena cantidad de cartas, unas escritas por el autor de Martí, escritor americano y otras dirigidas a él. Para unos cuantos, su lectura ha servido para descubrir a un Marinello diferente o, en todo caso, escasamente conocido. Pero además, esa obra permite otras lecturas. Con ella se puede tener una dimensión más cabal del lugar significativo que Marinello llegó a ocupar en una etapa de nuestra cultura. Asimismo conviene destacar su valor testimonial: no es poca la luz que muchas de ellas arrojan sobre el contexto literario y sociopolítico en el que Marinello desarrolló su actividad intelectual, así como sobre algunos capítulos de nuestro quehacer cultural. Y a través de la lectura de esas cartas se puede armar además un pequeño museo del chisme literario y personal.

Como ya apunté, no me leí los dos volúmenes de la primera página a la última, sino que fui seleccionando aquellas cartas que me parecieron más interesantes. Eso hizo que para mí resultasen una obra atrapante y vital, que la disfruté como si se tratase de una buena novela. Tanto me gustaron algunas de esas misivas que, al no tener acceso a una fotocopiadora, me dediqué a copiarlas. Quién le iba a decir a sus remitentes que sus confesiones privadas, dirigidas únicamente a su destinatario y a nadie más, terminarían siendo del dominio público. Pero seguramente quienes ahora nos inmiscuimos en aquel diálogo ausente perdemos muchos detalles de complicidad y sobreentendidos de los cuales, por suerte, solo ellos poseen las claves..

En el presente virtual en el que vivimos, ya no se escriben cartas. Con el correo electrónico, los mensajes de texto y los 140 caracteres de Twitter, hoy han pasado a ser meros restos arqueológicos. Pero décadas atrás, ¡qué cartas tan hermosas se escribían! ¡Cuánto esmero se ponía en redactar una o dos páginas, que no necesariamente se iban a conservar una vez leídas! No me extraña por eso que, cuando impartía clases en la Universidad de Oriente, Orlando Alomá impartiera charlas a los profesores de preuniversitario sobre las cartas de John Keats. Hoy se consideran textos extraordinarios, tanto por su grande y verdadera belleza como por la fidelidad con que reflejan el desarrollo de la mente y el arte del poeta inglés.

Pero vayamos a las cartas del centón epistolar de Marinello, que hablan por sí solas e ilustran de modo más convincente lo que quiero decir. En esos dos volúmenes se pueden hallar numerosos ejemplos merecedores de reproducirse. He aquí el primero:

Jagüey Grande, 22 de julio 1824

Mi querido poeta y amigo: Está lloviendo y mi alborozo inunda, como agua movediza, todo el verde contorno. Estoy contento con el don que nos viene de arriba. No sería don si de otra parte viniese.

Desde ayer me acompaña tu carta en la cual glosa Mañach, sonríe Tallet, saluda extremosamente Emilito, y se burla cubísticamente mi hermano responsable. ¡Bendito seáis por todas esas cosas! Yo, en mi agreste retiro, ¿qué puedo ser sino un agricultor que se ahoga con las gotas que caen? ¿Acaso tú no eres rotario?

Me entusiasma la excursión que piensan efectuar ustedes. Campicursión —diría el señor Muñiz Vergara. Aquí hay de todo: alojamiento, plátanos —como en Grecia—, caballos para pasear por las fincas del término. Hasta versos hay. Y si queréis música, a más de la celestial, que no es mala, que traiga José Manuel su ilustre banjo y chopinee a su antojo.

Antes iré por Inglaterra, una noche, a sorprender a los minoristas con unos versos extralíricos. Como yo no bebo alcohol —nunca lo bebí en demasía— tomaré refresco de horchata. Si me matan ustedes, ¡qué vamos a hacer!

[…] La política es un asco perpetuo. Un político, parodiando a Hugo, es “centauro del cerdo”. ¡Dios nos libre!

Vengan cuando quieran: esta casa es de ustedes, ¿de quién mejor? Yo mismo, ¿no soy de ustedes también? Minorista del Inglaterra, mi espíritu suele tomar horchata en el patio morisco.

Tuyo, Marinello, Agustín Acosta.

Dos años después, Acosta le escribió a Marinello para expresarle su opinión sobre Liberación, el poemario que este acababa de publicar. Su carta está fechada el 5 de septiembre y en la misma le expresa:

Me gusta tu libro, todo interior, todo delicado. Es como un gran coche de tonos suaves, de un terciopelo suave todavía, y en cuyos cojines —lejano, lejano, lejano—, evocara viejas cosas un perfume de mujer. Me gusta tu libro por exquisito, por silencioso, por discreto. Es como una sortija de plata en los dedos de una abadesa. Como una sortija de plata que tuviera una firma sonora: Benvenuto Cellini.

Otro poeta, Manuel Navarro Luna, que también vivía en una ciudad del interior, Manzanillo, se dirige por primera vez a Marinello, en septiembre de 1926. Fue el inicio de un copioso intercambio epistolar —también de una perdurable amistad—, como se puede constatar en Cada tiempo trae una faena… Esta es la misiva a la cual me refiero:

Sin el más ligero asomo de adulación

Mi ilustre amigo:

¿Me permite que le llame de esta suerte, no por lo de ilustre, es claro, sino por lo de amigo? No tengo el gusto ni el honor de conocerle y me permito, no obstante, molestarle con estas líneas para, desde este rincón de Manzanillo, felicitarlo, ardientemente, por esos versos suyos que publica Social en su último número. No creo que aquí en Cuba, en la hora actual, haya un solo poeta que sea capaz de superar esa labor. Es, a mi juicio, el verso que debía cultivarse

[…] Me parece que no tengo necesidad de decirle que yo no lo necesito a usted para nada. Absolutamente para nada. De lo que se infiere que usted no podrá ver, en ninguna de estas palabras mías, el más ligero asomo de adulación. Le hablo de esta suerte por aquello de que allí, en La Habana no sin razón —por lo que parece— han conquistado los orientales una excelente fama de guatacas, aunque en verdad de verdad (perdóneme usted) nadie se gana, en punto a caramelo, como reza la frase, a sus benditos coterráneos.

Ni son frases de guataquería ni, por otra parte, son frases que, por lo escaso de su valor, deban desdeñarse, pues que, a pesar de la distancia que separa a Manzanillo de ese centro de civilización que es La Habana, conozco el movimiento literario de toda América y, óigalo bien, de toda Europa. Además, escribo versos, y no muy malos, que digamos. Tenga la seguridad de que no lo engaño. Si no, véalo usted. Ahí le van esos versos. Léalos, y, después, corríjalos. Para mí no hay placer comparable al de arrojar los versos que escribo, para que nadie los lea, a la basura.

Devotamente suyo,

Manuel Navarro Luna.

En abril de 1925, Marinello dio a conocer desde las páginas del diario El Sol una carta pública dirigida al escritor Gustavo Sánchez Galarraga. Un poema escrito por este había sigo galardonado por el gobierno de Venezuela con el Busto del Libertador y él se disponía a aceptarlo. Conviene recordar que entonces ese país se hallaba bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez. En aquella misiva, se podía leer:

No olvide usted, amigo mío, que caben a nuestra generación altos deberes irrenunciables. No nos tocó, por desgracia, hacer patria, pero nos corresponde dignificarla ante ojos extraños. Marchan juntos, en cada generación, dos castas de hombres: los que aceptan las situaciones hechas, medrando a su sombra y los que ponen a fundir sus más caros intereses y su felicidad toda, en el ansia inextinguible por un tiempo mejor.

[…] No acepte usted la condecoración. No permita que el representante de un poder criminal, que pretende lavar sus culpas a la luz de gloria del vencedor de Carabobo, coloque sobre su pecho de cubano un pedazo de oro, que, más que el de la moneda de la Epopeya, destilará eternamente lágrimas y sangre.

Usted, privilegiado sin duda una vez más, está a tiempo de prestar un señaladísimo prestigio a la causa de América. Yo no tengo duda alguna en que usted lo hará. Si no lo hiciere, ¿podrá usted cantar en lo adelante, desde sus versos, a quien dijo que no es honrado quien no trabaja por que pueden ser honrados todos los hombres?

A propósito del hecho de que Acosta y Navarro Luna residían entonces en Jagüey Grande y Manzanillo, respectivamente, Marinello le escribió al poeta guantanamero Regino E. Boti, en enero de 1927: Envidio mucho la soledad en que Agustín Acosta y usted producen. Esta vida habanera con exigencias numerosas y duras, cada día es menos propicia al hombre de letras. ¡Cuántos poemas mueren en mí todos los días! ¡Cuánto verso ha perdido el matiz primigenio cuando hay un momento de tregua y se puede escribir!

En el epistolario al cual se dedican estas líneas, abundan los comentarios sobre cuestiones literarias. Algo perfectamente lógico, por tratarse de escritores. En otra misiva a Boti (3 de noviembre de1 927), Marinello anota: Coincide mi pensamiento de tal modo con el suyo en lo que toca a la poesía novísima, que más de una vez, al leer esa producción singular de muchos de los jóvenes autores, me he preguntado, temblando, si es que nos volvemos viejos y se nos hace en consecuencia, cuesta arriba, aceptar radicales innovaciones. Créame que el temor, el pavor de parecer reaccionario me ha sobrecogido muchas veces. Usted pone el dedo en la llaga. Las tendencias actuales, tanto en plástica como poética, son vehículos en cierto modo apropiados para dar cabida a la impreparación rampante.

Entre 1927 y 1930, circuló la revista de avance de la cual Marinello fue uno de los fundadores. En muchas de las cartas correspondientes a esos años abundan las referencias a aquella publicación. Por ejemplo, en una de septiembre de 1930, Marinello le escribe a Navarro Luna:

Tu nota sobre el libro de Florit [Trópico (1928-1929)] es cosa muy bien hecha. La discutimos en la última junta de editores de la revista —solo a ti te lo diría —te diríamos— estas intimidades— y nos pareció demasiado negativa tratándose de un libro que la propia revista ha editado. Jorgito [Mañach] —a quien pareció la nota, como a mí, un poco injusta en su dureza, pero admirablemente bien escrita y razonada— la tomó para publicarla en El País. Creo que tiene tu apreciación algo justísimo, pero me parece, en general, que subestimas la obra de Florit.

Que haya dinamismo de inconformidad

A propósito de este tema, el de la revista de avance, me parece de interés reproducir esta carta dirigida a Marinello:

Marzo 1927

Mi querido Marinello:

Con motivo de la aparición de 1927, se me ocurre una frase de padre plebeyo, que un escritor plebeyo, como yo, puede decir: “Algún culo va a echar sangre”. Acaso la hemorragia manche mis propios B.V.D. y los de todos y cada uno de los “cinco” que se van mar afuera en busca de honduras de infinito y tiburones en acecho; pero también se teñirán de rojo muchos calzoncillos del tiempo de España y no pocas trusas de malabaristas del civismo… así, con bastardillas. Y una cosa compensará la otra. Lo importante es que haya dinamismo de inconformidad, puñados de cantártidas que levanten ronchas y así contengan las efervescencias de ciertos agregados celulares miméticamente inquietos, a la vez que ahuyenten, hacia las colecciones de reliquias, a las cien cabezas de estudio que hoy adornan juzgados, audiencias, academias, secretarías y hasta misas sabatinas.

No les deseo viento en popa, porque eso también es del tiempo de España. Además, el “bajel”, dada su intrínseca pequeñez material, con poco puede resistir y avanzar. De modo que ni gasolina les deseo. Sí les saludo, nervioso, hormigueante, con perversa fruición, desde la playa sucia, mil veces hollada, etcétera, etcétera. ¡Que el espíritu, reencarnado y remozado, de Leo Taxil os ilumine!

Carlos Loveira

En cuanto a chismes, que también los hay en esa correspondencia, es evidente que, aunque no aparece en el libro, en una de sus cartas Navarro Luna expresa su inquietud por la próxima visita a Cuba del poeta colombiano Porfirio Barba-Jacob. ¿El motivo? Su homosexualidad. En septiembre de 1930, Marinello le escribe para tranquilizarlo:

Me parece muy respetable tu escrúpulo en lo de Barba-Jacob aunque él da una sensación de normalidad sexual que está a prueba de sospechas. La cosa ha tenido que terminar —como sospechabas tú— en una colecta entre escritores cuya realización me ha caído encima. Algún día te hablaré largamente de Barba-Jacob, tipo interesante si los hay, de una amoralidad desconcertante y de una sugestión personal inigualable.

El mismo Marinello que le señaló a Navarro Luna sus duros e injustos juicios sobre el poemario de Florit, no se anda con pelos en la lengua cuando, en enero de 1938, le expresa su opinión sobre un libro del peruano Luis Alberto Sánchez. Claro, hay que tomar en cuenta que una cosa es escribir para una revista y otra muy distinta hacerlo con la confianza de que sus palabras no trascenderán el ámbito privado. He aquí lo que entonces comentó:

¿Has visto la Historia de la literatura hispanoamericana de L.A.S.? ¿Para qué, por qué un hombre de la brillantez y la perspicacia de Luis Alberto hará estas cosas abominables? Obra de mal periodismo es este libro inacabable. Fechas equivocadas, atribuciones absurdas, nombres cambiados, omisiones escandalosas (en Cuba la de Rubén, por ejemplo, grave); y después, para limpiarse de tanto pecado, lo de siempre: una obra de esta extensión no puede pasar sin errores, sin caídas… Pues, hombre, siempre hay ocasión de no hacerla. Bien visto, ¿para qué sirven estos epítomes desorbitados? Porque una cosa escolar, de mera información cronológica no estaría mal, pero hacer una cosa así en lo esquemático y enumerativo y querer encima establecer en ella teorías y criterios personalísimos trae confusión y babelismo que solo males pueden derivarse de ella. Los apristas criollos, como ese idiotita presuntuoso de Arredondo, dicen a boca llena: Sí, esto es muy malo, pero es que Luis Alberto tiene que ganarse el pan en mil cosas a la vez, y claro, no todo puede salirle bien… Ya es hora de que las flaquezas estomacales de los escritores no las pague el lector ¿no crees?

Pudiera continuar con esta mini antología de Cada tiempo trae una faena…, pues como en todos los buenos epistolarios entre escritores, hay mucha tela para cortar. Pero tampoco hay que abusar del lector. Quiero concluir con una carta que, en más de un sentido, a mí me parece modélica. Como breve introducción, es pertinente señalar que Marinello y Jorge Mañach establecieron una buena amistad durante la etapa en que ambos eran editores de la revista de avance. Pero posteriormente siguieron derroteros ideológicos diferentes. En la fecha en que la misiva en cuestión fue redactada, Marinello era director del diario La Palabra y Mañach lo era de Acción. Nada más es necesario decir, pues el admirable texto se explica por sí solo.

Hidalguía polémica y caballerosidad periodística

La Habana, febrero 18 1935

Hoy, como de costumbre, he leído La Palabra, el diario que vienes dirigiendo. He encontrado en él las usuales agresiones al ABC, y las alusiones menospreciativas —tampoco insólitas en La Palabra— a Acción.

Si no se tratara nada más que de esto, no te escribiría. La hora impone a todos los cubanos el deber de la militancia. Tú y yo estamos cumpliendo ese deber en periódicos distintos y con orientaciones también distintas. Es fuerza que la militancia sea ardorosa, inexorable, hasta dura, y ciertamente nosotros, en Acción, no hacemos otra cosa.

Daba por descontado que el día en que esta hora llegara, ni tú ni yo habíamos de sacrificar los intereses legítimos de nuestras causas respectivas a los miramientos de la amistad. Pero nunca pensé que para defender esos intereses fuera necesario sacrificar estos miramientos hasta el punto de echar enteramente por la borda el respeto a la verdad, a la conducta personal conocida, a la dignidad del hombre y del ciudadano, para no hablar de ciertas consideraciones que cabría esperar del afecto nacido al calor de una vieja amistad y de muchas nobles empresas que nos unieron en fraternal esfuerzo.

Todo esto lo vengo echando de menos, por lo que a mí se refiere, en La Palabra. Tu periódico ha enjuiciado políticamente mi posición y mi breve ejecutoria en la vida pública. A eso tienen derecho, y no seré yo quien pretenda mermárselo, por más que gustara de ver ese derecho ejercido con más objetividad y mejor información. Pero a lo que no creo que tu periódico tenga derecho es a tratarme como se me trata, por ejemplo, en esa sección tan atinadamente titulada “Con la mocha”, en la cual su autor —como un libelista cualquiera de los que viven encanallando la letra de molde— me saca a relucir insidiosamente el artículo “La serenata gozosa”, escrito, como bien sabes, en 1925, y el cargo que tuve de fiscal, mucho antes de tú fueras nombrado por Machado profesor de la Universidad, y mi estilo de escritor, que tú has celebrado tantas veces con generosidad fraterna.

Eso puede hacerlo, sin merma de su decoro y sin responsabilidad, el autor anónimo de esa sección. Lo que no creo es que puedas tú ampararlo con tu consentimiento de director sin que quede muy rebajado, ante la Historia y ante el juicio de todos los que te admiramos, el concepto que tienes de la amistad, de la hidalguía polémica y de la caballerosidad periodística (virtudes burguesas estas que supongo no querrás enterrar todavía).

Te escribo así, con la autoridad que me da el no haber consentido que en Acción se publique ni una sola alusión deprimente para ti, sino todo lo contrario. Te escribo así, con el derecho que me da una amistad que cuento entre lo más preciado, y una camaradería de viejo esfuerzo durante la cual has tenido muchas oportunidades de comprobar que yo no soy ni el hombre ni el ciudadano que tu periódico da a entender que soy. Te escribo así, porque juntos hemos dado muchas batallas por la elevación espiritual de nuestra pobre patria, y siempre entendí que los dos aspirábamos por igual a una Cuba en la que la verdad triunfase y en las que las direcciones políticas no obliguen a los hombres a morderse.

Quisiera que me dijeses si me he equivocado en todo esto, para saber entonces, definitivamente, cómo tratarte y qué puesto darles a tu amistad y a tu periódico.

Te abraza, dolorido en el viejo afecto,

Jorge Mañach.