Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Rebeca en rojo

El ICAIC conmemora su aniversario 50 con un remix oriental de 'Clandestinos'. La visión de Cuba consiste en un cúmulo de cadáveres exquisitos sobre un camión.

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Una banda sonora que derrocha balazos mp3 de un western revolucionario. Las Damas de Negro clamando por sus hijos y esposos presos o desaparecidos. Cartelitos contestatarios y pintura militar para borrarlos de las fachadas. La escena obligatoria del carnaval, así sea en carne viva. Una ciudad maquillada de mercados y publicidad y encuadres cerrados para simular un pasado de democracia demacrada por el horror. Sangre de utilería, importada de Hollywood por un tercer país o acaso en bolsitas del ahora contraindicado Rojo Aseptil (Mercuro crónico): la muerte y no Santiago de Cuba es la protagonista coral de este filme. Suite Santiago, aciaga ciudad en rojo: en rejas, a rajatabla, remix oriental de los "Clandestinos" de Fernando Pérez. Entré a la última tanda de un desierto Acapulco (uno de los pocos cines habaneros que aún huelen a cine) y me sobrecogí.

Se habla de un boom de guionistas, fotógrafas y realizadoras cubanas. Los catálogos anuales de la Muestra de Jóvenes Realizadores sin duda justifican la euforia eufónica del monosílabo boom. Y ahora el ICAIC, por su aniversario 50, estrena la película de ficción Ciudad en Rojo (90 minutos), con guión de Xenia Rivery y dirigido por Rebeca Chávez. Se suple así por partida doble un vacío de género. Desde Sara Gómez, con De cierta manera, a finales de los años setenta (una época de cerrazones que derivó hacia la reconstrucción histórica y el melodrama social-realista), ninguna mujer dirigía un largometraje en la industria fílmica nacional: en este caso, en coproducción con Venezuela y el Programa Ibermedia.

Inspirada en la novela Bertillón 166, del santiaguero José Soler Puig, quien en 1960 ganó con esa obra la primera edición del Premio Casa de las Américas, la también santiaguera Rebeca Chávez apuesta por un fresco de su ciudad de los años cincuenta, sumida en una guerra no tan civil como criminal, en la que ella misma de muy joven se involucró.

La acción épica, que en vano se cuida de lo panfletario, parece contagiar cada plano del filme, compensando de paso la precariedad del relato en escena (para no hablar de los estereotipos de caracterización). La edición se mueve con el tempo de un reportaje al pie de la horca (ritmo rumbero de Lorca: moriré en Santiago), echando mano al blanco y negro, a la imagen de archivo documental o apócrifa, a los códigos del thriller mafioso más algún solapado homenaje de culto, y, como coda de la película, a una sesión de fotos extradiegéticas con la furia en estéreo de X Alfonso, en un remedo del remate de Dogville, esa obra maestra de Lars von Triers (algo ya ensayado en el 2008 por el ICAIC, para inventarle un final al filme Kangamba, de Rogelio París).

Ars funeraria

En una entrevista concedida recientemente a Rosa Miriam Elizalde, la propia directora se resiste a dejarse encorsetar en el llamado "tema histórico", y declara su intención de enfrentarse a ciertas preguntas "cargadas de prejuicios" para expresar "un problema humano como cualquier otro que se enmarca en una época". Si ese problema es la violencia ciega por causas políticas (sea el terrorismo de un hombre o sea la tortura institucional), entonces Rebeca Chávez logró conmigo uno de sus objetivos, según la entrevista: tras hora y media de "una tensión emocional muy fuerte", me quedó "como una mancha o un vacío en la memoria", un "sabor amargo" en quien nunca ha ejercido la violencia pero duda qué pasará si, de pronto mañana, no tiene "otro recurso que ejercerla".

En este sentido, y apropiándose inconscientemente de una tesis de nuestro clásico de animados Elpidio Valdés, la peor suerte parecen correrla aquellos personajes que "no se meten en nada" en medio de la barbarie colectiva. La bandera o el traje blancos no funcionan como atributos de paz y una paloma puede ser otro incentivo para la delación gratuita y el sacrificio ritual. De cierta manera, según esta lógica macabra, salirse del juego patrio sería sólo el señuelo que pone a salivar sádicamente a los perros de presa, siempre tan sedientos de sangre (corrimiento hacia el rojo de nuestro universo histórico).

"La fe que no duda es fe muerta", leemos en pantalla grande una cita de Miguel de Unamuno. Pero las polémicas polisémicas de aquellos héroes avant-la-revolución hoy ya nos saben a plato obsoleto: a criterios punibles como baja traición. Casi ni entendemos aquella comunistofobia burguesa resuelta como una caricatura en el set. Peor aún es el tratamiento maniqueo de los conflictos generacionales entre padres e hijos. Lástima de paisajes que apenas posan como turísticos dentro del argumento.

Paradójicamente, nos sigue interesando más el villano interpretado por Patricio Wood que toda una pléyade de jóvenes justicieros, atrapados en diálogos disciplinarios donde podrá caber la duda pero no el deseo. Y en dramaturgia ese déficit se paga con una dosis letal de inverosimilitud. La ficción cede su espacio a la ilustración: a medio camino del homenaje a una novela o una época o una ciudad.

Por mi parte, arrellanado contra el terciopelo rojo del Acapulco, a las diez de la noche de un fin de semana cubano de nuevo siglo y milenio, leí daltónicamente esta Ciudad en Rojo como una ars poética que deviene ars política que deviene ars policíaca que deviene ars bélica que deviene ars funeraria.

No obstante a mí, que dudo dadaístamente de todo, esta visión de Cuba como un cúmulo de cadáveres exquisitos sobre un camión, en principio también me conmovió (sólo por eso no me moví de la butaca antes del copyright ICAIC 2009). Entonces salí a la Avenida 26 con cautela de clandestinaje, como si una bomba del 26 de Julio estuviera por reventar las vidrieras del cine, y una patrulla contemporánea viniera ululando para preguntarme a patadas quién ha sido intelectualmente el autor.


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Fotograma del filme 'Ciudad en rojo'Foto

Fotograma del filme 'Ciudad en rojo'.

Rebeca Chávez, Ciudad en rojo, Cuba, cine

'Ciudad en Rojo'

Una película de Rebeca Chávez.

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