Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura, Literatura cubana, Periodismo

«Los últimos días de Jaime Partagás» de Miguel Sabater Reyes

Esta obra, escrita con una agilidad y dominio de la materia sorprendentes, no es, a mi entender, una novela en el estricto sentido del género, sino algo quizás más interesante

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Quiero escribir un libro que se lea exactamente igual que una novela, solo que cada palabra de él sea rigurosamente cierta.
Truman Capote

Acabo de leer, quizás tardíamente, el libro Los últimos días de Jaime Partagás, del escritor cubano Miguel Sabater Reyes, publicado en el año 2013 por la Editorial Unos & Otros.

Son 132 páginas, ágiles y fáciles de leer, de lo que creía era una novela histórica. Dedicaré un par de horas a olvidarme de los problemas del día a día leyendo este pequeño volumen, pensé, así voy a despejar un poco la mente de redacciones complicadas e informes científicos y cosas por el estilo. Nada mejor para relajarse de la labor diaria que un libro sencillo que no nos haga pensar mucho y nos lleve a recorrer épocas pasadas de la tierra en que nacimos, épocas amables distantes ya de disensiones y disputas.

Eso creí y con ese talante me senté a leer. Pero me equivoqué.

Cuando llevaba leídas treinta o cuarenta páginas, un tercio del libro más o menos, ya estaba devanándome los sesos intentando esclarecer por mi cuenta (que el autor no me la puso nada fácil, por cierto) el asesinato de este señor —reconozco que yo sabía muy poco de él y del negocio que levantó de la nada— que tanta gloria le ha dado en los últimos dos siglos a la industria tabacalera cubana con su ilustre apellido: Partagás.

Y heme aquí, no solo dándole vueltas al posible (o posibles) autor intelectual del asesinato sino discutiendo incluso el género del libro. Fui por lana, para relajarme un rato, y salí trasquilado, preocupándome, en eso sigo, por encontrar al asesino y hasta por si es una novela o no el dichoso libro.

Como todavía no puedo dilucidar claramente la identidad del instigador del homicidio, del cerebro (o los cerebros) criminal en las sombras —me rasco la cabeza y me pregunto si me estoy volviendo lento— dejo el asunto ahí, esperando alguna ayuda de lectores más perspicaces que yo, pero como no sería elegante dejar esta breve crónica en blanco, o cortarla abruptamente aquí, voy a complicarme la vida discutiendo un poco qué cosa es, en mi opinión, este libro que leí, pobre de mí, pensando relajarme un poco.

Adelante entonces.

La obra, escrita con una agilidad y dominio de la materia sorprendentes, no es, a mi entender, una novela en el estricto sentido del género, sino algo quizás más interesante. Algo que entronca con un género, o subgénero, muy de moda y muy difícil: el denominado nuevo periodismo new journalism o periodismo narrativo.

El buen periodismo y la buena crónica han existido, y esto es casi una perogrullada, desde que existen los buenos cronistas y los buenos periodistas. ¿Qué fueron sino Charles Dickens, Rubén Darío, José Martí y Josep Plá, por citar solo a unos pocos, sino magníficos escritores y magníficos periodistas, todo en uno?

Pero la presión por lograr una objetividad casi imposible (la fotografía de prensa y la televisión tuvieron mucho que ver en eso pero esa es otra historia), la prisa por lograr el palo periodístico, la vida agitada en las redacciones de los grandes periódicos, las reglas, muchas veces autoimpuestas, de ceñirse estrictamente a los supuestos hechos objetivos sin dejar algún espacio a la disquisición inteligente, las dificultades, muchas veces de índole política, para la investigación y la denuncia y otros muchos factores llevaron en los años sesenta del siglo XX a algunos magníficos escritores, que además se ganaban o se habían ganado la vida como reporteros, redactores de noticias o incluso, como en el caso de Gay Talese, chicos para todo en el periódico, a buscar nuevos caminos —de aquí lo del nuevo periodismo—, nuevas veredas para contar historias estrictamente reales, objetivas, demostrables, pero con los matices y las mañas, sobre todo eso, mañas, de la buena literatura.

Todos recordamos Operación Masacre (1957), del autor argentino Rodolfo Walsh y, por supuesto, A sangre fría (1966), la «novela» del periodista y ensayista norteamericano Truman Capote. Estos dos libros, «novelas testimonio» o testimoniales, como las denominaba, muy discutidamente, el propio Capote, abrieron el camino para una forma de narrar verdades, realidades, hechos, con tan buena calidad literaria que habrían de trascender el tiempo de permanencia social de una noticia cualquiera.

Esa era la idea, la trascendencia, que generalmente lograron —los buenos, por supuesto—, pero siempre cuidando la ética y la estética, dos palabritas que se dicen y se escriben rápido pero que son muy difíciles de cumplir. La primera, la ética, porque requiere de mucha investigación, dedicación y honestidad, y la segunda, la estética, porque requiere de mucho trabajo y del don de la escritura, con el que se suele nacer, aunque Vargas Llosa dice que todo eso se aprende con mucho trabajo, y si él lo dice, pues aceptemos que algo él debe saber al respecto.

Con muchas discusiones, algunas veces muy acaloradas, y en las que no es el caso detenernos aquí, se discutió hasta la saciedad si esa forma de narrar era en verdad nueva, si podía probarse todo lo que en aquellos punzantes artículos se decía, si aquello era un género en sí mismo, un subgénero o, como diría Cantinflas, todo lo contrario. Pero lo cierto es que (casi todas) las obras narrativas, no siempre «absolutamente reales», pero muy apegadas a la realidad, de Tom Wolfe, Norman Mailer, Gay Talese, Hunter S. Thompson, Joan Didion, Rex Reed, James Breslin y muchísimos otros, algunos con más suerte que otros, han hecho historia, tanto en el periodismo como en la literatura.

Comentarios aparte merecen el periodista polaco Ryszard Kapuscinski, el hombre que le dio nombre —paradójico y triste nombre— a la Guerra del Fútbol entre Honduras y el Salvador, y que nos hizo luz (algunos de sus libros han sido criticados, generalmente desde posiciones políticas, pero eso no les quita, a mi parecer, el tremendo valor testimonial y la brillante redacción que tienen) sobre la Etiopía imperial, las guerras, masacres y hambrunas en África, el Irán del Sha y la propia vida y avatares de los reporteros, los trabajos, también discutidos, pero de gran factura periodística y literaria del norteamericano John Lee Anderson, periodista de la prestigiosa revista The New Yorker, una publicación que tanto ha tenido que ver, para bien, con el nuevo periodismo, y las largas y extraordinariamente bien documentadas crónicas del español Javier Cercas, muy de moda hoy en día entre nosotros y muy bien presentadas y escritas.

¿Y los latinoamericanos?

Pues son precisamente los latinoamericanos los que han mantenido vivo y pujante el nuevo periodismo, obviamente ya no tan nuevo, por lo que preferimos denominarlo periodismo narrativo.

Comenzar este brevísimo recuento de «nuevos periodistas» latinoamericanos por Gabriel García Márquez y sus Relato de un náufrago, Noticia de un secuestro y la tan discutida Operación Carlota, entre otras, nos parece de justicia.

Continuamos con el recientemente fallecido Tomás Eloy Martínez y seguimos con Alma Guillermoprieto, Elena Poniatowska, Sinar Alvarado, Roberto Valencia, Osvaldo Soriano, Oscar Martínez, Federica Bianchini, Martín Caparrós, Leila Guerriero, Daniel Valencia Caravantes, Juan Villoro, Juan Pablo Meneses, Julio Villanueva Chang, Josefina Licitra, Diego Enrique Osorno y una larga lista que nos quedaría pendiente para un artículo futuro que me gustaría dedicar al tema.

Y es aquí donde volvemos a Miguel Sabater —que en nuestro criterio debe figurar, por derecho propio, entre los cultivadores del periodismo narrativo latinoamericano— y su libro sobre la muerte de Jaime Partagás.

En este estudio exhaustivo, y al mismo tiempo ameno —no sé cómo lo logra, pero lo logra— de los legajos del voluminoso atestado legal sobre el homicidio de Jaime Partagás, Sabater se atiene a la ética, al respeto a los hechos, incluso a los comentarios literales de testigos y sospechosos recogidos por los instructores y fiscales. Pero también juega, y le sale muy bien, con la estética, pues es un libro, como ya he dicho antes, ameno y agradable de leer.

Además, parece ser que el autor se nos va haciendo especialista en esto, pues otro libro de él, que recoge los acontecimientos relacionados con la muerte del famoso chulo habanero Alberto Yarini (Flores para una leyenda. Editorial Unos & Otros, 2013), aunque más novelado, tiene mucho, a mi entender, de periodismo narrativo.

En fin, recomiendo encarecidamente el libro. Lo van a disfrutar y van a aprender, yo, por lo menos aprendí, sobre la historia del tabaco. La historia del tabaco en serio, del tabaco de verdad, valga la aclaración.

Pero tengo una queja, y es un reclamo serio, para mí, que me gusta la literatura policiaca, muy serio.

¡Caray, sigo sin saber quién es el autor intelectual del asesinato de Jaime Partagás!


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