Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Cabrera Infante, Literatura, Cine

La pérdida en Cabrera Infante

El Oficio es un libro que se autodestruye a medida que se lee. Eso es lo que hace Caín en crónicas, exergos entusiastas y contradictorios. Prólogo. Epílogo y un inserto en función de “columna vertebral del libro”. Recursos que juegan a poner de cabeza la ficción de la ficción

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“De los cuentos, prefiero a todos a ‘En el gran ecbó’. Después me gustan ‘Josefina, atiende a los señores’ y ‘Abril es el mes más cruel’. Las viñetas me gustan todas por igual. Con la misma fuerza detesto a ‘La mosca en el vaso de leche’”. Con estas palabras cierra Guillermo Cabrera Infante el breve prólogo de su primer libro de cuentos, publicado en septiembre de 1960 en Cuba. Mantendrá siempre esa alta estima por “En el gran ecbó”. Lo catalogará de “cuento perfecto” y volverá a incluirlo en otro libro de relatos: Delito por bailar el chachachá. No le va mal tampoco a “Josefina, atiende a los señores”, que reaparece en la selección Todo está hecho con espejos.

“Abril es el mes más cruel” tiene un destino más modesto: pierde una tercera parte de su contenido cuando se publica en la antología de la española Rosa María Pereda, aparentemente con la intención de que gane en ambigüedad, y pocos recuerdan —o conocen— que fue adaptado para la televisión. Dirigido por el autor, fotografiado por Orlando Jiménez Leal y con Miriam Gómez de protagonista femenina.

El cuento es breve. Describe una atmósfera. Ofrece al lector una situación presente y lo deja imaginar otra futura. En su versión original, una pareja de recién casados está de luna de miel. La mujer le hace prometer al hombre que nunca retratará a otra en esa playa. Poco después se arroja por un acantilado. Este es el párrafo final:

Miró a abajo y vio un hoyo negro y luego más abajo la costra de la espuma blanca, visible todavía. Se movió en su asiento y dejó los pies hacia afuera, colgando en el vacío. Luego afincó las manos en la roca y suspendió su cuerpo, y sin el menor ruido se dejó caer al pozo negro y profundo que era la playa exactamente ochenta y dos metros más abajo.

Este es el final de la segunda versión:

— Prométeme que no retratarás a otra mujer aquí así.
El se molestó.
— ¡Las cosas que se te ocurren! Estamos en luna de miel, ¿no? Cómo voy a pensar yo en otra mujer ahora.

En estilo, “Abril es el mes más cruel” está demasiado cercano al Hemingway de “Colinas como elefantes blancos” (al igual que “Un nido de gorriones en un toldo”, otro cuento de ese primer libro, parodia a “El gato bajo la lluvia”). En filosofía recuerda a Salinger y al budismo zen. Pero sobre todo transmite un sentimiento: el miedo a la pérdida y a la traición. Demasiadas pérdidas en una sola vida: los amigos, las mujeres, una época, un país y una esperanza: la ciudad perdida, el título del guión que culmina un oficio y la película que ve cerca del final y quizá la última que comenta. La traición que se espera y la que sorprende: política y literaria. La traición como motivo de la escritura y la escritura que denuncia la traición.

Me detengo en “Abril es el mes más cruel” no solo porque encuentro en este cuento —menor dentro de una obra— un tema al que volverá una y otra vez su autor. También una obsesión que lo persigue. Ya dije que “En el gran ecbó” vuelve a aparecer en Delito por bailar el chachachá. Otro cuento de ese libro, Una mujer que se ahoga, es “Abril es el mes más cruel” por medios literarios más felices. Nueva vuelta a la tuerca del amor perdido.

En busca del amor perdido. Así titula G. Caín su crónica sobre Vértigo, la cinta de Alfred Hitchcock que luego incluirá entre sus favoritas. Considera a la película una visión americana del mito de Orfeo. Una pareja que parece nacida para amarse. Un hombre que se niega a ver los signos de la destrucción y las señales trágicas, con una estupidez que Orfeo ya había pagado caro muchos siglos antes que Sócrates. La razón no puede vencer jamás al destino, que se empeña en ser fatal. Guillermo Cabrera Infante en lucha siempre contra su destino. Tan trágico como el de cualquier hombre. A veces más.

Amor, locura y pérdida. Una riqueza emocional que no es posible sin que dominen las pasiones. Pasiones que se ocultan en un juego verbal y que se parodian. El sentimiento trágico de la vida convertido en el sentimiento cómico de la vida. Siempre empecinado en ocultar la verdad. María Cristina me quiere gobernar. ¿Me quiere gobernar? Me gobierna. Lo que pasa es que no quiero que lo digan. Que lo sepan. Una escritura que aspira a la música popular. La parodia no acaba. La vida sí. La distancia nunca es el olvido.

Quiero creer —me resulta más interesante y amable— que, cuando en medio de sus afanes patrióticos y patrioteros, José Martí dijo que los hombres van en dos bandos —los que aman y crean y los que odian y destruyen— no se refería a la Humanidad entera, ni siquiera a sus compatriotas, sino a una clase futura que intuía con presciencia: los críticos de cine. De los tratados de semiótica a los manuales cinematográficos, todos intentan destruir la magia que hay detrás de cada película. Con odio homicida, sus autores se proponen reducir el espectáculo a planos, secuencias y datos. Hay otros libros que están escritos por el amor al cine. En ellos también se discute y analiza, pero con la intención de abrir un mundo. No de realizar una autopsia. Son los que crean una vocación. Al primer grupo pertenecen cientos. Toda universidad se encarga de enriquecer el muestrario cada año. Al segundo solo unos pocos: Un Oficio del Siglo XX es uno de ellos.

Trabajos de amor ganados y hechos a contrapelo de cualquier distanciamiento intelectual. El rechazo a “hacer estética”. La adopción de la figura retórica del “cronista”. La renuencia a proclamar una visión analítica que lo aleje del entusiasmo y la alegría frente a la pantalla. El interés primordial por recrear un mundo con el empleo de los recursos más diversos. Apego a los valores de la cultura popular. Integración anticipada a la pompa posmodernista. El humor como recurso del método crítico. La crítica del método a través del humor.

El Oficio es un libro que se autodestruye a medida que se lee. Eso es lo que hace Caín en crónicas, exergos entusiastas y contradictorios. Prólogo. Epílogo y un inserto en función de “columna vertebral del libro”. Recursos que juegan a poner de cabeza la ficción de la ficción. Transformar la crítica de cine en juego literario. La película suplantada por una crónica, que luego se nos explica fue escrita por un ente ficticio. Reseñas hechas por un cronista a quien intenta menospreciar su biógrafo —con envidia confesada y ego desbordado entre las cubiertas. Quien a su vez es sujeto y objeto. Burlador y burlado. Otras y otros —el habla habanera, el amor, la cultura, la amistad y el sexo— suplantarán a este traductor de películas. Que no se limita a contar y analizar lo que ve y oye en la oscuridad. Que introduce amigos y enemigos y los comentarios más diversos —aparentemente destinados a desviarse del tema, aunque en realidad no hay un tema único sino un universo de temas o un tema universal— en un mundo de sombras que iluminan por algo más de una hora. Un libro asesino, donde se declara la muerte de un alter ego que no revivirá nunca Cabrera Infante. La necesidad de una tumba para librar de ataduras al escritor. Sobre una tumba, una rumba. Un texto vengativo, aferrado a no desaparecer. Un creador obstinado en mantener bajo tierra a un personaje mayor. Un enterrador que no lloró a su víctima. Al que le complació mucho hacer regresar a su fantasma. Esta recopilación —que es a la vez literatura y análisis— contiene el germen de Tres tristes tigres y al menos dos de las claves de toda la obra de su autor: la traducción y la parodia.

De los Tigres puede hablarse en dos sentidos: de su valor como libro, como objeto de consumo y placer, y de su importancia en la literatura cubana. Como libro aún puede leerse como si hubiera sido escrito ayer; sin que hayan logrado opacarlo los cientos de acontecimientos culturales y políticos posteriores, desde los vaivenes de la revolución cubana hasta el exilio y la desaparición física de su autor. Un libro aún en busca de su lector natural. Conocido en Cuba gracias a una difusión clandestina, es uno de los textos más antipolíticos de la literatura cubana —y a consecuencia de ello, político—, donde el nombre de la Sierra evoca en primer lugar un cabaré y en el que cualquier figura da pie a la parodia (ese “Trotsky fue un socialero. ¡Zumba, canalla rumbero!”). También uno de los más perseguidos. Es la recreación de una ciudad escrita desde el inicio de la nostalgia y quizá por ello conserva la vitalidad de la aventura, cuando el recuento era más goce que añoranza.

Antes de los Tigres, los lectores cubanos no carecían de novelas en donde aprender la realidad social de sus diversas épocas. Lo que no había era un libro que uno leyera por el simple placer de repetir sus frases, imitar lo que dijeran sus personajes o simplemente para copiarlo, para plagiarlo de cualquier manera. Placer por la evocación de una época desaparecida, pero también gusto literario en su forma más pura.

La importancia de los Tigres en la literatura cubana está dada en primer lugar porque es un texto que crea su propia poética, su propia normativa, no en base al recurso tradicional de acudir a la poesía, para encontrar el modelo literario en que sustentarse, sino de ir a la música, y específicamente a la música popular, en busca de sus fundamentos. Hasta entonces, la literatura paradigmática en Cuba había sido la francesa —aunque ya en retirada y suplantada cada vez con mayor fuerza por la norteamericana— y la poesía la normativa a seguir. Los Tigres transformó ese panorama. A partir de su aparición —y pese a la no existencia de una edición cubana— no solo la música popular, sino otras forma de expresión, populares y mercantiles, pasaron a formar parte de un novedoso canon estético alejado de los modelos europeos. Esta transmutación de valores dio inicio a una corriente de desenfado e irreverencia que para bien y para mal se mantiene hasta nuestros días en la literatura cubana.

Junto con estos elementos disímiles, la sinrazón del humor elevada a la razón de la existencia. Se trata de un humor que sin dejar de ser parte de la muy cubana idiosincrasia (palabra que Cabrera Infante detestaba, porque según propia confesión tendía a pronunciarla como indio sin gracia), rompe al mismo tiempo con el viejo molde que atormentó a más de un ensayista célebre (o celebrado en su época), entre realidad y escapismo, conciencia y choteo, y le otorga a la burla una cualidad existencial que la transforma no solo en forma de conocimiento sino en realidad ontológica.

Fue un crítico del diario Le Monde quien escribió una de las frases más justas —o al menos más felices— para describir a los Tigres: “el encuentro de la novela policíaca con la semiología”. Pero esta aproximación inteligente debe repetirse añadiendo que viene de un país donde el género policial también se considera emparentado con la tragedia griega: la traición y la pérdida dominan más allá de la bachata. Antes de aparecer este libro, que su autor nunca quiso considerar novela, ya había vuelto sobre el tema de Orfeo y la pérdida del amor.

Desempleado tras el cierre de Lunes de Revolución, en 1962, Cabrera Infante realiza un ciclo de conferencias en el Palacio de Bellas Artes de La Habana sobre una serie de directores norteamericanos. Serán recogidas en un libro años más tarde: Arcadia todas las noches.

Arcadia merece más de una lectura. De estas escojo la que contiene el antecedente a dos de los cuentos de Delito por bailar el chachachá. En un subcapítulo titulado “Ars Amatoria”, dice Cabrera Infante, al hablar de él mientras habla de Hitchcock:

“Iba un día yo por la calle, (…) cuando vi venir una muchacha, trigueña, linda, con la que me hubiera casado. Ahí no terminó todo, porque detrás venía una rubia, aún más linda, con la que también me habría casado si lo hubiera permitido la primera muchacha o si la poligamia existiera entre nosotros”. La descripción de mujeres casaderas sigue en forma similar a la que figura en el cuento que da título al libro mencionado. Culmina el desfile con una nube de fumigación que envuelve a su “novia”. “Al disiparse el humo, la muchacha había desaparecido”, que es precisamente el tema-advertencia sobre el que está construido el mencionado relato “Una mujer que se ahoga”.

En 1979 se publica otra de las obras mayores de Cabrera Infante: La Habana para un Infante Difunto. Aquí la experimentación con la forma cede ante una estructura narrativa fragmentada en capítulos, que siguen un orden cronológico, aunque se mantiene el elemento lúdico, el cual desborda en un final donde la fantasía desplaza a la enumeración de encuentros sexuales.

Si bien los Tigres abren nuevas vías a la literatura cubana, La Habana es una obra de perfección, donde el interés fundamental es desarrollar al máximo los recursos que su autor domina.

Su color claro (y lo que yo más podía apreciar desde mi punto de mira miope eran colores), su piel trigueña pero sin la palidez de Dulce, aunque carecía del dorado delicioso de Julieta, era de una belleza habanera y el tono del traje verde claro, con algo de gris, estaba evidentemente escogido para realzar sus ojos —lo que comprobé momentos más tarde cuando me acerqué a ella a saludarla— tanto como su boca escarlata.

Es la descripción del encuentro entre el narrador de La Habana y Violeta del Valle en el cine Duplex. John Fergurson encuentra a Madeleine en un restaurante tapizado al rojo. Ella es una criatura pálida que viene vestida de negro y verde. La escena es de Vértigo. El verde del recuerdo, el rojo pasional. Verde que te quiero Hitch. El color preferido del cineasta inglés. “La Venus de los ojos verdes”. Violeta del Valle. Margarita del Campo. La mujer que se marcha con otra mujer (nueva referencia a Hemingway) y deja al narrador recordando la primera visión deslumbrante y la larga persecución por los años y por las calles de La Habana, para entonces acudir al edificio donde por un tiempo había vivido su amante, cerca del cementerio de Espada: un apartamento con los sillones forrados de nylon verde chartreuse y acostarse con la hermana de quien lo había abandonado: alguien de una extraña belleza, que recordaba a Margarita y al mismo tiempo la hacía olvidar: la viuda que pierde al marido en una estúpida reyerta callejera: buscar entre los muertos el olvido de la pérdida.


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