Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Pintura

Los monstruos de Antonia Eiriz

Se presenta en Miami una exposición con obras de una de las grandes figuras de la pintura cubana del siglo veinte

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El pasado 13 de septiembre el MDC Museum of Art + Design (localizado en la Torre de la Libertad, 600 Biscayne Blvd, Miami) abrió la exposición Antonia Eiriz: A Painter and Her Audience. La muestra, que ha sido organizada por la pintora Michelle Weinberg, estará abierta al público hasta el 17 de noviembre de este año.

Antonia Eiriz (1929-1995) es una de las figuras claves de la pintura cubana, y en mi opinión uno de los pintores más poderosos dentro del expresionismo y neo-figuración del siglo 20. Su visión del mundo pertenece a esa familia de “incomodos” e “inconformes” como el Goya de las pinturas negras, el belga James Ensor, el noruego Edvard Munch y el mexicano José Clemente Orozco, cuya representación de la realidad nos sacude y golpea. Graduada de la Academia de San Alejandro, Eiriz se formó en La Habana de la década de 1950 y estuvo asociada al grupo Los Once por vía de su amistad con el pintor Guido Llinás. Cuando llega la revolución ella desarrolla un vocabulario pictórico que sin duda entra en la tendencia neo-figurativa aparecida a partir del final de la segunda guerra mundial (Dubuffet, Bacon, Antonio Saura) – pero me atrevo a decir que como pintor, Eiriz es superior no solo a estos europeos, sino que deja atrás a gran parte de sus contemporáneos latinoamericanos.

Pocos pintores de su generación tienen el conocimiento y la práctica de esta mujer en su manejo del pigmento, manchas y transparencias sobre un lienzo, una tabla o un papel. Los personajes que pueblan las obras de Eiriz son monstruos que fueron y son seres humanos, víctimas y verdugos, que gritan frente a micrófonos como el tirano de última moda y son manipulados como un redil de bestias. La honesta brutalidad de lo que pintó durante los años 60 le creó conflictos con el poder cultural del régimen de La Habana. En 1969 debido a razones familiares y presiones políticas, Eiriz dejó de pintar y se dedicó a enseñar papel maché a grupos de gente pobre de su barrio. Al llegar a Miami en 1993, volvió a la pintura con pasión y rigor y siguió pintando hasta su muerte en 1995.

Desde el fallecimiento de Eiriz y hasta el momento, esta exposición cuenta con la presentación del mayor número de obras de la artista. En dos enormes salas encontramos dibujos en tinta, creyón y lápiz, grabados, ilustraciones y afiches de muestras de la década del 60, al igual que un gran número de sus extraordinarios oleos. Obras claves de los sesenta, como La cámara fotográfica y El vaso de agua nos presentan las masas que quieren ver a líder y al líder aterrorizando con su discurso, pero no solo es lo critico del tema tratado, sino la manera en que es tratado por el oficio pictórico de Eiriz, lo que nos conmueve. Estamos frente a una pintura fuerte y segura, donde el color y la forma hacen batalla y crean un mundo cargado de opresión y rebelión. La gran mayoría de los oleos en la exposición son de la última etapa; 1993-95. En su exilio Eiriz renació como pintor, usando una paleta rica en colores profundos y oscuros, al igual que un dibujo preciso y expresivo a la vez. Esto está en evidencia en lienzos como Crucifixión, cuyo fondo de rojos-naranjas infernales sostienen a tres crucificados cuyos cuerpos oscuros tiemblan de agonía.

Entre líneas plantea un tema tratado con constancia por Eiriz: el individuo solitario acosado por las masas. En esta composición, la figura del personaje solo parece estar cayéndose en el primer plano del cuadro. Detrás hay una pared y detrás de la pared las máscaras grotescas del molote que parecen gritar y burlarse del personaje. El cuadro está pintado con una rica pasta y los colores son una variación de amarillo, ocre y verde olivo, con toques de gris y carmelita. La figura se cae y alza el brazo como pidiendo ayuda mientras las caras tras la pared gesticulan.

Cuadro tras cuadro en esta exposición, desde Es lo que parece hasta Encarnaciones, y la monocromática Maternidad, demuestran una y otra vez el impacto pictórico y emocional de la obra de Eiriz. Pictórico porque estamos frente a un pintor en plenos poderes de su oficio, y emocional porque su arte parte de un hondo lugar donde la humanidad aunque brutalizada y desvalida, sigue siendo resistente.

Uno de los últimos cuadros de Eiriz es Vereda tropical, 1995, cuyo irónico título está basado en una canción popular de los años 50. La imagen choca con el título; lo que vemos no es una romántica vereda sino un camino con una muralla de cabezas humanas encaminadas hacia un horizonte que se pierde en la noche. Una obra como esta desmantela la industria de la nostalgia tan prevalente en el exilio cubano, y evoca la historia de la Cuba contemporánea como una serie de horrores y traiciones cuyo costo humano – físico y espiritual, ha sido y sigue siendo terrible.

La muestra tiene sus fallas; la curadora incluyó obras de una serie de artistas en cuatro pequeñas salas alrededor de la contundente obra de Eiriz. Esta conexión artificial es forzada entre unas obras mediocres y la extraordinaria obra de Antonia. No solo hacía falta más obra de Eiriz en esta exposición, sino que las obras presentes necesitaban más espacio donde poder “respirar visualmente” y permitirle al espectador una apreciación más pausada. Todavía Eiriz necesita la retrospectiva que se merece. Espero que esta venga en un futuro y que se vea más allá de Miami y la Florida.

Su visión pictórica, la cual es poderosa, trágica y compasiva, la sitúa como uno de los grandes pintores de la segunda mitad del siglo veinte.


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