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“José Martí: el ojo del canario” y Fernando Pérez

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La enorme y atestada sala de cine del Gusman Center for the Perfoming Arts, en el downtown de Miami, se oscurece lentamente y en la pantalla aparece el rostro lánguido de un niño que nos mira desde el asombro de su inocencia. Es un niño callado y observador, de intensa mirada que compensa su silencio porque sus ojos expresan mucho más que las palabras.

Con los años este niño aparentemente frágil será uno de los más grandes e importantes poetas e intelectuales del siglo XIX que dio la isla de Cuba; en el filme José Martí: el ojo del canario es un tierno proyecto de hombre que descubre el mundo en cada sensible detalle de su cotidiano transcurrir.

Nos detendremos en su etapa púber y miraremos a través del misterio del ojo del canario su vida hasta los dieciséis años en que, con tozudo estoicismo, afrontará la prisión en las Canteras de San Lázaro, por su amada Cuba.

Fernando Pérez, el realizador, es una de esas personas cuyo sencillo y jovial carácter no evidencia el oficio que domina más, ya nos acostumbró a ver buen cine, loable empeño de quien es uno de los más sólidos directores de cine del momento a pesar de las carencias y difíciles condiciones que tiene para desarrollar su obra en Cuba, donde vive.

Debuta en el cine como realizador con Clandestinos (1987) una digna ópera prima donde ya esboza el talento que lo caracterizará a lo largo de su carrera. En el filme hay escenas memorables que quedan para siempre en la memoria del espectador sensible como aquella en que el protagonista (Luis Alberto García) toma en brazos a su novia (Isabel Santos) y abriéndose paso a duras penas durante la tregua de la balacera de los policías batistianos y la cercanía de su propia muerte, grita al Jefe de la policía (Miguel Gutiérrez) para salvarla: “Miralles, te la entrego viva, ¡está viva!, te la entrego viva, cabrón”, protegiéndola de esta forma y dando a entender que la entrega con vida, para si después aparece muerta, que todos sepan que ellos la mataron.

Hay muchas escenas memorables en el cine y muy buenos realizadores que las filmaron, pero hay un solo Fernando Pérez y un solo Clandestinos; una anécdota histórica recreada cinematográficamente con oficio magistral cuando apenas se iniciaba como realizador. Con los años su sólida obra avalaría su prestigio ganado a fuerza de tesón en un medio hostil.

José Martí: el ojo del canario es también una bella y dolorosa anécdota histórica contada con más oficio, si cabe, porque son más años y experiencia como director.

En esta última producción de Fernando Pérez vemos al padre y la familia de Martí a través de sus ojos de niño quien desde sus primeros años apunta como una definida personalidad que se inclina por la justicia a ultranza. Durante 120 minutos cinematográficos estamos en presencia de un José Martí púber, despojado de todo arquetipo que el tiempo y la rica imaginación popular tejieron como personaje impoluto e impecable, dejando de ser de carne y hueso para devenir símbolo nacional de Cuba sin percatarnos que los héroes y los mártires se formaron y crecieron con virtudes y defectos, fueron personas que amaron, odiaron, erraron, acertaron, rieron y sufrieron como todos en un mundo que puede o no ser justo.

Ante nuestros ojos desfila la vida familiar de Martí, las costumbres de la época, su relación con sus padres y sus hermanas, la atmósfera agobiante donde la mano férrea del padre español (muy bien interpretado por Rolando Brito) se hace sentir en todo, la mansedumbre y entereza de su madre, impotente para encontrar la solución del problema mayor: la falta de una economía estable y de una buena comunicación que deviene más tarde distanciamiento entre su hijo y su esposo: fuertes amores enfrentados.

En una de las mejores actuaciones de Broselianda Hernández —yo diría, la mejor de su vida— Doña Leonor Pérez nos muestra la clásica madre; dolida, sufrida, valiente, sumisa, consejera, amiga, cómplice de sus hijos, apañadora, justa, cariñosa, recta y flexible, como suelen ser casi todas las madres del mundo.

Por segunda ocasión, Fernando Pérez nos lleva hasta el límite de la sensibilidad en otra memorable escena cuando la madre de Martí, olvidando su acostumbrada humildad, saca fuerzas de su propio dolor y se enfrenta al poder español defendiendo la noble vida de su retoño que apenas espiga en el mundo de la discordia y la violencia y entre lágrimas y gritos le implora al hijo rebelde “¡Hazlo por mí, grita, grita, ‘Viva España’, hazlo por mí, Pepe”, mientras la cámara se detiene el tiempo suficiente en el rostro que implora haciéndonos ver casi palpable la ira, el dolor y la súplica. Es una escena harto elocuente que estremece igual que cuando Luis Alberto le grita a Miralles en Clandestinos que “está viva, coño, está viva!”.

El espectador sagaz sabe que el cine es un mundo de ensueños; es el arte del movimiento y de la imagen, la sumatoria absoluta de las diferentes manifestaciones artísticas. Es el lugar ideal donde a veces no queremos que la sala se ilumine porque estamos tan metidos en la trama que formamos parte de ella, un personaje omnisciente dentro de la historia, llevados por la mano conductora del realizador esgrimiendo una vez más la batuta de director de escena cuyo poder nos hace olvidar la realidad en que vivimos para vivir la realidad del Séptimo Arte.

Eso mismo sucede con José Martí: el ojo del canario: no queremos que acabe la película, anhelamos seguir viviendo la vida del niño incomprendido por su padre español, el que sufre los atropellos y las humillaciones de otros compañeros de aula abusivos, el que valorará un pacto de sangre con quien siempre fue el mejor de sus amigos, Fermín Valdés Domínguez, el niño sensible al que le duelen los malos tratos de los esclavos, el que luego se hará un hombre en toda su justeza, un hombre digno, íntegro, capaz de morir por un ideal.

José Martí; el ojo del canario es un filme despojado de grandilocuencia, una narración lineal con el objetivo de mostrarnos el más profundo sentido humanista de un niño a quien todos los cubanos amaríamos en su adultez por su integridad de cubano cabal y por el verbo sabio de su palabra. Es un filme bello y triste que recrea la lenta pero sólida concientización de una persona desde sus primeros años hasta los umbrales de su adolescencia, que asumiría en su madurez el ideal de libertad como única meta en su corta pero fecunda vida.

Una vez más Fernando Pérez nos demuestra que conoce el oficio de realizador y que —con su característica sencillez— sigue siendo uno de los mejores directores cubanos de hoy, cuya última producción cinematográfica: José Martí: el ojo del canario es, sin lugar a dudas, un bello tributo al Maestro. Honor a quien honor merece.


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El director Fernándo Pérez con Damián Antonio Rodríguez durante la filmación de “José Martí: el ojo del canario”Foto

El director Fernándo Pérez con Damián Antonio Rodríguez durante la filmación de José Martí: el ojo del canario.

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