Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Ballet, Alicia Alonso

La bailarina y la espía guerrillera

De cómo Tamara Bunke, alias “Tania” La Guerrillera, alias Laura Gutiérrez Bauer, se sirvió del ballet y de Alicia Alonso para establecer contacto con el Che Guevara

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A fines de 1960, el Ballet Nacional de Cuba emprendió una vasta gira por los “países hermanos”: URSS, RDA, Checoslovaquia, Rumanía, Hungría, Bulgaria, República Popular de China, y Corea del norte. En diciembre, la compañía pasó por Berlín oriental. Fue calurosamente acogida por una joven argentina que se presentó como Tamara, traductora, encargada de acompañar a los bailarines a lo largo de su estancia.

La joven había nacido de padre alemán y madre polaca, ambos comunistas, quienes se habían refugiado en Argentina huyéndole al nazismo. Tras el fin de la Segunda Guerra mundial, regresaron a Alemania y se instalaron en el Este para participar en la “construcción de la nueva sociedad”. Su hija, nacida más allá del Atlántico, no había olvidado la lengua de su infancia, y compartía con todo el vigor de su juventud las ardientes convicciones de sus padres. Había conservado una auténtica pasión por América latina y la revolución cubana le interesaba particularmente.

Algunos meses antes, había conocido a Antonio Núñez Jiménez, un viejo amigo de Alicia Alonso, que vino a Berlín a preparar el viaje de una delegación comercial cubana encabezada por Che Guevara, entonces presidente del Banco Nacional de Cuba. Las negociaciones se referirían al sostén económico que los “países hermanos” le otorgarían a la revolución, ya que La Habana debía encarar las primeras represalias económicas por parte de Estados Unidos. El embargo ya se perfilaba. Por medio de una amiga, Tamara Bunke pudo acercarse a Núñez Jiménez. Más tarde fue invitada a reunirse con Ernesto Guevara, en una recepción en Leipzig ofrecida por el Gobierno alemán. Luego, el Consejo Central de la Juventud Libre Alemana la designó, junto a su madre, como intérprete del Che.

Se estableció una corriente de afinidad y simpatía entre Tamara, Alicia y el resto de la compañía. Naturalmente, fue requerida para acompañar al Ballet cuando éste hizo una segunda parada en Berlín. Mientras tanto, en abril de 1961, en la víspera del desembarco en la bahía de Cochinos, Fidel Castro proclama el carácter socialista de la revolución. La troupe se encontraba en Corea del norte cuando se produjo “la invasión” y la nueva victoria del pueblo que había repelido a los agresores.

La argentina estableció vínculos aun más estrechos con los artistas y le expresó a la prima ballerina su deseo de viajar a Cuba para observar, con sus propios ojos, la construcción del socialismo en la Isla. Para su suerte, un bailarín mexicano había decidido permanecer en Europa y su billete de regreso estaba disponible. Alicia Alonso se lo propuso a su joven interlocutora, y fue bajo su protección que Tamara Bunke arribó a Cuba el 12 de mayo.

El asunto no había sido, no obstante, fácil. Tamara tuvo que usar toda su fuerza de persuasión para obtener la indispensable aprobación de la Seguridad de la República Democrática Alemana. La Stasi consideraba en efecto que la argentina era un excelente elemento (Tamara hablaba ruso, alemán, inglés, español, era culta y no estaba desprovista de encanto); no tenía por qué privarse de sus servicios, incluso si éstos fueran a ser aprovechados por otro país comunista. Finalmente, ante su insistencia, Markus Wolf, que dirigía la Stasi, autorizó su partida, al mismo tiempo que rechazaba caución alguna para sus actividades ulteriores. De hecho, ella iba a trabajar simultáneamente para la Stasi, la KGB y Cuba, aun si su madre y su compañero Ulises Estrada (quien fue en la Isla uno de sus instructores militares y uno de los principales secuaces de la revolución cubana en el extranjero) han intentado con posterioridad borrar las huellas.

Ya en la Isla, Tamara Bunke hizo contacto con el ministerio de Educación, y luego con el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (un nido de espías), oficialmente destinado a las relaciones con los simpatizantes de la revolución, pero cuyo rol esencial era vigilar e infiltrar a las representaciones extranjeras. Tamara comenzó al mismo tiempo estudios de periodismo y se propuso ser admitida en el círculo de Che Guevara. No sin algunos contratiempos. Junto a su camarada Ángela Soto, fue a tratar de abordarlo, un día, en uno de esos “trabajos voluntarios” en la construcción, donde él gustaba ser visto como prueba de su participación en el “esfuerzo”. Cuando ella intentó hablar con Guevara, éste la rechazó con sequedad, ordenándole que se arremangara la camisa y se pusiera a trabajar. Ángela Soto, a quien el manejo de ladrillos y del mortero no entusiasmaba particularmente, quiso marcharse, pero Tamara la retuvo, tomándola por el brazo: “Vamos a transportar cemento y arena, porque es lo que quiere el comandante Guevara y es la condición que pone para tomarnos en cuenta”. Aun así, no lo consiguió.

En 1963, los servicios cubanos la convocaron para que se sometiera a un entrenamiento intensivo en espionaje y el manejo de armas. Cuando estuvo bien aguerrida, el Che consintió al fin recibirla en el ministerio de la industria. El trabajo socialista que le iba a proponer no tenía nada que ver con la albañilería: se trataba de abrir nuevos focos guerrilleros en América latina. La misión de Tamara, llamada “Tania”, sería la de infiltrarse en Bolivia para prepararle el terreno. Bajo el nombre de Laura Gutiérrez Bauer, arribó a Bolivia en 1964. Perdió la vida en una emboscada, el 31 de agosto de 1967, cuando el grupo de combatientes que conducía Juan Vitalio Acuña, “Joaquín”, fue atacado por el ejército boliviano, al haber perdido el contacto con la columna principal, bajo las órdenes de Guevara. Éste fue capturado algunos meses más tarde y ejecutado en La Higuera.

Félix Rodríguez, uno de los agentes de la CIA que participó en el acecho a los guerrilleros cubanos, afirmó haber descubierto más tarde que Tamara Bunke había sido alistada por los servicios soviéticos para vigilar al Che, y que la tarea se le facilitó de alguna manera debido a que era su operadora de radio.

El Ballet Nacional de Cuba le rindió homenaje, representando algunos meses después de su muerte Tania la guerrillera, una obra de propaganda —rápidamente caída en el olvido—, destinada a animar la leyenda revolucionaria de quien Alicia Alonso había introducido en Cuba, facilitándole así, involuntariamente, la faena a los servicios secretos de los “países hermanos”. La bailarina no había visto sino las chispas del fuego, más experta sobre el escenario que en conducción revolucionaria o del espionaje. En este sentido, había algo de verdad cuando alegaba que su única misión era… cultural.

(Extracto del capítulo “Los beneficios de la revolución” del libro La Ballerine et El Comandante. Histoire secrète du Ballet de Cuba, de Isis Wirth, de próxima aparición en François Bourin Éditeur.)


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