Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Música

«Mi sueño era cantar boleros»

Un disco póstumo del cantante Ibrahim Ferrer, acompañado de músicos cubanos, reúne doce clásicos del género.

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"Me muero mañana y me queda la satisfacción de que pude lograr mi deseo. Mi sueño era cantar boleros", declaró Ibrahim Ferrer en una entrevista tras terminar la grabación de Mi sueño (World Circuit/Discos Corason, 2007) en los estudios de la Egrem, en La Habana, bajo la dirección musical del joven pianista Roberto Fonseca y la producción ejecutiva de Nick Gold.

Con voz de suave fraseo y cadencioso melisma, Ferrer (Santiago de Cuba, San Luis, 1927) siempre llamó la atención por su facilidad para improvisar en el montuno del son. Algunos consideraban que su coloratura no era adecuada para interpretar boleros. Pero los sueños no dejan dormir a nadie, siempre son un desafío para cualquiera, por lo que el veterano cantante no se desanimó.

Después de grabar dos discos, Buena vista Social Club presenta a Ibrahim Ferrer (1999) y Buenos Hermanos (ganador de un Grammy en 2003), Nick Gold, productor y director de la disquera londinense World Circuit, en complicidad con Roberto Fonseca (piano), Cachaíto López (contrabajo), Guajiro Mirabal (trompeta), Amadito Valdés (timbales), Emilio del Monte (percusiones), Ramsés Rodríguez (batería) y otros jóvenes músicos cubanos, llamó al cantante sanluisero y le dijo: "el estudio y los músicos están a tu disposición, selecciona el repertorio y a grabar se ha dicho".

Ferrer, que fogueó su oído musical desde niño escuchando a los grandes soneros santiagueros, no lo pensó dos veces. Hoy, dos años después de su muerte, lo tenemos en un rumor de dolorosa y frágil ternura, un murmullo de íntimo diálogo propiciado por músicos de varias generaciones en un afable convite puesto al servicio de su quimera: grabar un disco de puros boleros.

Repleto de plegarias y pasiones

El cantante asumió el reto desde la consonancia de un swing muy personal para protagonizar una crónica de indultos sentimentales que dibujan el pasado en los filos deseosos de los espejos del presente.

Comienza la fiesta canora con Dos almas, del inefable pianista argentino Domingo Fabián. Las credenciales presentadas adquieren un tono de inédita misericordia: contrabajo, percusiones, guitarra y piano tejen un manto de sutilezas que el experimentado cantante aprovecha para crear un espacio de lúdica referencia sonera con indumentaria de cadenciosa rumba.

La indulgencia se asoma en Si te contara (Félix Reina), con insinuante brío de vileza grata. Los ecos de compositores como Agustín Lara, Luis Marquetti, Marcelino Guerra, Alberto Domínguez, Oswaldo Farrés y Juan Bruno Tarraza, cristalizan una suerte de ilación melódica/rítmica hasta colegir en parajes fecundados por las desventuras del dolor.

El tono que alcanza Deuda (Marquetti/Medeiros), a través de las traviesas conjeturas armónicas del arreglista Fonseca, es, sin duda, una de las propuestas más audaces de la música cubana contemporánea. El clásico tango Uno (Discépolo/Mores) se convierte en un aventurado "chachachá argentino" con sereno y contenido fraseo vocal de bolero moruno, que nos hace recordar a Rolando Laserie.

Estamos en presencia de un álbum repleto de plegarias y pasiones. El amor aquí es cansancio y dicha, miseria y maldad, muerte y bendición, dolor y fiesta, nostalgia y añoranza. Cada inflexión vocal de Ferrer destila y derrocha una tibieza en los bordes del frenesí, como en tropel. Copla Guajira (Lara), Quizás, quizás (Farrés), a dúo con Omara Portuondo, Perfidia (Domínguez), Alma libre (Bruno Tarraza) o Quiéreme mucho (Gonzalo Roig), confirman al pianista Fonseca como un orquestador de talento indiscutible, cómplice de las inquietudes de Ibrahim Ferrer.

Cachaíto, Mirabal, Amadito Valdés y Galbán ponen su oficio de añeja errancia a disposición del amigo sonero que debuta como bolerista. Sorpresivo arreglo del clásico bolero/son Convergencia (Bienvenido Julián Gutiérrez/Marcelino Guerra) y sabrosa conjunción de matices en Melodía del río (Rubén González): la aventura vocal de Ferrer codifica en estas dos composiciones clásicas un idiolecto de rara alquimia y persistencia sonora de sosegado balance.

Música cubana de la buena

Mi sueño despierta fervores en esos corazones hambrientos. El discurso de los arreglos armónicos de Fonseca participa en esa confabulación que renueva las antiguas desinencias del género bolerístico con aires de acusada resonancia jazzística y suspicacias melódicas que pueden cortar el aliento a cualquiera que ande perdido en los andenes de los amarres del amor. Las tardes son propicias para saborear estos 12 boleros que Ferrer nos regala.

Hay una franqueza vigorosa que la noche no soportaría. Este escribidor, clérigo en lidias amorosas, recomienda escuchar Mi sueño a sorbos. Las lágrimas que nos arranca Ferrer con natural arrojo, son los hilos de Ariadna que conducen al túnel del desamparo pasional ("aurora de rosas en amanecer / nota melosa que gimió el violín / novelesco insomnio do vivió el amor…").

Otra vez Nick Gold y World Circuit ofrecen música cubana de la buena. Otra vez Eduardo Llerenas y Discos Corason dan en el blanco y llenan un poco el espacio vacío construido por una industria disquera al servicio de una mercadotecnia que promueve y alaba a músicos y cantantes de vestidura plástica. Valió la pena el sueño de Ibrahim Ferrer.