Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Batería, Música, Jazz

Micrófono, volumen, ruido y «swing»

Efectismo, el circo, la adicción al aplauso fácil, y el volumen excesivo han llegado como marea negra a la música Latina

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Ser bueno es fácil; lo difícil es ser justo.
Víctor Hugo

Se supone que la tecnología está ahí para ayudar al arte, no para cubrirlo; pero, desgraciadamente, salvo raras excepciones (cada vez más inverosímiles), la invención del micrófono que se acredita al alemán Emile Berliner en 1876 ha resultado casi tan dañina como la dinamita de Alfred Nobel; esos aparatos que amplifican el sonido han sido usados y abusados hasta provocar destrozos irreversibles en el buen gusto y los oídos de los oyentes, con la complicidad de los sonidistas y la aprobación de los músicos, que cada vez piden más y más volumen en sus monitores, y por lo tanto en la sala. Tal parece como que todos han llegado a la conclusión de que mientras más fuerte, mejor se oye la música. Que el volumen es supuestamente sinónimo de energía, y el que grita más duro es el que gana, ¿no es así?... ¡Qué pena, caray!

Yo he visto agregar tanta amplificación y reverbero sonoro a la flauta de Dave Valentín, hasta convertir su hermosa resonancia natural en un verdadero sintetizador, más apropiado para un combo de Heavy Metal que para tocar “Obsesión”, la pieza de Pedro Flores que él y su público tanto disfrutan. Y es que ya el efectismo, el circo, la adicción al aplauso fácil, y el volumen excesivo han llegado como marea negra a la música Latina, y hoy en día, todo es forte y fortísimo.

“¡Gracias Paq-Man! Nos hablas al alma a las innumerables víctimas de esta fenomenología”, me escribió el pianista colombiano Héctor Martignon comentando el asunto del volumen.

“He pensado en este problema millones de veces”, explicaba el trompetista brasileño Claudio Roditi.

“Muchos cantantes han sido víctimas de ese abuso del volumen. Yo soy sólo una de ellas”, se queja amargamente la soprano Brenda Feliciano.

Hace años, el legendario ingeniero de sonido Rudy van Gelder, responsable de aquellas famosas grabaciones de Impulse, Blue Note, CTI y Atlantic con Coltrane, Monk, Hubbard, Sonny Rollins, Miles Davis, Lee Morgan y todos aquellos jazzistas gordísimos de los cincuentas y sesentas, tuvo la valentía de decirle textualmente a la revista Down Beat: “Los pianistas de Jazz o no quieren o no saben sacarle un sonido decente al piano”. Y es verdad, es difícil encontrar pianistas de Jazz con la belleza y la elegancia sonora de Kenny Barron, Makoto Ozone, Teddy Wilson, Renee Rosnes o Bill Evans. Y no hay duda de que parte de la culpa de eso la tienen los bateristas tocando cada vez más fuerte y obligando a los pianistas a aporrear el teclado, a pedir más volumen en los monitores y, por lo tanto, a destruir el carácter acústico inherente del instrumento. Yo me atrevo a asegurar que esa era una de las razones por las cuales Nat “King” Cole y Oscar Peterson muchas veces no usaban batería en sus tríos.

“Dame más piano en el monitor”, es la palabra de orden; y mi pregunta es siempre la misma: “¿Coño, y por qué no tocas más suave para que puedas escuchar lo que está haciendo el freakin’ pianista? ¿Dejaste las brochas en casa o qué?”

El gran pianista argentino Jorge Dalto aseguraba que los bateristas llevaban dentro el “pecado original”, y que “cuando se comportan de otra forma lo hacen con gran esfuerzo: va en contra de su naturaleza. Si no, hubieran estudiado el arpa o la flauta, ¿no?”, decía entre serio y en broma. Y yo agrego que si los perros aprenden a convivir y respetar la integridad de los gatos; los gatos reverencian al loro, y hasta los leones son entrenados para no comerse al domador, no veo por qué no pueda aplicarse este mismo principio a los percusionistas.

Y no me malinterpreten. La batería, como la trompeta, el trombón de varas y hasta un poco el saxofón, son instrumentos de fuerte presencia sonora. Es parte de su personalidad y característica. Se trata solamente de evitar los excesos, no de perder swing ni energía. La fórmula es sencilla: si no oyes al que está a tu lado, estás tocando muy fuerte. ¿Me explico?

Otro tanto pasa con los bajistas, que desde que inventaron la guitarra bajo, muchos se creen que están tocando siempre con Kiss o con Metalica. Se confabulan con los bateristas: creo que hasta compran los tapones esos para los oídos juntos, de a cuatro, para así, entre los dos hacerles la vida insufrible a los demás músicos. Seguro que por eso mismo Wynton Marsalis le ha sacado el micrófono de contacto al bajo de Carlitos Henríquez, y así controla mejor al baterista, que entonces no encuentra un compinche.

Claro que esto de los micrófonos apagados aplica mayormente a conciertos bajo techo; yo también creía en este concepto hasta que en el anfiteatro de nuestro festival anual de Punta del Este, el trompetista Terence Blanchard mandó a retirar todos los micrófonos, incluyendo el amplificador del elegante pianista venezolano Ed Simon: todo se escuchaba clarísimo y con tremendo swing. Lo único que hubo que hacer fue callar y escuchar con atención, que para eso se inventó la música en un principio, ¿es o no es?


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