Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Manuel de la Cruz y el discurso independentista

Patriotismo sacrificial: la revolución era poesía y el discurso reformista, prosa, mero discurso.

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Después del Pacto del Zanjón se abre en la Isla un espacio de opinión pública que, a pesar de algunos breves episodios de censura, no se cerrará hasta el fin de la "prensa libre" en 1960. Cuba se convierte entonces en una provincia española, y se crean los primeros partidos políticos, así como numerosos revistas y periódicos: La discusión, El País, Revista Cubana, La Habana Literaria.

La "nueva era", como le llamó Varona, fue ocasión para el florecimiento de esos géneros fronterizos que conforman lo que se ha llamado "literatura de ideas": la crítica, la oratoria, el testimonio y el panfleto. El acento de la época era eminentemente polémico, y la polémica central no era otra que la que enfrentaba a independentistas y autonomistas.

Primero simpatizante del autonomismo, de regreso de su estancia de España Manuel de la Cruz se convierte en un decidido partidario de la causa de la independencia. Antes de partir al exilio en Estados Unidos, donde en plena juventud muere de pulmonía en 1896, De la Cruz contribuye con algunas misiones en la organización de la guerra, pero sus mayores servicios a la causa de la revolución fueron con la pluma: Cromitos cubanos y Episodios de la Revolución Cubana.

Mientras la propaganda de Martí movilizaba a los cubanos del exilio, pero apenas resonaba en la Isla, De la Cruz cultivaba allí un independentismo muy afín al martiano, no sólo en la doctrina sino también en la retórica.

Conjunto de semblanzas de personalidades cubanas escritas con el propósito de demostrar la existencia de un intelecto representativo de la nacionalidad, los Cromitos cubanos abrían fuego contra el ideario antiheroico y contrarrevolucionario de los autonomistas. A lo largo del libro, "la tendencia conservadora que inicia y acaudilla Saco en el seno de la sociedad cubana" y que viene a epitomizar Rafael Montoro, quien "apaga los últimos carbones del incendio de 1868", es combatida en favor de los ideales separatistas.

De la Cruz contrapone a Saco, dominado por el miedo y la cautela, Manuel Sanguily, cuya fuente de inspiración es la justicia; a la "patria arqueológica, pequeña y ruin" concebida por Saco; el "alma cubana", el "genuino ideal cubano" que esbozan Heredia, Luz y Agramonte; al empeño autonomista de "borrar" de la historia cubana la Guerra del 68, el recuerdo apasionado de "el gran poema de su historia", constituido por "los únicos hechos que colocan a Cuba al nivel de los pueblos dignos y libres".

'Guerra maravillosa y creadora'

La memoria de la guerra era clave en el debate, y a ella consagró De la Cruz sus Episodios de la revolución cubana, escritos después pero publicados dos años antes que los Cromitos, en 1890. Junto con A pie y descalzo, de Ramón Roa, aparecido en el propio año 90, y Desde Yara hasta el Zanjón, de Enrique Collazo, publicado tres años más tarde, estos Episodios conforman el gran trío de esa "literatura de campaña" —como la ha llamado Ambrosio Fornet—, que fue importante en el lustro anterior al comienzo de la Guerra del 95.

Si Roa se proponía contar los hechos en que había participado —el desembarco de la expedición del Virginius y el posterior cruce de la Trocha en condiciones precarias—, y Collazo proponer, mediante el relato de la larga campaña, una tesis sobre las causas de la derrota de 1878, De la Cruz pretende otra cosa: atrapar el espíritu de la Revolución. El hilo que ensarta todos los episodios está en el espíritu que ilustran: ese patriotismo que, al decir de De la Cruz, "a todo provee: él da habilidad, constancia, fuerzas desconocidas, instintos que maravillan, reemplaza al genio".

Como para Martí, para De la Cruz la guerra había sido maravillosa y creadora; y la violencia revolucionaria, partera de la historia y de la nación. "Cúpome en suerte bosquejar el primero la épica leyenda, y lo hice entre rompimientos de gloria, como que de propósito compuse un libro de devoción patriótica, para que fuese a sacudir y a conmover el corazón cubano", confiesa De la Cruz en carta a Manuel Sanguily.

Mientras celebran el patriotismo como hontanar del heroísmo y de la trascendencia del espíritu, los Episodios de la Revolución Cubana narran una y otra vez el origen del nacimiento de "la familia cubana" en el fragor del combate: unidad de negros y blancos, de amos y esclavos, ya cubanos por la comunidad del sentimiento patriótico, del compañerismo de la manigua, de la identificación con el paisaje.

A diferencia de narradores-actores como Roa y Collazo, Manuel de la Cruz no fue ni protagonista ni testigo de los sucesos que narra; es, evidentemente, esta falta lo que lo lleva a insistir en el prólogo en que su libro sea leído como testimonio, pues ha sido "redactado sobre auténticos datos de actores y abonadísimos testigos, utilizando, además, la tradición oral". Pero la singularidad de los Episodios está, sobre todo, en que destaca entre todas las crónicas de la guerra como la obra de un "escritor" frente a las obras de "escribientes".

La lectura del libro deja la impresión de que su autor quiere darse a sí mismo la libertad del fabulador al tiempo que aspira a la autoridad del cronista responsable. El escribiente que quiere transmitir información, autorizado por la verdad de lo que refiere, es también un escritor, uno que, como diría Barthes, "piensa frases", "trabaja su palabra".

El escribiente, movido por el objetivo de que el lector pueda "rearse opinión acerca del período más interesante de nuestra historia", y "formarse concepto de la fisonomía peculiar, distinta y propia de la Revolución", utiliza las armas del escritor, se vuelve escritor para ser mejor escribiente, para lograr conmover mejor a su lector y hacerle sentir la grandeza imponente del "drama múltiple, intento y rebosante de vida". A su vez, el escritor toma como pretexto la guerra y la necesidad de que esta sea conocida, se hace pasar por escribiente...

Como en Martí, había en el exaltado independentismo de De la Cruz, en su apología de un patriotismo sacrificial y su visión romántica de la Guerra Grande, un componente estético o lírico: la revolución era poesía, verbo encarnado, mientras que el discurso reformista y moderado de los autonomistas era prosa, limitada crítica, mero discurso. Dilema este retomado con fuerza cuando otra revolución, la de 1959, coloque nuevamente a la guerra en el centro de la vida nacional. En 1968, conmemoración de los "Cien Años de Lucha", Episodios de la revolución cubana fue reeditado con tirada masiva.


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