Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Afganistán, Concurso, Televisión

La música sustituye a las armas

Un concurso de talentos se ha convertido en Afganistán en un fenómeno nacional y ha logrado penetrar en áreas estrictamente religiosas, desafiando actitudes fundamentalistas

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Con algunos años de retraso, he visto un estupendo filme sobre el cual quiero dar noticia. No tenía información alguna sobre el mismo, y sin grandes expectativas me aventuré a verlo porque, de acuerdo a la breve sinopsis que aparece en la página web de Netflix, pensé que por el tema podía ser interesante. Solo después de la buena impresión que me dejó su visionado, busqué algunos datos en la red.

Me enteré así de que Afghan Star (Inglaterra, 2009, 1 hora 28 minutos) se proyectó en su momento en varios países; que tuvo una favorable recepción crítica; que en el Festival de Sundance recibió el galardón al mejor director y el premio del público, en la categoría de documental; y que la RAI le concedió el Premio Italia. Al verlo, resulta difícil imaginar que su directora, la británica Havana Marking (1972), solo había realizado antes un corto de 30 minutos.

Lo primero que sorprende en el documental, es que subvierte la imagen cliché que suele darse de Afganistán: una nación primitiva, supersticiosa, con costumbres atávicas, que tiene poco que ver con el mundo occidental. En Afghan Star, varias de las personas que desfilan por la pantalla hablan inglés muy decentemente. Más insólito aún ha de ser para muchos ver que los jóvenes e incluso muchas personas maduras siguen con fidelidad y con apasionado entusiasmo un programa semanal de televisión similar a American Idol. Después de treinta años de guerra y represión bajo los talibanes, la música y los ídolos pop han llegado a Afganistán.

En una entrevista, Marking declaró que al rodar el documental, su principal interés fue mostrar una imagen distinta de ese país. “Me sentía frustrada de que uno nunca ve u oye hablar de la gente común y de los jóvenes. Este es un país donde el 60 % de la población tiene menos de 20 años. Y estos jóvenes que han sido largamente ignorados, son claramente el futuro de Afganistán”. Para el propósito de la cineasta, resultaba idóneo Afghan Star, un concurso de talentos que se ha convertido en un fenómeno nacional y que ha logrado penetrar en áreas estrictamente religiosas, desafiando actitudes fundamentalistas.

En 2007, la televisión afgana apenas contaba con cinco años y sus realizadores eran jóvenes sin experiencia previa en ese medio. De la industria de antes de la guerra, había quedado muy poco. Tolo TV, donde se realiza Afghan Star, es el principal canal independiente surgido en Afganistán después de 2001. A partir de ese año se produjo una explosión de nuevos canales. Durante la etapa en que el país estuvo bajo el régimen de los talibanes, la televisión era, junto con el baile y la música, una de las varias cosas que estaban prohibidas. De hecho, cuando Marking rodó su filme en varios lugares, fuera de la más liberal Kabul, muchos de esos vetos aún subsistían. Allí las estructuras fundamentalistas islámicas seguían dominando.

El documental registra la enorme popularidad que había alcanzado Afghan Star en su tercera edición. Se inició en octubre de 2007 y se trasmitió semanalmente durante cuatro meses. Las imágenes muestran las audiciones hechas por todo el país, a las cuales se presentaron más de 2 mil candidatos. Entre ellos había tres chicas, lo cual era insólito en una sociedad en la que las mujeres tenían que vivir puertas adentro. Bajo los talibanes, solo podían salir si iban acompañadas por un miembro masculino de la familia.

Probablemente hoy no sea así, pero entonces Afghan Star se grababa en un viejo cine de Kabul, rodeado por cercas de alambre y guardias con armas largas. Los productores habían sido amenazados por el Consejo Afgano de Sabios, que calificó el programa de “inmoral y contrario al Islam”. En el documental, se ve a uno de sus miembros cuando habla acerca del mismo y afirma que si continúa tarsmitiéndose, los islamistas se levantarán y volverá la guerra. Con eso, la sociedad afgana irá al colapso. Sus palabras, sin embargo, no consiguieron mermar la teleaudiencia y la final de Afghan Star fue vista por 11 millones de personas, un tercio de la población del país.

El programa tiene una estructura semejante a la de American Idol y otros shows de su tipo. Empieza con 12 concursantes, y a lo largo de las semanas van siendo eliminados hasta quedar dos. Son esos los que compiten en la final, que en la edición en la cual se centra el filme tuvo lugar en el Hotel Internacional de Kabul. Todos los participantes de esa edición eran jóvenes que buscaban fama y fortuna. El primer premio incluye, además del contrato para grabar un álbum, una recompensa monetaria de $5.000. En otros países, es una suma modesta, pero no en Afganistán, donde el sueldo promedio de un año era en esa época de $300. El ganador es escogido por los televidentes, quienes votan por su cantante favorito a través del teléfono celular, enviando un SMS (Short Message Service). Afghan Star anda ya por su décima edición, que finalizó en marzo de este año.

Buena parte del filme está dedicado a seguir a cuatro concursantes, quienes ilustran los riesgos que implica convertirse en ídolos nacionales. Los vemos en sus campañas de promoción, así como el entusiasmo y la excitación que provocan cuando salen a las calles: son reconocidos por la gente, que les piden autógrafos y se toman fotos con ellos. Pero el acierto del documental reside en que va más allá del deseo de saber quién será finalmente el ganador. Sirve de prisma para examinar la fragmentada cultura tribal del país, reflejada en los cuatro concursantes y en las respuestas del público a sus actuaciones.

Rafi Naabzada, 19 años, es el clásico aspirante a estrella pop. Tiene buena voz y buena figura. Declara que no le interesa la política. Solo le interesa despertar a la gente, que vuela a vivir de nuevo. “Este país era como una casa deshabitada”, comenta. Carteles con su foto llenan las paredes de Maza-e-Sharif, su ciudad natal. Hoy cuenta con cuentas en Facebook y Twittter, en YouTube se pueden videos suyos y entre sus compatriotas es toda una celebridad.

Hameed Sakhizada, 20 años, es el mejor intérprete de los cuatro. Eso se debe, en buena medida, a sus estudios de música clásica, campo en el que él piensa puede llegar a tener un nombre. Pero no le importa complacer los gustos de la población y cantar temas populares. Pertenece al grupo étnico Hazara, que tradicionalmente ha sido el más explotado. Asimismo muchos de ellos fueron masacrados por los talibanes. El hecho de Hameed llegara la final lo convirtió en un héroe entre su gente.

Una joven de Kandahar que llegó a la final

Lema Sarah, de 25 años, es el ejemplo más evidente del impacto revolucionario del programa. Fue la primera mujer en llegar casi hasta la final. Un logro importante además para un miembro de la etnia Pashtur de Kandahar, una de las áreas más tradicionales y religiosas de Afganistán. Lema viajaba cada semana a Kabul en compañía de su madre. Cuenta que aprendió a cantar a escondidas, pues “todo en Kandahar es secreto”. En otro momento, comenta: “Cantar no es malo, pero sí para la religión. Si te fijas, en la religión no se incluye la música porque está prohibida. Pero, ¿por qué tenemos que ocultarnos? Si yo no canto, ¿qué otra cosa puedo hacer? Cantar es parte de mi tradición”. Dice que si gana, no tiene más opción que enfrentar las consecuencias. Es pobre y su única esperanza de futuro es obtener el concurso.

Fue ella el mayor logro de esa edición de Afghan Star. Los cientos de miles de votos que recibió demostraron que una parte de la población está preparada para que esa sociedad cambie. El hecho mismo de que una mujer de la zona donde nacieron los talibanes estuviera en un escenario, fue un índice alentador de que en solo seis años algo había cambiado. Aunque musicalmente no era la mejor, muchos querían que ganase por lo difícil que es para una mujer de Kandahar tener ese coraje. Por todo ello, además de los $1.000 por el tercer lugar, recibió otros $700 por ser la primera concursante femenina que había logrado llegar casi hasta la final. Recibió además un contrato para grabar un disco. Al final del documental, se dice que debido a las amenazas que recibió, pasó a estar bajo protección del gobierno de su ciudad.

Pero el caso que mejor ilustra las limitaciones con que aún viven las mujeres afganas es el de Setara Hussainzada. Tenía entonces 22 años y, a diferencia de Lema, se viste con ropas modernas, se maquilla como una estrella de Bollywood y es de mente amplia. Vivía sola en Kabul, lo cual es difícil para una persona de su sexo. Durante su última presentación, provocó un auténtico escándalo. Esa noche, se negó a reprimir sus emociones e improvisó unos tímidos pasos de baile, algo que ni siquiera los concursantes masculinos se atreven a hacer. Al moverse, el pañuelo que le cubría la cabeza se le deslizó y, en su nerviosismo, no se ocupó de volverlo a colocar. Quedó marcada para siempre como “la chica que bailó”.

En el documental se escucha la reacción de asombro del público. Varios de los concursantes, como Rafi, expresan su desaprobación. Lema comenta que aunque le diesen miles de dólares, ella no bailaría en escena. Ni siquiera si ello le permitiese ganar el primer premio. En Herat, el pueblo donde nació Setara, las reacciones fueron más airadas. Un joven que es entrevistado expresa: “Ha cubierto de vergüenza a nuestro pueblo. Merece que la maten”. En las paredes de la casa de los padres han pintado insultos. Después de la actuación, Setara fue echada del apartamento donde vivía en Kabul y aunque su vida corre peligro, no le queda más opción que volver a Herat. “Tener miedo no es nuevo para mí”, comenta. Al final del filme se dice que meses después pudo regresar a Kabul y grabar su primer disco.

En el filme también se muestra a los seguidores de Afghan Star. Unos se reúnen a verlo en establecimientos públicos como cafés. Otros, presumiblemente en las regiones más apartadas y con fuerte influencia de la religión, lo ven en secreto y con un poco de nerviosismo. Hay casas, como la de la familia Khan, los fans número uno del programa, donde deben usar una antena rudimentaria, lo cual denota que el servicio de televisión era aún deficiente. Cada concursante cuenta además con seguidores fervientes. Un chico condujo durante 15 horas para sumarse a la campaña de promoción de Hameed. Un señor de Kandahar compró 10 mil tarjetas para votar por su cantante favorito. En un salón de té, un hombre dice: “Afghan Star es mejor que la política. Los políticos solo traen miseria”.

Para quienes no estén familiarizados con las represivas normas de la moral islámica, este delirio nacional por un programa de concurso puede parecer excesivo y hasta frívolo. Pero lo cierto es que al ser trasladado a una cultura radicalmente distinta, el formato de American Idol adquirió otro significado. En primer lugar, en una sociedad tan fragmentada Afghan Star promueve, tanto entre los concursantes como en el público, una fraternidad que trasciende las viejas divisiones tribales. Los tres finalistas, Rafi, Hameed y Lema, pertenecen a diferentes grupos étnicos. En la final, el segundo interpretó una canción cuya letra expresa: “Si eres de Bamejar o de Kandahar, somos hermanos. Si eres de Kabul, Balh o Takhar, somos hermanos. Si eres de Wardak, Nimroz, Oruzkan, Qalalat o Kunerhar, somos hermanos”.

El programa además desafía barreras religiosas. El hecho de que hubiera dos mujeres entre los 12 concursantes es muy estimulante. Verlas cantar en un escenario hubiese sido impensable seis años atrás, y prueba que el sexismo va dejando de ser tan inflexible. Es significativo además que el elemento de unión sea en este caso la música, considerada irrespetuosa por los muyahadines y sacrílega por los talibanes. Hoy las nuevas generaciones no la ven así. El mejor ejemplo de este cambio de mentalidad es el niño ciego con el que se inicia el documental. Tras cantar a capela, dice: “Cuando escucho música, me siento realmente feliz. Cualquiera que escuche música, recobrará el buen humor. Su tristeza desaparecerá. Si no hubiera música, las personas estarían tristes”.

Afghan Star representa el triunfo del espíritu humano, la victoria de la música sobre las armas. Pese a que el filme no pone una cara risueña a esa realidad, muestra que los afganos empiezan a tener una vida un poco más normal. Una vida en la que la gente habla de un show de televisión y no de cuántos muertos hay en cada familia. En un país tan traumatizado, la música puede ayudar a que un rato la gente se olvide de lo todo que han sufrido.

Hay otro aspecto importante a destacar. La sola idea de votar resulta inédita para los jóvenes. No importante que sea para escoger a su cantante favorito: es lo más cercano a la democracia que conocen. Con el sencillo hecho de votar a través de un SMS, la sociedad afgana ha alcanzado un nivel superior. Cada ciudadano además lo puede hacer. No importa su sexo, su religión, su etnia o su estrato social. Semejante noción de igualdad resulta altamente radical en un país donde las jerarquías ancestrales aún subsisten.

El documental de Marking proporciona así una vívida y apasionante ventana para asomarse a la inflamatoria convergencia de modernidad, democracia y cultura pop que se da en la frágil postguerra de Afganistán. Un país que lucha por dejar atrás 30 años de guerra civil e invasiones.