Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Penúltimos planos

La nueva película de Enrique Pineda Barnet es un réquiem de bajo perfil, un bojeo cinematográfico al estado clínico del alma de la Isla.

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Cuba está sola (¿con OEA o sin OEA se perderá la pelea?). Cuba está sola incluso en un mar bolivariano de rusos chinescos. En Cuba se siente y se resiente una soledad acompañada post-Benedetti. Cuba padece de esa soledad innata a toda pequeña nación con ínfulas de gran diáspora. Cuba supura cien siglos de soledad y el cine cubano lo sabe pero, desde Un día de noviembre (Solás, 1972), pocas veces un filme se anima a asegurarlo (menos aún a augurarlo).

Testamento moral o tesina de un viejo gurú cinéfilo, La Anunciación, de Enrique Pineda Barnet, es también, a los 75 años de este realizador cubano, una especie de despedida. Un campanazo en sordina para convocar por última vez a los fieles de la esquina de Cuba y Soledad: nosotros, los sobremurientes. Un bojeo cinematográfico al estado clínico del alma de nuestra Antilla Mayor.

Un poco en la cuerda pateticómica de El gran dictador, de Chaplin, el más reciente estreno en los cines cubanos incluye la coda en off de su director, homilía sobre la honradez a 24 consejos por segundo, parábola ecuménica lanzada dentro de una botella para que flote sobre el resto de nuestro siglo XXI posnacional: "Ámense por encima de las diferencias, que no hay mayor amparo que nosotros mismos".

Desde La Bella del Alhambra (Premio Goya, 1990), y tras veinte años sin realizar un largometraje, a pesar de contar con múltiples proyectos (Verde verde, Bolero rosa, Nostalgia rosa, Nora@direccionequivocada y Vodkafé, entre otros), Pineda Barnet escribe y dirige este guión de un sólo set como garantía de su producción por el ICAIC (institución vecina al edificio elegido para el rodaje: en 23 y 12, El Vedado). La película funciona así de antemano como un tour de force, un parto a puertas cerradas con cada uno de sus personajes o estereotipos generacionales cubanos, un tour de forceps de ese drama intestino de nuestra identidad: la familia descoyuntada por la coyuntura política (inter)nacional.

Ninguna película cubana me gusta porque, en tanto lector límite, a todas las hago mías regurgitándolas y, en consecuencia, a todas las hubiera filmado radicalmente mejor. Remando en contra de los consensos y del know-how. Fundando un lenguaje audiovisual aún sin público en nuestras lunetas. Narrando sin caer en crisis edípicas, sean con el siglo XIX o con la Revolución. Con menos monserga trascendentalista y más cut-to-chase. Con menos asesores dramatúrgicos (el nuevo make-up de la censura) y más libertad de expresión para cruzar la cuerda floja entre deleite, delirio, delito y desastre.

En fin, un bad-cinema ladino-americano. Sin tantos tapujos estéticos para desnudar el hálito oscuro de todo un pueblo y no sólo los luminosos senos del personaje Margarita (en un plano sobrante de introspección). Ciertamente, de ese disgusto a priori con el cine cubano supongo que emana toda mi autoridad como autor.

Sería preferible la burla

La Anunciación, leída paternalistamente, pasa. Pero Enrique Pineda Barnet no se merece semejante bula popular. Sería preferible la burla. Nuestro hombre en los Premios Nacionales del Cine cubano ha sido una de sus cabecitas calientes más osadas y, en pleno 2009, pudo haber enterrado sus propios tabúes y clavar la pica mucho más lejos de La Florida.

Basta con un ojeada a La Anunciación, de Antonia Eiriz (el cuadro inevitablemente se fotografía en el filme), para dejarnos de ingenuidades y encuadrar de frente al demonio. Por más que formalmente la película se nos anuncia con tics muy peculiares de ambiente y edición (si bien los rostros consagrados de los actores no colaboran al respecto), temáticamente se me queda en pura poesía obsoleta: terapia de grupo contra los desplantes del pasado y el estrés de la transición. Un texto demasiado noble atrapado en lo teatral. Una pastoril ilegible (incluido ese videoclip que ya va siendo moda en el ICAIC) para las nuevas subjetividades que bullen en la Cuba caótica de hoy.

El hijo del senador republicano, el adolescente que fundó la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo y que a finales de los años cincuenta aún no se enteraba del asalto al Cuartel Moncada, el presunto personaje de los Tres Tristes Tigres, de Cabrera Infante (conspirando en su convertible ante los casquitos de Fulgencio Batista), el primer alfabetizador cubano por obra y gracia de Fidel Castro en la televisión, el interventor ignorante de un ingenio azucarero (imagen casi plagiada del Jesús Díaz de Las iniciales de la tierra), el fundador de la Unión de Periodistas de Cuba que nunca lee periódicos, el miembro del Movimiento 26 de Julio que repudiaba la violencia, el director azaroso de Giselle y Cosmorama (entre otras recorterías que han devenido genialidades canónicas made in Cuba), el mismo que hoy no recomienda a los jóvenes su inserción en la industria oficial, no debiera sentirse muy complacido por lo que su más reciente filme apenas anuncia. Para el Gran Premio del Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara, pasa. Para el Enrique Pineda Barnet universal, no way.

La oposición es estética

Igual disfruto mucho que me disgusten los códigos de La Anunciación. Sólo desde ese pugilato me la apropio con propiedad. A los efectos críticos, sólo la oposición es estética (o cuando menos es un estetoscopio). Y es que hay todo un calidoscopio de detalles que me funcionan por separado: la dispersión permea esta película más allá de las intenciones de su realizador.

Las profecías de la médium Amalia, falseadas por Verónica Lynn antes de la inverosímil (por predecible) anagnórisis de esta trama sin trauma. El fantasma de Gorki en Habana Blues que Ismael de Diego aún no consigue exorcizar: no sería raro que en la "vida real" el actor termine sustituyendo al músico punk de Porno para Ricardo. El incesto enclítico entre los hermanos Ricardo y Margarita, acaso la causa secreta del exilio de ella y la militancia de él. Una cena En Familia para reconciliar a vivos y muertos, como en el cuento homónimo de María Elena Llana. El conflicto tan frágil del nietecito Cristóbal, a quien pretenden expatriar como a un Elián inverso. Medio centenar de intertextualidades en homenaje al medio siglo del ICAIC: 1959-2009.

Los gastados gags al estilo de "vivir en el televisor" o el "Partenón con muletas", cuando contar chistes ya no constituye una gracia entre los cubanos. La cámara espía de 23 y 12 protagonizando la paranoia apolítica de los ciudadanos (hay una historia extradiegética que se filma en la perspectiva de un circuito cerrado y culmina en balsa). La Habana en stop-motion fuera de las ventanas del apartamento: retrato en sepia como una proyección antigua, a veces mal recortada digitalmente. Los coritos documentales de ¡que-se-vayan, que-se-vayan!, en un remoto plano sonoro de cláxones y ametralladoras o helicópteros estilo The Wall, de Pink Floyd (por mi parte, recordé cómo en la TV bajan el audio-ambiente de los estadios para no captar el ¡hijoeputa, hijoeputa! contra los árbitros del partido). Todos son los souvenirs de una utopía tautológica que, como la ciudad misma, o incluso como el cine cubano, puede que "nunca haya existido", "pero queda la huella".

La Anunciación es en definitiva un réquiem de bajo perfil que, como en la novela Muerte de Nadie, de Arturo Arango, desde el título ya opta por no nombrar demasiado. Así, tras la muerte de un acaso octogenario Octavio (cameo en off del director), emperador no de Roma sino del Amor (por encima del "negocio del rencor" cubano), lo único que puede hacernos sentir "verdaderamente juntos" sería respetar la "última voluntad" de "papá": tal cómo se firma y filma este testamento moral.

Entonces nosotros, los sobrevivientes, seremos convocados a empinar un papalote en el plano postrero de la película, como paliativo de azotea contra la claustrofobia de la puesta en escena. The End. Vale. Aunque una relectura de la ensayística de Milan Kundera podría persuadir (o al menos perturbar) a Enrique Pineda Barnet con la noción de que, tal como no hay más paraíso que los paraísos perdidos, tampoco habrá testamento que no sea otro de nuestros Testamentos Traicionados. Por suerte, supongo.


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Fotograma de 'La Anunciación', de Enrique Pineda BarnetFoto

Fotograma de 'La Anunciación', de Enrique Pineda Barnet.

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'La Anunciación'

Película del director Enrique Pineda Barnet.

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