Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura, Literatura cubana, Novela

La sabia opción de la fuga

Dos novelas y un par de poemarios confirman el talento de Alexis Romay, así como su capacidad para moverse con similar soltura en ambos géneros

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“En Cuba, más tarde o más temprano, un escritor —de hecho, cualquier persona— tiene cuatro opciones: escribir para la gaveta (el silencio), escribir a favor del régimen (la complicidad), la cárcel o el exilio. Por otra parte, la Revolución ha creado otro deporte nacional: el suicidio. Si lo miras bien, en Cuba un escritor —de hecho, cualquier persona— tiene cinco opciones. Yo tuve suerte. Elegí el exilio”. Quien esto expresa es el habanero Alexis Romay, quien además sostiene que “irse de Cuba no es posible para los cubanos, del mismo modo que no era posible para los esclavos irse de los barracones. De un país que te impide la salida no te vas, te fugas (…): entre otras tantas cosas, la historia de la segunda mitad del siglo XX cubano ha sido también un tratado, un compendio, un exquisito manual sobre el arte de las fugas”.

Asimismo, cuenta que al arribar a Estados Unidos, “ya sin necesidad de seguirme fugando del sitio en que tan bien estaba”, trasladó su obsesión con las evasiones al mundo de las letras y se lanzó a escribir su primera novela. Habla de Salidas de emergencia (Ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2007, 326 páginas), que además constituyó su carta de presentación como escritor. A aquel libro siguieron después los poemarios Los culpables (Linkgua Ediciones, 2010, 77 páginas) y Diversionismo ideológico (edición digital, 2012, 91 páginas) y su segunda novela, La apertura cubana (Sudaquia Editores, New York, 2013, 251 páginas). Aparte de esos títulos, Romay es autor de literatura para niños y ha traducido al español textos de Margarita Engle, Ana Veciana-Suarez, Eric Carle, Natalie Shaw, y al inglés la novela de Miguel Correa Al norte del infierno. A lo anterior hay que añadir que ha escrito las letras de las canciones de Cecilio Valdés, Rey de La Habana, una “zarzuela moderna” compuesta por Paquito D’Rivera, con quien también ha colaborado en piezas sueltas.

Romay ha comentado que, entre sus amigos, Salidas de emergencia nunca perdió el tufillo de libro autobiográfico. Eso tiene que ver con el hecho de que uno de sus protagonistas, David Martin, se le asemeja bastante: comparten generación, raza, estudios y otras leves circunstancias personales. Pero tras su lectura, resulta obvio que en su novela todo lo demás, que es mucho, procede de la ficción. Salidas de emergencia se centra en Enrique Martin (también se le llama Pipo) y su hijo David, a quien tuvo con su primera esposa. Pasó trece años en España y ha regresado, tras sentir la nostalgia del exiliado por una Cuba idealizada y la necesidad de asumir por fin su responsabilidad como padre.

Enrique es arquitecto y en 1981 viajó a España para realizar un postgrado de diseño gráfico, otro de marketing y otro de diseño industrial. Era la solución más económica: “un solo becario, un solo pasaje, una sola dieta, un solo posible desertor”. Allí conoció a María Josefa, una española con quien contrajo matrimonio. Pero en 1994 estaba de harto de España y sobre todo recordó que tenía un hijo de veintitantos años de quien no sabía mucho más que la talla de su ropa y el número de su calzado. Volvió a la Isla con más dinero de lo previsto y con cuarenta libras por encima de su peso normal. Se encontró con que su retorno no era como esperaba. La Habana no era la ciudad que él conoció. Y sus antiguos amigos se mostraban apáticos o bien se habían mudado del barrio o ido del país. Fue taxista, primero ilegal, luego con licencia, alquiló su casa de la Víbora a extranjeros enviados por sus amigos desde cualquier parte y, por último, decidió correr el riesgo de hacerse cargo de una paladar.

David imparte clases de arte en una secundaria, sitio donde le tocó cumplir el servicio social. Malvive con un sueldo de 280 pesos, vive en un apartamento prestado y está decidido a dejar su trabajo. Los policías tienen una preocupación cotidiana por su identidad. Cada vez que va al casco histórico habanero tiene que lidiar por lo menos con un par de ellos. Todos son de la región oriental, cortados por la misma tijera, el mismo pésimo uso del idioma, la misma actitud racista, los mismos modales, la misma necesidad de saberse superiores. Un chofer que es testigo de uno de los interrogatorios, le comenta que lo hacen “para que sepas que, no importa lo que hagas, estás bajo control, un control estricto y personal. Lo hacen para que te enteres de que conocen tu vida, con quién te acuestas, con quién amaneces y para que no se te ocurra pensar que puedes hacer algo sin contar con su aprobación. Prepotencia y abuso de poder, esa combinación es clásica”.

Dos protagonistas y varios personajes secundarios

El joven está harto de tanta mediocridad y hastiado de su vida en La Habana. Se siente desorientado y, como él mismo reconoce, “más solo que un conejo asustado”. Cuando María José viaja a Cuba, en un arranque de sinceridad le confiesa: “El cubano es el lobo del cubano. Tú llegas de España para invitarme a lugares que si voy solo no me dejan entrar. Y la excusa es que la educación y la salud son gratis. Mentira, Pepa, aquí todo tiene un precio altísimo (…) ¿Que cuál es el sentido de todo eso? Es un argumento que no tiene sentido. Me tiene a mí, cansado de que me laven el cerebro diciendo que en el capitalismo lavan el cerebro; obstinado de tener que explicarles a mis alumnos que quien tiene la culpa de que la escasez abunde es el bloqueo económico, la época de seca, los tifones en el Pacífico o cuanta excusa insensata determinen los determinadores; hastiado de los extranjeros que llegan a cortar caña durante tres meses, para luego sentirse con el derecho de aleccionarnos a nosotros, los que nos quedamos”.

Enrique y David son, ya digo, los protagonistas de la novela. En esta hay, no obstante, una amplia galería de personajes secundarios. Estos entran y salen y van introduciendo sus propias historias. Con ellas aportan varias tramas que, directa o indirectamente, se relacionan con padre e hijo y contribuyen a definirlos. Cumplen además otra función para el lector, y es que lo ayudan a comprender la realidad social, económica y política en la cual ambos se desenvuelven. Para mencionar algunos de esos personajes, apunto que hay una profesora idealista, un teniente honesto, corruptores de menores, narcotraficantes, suicidas, un hombre que vende como suyos cuadros que no pinta y hasta un turista dominicano que viaja con frecuencia a la Isla en busca de pornografía local.

Todas esas historias se mezclan sin un orden preciso, pero a la vez conforman una intrincada madeja. Son las piezas de un puzle que se va componiendo, para armar un retrato de “La Habana nuestra de cada rabia”. Específicamente, La Habana de finales de los 90, la era del eufemismo en que se inventaron términos como “Período Especial” y “jineteras” para no admitir conscientemente la grave crisis y la vuelta de la prostitución. En esa imagen afloran la intolerancia, los edificios al borde del colapso, las salidas ilegales, las paladares, los profesionales que optan por ser taxistas, la atmósfera asfixiante, la hipocresía generalizada, la falta de vivienda y la lucha diaria por sobrevivir en un país donde la palabra futuro es un concepto absurdo y desvaído.

El tapiz que es Salidas de emergencia se va armando con naturalidad, pese a que Romay también incorpora cartas, cuentos, flashbacks y un continuo reemplazo de planos temporales. En ese aspecto, es de rigor reconocer su talento para lograr que, pese a ser una obra compleja, se lea con facilidad e interés. Asimismo y como en las buenas novelas, en la suya hay, además de acción, ideas. Conviene señalar, por último, que está narrada con un convencimiento que justifica el placer con que se lee. Romay consiguió, pues, un balance más que satisfactorio en su primera incursión en la narrativa, y con la cual quiso novelar “las disimiles maneras en que un puñado de nuestros compatriotas intentan escapar de circunstancias extremas y, en ocasiones, de la propia isla en peso”. Salidas de emergencia cuenta ya con la primera traducción a otro idioma: en 2007 fue publicada en italiano por NonSoloParole Edizione.

Si su primera novela la construyó a modo de un tapiz narrativo, la segunda Romay confiesa que la concibió como un palimpsesto; como “un texto escrito sobre la superficie de otros textos”. La estructura de La apertura cubana —un diario, las transcripciones de un interrogatorio y dos cartas— le permitió además “explorar ciertas obsesiones temáticas, parodiar ciertos textos y contextos, homenajear otros e incluir en el libro poesía lírica, poesía satírica, crítica literaria, canciones de mi acervo cultural y perversiones de las mismas, jugos y juegos de palabras e infinidad de guiños al lector”.

En pocas palabras, el argumento de La apertura cubana se puede resumir así. Un vuelo comercial de una aerolínea norteamericana es secuestrado y forzado a aterrizar en Cuba. Antes de devolver el avión y los rehenes a su destino, las autoridades cubanas investigan y luego cuestionan la identidad de una pasajera. Las transcripciones del interrogatorio aparecen intercaladas con las entradas del diario de una idealista adolescente habanera que creció en los tumultuosos años 80. Ambos personajes comparten el hecho de que se llaman Penélope. Corresponde al lector desentrañar cuál es la conexión que existe entre esos dos hilos.

Dos relatos sustentados en la oralidad

Ambos personajes además asumen en primera persona el relato de sus respectivos bloques. Eso significa que los dos narradores de la novela son femeninos. A propósito de esto, en una entrevista que le hizo Teresa Dovalpage, Romay comentó sobre la razón que lo llevó a hacerlo: “Creo que lo hice por el reto que presuponía narrar desde un punto de vista tan distinto al mío. Fue un acto de libertad creativa casi absoluto, que, además, me dio la posibilidad de explorar y parodiar ciertos textos y contextos que nos inculcara el machismo-leninismo. De ahí que me hiciera tan feliz que en mi ronda de primeras lectoras —entre las que te cuento— a todas les convencieran las voces femeninas del libro”.

La novela se mueve, pues, entre los relatos de esas dos voces femeninas. Uno, el de la pasajera del avión secuestrado interrogada por la Seguridad, cronológicamente se sitúa en febrero de 1996. El otro, correspondiente a una adolescente cubana que ha empezado a cursar estudios en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, está fechado entre agosto de 1986 y febrero de 1987. Son dos voces contrapuestas, dos discursos que desarrollan narrativas paralelas. Ambas mujeres tienen, no obstante, algo en común, y es que les gusta jugar con el lenguaje y poseen un inagotable sentido del humor.

Dada su naturaleza, las transcripciones del interrogatorio de la pasajera se sustentan en la oralidad. A modo de ejemplo, copio este fragmento: “Vaya, una sonrisa. Se puede afirmar categóricamente que hay humor en las mazmorras de esta isla. ¿Que no es una mazmorra? Ah, y entonces cómo definimos un cuarto sin ventilación de ningún tipo, huérfano de ventanas, con un bombillo incandescente que oscila de un lado a otro, como si más que bombillo fuera péndulo y esta patética silla rota, sin acceso ni a un vaso de agua, sin nada que leer, sin el dichoso tablero de ajedrez que pedí en Pinar del Río y sin que la víctima, sí, yo, sepa dónde demonios estamos. En un salón de entrevistas. Acaben de poner el huevo, almas de Dios: entrevista o interrogatorio. Tiene razón, la diferencia radica en la diferencia. (Pero no olvide que el copyright de esa frase es de Perogrullo.)”.

También poseen un innegable sabor oral las anotaciones que la otra Penélope escribe eventualmente en su diario. En ellas, Romay recrea acertadamente el lenguaje popular de los 80. Esas páginas además son aquellas en las cuales da rienda suelta a su disposición lúdica y al empleo paródico de todo un repertorio de ornamentos inventivos, que incluyen letras de canciones, consignas, diálogos de programas de televisión, fragmentos de obras de otros autores. Algo que me parece oportuno ilustrar con un fragmento:

“¡Qué roña, Esporádico! Las orejas se me pusieron más rojas que un tomate encabronado y los ojos quisieron aguárseme, pero pensé que no le podía dar el lujo de verme llorando y adivina qué me salvó de hacer un papelazo: ¡tú! La idea de poder escribir los versos más tristes esta noche, en estos folios rayados que dejan constancia de mi paso por el mundo —perdona la chealdad, la circunstancia y el contraste lo ameritan— y de mi intento por registrar la oración más preciosa de la sufrida lengua española, que no es aquella que se refiere a un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, ni la otra que habla de amor, madre, a la patria, ni mucho menos de la que pide que nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnifica ironía hizo tal o más cual cosa, sino esta otra que es mucho más urgente y memorable y reza: ¡Me cago en el ventrículo izquierdo del reverendo corazón del recontracoño de la madre del teniente Ramiro Lombardo Collazo!”.

La apertura cubana está eficazmente ensamblada, gracias a una estructura que, a la vez, es sencilla. Está construida a partir de las fuentes primarias que antes mencioné, sin intervención alguna de un narrador omnisciente. Entre las principales impresiones gratificantes que deja, está la de proporcionar una lectura amena, entretenida y disfrutable. Romay demuestra además su buen dominio del lenguaje y escribe con una prosa vivaz, provocadora y jovial. Y aunque no esquiva la temática política —en la novela no faltan las referencias críticas a la realidad cubana—, da prioridad a lo propiamente literario. No deja de expresar, sin embargo, que al igual que Penélope, añora “el día en que podamos jugar esa apertura cubana en mi triste, pintoresca y desolada Ítaca”.

De los sonetos reflexivos a las décimas festivas

En sus dos incursiones en la poesía, Romay se ha decantado por las llamadas formas tradicionales y por los mecanismos de la rima, la métrica y el ritmo. En Los culpables, escogió el soneto para desplegar un discurso de gran hondura conceptual. El libro está dividido en cuatro bloques: El proceso, Las evidencias, Notas al margen y Diario de nadie. El tono que domina es muy distinto al de sus novelas. Aquí el humor está ausente, lo mismo que las alusiones directas a la realidad cubana. El que habla es un Romay que expresa una profunda angustia existencial.

Ya desde el soneto que abre el libro, titulado “Esquina con primavera rota”, manifiesta su estupor ante los horrores históricos que cotidianamente se reiteran. La historia ha dejado de ser un método en el cual se pueda confiar. Eso lo lleva a calificarla como “un juguete tendencioso”, y a añadir, en el terceto final: “La historia es caprichosa y se repite:/ tablero de ajedrez y cada ficha,/ ¡mágico acordeón desafinado!”. Asimismo, en otro de los textos rescribe: “Cuando por fin se escriba nuestra historia,/ el mamotreto será un libro de fechas/ con una leve alusión en la portada”.

Igual descreimiento muestra respecto al tiempo, que considera “un fetiche pasajero,/ un espejismo ajeno, una noticia/ que pierde novedad a cada instante”. De igual modo, cuestiona los grandes discursos, las mentiras, el poder y una sociedad en la que “bailamos al compás de lo siniestro” y donde el solista es castigado por no ajustarse al coro inalterable. En ese recorrido metafísico que es el libro, Romay condensa este panorama: “Sumidos ya quién sabe en cuánta estafa,/ cuánto oprobio y afrenta a manos llenas,/ cuánta patria que muere antes del parto,// vivimos entre el miedo y la piltrafa,/ del clarín, escuchamos las cadenas,/ los sonidos, el pánico, el infarto”.

“Natural de una ciudad exquisita,/ una ciudad convicta por el miedo,/ con mártires, sin luces y sin credo,/ ciudad que se corrompe y debilita.// Yo, natural del filo de la espada,/ yo, sin Damocles, sin historia, cedo/ mi tiempo de matar a los que puedo./ Yo, natural de una ciudad sitiada/ —no por el agua— por la circunstancia/ de subsistir a flote en la marea,/ declaro tres modernas desventajas:// la edad no maquilla su piel rancia,/ los fósiles regresan a la idea,/ el deshonor reparte las barajas”. Este soneto se titula “Yo, Fulano” y lo reproduzco para ilustrar un poco más la propuesta de Romay. En Los culpables, opta por una escritura densa, en ocasiones un tanto críptica. No por el lenguaje, que nunca es rebuscado, sino por la carga reflexiva y conceptual. Incorpora ingredientes irracionales a partir de con premisas lógicas, en unos poemas que prescinden de anécdota y que están escritos con gran sequedad emotiva. Todo esto implica que estamos ante un libro nada complaciente con el lector. Son de destacar, asimismo, aspectos como la fluencia del discurso, el buen manejo de los recursos métricos y las atinadas rimas.

Cuenta Romay que escribió Los culpables a mediados de 1999, gracias a una fructífera estancia en el Hawthornder Castle, Inglaterra, que The International Retreat for Writers concede a escritores de todo el mundo. Sus textos fueron concebidos en torno a un núcleo temático y en conjunto integran un discurso consistente. Por el contrario, las décimas recopiladas en Diversionismo ideológico originalmente aparecieron publicadas por Romay en su blog Belascoaín y Neptuno, bajo la etiqueta Una décima (a)parte. Muchas de ellas fueron escritas para glosar humorísticamente hechos de la actualidad de ese momento. No estamos, pues, como en Los culpables, ante una obra unitaria, sino a una recopilación de textos autosuficientes, escritos para funcionar por sí mismos.

Según anota el autor, al armar el poemario rescató aquellas décimas que podían ser leídas más allá de las circunstancias específicas que las motivaron: “una estupidez concreta perpetrada por los hermanos Pinzones y su aparato represivo, alguna tontería puntual del golpista venezolano, cualquier infamia del ex canciller español en su intento de apoyar a la dictadura más longeva e ignominiosa de este lado del Atlántico, o lindezas de igual índole”. En cuanto al título, explica que remite a “una figura legal con la que me asustaron de niño y por la que todavía cualquier compatriota puede ser encarcelado”.

La brevedad de la estrofa escogida le da a Romay la ocasión para condensar en una decena de versos aspectos de la realidad insular. Así, en una de las décimas propone “Una definición a medio siglo del accidente”: “Revolución: picadillo/ de soya, fusilamientos,/ miedo y encarcelamientos,/ chismecitos de pasillo,/ el guapo contra el pepillo,/ los estoicos, los chivatos,/ arribistas, insensatos,/ amantes de dictaduras,/ che-guevaras, caraduras…/ ¡Dipazepam ¡Meporobamatos!”. Varios de los textos están dedicados a personajillos tristemente célebres de la fauna generada por el castrismo, entre los cuales escojo el retratado en “Biografia de una boutade”: “Miguel Barnet, Presidente/ del club que adiestra chihuahuas/ y de la Unión (de tataguas)/ malpensada y maloliente:/ artistas de cuerpo y mente/ (de mente gelatinosa)/ prosaicos (aunque sin prosa),/ escribas más que escritores…/ perros, artistas, actores/ son una y la misma cosa”.

El libro, sin embargo, es temáticamente variado y en él hay hueco para otros asuntos: el lector de blogs, el GPS, los pasteles de guayaba, Facebook, el Malecón habanero, la edad y la propia décima. A ese bloque pertenece un par de décimas que voy a reproducir. La primera se titula “Preferencias”: “De amigos: el verdadero;/ de las plantas: el retoño:/ de estaciones: el otoño;/ del dolor: el pasajero;/ del amor: el duradero;/ religión: el hedonismo/ (y una pizca de budismo);/ un recuerdo: el imborrable;/ un sueño: el irrealizable;/ una alergia: el comunismo”. La segunda es “Semanario”: “La inminencia de los lunes,/ la modorra de los martes/ y dividen todo en partes/ esos miércoles comunes./ Los jueves no son inmunes/ a la alegría que emana/ al comenzar la mañana/ de esos viernes añorados./ Los sábados saturados…/ y algún domingo en La Habana”.

Romay emplea la décima como un modo festivo e inteligente de expresar sus ideas y opiniones. Su elección del octosílabo es acertada, pues de acuerdo a los que saben de eso es el verso más natural a nuestro idioma. En sus textos combina cubanía, verdades, ingenio, desenfado y talento, en unas composiciones que a menudo provocan la carcajada y se memorizan con facilidad. Escritas, como ya apunté, para comentar hechos eventuales, eso no obsta para que la lectura de este hilarante despiporre siga siendo años después muy disfrutable.