Actualizado: 18/04/2024 23:36
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Kim Jong-Il, Cine, Corea del Norte

Huéspedes del Amado Líder

Un líder paranoico y dos desesperadas estrellas de cine protagonizaron una historia que, pese a parecer demasiado rocambolesca para creerla, es absolutamente verídica

Enviar Imprimir

Que un dictador secuestre a dos estrellas de cine, los haga llevar a su país y los obligue a realizar películas que él piensa podrán competir con las de Hollywood, puede parecer una fantasía concebida para ser llevada a la pantalla. Pero aunque se trata de una historia demasiado inusitada para creerla, es absolutamente verídica. Sucedió en el que, a no dudarlo, es el país más alucinante de nuestro planeta.

En su momento y cuando fue revelada, sobre esa historia se habló en la prensa internacional. Y no poco. Recientemente ha vuelto a cobrar actualidad gracias a la publicación de un libro: A Kim Jong-Il Production: The Extraordinary True Story of a Kidnapped Filmmaker, his Star Actress, and a Young Dictator´s Rise to Power (Flatiron Books, 2015, 368 páginas). Lo firma el productor estadounidense Paul Fischer, quien estudió cine en la New York Film Academy y la University of Southerns California y ciencias sociales en el Instituto de Ciencias Políticas de París. Como elogio de su trabajo, hay que decir que ha escrito un libro que además de estar bien documentado, se lee con mucho interés, pues es parte historia, parte thriller, parte farsa.

Los protagonistas de esta historia son un líder paranoico y dos desesperadas estrellas de cine. Paso de inmediato a presentar a los dramatis personae y empiezo con los dos últimos. Son el director de cine Shin Sang-Ok (1906-2006) y la actriz Choi Eun-Hee (1926), ambos surcoreanos. Hubo una época en que en su país eran unas auténticas celebridades. Él era extraordinariamente famoso como realizador y productor. Como reconocimiento a sus aportes, lo bautizaron el Orson Welles de Corea del Sur. Hacía películas amadas por el público, reverenciadas por los críticos y galardonadas con varios premios. Su productora, Shin Films, era la más exitosa de Corea del Sur. Era rico y tenía todo lo que un hombre puede desear. Madame Choi era, además de su bella esposa, su musa y estrella. Durante los años 50, 60 e inicios de los 70, la pareja marcó el cine surcoreano.

Sin embargo, la de los 70 fue para ellos una década muy difícil, que los hizo poner los pies sobre la tierra. En Corea del Sur, la industria cinematográfica había comenzado a declinar, debido a que millones de personas tenían televisor en sus casas. Por otro lado, la pareja fue noticia por algunos problemas que terminaron por causar su divorcio. Shin tuvo un romance con Oh Su-Mi, una actriz joven, quien quedó embarazada y tuvo un hijo de él. El hecho fue aireado por la prensa y enfrentó al cineasta a la conservadora moral de su país. Sus amigos le dieron la espalda, entre ellos el presidente Park Hung-Hee.

Shin hizo esfuerzos por producir películas comerciales y eróticas, pero esos intentos además de fracasar dañaron el aura de calidad y sofisticación de Shin Films. Al final, un beso de 3 segundos vino a poner fin a la carrera del director. Había realizado un filme titulado Rose and Wild Dog, pensado principalmente para un público de estudiantes de secundaria. Incluía la escena de una pareja besándose, y la censura le ordenó cortarla. Fuese por indolencia o bien por insolencia, Shin no la eliminó. El hecho apareció en los periódicos y provocó que a la productora le retiraran la licencia con carácter inmediato. Para empeorar su situación, en 1976 Oh Su-Mi tuvo un segundo hijo suyo, pese a que él insistía en que había terminado con ella. Tras veintidós años de matrimonio, Madame Choi se divorció de él.

Por esa misma época, Kim Jong-Il (1941-2011) estaba siendo preparado por su padre para ascender al poder de Corea del Norte. Antes de convertirse en el más notorio dictador del mundo, dirigía el Departamento para la Agitación y la Propaganda, así como los estudios cinematográficos. Allí supervisaba cada película que se hacía, actuaba como productor y, en ocasiones, como guionista. El propósito del cine en Corea del Norte era inculcar al pueblo las principales normas del régimen: el Supremo Líder Kim Il-Sung era el hombre más grande que jamás ha existido y la lealtad a él y a la familia nacional es la más grande virtud. El pueblo coreano es la raza más pura, más virtuosa que ninguna otra. Solo un coreano podía ser el Supremo Líder, el Sol de la Humanidad, y cualquier cosa que no sea obediencia ciega a él es una traición a su patria, su raza, su sangre. Seguirlo a él hará que el paraíso de los trabajadores se haga realidad.

En 1972, Jong-Il produjo y controló dos filmes: Mar de sangre y La florista. En la segunda además intervino en el guión, seleccionó a la actriz principal, supervisó el montaje, asistió a casi todas las filmaciones y decidió detalles como las tomas. El filme estaba basado en una pieza teatral supuestamente escrita por su padre cuando se hallaba prisionero de los japoneses en 1930. Tuvo un enorme éxito en Corea del Norte y también en China, y en el Festival Internacional de Karlovy Vary ganó el premio especial del jurado. Su protagonista, Hong Yong-Hee, se convirtió en una figura icónica entre sus compatriotas.

Jong-Il plasmó sus “conocimientos” sobre cine en el libro Sobre el arte cinematográfico (1973), donde recopiló sus discursos a directores y guionistas. En esos escritos, entre cosas sostiene que para ser una obra maestra, una película tiene que ser épica y reflejar “inmensos hechos históricos”. Además debe ser monumental no en su metraje, sino en su contenido. Acerca del libro, el órgano oficial del Partido de los Trabajadores publicó este ditirámbico elogio: “Marx trabajó durante cuatro décadas para completar El capital. En cambio, al Camarada Kim Jong-Il solo le tomó de dos a tres años escribir Sobre el arte cinematográfico”.

Si en el pueblo no había sala, en Corea del Norte las películas se proyectaban en una fábrica o en el local del Partido. Todos los habitantes, tanto niños como adultos, estaban obligados a asistir a los estrenos, así como a la “sesión de crítica”, para tener la garantía de que habían interpretado correctamente el meollo del mensaje. Por supuesto, Kim Il-Sung estaba encantado con esos filmes que alimentaban su ego, al presentarlo como un héroe y un santo. Otra cosa bien distinta era cuando se proyectaban en el extranjero: los espectadores se morían de aburrimiento y se burlaban del simplismo de aquellas películas. Pero era ese el único cine que veían los norcoreanos.

Gracias por venir, Madame Choi

Jong-Il se cuidó de asegurarse el legado de su padre, y al idealizarlo probó que no había nadie más devoto y respetuoso a él. Pero ansiaba obtener el reconocimiento internacional y era consciente de la baja calidad del cine norcoreano. El problema estaba en que en un país conocido como el Reino del Ermitaño, al cual nadie podía entrar ni tampoco salir, era imposible encontrar un director con talento y experiencia. En 1977 Jong-Il tomó entonces una drástica decisión e ideó un plan maestro: secuestrar al más famoso cineasta surcoreano y a su actriz estrella. Su lógica era muy sencilla: Corea del Norte necesita personas con habilidades y talento. Otros países las tienen. Entonces, ¿por qué no secuestrarlas y traerlas?

En ese tiempo, Madame Choi se dedicaba a mantener a flote su academia de actuación, pues era lo único que entonces le quedaba. En el otoño de 1977 recibió la visita de un hombre que dijo ser dueño de un estudio de cine en Hong Kong. Tenía demás una academia similar en su casa y le propuso establecer un vínculo con la de ella. Con ese fin, la invitó a Hong Kong para discutir el proyecto, pero Madame Choi no pudo ir. El señor le envió después un guión y le propuso dirigirlo. Esa vez, Madame Choi aceptó viajar, y antes de hacerlo se lo hizo saber a su exesposo. A este le pareció un tanto raro que con tantos realizadores famosos, le pidiesen rodar el filme a ella, que nunca antes había dirigido.

La actriz ignoró el comentario de Shin y en enero de 1978 partió hacia Hong Kong. Pocos días después, durante una supuesta visita a un lugar en la costa, fue obligada por unos hombres a subir a una lancha a motor. Al preguntar a dónde la llevaban, le respondieron: “Madame Choi, vamos a la patria del General Kim Il-Sung”. Seis días después estaba en Corea del Norte. Entonces uno de los guardias le anunció: “Alguien importante está por llegar”. Al poco rato un hombre bajo, en la mitad de los treinta, se acercó a ella, le extendió una mano y con una sonrisa le dijo: “Gracias por venir, Madame Choi. Bienvenida. Debe estar extenuada por el viaje. Soy Kim Jong-Il. “

La actriz estuvo nueve meses en una mansión protegida por un muro de concreto y, en el perímetro exterior, por una cerca de alambre. Además soldados armados la patrullaban día y noche. Antes de que ella llegase, la casa había sido equipada con todos los lujos y amenidades que se puedan imaginar. Asimismo los cosméticos eran los mismos que ella usaba en Seúl y las ropas, desde la interior hasta los vestidos formales, le sentaban perfectamente. Casi a diario, Jong-Il le enviaba regalos.

En la primera visita a los estudios cinematográficos, Jong-Il hizo que proyectaran El 41, el filme soviético dirigido por Grigori Chujrai. Al terminar, le dijo a la actriz: “Usted comprendió la idea central, ¿verdad? Si eres un traidor, no importa si eres el ser amado o lo que sea…”. Comenzó entonces la educación de Madame Choi, a través de visitas a museos y lugares históricos relacionados con la vida del Gran Líder y sus logros. El hombre encargado de acompañarla a todos lados trató de convencerla de ir a una estación de radio y declarar que había venido voluntariamente a Corea del Norte para “ponerse al servicio del Gran Líder”, pero ella se negó.

Como parte de su adoctrinamiento ideológico, le entregaron una biografía de Kim Il-Sung en tres volúmenes. Cada día tenía que leerla en voz alta durante dos horas. Luego la hacían memorizar pasajes enteros y recitarlos palabra por palabra. Su aprendizaje era lento y le tomó dos meses finalizar la lectura de los tres volúmenes. Ignoraba que todos los niños norcoreanos son obligados a hacer lo mismo en las escuelas. Al cabo de un tiempo, Madame Choi se convirtió en la única persona a quien Jong-Il escuchaba y cuyas opiniones sobre cine además pedía. También era la única a la que permitía criticar a los Clásicos Inmortales.

Mientras todo eso había sucedido, Shin estaba por viajar a Los Ángeles. Pero al no saber nada de su esposa dos semanas después de su salida hacia Hong Kong, decidió ir allá a indagar. Al llegar, le informaron de su desaparición: hacía diez días que no iba al hotel, donde estaba todo su equipaje. No podía aplazar más su viaje a Estados Unidos, donde iba a tramitar una visa temporal reservada a personas internacionalmente reconocidas por su trayectoria en las artes. Estaba allí cuando la prensa surcoreana divulgó la noticia de la desaparición de Madame Choi. Y tras concluir los trámites, voló de nuevo a Hong Kong.

Allí se encontró con la paradójica situación de que la policía le notificó que no podía salir de la habitación del hotel. Sospechaban que él estaba involucrado en la misteriosa desaparición de su exesposa. Eventualmente, se convencieron de que no tenía nada que ver. Fue entonces cuando los agentes norcoreanos entraron en acción. Un día Shin fue secuestrado y despertó atado a bordo de un barco que iba rumbo a Corea del Norte. A partir de ese momento, él también pasó a ser “huésped” de Jong-Il.

Inicialmente, tuvo un período de arresto domiciliario. Cumplía dos horas de estudio ideológico en la mañana. Tras el almuerzo y la siesta, veía dos o tres películas escogidas personalmente por su anfitrión. Luego daba un paseo, cenaba y se iba a la cama. Lo obligaban a escribir cartas de admiración y de felicitación por el nuevo año a los dos Kim. Intentó escapar y tras eso lo trasladaron a otra casa. Era más pequeña y menos lujosa que la anterior, con rejas en todas las ventanas.

La oportunidad de hacer cine nuevamente

Le ordenaron escribir una carta de perdón a Jong-Il. Le tomó tres días hasta que el texto escrito por él satisfizo a los encargados de su vigilancia. Solo podía salir de la casa cuando uno de los agentes iba con él. Asimismo y como parte de su educación ideológica, tuvo que leer los consabidos tres tomos de la biografía del Gran Líder. Shin redactó comentarios elogiosos sobre el libro y memorizó largos pasajes, con el propósito de impresionar a sus guardianes.

Pero Shin no estaba dispuesto a aceptar el cautiverio e hizo un segundo intento de escapar. Esta vez fue enviado a la Prisión número 6, la peor de todas. Allí los reclusos tenían que permanecer en sus celdas, con las piernas cruzadas y sin moverse. El más ligero movimiento de un músculo significaba ser golpeado. De vez en cuando a Shin lo llevaban a otro sitio para que redactase cartas de “autocrítica”. Intencionalmente, él escribía con mucha lentitud para pasar más tiempo fuera de la celda y liberarse de la incómoda posición. En una carta se demoró una semana. Se la devolvieron para que la mejorase y la reescritura le tomó un mes. Le ordenaron después redactar otra misiva, esta vez para informar a Jong-Il de los problemas del cine norcoreano y sus posibles soluciones. En ese régimen Shin vivió dos años.

Finalmente y tras aquel suplicio, el 23 de febrero de 1983 fue liberado para que contribuyera a completar la revolucionaria tarea del juche (pensamiento filosófico e ideológico atribuido a Kim Il-Sung) y se dedicase a honrar al Gran Líder. Después de varios días para que se restableciera, lo prepararon para su primer encuentro con Jong-Il. Fue en una fiesta y esa noche se pudo reunir con Madame Choi, a quien había visto por última vez cinco años atrás. Aquella noche, Jong-Il anunció que la pareja se casaría de nuevo y que además trabajarían como asesores de cine. Dada su situación, los dos cineastas decidieron que si hasta entonces habían dirigido e interpretado las vidas de otros en la pantalla, ahora les tocaba dirigir y actuar sus propias vidas con todo el ingenio posible. Mientras lo hiciesen, se iban a dedicar a planear lo que verdaderamente les importaba: escapar de Corea del Norte.

Les asignaron una casa en la que contaban con la asistencia de cinco personas: dos ayudantes femeninas, dos cocineros y un ayudante masculino. Entre ellos hablaban muy poco, por temor a los micrófonos que con toda seguridad había ocultos. Solo lo hacían con más libertad durante los paseos. Pronto se acostumbraron a escuchar a diario las consignas: “Lo que el Partido decida, lo pondremos en práctica”, “¡Convirtámonos en balas humanas para defender al Gran Líder!”. Hasta una frase tan simple como buenos días, era contestada con tiradas como esta: “Sí, es un día hermoso gracias a la inspiradora enseñanza de nuestro amado líder revolucionario, camarada Kim Il-Sung, que ha llenado nuestros corazones con las verdades del análisis marxista-leninista y diariamente nos apoya en nuestras obligaciones”. Al cabo de algunas semanas, esa retórica perdió para ellos su novedad, aunque no la capacidad de aburrirlos.

Jong-Il les dio seis meses de vacaciones antes de empezar a trabajar. Pudieron conocer entonces la Corea del Norte real, la sociedad que los dos Kim habían construido: calles desoladas, edificios descuidados, injerencia del Estado en todos los aspectos de la vida cotidiana, personas que no miraban a los ojos y jamás osaban hacer preguntas. Y como nota dominante, el culto a la personalidad del Gran Líder. Esto último lo había presenciado Eldridge Cleaver, el líder de los Black Panthers, quien en 1970 pasó unos meses en Pyongyang. Los norcoreanos, comentó, eran fanáticos en la promoción de Kim Il-Sung.

En sus primeras conversaciones, Jong-Il confesó a la pareja que sus artistas favoritos eran Sean Connery y Elizabeth Taylor. En cuanto a películas, sus preferidas eran Friday the 13th, la serie de James Bond y First Blood, primera entrega de la saga de Rambo (esta última se basaba en una novela que Shin planeaba llevar a la pantalla antes del secuestro). En Pyongyang existía un archivo fílmico compuesto, según le dijeron al director, por 15 mil títulos. Incluía todos los filmes hechos en Corea del Sur, entre ellos los realizados por Shin. Jong-Il le dio acceso al archivo, un privilegio que solo disfrutaban unos pocos.

Para poder tener una idea y opinar sobre la cinematografía norcoreana, la pareja se dedicó a ver tantos filmes como sus estómagos pudieron aguantar. En tres semanas visionaron 120 títulos. En su primera reunión con Jong-Il para hablar por fin de trabajo, ambos decidieron correr el riesgo de grabar a su anfitrión, para así poder probar que no eran traidores. Su idea era hacer que Jong-Il explicase las razones que lo llevaron a secuestrarlos. Con ese fin, compraron una grabadora de casete en una tienda y la ocultaron en la cartera de ella. Jong-Il les pidió disculpas por haber sido tratados como prisioneros o criminales. Semejante falta de respeto no fue culpa suya. Hubo un malentendido y los responsables ya fueron castigados. Él los trajo a Corea del Norte como invitados.

Asombrosamente, su visión del cine de su país era crítica y cercana a la realidad. Prometió a la pareja darles toda la ayuda necesaria para que ellos pudieran enseñar cómo hacer cine. Aceptó que la nueva productora se llamase Shin Films y ofreció al director un presupuesto anual de 2 millones de dólares, cifra que podría elevarse si las expectativas se superaban. En cuanto a Madame Choi, podría protagonizar cuantas películas quisiera y estaría al frente de una academia de artes dramáticas, para formar a la joven generación de actores y actrices. A ambos además se les permitiría viajar al extranjero y asistir a festivales de cine.

Aunque las condiciones no eran las que ellos conocían, a la pareja se le presentaba la oportunidad de hacer cine nuevamente. Planearon un primer proyecto que esperaban tener terminado para el 15 de abril, fecha del cumpleaños del Gran Líder. Sin embargo, pronto les tocó conocer ese mal endémico de los regímenes socialistas que es la ineficiencia. Así, la madera necesaria para construir el set había que solicitarla con un año de antelación, para que fuese incluida en el plan.

Versión oficial de un hecho histórico

Para la que iba a ser su primera película en Corea del Norte, Shin se basó en la pieza teatral Conferencia sangrienta, supuestamente escrita por Kim Il-Sung cuando era guerrillero. El filme se llamó El emisario sin retorno y cuenta un hecho histórico ocurrido en 1907. Ese año se celebró en La Haya la Conferencia Internacional para la Paz, cuyo objetivo era solucionar conflictos entre países. El emperador coreano envió a tres representantes para tratar de convencer a Japón de que diera marcha atrás al Tratado Protector, mediante el cual sometía a Corea. Ri Jan, uno de los emisarios, pronunció un apasionado discurso y al verse frustrado por no conseguir el objetivo, se suicidó delante los diplomáticos haciéndose un harakiri. En realidad, esa inmolación no ocurrió, aunque muchos coreanos, incluso del sur, hasta hoy lo creen. Shin, sin embargo, siguió la versión oficial de aquel hecho.

Para filmar las escenas que tenían lugar en Holanda, la pareja viajó en Aeroflot a Checoslovaquia, Yugoslavia y la República Democrática Alemana. En esos países, sus acompañantes estuvieron todo el tiempo con ellos. En El emisario sin retorno, Madame Choi no actuó sino que fue codirectora y asesoró a los actores. A su regreso a Corea del Norte, filmaron las escenas locales y luego empezaron a editar. El filme significó un hecho histórico en el cine de aquel país. Por primera vez sus habitantes veían escenas rodadas en el extranjero e interpretadas por actores de otras nacionalidades. Fue además la primera producción en la que se incluyeron los créditos individuales de los integrantes del equipo técnico y artístico.

Shin cedió el crédito de la dirección a su esposa, quien por esa labor recibió el premio especial del jurado en el Festival de Karlovy Vary. El filme se estrenó después en los países de Europa del Este y Japón. Jong-Il quedó satisfecho con el trabajo de ambos y los recompensó con varios regalos. Entre ellos, dos Mercedes Benz 280, el auto más caro del mundo. Incluso les habló de la posibilidad de abrir una sucursal de Shin Films en Europa del Este, tal vez en Yugoslavia o en Hungría. Además por primera les permitieron comunicarse con sus familiares, a través de un agente norcoreano en Japón.

En los años siguientes, Shin realizó y produjo seis largometrajes más:

-Amor, amor, mi amor (1984): una historia de amor entre la hija de una geisha coreana y el hijo de un rico aristócrata. Un viejo argumento llevado al cine en varias ocasiones en ambas Coreas y que Shin trasladó a la pantalla en 1961, con Madame Choi como protagonista. Aparte de la audacia del título —en la ideología de aquel país no existe el concepto del amor entre dos personas—, por primera vez los norcoreanos vieron la escena de un beso.

-La fuga (1984): a diferencia de la mayoría de los filmes norcoreanos, esta película no se ambienta en la etapa gloriosa de la lucha de Kim Il-Sung contra los invasores japoneses. Se basa en una novela de un escritor progresista, que cuenta el trágico destino de una familia en la Manchuria de los años 20.

-Sal (1985): otra adaptación de una novela de los años 30. Una madre de una familia que disfruta de una vida relativamente cómoda, pasa por toda una serie de peripecias (su esposo es asesinado, su hijo se ve obligado a huir, ella es violada y va a parar a la cárcel) que la llevan a unirse a un grupo comunista, presumiblemente de las fuerzas de Kim Il-Sung. Contó con una impresionante interpretación de Madame Choi, que le valió el premio de actuación femenina en el Festival Internacional de Moscú.

-La historia de Shim Chong (1985): versión musical de una leyenda medieval, acerca del sufrimiento infinito y la piedad filial. Shin ya la había llevado a la pantalla en Corea del Sur, en 1972.

-Pulgasari (1985): el título más conocido internacionalmente de todos los rodados por Shin en Corea del Norte. Para realizarlo, se inspiró en el kaiju, el cine japonés de monstruos. Narra la historia de un muñeco que cobra vida y se transforma en un enorme monstruo, que defiende a los campesinos de los amos que los explotan. Su estreno provocó verdaderas aglomeraciones en los cines. Con el tiempo, se ha convertido en una curiosidad camp para los aficionados de este tipo de películas. En YouTube se puede ver una copia subtitulada al inglés.

-Hong Kil-Dong (1986): aunque no fue dirigido por el cineasta surcoreano, este filme lleva la marca de Shin Films. Adaptación de una novela del siglo XVI, fue la primera cinta de artes marciales rodada en Corea del Norte, donde tuvo un éxito enorme. Como muchos títulos de ese género, tiene como argumento la anécdota de un viejo maestro de kung fu que traspasa sus conocimientos a un discípulo joven. Pese a que no deja de cumplir un fin propagandístico (el protagonista es una especie de Robin Hood que protege a los campesinos de la opresión), la película pone mayor énfasis en el entretenimiento.

El secuestro de los dos cineastas hizo renacer sus carreras del modo más increíble. Shin además dispuso de unos recursos que nunca antes había tenido, y se tomó el trabajo muy seriamente. Incluso él mismo pensaba que en Corea del Norte realizó el mejor filme de su carrera, refiriéndose a La fuga. Pero pese a que recibieron un buen trato durante esos años, la pareja no había renunciado a la idea de escapar. Esa oportunidad se les presentó en marzo de 1986 cuando viajaron a Europa para asistir a varios festivales de cine. Con la ayuda de un crítico japonés amigo de Shin, lograron llegar a la embajada de Estados Unidos en Viena y pidieron protección.

Al divulgarse la noticia, el régimen de Pyongyang trató de hacer ver que la pareja realmente había desertado voluntariamente a Corea del Norte y los acusó de haberse quedado con los millones de dólares con los cuales habían viajado para abrir una sucursal de la productora. Pero la grabación hecha secretamente a Jong-Il convenció a los expertos de la veracidad de su historia. El propio gobierno norcoreano admitió después haber secuestrado, a inicios de los 80, a once ciudadanos japoneses para que sirvieran como asesores culturales. Varios murieron en cautiverio y otros se suicidaron.

En 2007, apareció publicada póstumamente I was a film, la autobiografía de Shin. Al referirse a aquella insólita experiencia, este comentó que si se hiciese una película sobre ella nadie le daría crédito. Cuando uno la conoce, no duda en darle la razón.