Actualizado: 02/05/2024 23:14
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Servando Cabrera Moreno, Pintura

Servando Cabrera Moreno, en el centenario de todos sus sueños

El Museo Nacional expone una amplia muestra que viene a revelar quién era en verdad este hombre que actuó como un provocador sutil, y logró lo que solo consiguen los maestros: hacerse reconocible a golpe de vista

Comentarios Enviar Imprimir

La apertura de la muestra que ocupa la sala transitoria del Museo Nacional de Bellas Artes confirma que hemos arribado a algo que parecía casi imposible: el centenario de Servando Cabrera Moreno. Imposible, porque a diferencia de lo que ocurre con la obra de otros creadores, su pintura (o al menos una parte de ella) permanece ajena a lo que el paso del tiempo a veces impone, y los cuerpos, los deseos, los anhelos sugeridos o desembozados que dominan esa zona de su creación, parecen recientes, e incluso, de ahora mismo.

Nacido en La Habana, en 1923, tuvo una vida que no rebasó los 58 años, pero en ese breve tiempo pintó, dibujó, produjo, vendió y regaló un gran número de piezas que podemos reconocer hoy en la sala de los museos, en las paredes de instituciones y en los muros de quienes fueron sus amigas y amigos, dejándose reconocer como el sutil provocador que fue en sus mejores momentos, y en el dueño de un trazo que al tiempo que revela, nos sugiere muchas otras texturas de aquello que su ojo quiso detener en el lienzo.

La memoria de los borrados es el título de la muestra, que pone ante el visitante no solo los grandes lienzos de sus distintas etapas, sino que además añade catálogos, dibujos, diseños para portadas de discos, papelería personal y otros elementos que nos ayudan a ver a Servando a través de su obra, tal y como sugiere la pieza que da nombre a la retrospectiva, y cuyo reverso puede también contemplar quien suba a la sala, escaleras o rampa mediante, en el principal museo de Cuba cuyos elevadores hace ya varios años que no funcionan. Así alcancé el tercer piso, y llegué a ver este repaso a la obra y vida de un pintor que Graziella Pogolotti caracterizó como un solitario en su propio ámbito.

En mis años escolares, no pocas veces aparecía en los libros de texto alguna reproducción de los cuadros de su etapa épica, como muestra de cuerpos viriles: mambises, guerrilleros, milicianos, macheteros: ensoñaciones de un heroico Hombre Nuevo, elevados a categorías de semidioses por un pintor homosexual. Hoy, cuando volvemos a esas obras que poco a poco fueron cediendo paso a los otros secretos que el pintor reveló en su zona más atrevida, podemos corroborar que el matiz homoerótico que exudaban aquellos cuerpos en batalla no era solo una segunda o tercera impresión, sino el indicio de lo que Cabrera Moreno acabaría trayendo a las artes plásticas cubanas, por encima de tabúes y recelos que también intentaron detener su obra.

Pasó de una influencia a otra

Lo más relevante de la muestra es cómo nos revela el trayecto del pintor en busca de sí mismo, desde los trazos imitativos de la primera fase de su trabajo, hasta el dominio total del trazo, y de un mundo que encarna (en el mejor sentido del término) más allá de lo visible. En 1940 expone en el XXII Salón de Bellas Artes y tres años más tarde abre su primera muestra personal en el Lyceum Lawn Tennis Club, con retratos al carbón. El viaje por España y el conocimiento de primera mano de originales y maestros lo sacude, y ya ahí empieza a dibujar rostros de pueblo, lo cual retoma en Cuba a su regreso, con los campesinos de El Mégano cuando colabora con la realización de una película que con ese título implica a varios de sus amigos miembros de la Sociedad Nuestro Tiempo. Diseña el emblema de Teatro Estudio, expone en Madrid, Barcelona, en París y en Washington.

Pasa de una influencia a la otra, y cuando la Revolución trastoca la realidad cubana, crea esa iconografía de hombres esbeltos y robustos, de perfiles y brazos mezclados en una lidia viril que luego vienen a atemperar sus retratos femeninos. En 1967 abre otra exposición personal, en Polonia, donde como hizo en otros países recolectó obras de artesanía popular. No volvería a inaugurar otra muestra así hasta 1975, en la Galería La Habana. Ya había sido expulsado de la Escuela Nacional de Arte donde ejercía como profesor, y a pesar del apoyo de amigos como Alfredo Guevara y la mismísima Celia Sánchez, tendría que esperar a que bajasen las aguas negras del quinquenio gris para mostrar al público sus nuevos lienzos.

Durante esos años, Servando Cabrera Moreno no dejó de ir hacía sí mismo. El alejamiento de las galerías mientras su nombre estuvo proscrito no detuvo su mano. Fue un artista pródigo, y su catálogo se dispersó entre amistades y coleccionistas. Lo mismo puede hallarse un dibujo suyo en una casa habanera, cercana a la del Boulevard de Obispo donde nació, que en los pasillos del Consejo de Estado: en la oficina de Fidel Castro había uno, creo recordar, según se ve en el documental de Oliver Stone. Y no deja de ser curioso que ahí, en el despacho donde se proyectaba el discurso más duro sobre la virilidad de la Nación, un pintor homosexual tuviera una de sus piezas.

Cuando muere, en 1981, ha creado mucho, y se ha encontrado a sí mismo en esos torsos masculinos y femeninos que se entrecruzan, en esa cópula sin rostros de generosos órganos sexuales, donde un toque de azul siempre se combina con esa piel, con esa carne, como si fuera su propia palabra en esa tonalidad la que nos revelara los secretos más vívidos de tales abrazos y enlaces tan reveladores. “La pintura erótica de Servando Cabrera Moreno es un gran canto polifónico al cuerpo humano”, reza una oportuna frase de Gerardo Mosquera que acompaña a varias de estas obras en los muros de la exposición.

El mismo museo que censuró uno de sus óleos

La memoria de los borrados, que quedó abierta el 8 de junio y permanecerá en esta sala hasta el 5 de septiembre, tiene la curaduría de Rosemary Rodríguez Cruz y Teresa Toranzo Castillo, reúne obras del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes, de coleccionistas e instituciones diversas, y del Museo Biblioteca Servando Cabrera Moreno, ubicado en Villa Lita, en la calle Paseo, y que permanece cerrado por causas de una restauración que parece infinita, a pesar de haberse inaugurado solo en el 2007. Acompañada por el estreno de un documental, La hora azul, dirigido por Claudio Pérez Sordo, en el que varios amigos y ex alumnos de Servando, junto a especialistas e investigadores, evocan al protagonista de esta suerte de rescate mayor, en el mismo museo que en 1971 censuró uno de sus óleos, esta muestra es sin dudas otra reparación de esas operaciones de borrado que la cultura cubana ha sufrido más de una vez, y opera como un ejercicio de exorcismo en pro de una imagen mayor del pintor y del hombre que la protagonizan. En Yo, Publio, su libro de memorias, Raúl Martínez dedica un capítulo a su complicada amistad con Servando, que recomiendo leer, porque ahí lo dibuja con precisión, y revela no poco de su sicología, sus anhelos y sus ambiciones.

A su manera, Servando Cabrera Moreno sacó del closet a la pintura cubana, la expuso a otras formas del deseo, se atrevió a dejar en ella un retrato no tanto de su rostro como sí de sus deseos, de ese amor pansexual que imaginó como un paisaje azulísimo, a ratos cruzado por las huellas de lo que la academia, el cubismo, el expresionismo, Miró, Picasso y tantas influencias dejaron en su pincel, que utilizó sin pudor para crear, más allá de esos milicianos y mujeres de cuello bizantino, figuraciones mucho menos convencionales, como si pudiera vivir en ellos una libertad que durante su tiempo de vida era aún inalcanzable en la vida pública de esa Cuba que a él le tocó.

En alguna de mis obras teatrales, la pintura de Servando sirvió de inspiración a un personaje que, como él, pintaba lienzos que tal vez las galerías no se permitirían exhibir. En la casa de un amigo, colgaba uno de sus dibujos en el que asomaba un falo trazado con mano segura, y que la madre de este amigo descolgaba una y otra vez, escandalizada, en cuanto su hijo salía a la calle. Creo recordar que alguna vez Abilio Estévez modeló para él. Y he conocido luego a varios hombres que también posaron para Servando, parte de eso que a manera de burla algunos llamaban sus “pollitos”, como recuerda Raúl Martínez.

Legado no solo de color, sino de tentaciones y anhelos

Pintó, dibujó, creó mucho, y tras su muerte, que lo sorprendió una mañana cuando anudaba el cordón de sus zapatos, su obra siguió dispersándose, y también se vendieron falsificaciones que pusieron en peligro el respeto hacia su legado. Aquí y allá, a veces en los lugares más insólitos, aparecía alguna de sus obras. La apertura del Museo Biblioteca intentó poner algo de control sobre eso, pero ha sido a través de algunas muestras, y ahora con esta en particular, que empieza a delimitarse una idea más clara de quién fue Servando, qué pudo su mano sobre el lienzo o el papel, quién era en verdad este hombre que actuó como un provocador sutil, y logró lo que solo consiguen los maestros: hacerse reconocible a golpe de vista. Y desencadenar, en nuestra mente, ante sus obras, ese caudal de deseos con el cual levantó, bajo la luz de La Habana, un legado no solo de color, sino de tentaciones y anhelos que hoy reconocemos, plenamente, bajo su nombre.

En la mañana de viernes en la que pude ver La memoria de los borrados, a la salida del Museo Nacional, supe de la muerte de Umberto Peña, otro de los grandes del arte moderno Cuba, y otro de los grandes provocadores de nuestras artes plásticas. Ojalá se le dedique también alguna muestra a reorganizar su legado entre nosotros. Y que esa muestra, cuando suceda, consiga lo que esta dedicada a Servando Cabrera Moreno: hacernos repensar lo que sabemos sobre este creador, y preguntarnos aún mucho más sobre su persona y sus obsesiones. Abrir, para pensarlo mejor hoy y en el futuro, un espacio que le sirva de merecido homenaje, tanto como de nueva invitación para regresar a él, a su mundo, desde la tentadora desnudez con la cual él nos invitó a dejar atrás todos los prejuicios, con esos torsos y esos golpes de color que como dije al inicio, parecen levitar en un tiempo muy reciente, porque él se adelantó y se atrevió a crear esos anudamientos, y los hizo nuestros mucho antes de que llegaran algunos permisos para expresarlos.

Es el centenario de Servando Cabrera Moreno, y es también el centenario de lo que él, con su paso entre nosotros, reescribió para que asumiéramos y viviéramos todos sus deseos. Todos los deseos.


Los comentarios son responsabilidad de quienes los envían. Con el fin de garantizar la calidad de los debates, Cubaencuentro se reserva el derecho a rechazar o eliminar la publicación de comentarios:

  • Que contengan llamados a la violencia.
  • Difamatorios, irrespetuosos, insultantes u obscenos.
  • Referentes a la vida privada de las personas.
  • Discriminatorios hacia cualquier creencia religiosa, raza u orientación sexual.
  • Excesivamente largos.
  • Ajenos al tema de discusión.
  • Que impliquen un intento de suplantación de identidad.
  • Que contengan material escrito por terceros sin el consentimiento de éstos.
  • Que contengan publicidad.

Cubaencuentro no puede mantener correspondencia sobre comentarios rechazados o eliminados debido a lo limitado de su personal.

Los comentarios de usuarios que validen su cuenta de Disqus o que usen una cuenta de Facebook, Twitter o Google para autenticarse, no serán pre-moderados.

Aquí (https://help.disqus.com/customer/portal/articles/960202-verifying-your-disqus-account) puede ver instrucciones para validar su cuenta de Disqus y aquí (https://disqus.com/forgot/) puede recuperar su cuenta de un registro anterior.