Actualizado: 18/04/2024 23:36
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'La duda': Villa Marista del corazón

Aunque con una excelente producción y varias actuaciones estelares, el filme de John Patrick Shanley también muestra sus costuras.

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La duda: una parábola, de John Patrick Shanley (Moonstruck; Joe Versus the Volcano), ganó el premio Pulitzer y el Tony Award del 2005, luego de concluir una exitosa temporada en el Manhattan Theater Club. El año pasado, el dramaturgo dirigió una versión fílmica que a cada escena delata su origen teatral. A pesar de la excelente producción y de varias actuaciones estelares, a La duda se le ven las costuras: se trata del típico duelo de virtudes y vicios en alegórico enfrentamiento autosacramental.

Así y todo, el libreto, lejos de caer en maniqueísmos, resulta endiabladamente complejo. El cura Flynn (Philip Seymour Hoffman), en su primer sermón, introduce la subversiva idea de la duda como vehículo de la gracia y, debido a su fuerza interpretativa y a la contagiosa vehemencia de sus argumentos, salimos del cine con ánimo dubitativo: ¿será verdad que es más saludable quedarnos con la duda que consumar el "acto" de conocimiento? (Salubridad e higiene: más sobre esto enseguida).

Sabemos de antemano lo que nos viene encima si el apellido del cura —en un drama de iglesia que transcurre en el Bronx— es Flynn, el padre Flynn. A partir de ese nombre, sobran las explicaciones; es como si el párroco dijera: "Me llamo Bond, James Bond". En Nueva York, los borrachos, los boxeadores, los curas y los policías suelen ser (deben ser) irlandeses.

Entonces aparecen la hermana James (Amy Adams), en el rol de la clásica chivata con el corazón de oro, y Meryl Streep, en el de la lívida enmarañadora Sor Aloysious Bouvier. Quizás el extraño sermón del padre Flynn esté condicionado por el caso de un tal Donald Miller (Joseph Foster), el primer niño negro que admite la escuela Saint Nicholas de las Hermanas de la Caridad. Estamos en 1964 —año patrístico de las "luchas civiles"—, pero el problema del monaguillo no estriba en su negritud. Tan inconfesable es su pecado que, cuando se queda a solas en la sacristía, Donald Miller ahoga las penas en vino de iglesia.

La sangre de Cristo provoca hipo, halitosis, y un agudo caso de mala conciencia. La hermana James sospecha que el cura sedicioso emborracha al monaguillo, y la Madre superiora fabrica, con ese chivatazo, una corazonada. Acusa a Flynn de algo siniestro e improbable: de lo que pudo ser, pero que tal vez nunca haya sido. ("Peligrosidad predelictiva", le dicen en la Villa Marista).

Para tronar a Flynn, la Madre necesita de su confesión, o del testimonio de una monja imaginaria, rezago de algún rebaño que el cura haya dejado atrás. Sor Aloysious finge poseer las pruebas fehacientes, y el párroco hace mutis por el foro, aunque, en vez de caer en desgracia, es promovido al decanato de otra congregación.

La escenografía y la dirección artística de La duda son impecables, a tono con el ambiente claustrofóbico de las escuelas católicas. Las cofias negras, las paredes verdes, la piel blanquecina, el moblaje oscuro, contribuyen a la intención didáctica de la película, al tiempo que el libreto de John Patrick Shanley nos guía por la mente sinuosa de Sor Aloysious: la monja detesta los bolígrafos, porque cree que echarán a perder la caligrafía; prohíbe los caramelos, porque estropean los dientes. Sor Aloysious es la emisaria de un feminismo naciente que llegará a imponérsenos como triple proyecto de higiene monacal, maternalismo histórico y salubridad planetaria.

La duda localiza los síntomas de la actual tiranía (que Harold Bloom llamó "escuela del resentimiento", y Richard Bernstein "dictadura de la virtud") en la academia de los mojigatos años sesenta. El socialismo de corte jesuítico adquirió forma definitiva en el claustro docente, como bien sabe cualquier profesor que haya osado dudar alguna vez. Nadie conoce la razón por la que el celo fanático toma aspecto femenino (la Patria, la Revolución, la Iglesia), aunque, cuarenta años antes, anticipándose a nuestra era, otro gran irlandés había descubierto ("No mother, let me be, and let me live!") que el futuro nos deparaba el mismo "virus jesuita, pero inyectado al revés".

La duda es, entonces, la primera víctima de la revolución de la paideia. Hemos llevado tan lejos el programa de Sor Aloysious Bouvier, que prender un cigarro y echar una bocanada de nicotina en el aire catequizado es como darle aguardiente a un monaguillo: los tabaquistas no se distinguen ya de los "paiderastas". El corolario de esta parábola fílmica está en aquella escena de Juegos secretos (2006), donde un pedófilo perseguido por la comunidad de los virtuosos termina castrándose en un parque infantil.

La señora Miller (Viola Davis: el caso más escandaloso de entre todas a las que Penélope Cruz robó el Oscar) es la madre del niño negro. Libre al fin, opone a la duda el poder ecuménico del albedrío. "¿Es la verdad el poder supremo?", nos pregunta Nietzsche desde su altar filosófico. Y la famosa respuesta parece ser el lema —y la religión— de esta mujer valiente: "La fuerza suprema que mueve la tierra no es la Verdad (con mayúscula) sino la ilusión, la mentira, el caritativo simulacro".

A la salida de mi querido cine Academy (matinée a dos pesos), me detuve a mirar revistas en un estanquillo. Me llamó la atención la portada de la Newsweek de esa semana: traía la cara del comentarista radial Rush Limbaugh con un tapabocas que llevaba escrita la palabra "¡Basta!". Esta moderna práctica de la prensa demócrata se llama "waterboarding": el ahogamiento virtual de la oposición.

Más allá, una larga fila de frondosos laureles brillaba por su ausencia. Las resbalosas frutillas constituyen un potencial peligro para los peatones, igual que las raíces rebeldes que no entran por el aro: previniendo tropiezos, la alcaldía ecologista decidió talar los árboles. Es en tales momentos que una horrible impotencia me obliga a callarme y a pasar de largo. Como al padre Flynn, sólo me queda "el silencio y la astucia", porque hasta en el exilio me persigue la democracia.


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Meryl Streep en un fotograma de la película 'La duda'.

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