Actualizado: 28/03/2024 20:04
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'Enemigos públicos': sobre héroes y gángsteres

¿Quién duda que La Habana devendrá la Nápoles del golfo o que una camorra de subtenientes campeará por sus fueros al primer tambaleo del Estado totalitario?

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John Herbert Dillinger murió en Chicago, a la salida del cine Biograph, donde acababa de ver una película de gángsteres, y Enemigos públicos describe la breve y espectacular carrera del carismático maleante.

El más intrépido, el más sagaz, el más macabro y, según se dijo, el más histriónico de los ladrones clásicos, encarnado por el más suave y fotogénico —y, según la escala de la revista People en 2003, "el más sexy"— de los actores hollywoodenses, no llega nunca a cobrar vida. Con unos hechos atroces y verídicos, el director Michael Mann (Miami Vice, Manhunter) fabrica una película aburrida.

No hay dudas de que Johnny Depp es verycool, pero en este caso la misma frialdad obra en su contra, y en más de una escena caliente llega a adquirir el rigor mortis de un pollo de goma (el efecto contrario puede admirarse en los ballets mecánicos de Tim Burton, para los que el distanciamiento Depp está hecho a la medida). Con la coqueta Billie Frenchette (Marion Cotillard de La Vie en Rose), tiene la química que puede haber entre un vaso de whiskey y un témpano de hielo: están juntos, pero no revueltos. Es falso que (como han dicho los críticos) la Cotillard esté exquisita; y Johnny sólo es creíble como tipo duro, pero sin llegar jamás a dar la talla del carnicero.

Se echa en falta, además, el episodio clave en la saga de Dillinger, y considero inexcusable que Michael Mann lo dejara afuera. En desagravio a los que pagaron diez dólares por ver un paquete, lo resumo aquí, siguiendo el libro Dillinger: The Untold Story —de Girardin, Helmer y Mattis:

Al parecer, hubo más de un interesado en dar refugio a Johnny. Un tal James Probasco, en particular ("boxeador; camionero a destajo; dudoso veterinario; encubridor ocasional") convenció a los secuaces del gángster de que su piso de soltero en el bulevar Pulaski de Chicago podía ser el perfecto escondite. Corría el año pico de la Gran Depresión, y Probasco necesitaba cash. En pago por su hospitalidad demandó 50 dólares diarios.

Se decidió entonces darle curso a una operación secreta: la famosa cirugía plástica. El cirujano fue el doctor Wilhem Loeser, emigrante alemán sin licencia, y el ayudante, Harold Bernard Cassidy, joven médico prófugo de la justicia. Como anestésico, Johnny aspiró el contenido de una lata de éter a través de un embudo y cayó muerto, víctima de un paro cardiaco. Se formó el corre-corre y tremenda gritería —no era cualquier muerto el que Probasco tenía entre las manos—, hasta que finalmente Loeser logró revivirle, dándole respiración artificial.

Después optaron por la anestesia local, y los cirujanos procedieron a extirparle dos verrugas de la frente, a abrirle la nariz y la quijada y practicar una incisión debajo del lóbulo de cada oreja. Con la grasa de los cachetes rellenaron el huequito de la barbilla; halaron el pellejo; estiraron las patas de gallina, enderezaron el tabique de la nariz y cosieron nítidamente las heridas. Era, pues, un Dillinger irreconocible el que entró al Biograph la tarde del 22 de julio de 1934.

Como el de cualquier gángster de película, el sueño de Johnny era hacer mucho dinero y escapar con su Billie a un remoto balneario. ¿A qué balneario exactamente, si se puede saber? El perverso "Fat Charles" Makley le habla de Cuba: "¿Por qué no te vas a Cuba, brode?" (¿y a qué otra playa, a qué otro burdel puede escapar un criminal que se respete?).

Johnny pretende algo más clásico: las exóticas arenas de Copacabana; lo que no impide que la islita de oro, bajo el poderoso detector de metales hollywoodense, salga a relucir otras dos veces. "Red" Hamilton insiste en que vaya a La Habana: "Me encantó Varadero Beach, ¿sabes?", exclama este sanguinario precursor de los agentes de viaje procastristas.

Imposible no ver a Cuba

(Damas y caballeros, estimados lectores y lectoras, ¡su atención, por favor! Los párrafos que siguen tratan del castrismo. O mejor dicho: de Hollywood en el papel de agencia fidelista. No tienen absolutamente nada que ver con la película en cuestión, ni con Johnny Depp, ni con Michael Mann, ni con John Dillinger… O quizás tengan que ver, pero muy tangencialmente, y sólo en algún recoveco de la mente torcida del autor. De manera que los puristas pueden apagar sus computadoras, o saltarse estos párrafos indignos).

"Durante los años de la Gran Depresión", explica una nota biográfica en el portal del Buró Federal de Investigaciones (FBI), "muchos norteamericanos, enfrentados a fuerzas sociales que no podían entender, convirtieron en héroes a unos delincuentes que robaban a punta de pistola". Y Castro señala, en una de sus más antiguas reflexiones (Bohemia, 1952): "Aquellos que, víctimas de una ilusión murieron como gángsteres, hoy serían considerados héroes".

Entonces —me dije, rememorando hechos lejanos, mientras garrapateaba estas líneas en la oscuridad del cine Regal Renaissance—, quizás no fuese un capricho que Johnny Dillinger fuese considerado en su época como una especie de Robin Hood.

Efectivamente, es imposible no ver allí a Cuba —mentada, transliterada—, y el culto a la violencia que parió una sociedad terrorista. Por qué no pasó lo mismo en Chicago, vaya usted a saber: el hecho obvio es que robar un banco es igual que asaltar un cuartel o una república.

El mayor logro de Enemigos públicos es mostrar —quizás sin proponérselo— el nacimiento del hampa del espíritu del Wissenschaft; revelar que el motor de un Ford, la recámara de un revólver semiautomático, o el carrete del biograph (antiguo nombre del proyector cinematográfico) producen un excedente dinámico que cae, casi naturalmente, en manos de lumpenproletarios desesperados (o desperadoes).

Y si Enemigos públicos es el pasado de Cuba y el retrovisor de su historia moderna, Gomorra, de Matteo Garrone —basada en la novela homónima de Roberto Saviano—, viene a ser su pluscuamperfecto futuro.

¿Quién duda que La Habana devendrá la Nápoles del golfo, o que Alamar entera será la microbrigada del bazuco? ¿O que una camorra de subtenientes campeará por sus fueros al primer tambaleo del Estado totalitario?

Cuando los talibanes puedan moverse a sus anchas por el territorio nacional, cuando caiga por fin el muro del malecón y la dictadura mute en una versión vulgar del capitalismo feroz, llegará el momento en que Dillinger, Salabarría, Tró y Meyer Lansky nos parecerán niños de Atocha, y quién sabe si —bajo la balacera— no clamaremos al cielo por el viejo orden socialista. Del poscastrismo como Mariel interiorizado: en las cunas de Maternidad Obrera esperan su turno nuestros Caracortadas.


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Johnny Depp, protagonista de 'Enemigos públicos', en un fotograma del filme.Foto

Johnny Depp, protagonista de 'Enemigos públicos', en un fotograma del filme.

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