Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Un Bloody Mary para Tom Wolfe

Tom Wolfe creó una nueva manera de contar, de referir desde la acuciante presencia de los hechos

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Tom Wolfe (Richmond, 2 de marzo de 1931-New York, 14 de mayo de 2018) se despertó aquella mañana del segundo sábado de julio del año 1984 con un terrible dolor de cabeza. Pidió un analgésico y salió a caminar. Las luces de los edificios de la ciudad de Nueva York todavía estaban encendidas. Era muy temprano, los quioscos de periódicos empezaban a alzar las mallas metálicas de sus portillas. Persistía la molestia. De momento, se vio en medio del Bronx. Una trompeta abría el vientre de la mañana. Un adolescente negro yacía aletargado en la acera: presentaba huellas de haber sido atropellado por un “coche de lujo la noche anterior”, afirmaban los transeúntes.

El autor de Ponche de ácido lisérgico se alejó: no quería verse envuelto en el asunto. El malestar proseguía; pero, ahora, con cierto reflujo de complacencia. Imaginó la escena: seguramente una pandilla de jóvenes negros intentó asaltar al dueño del automóvil. A lo mejor fue así: a lo mejor, quién sabe. Cuando compró un ejemplar del New York Times leyó en primera plana la noticia del adolescente negro atropellado por un “chofer de raza blanca”. Wolfe ya no sentía malestar alguno. Tomó un taxi. Llegó a su casa: empezó a escribir The Bonfire of the Vanities, el libro que lo lanzaría a la fama como novelista: ya era un influyente reportero. La prestigiosa editorial Farrar, Straud & Giroux la publicó en 1987.

Hay cierta correspondencia con la ficción de Tom Wolfe y lo que sucedió en el Bronx aquella noche. La acción de La hoguera de las vanidades inicia con el corredor de la Bolsa de Valores, Sherman McCoy, suerte de yuppie extravagante, quien se pierde en las calles del Bronx una noche cuando regresa del aeropuerto Kennedy, donde ha ido a recoger a su amante. Se baja del vehículo a despejar la vía bloqueada con neumáticos y latas. Confunde a dos jóvenes de raza negra como ladrones: la amante acelera el auto, pero en la confusión atropella a uno de los muchachos.

Aclamada por los lectores y celebrada por la crítica especializada, esta primera incursión del cronista Tom Wolfe en el “arte de la novela” es, nadie lo discute, una fábula realista enmarcada en la tradición literaria de Balzac y Émile Zola: apelando a técnicas del reportaje se estructura una compleja componenda en que los espacios de las altas finanzas, los restaurantes de lujo, el universo yuppie, la corrupción policial, los oscuros trames de Harlem y las hermandades religiosas configuran un retrato de New York certero y convincente.

“La novela tiene la necesidad de afincarse en lo realista. La ficción tiene sus raíces en el documento, en el reportaje que prioriza el entorno social de los personajes para explicar ideas, conductas y gestos. Me interesa explorar la temática del sexo, raza, dinero e ideología: elementos que dividen a la sociedad estadounidense, pero que al mismo tiempo son gamas integradoras de la misma”, escribió el impulsor y teórico del llamado “Nuevo Periodismo”, quien falleció el pasado lunes 14 de mayo en Manhattan, a los 87 años.

Obra que transita por varias etapas marcadas por concepciones heterogéneas en que una actitud disidente y contestaria define los gestos de un cronista muy influyente en la cultura y la sociedad estadounidense. Años 60: partidario y defensor de la cultura pop. Años 70/80: acérrimo crítico de lo que él llamó “narcicismo liberal”. Años 90: fustigador de las tendencias del arte moderno y la literatura de Estados Unidos.

“Soy un ‘demócrata a lo Jefferson’. Cuando escribo ficciones no lo hago en un sentido de explayar un cosmos de exuberante imaginación. Por supuesto, apelo a ese mundo de espejos e invenciones pero con los ademanes que aprendí de Balzac y Charles Dickens”, repetía con frecuencia este hombre que se propuso hacer un retrato de la sociedad estadounidense de acuerdo a un método que para él era una demanda y una reivindicación de la gran literatura realista del siglo XIX.

“Yo pensaba que escribir ficciones iba a ser más fácil que escribir crónicas periodísticas. Me he dado cuenta que el asunto va por el mismo camino, en el sentido de la responsabilidad. Enfrento la ficción como una verdad. Fantasía sustentada en certezas, en certidumbres que emergen de realidades, de observaciones. No veo diferencia entre un reportaje y una novela. Faulkner es el más periodista de nuestros novelistas. ¿Y qué decir de Steinbeck y Hemingway? Aprendí mucho de F. Scott Fitzgerald: La hoguera de las vanidades le debe mucho a El gran Gatsby”, declaró Wolfe en 1989.

Si hacemos una breve exploración por algunos de sus libros que dan pie e inician el “Nuevo Periodismo” veremos que El coqueteo aerodinámico rocanrol color caramelo de ron (1965): humor rocambolesco de incitante provocación; Ponche de ácido lisérgico (1968): monólogos interiores, profusión de diálogos, puntos de vistas cruzados, personajes reales, atmósfera seductiva…: periodismo untado de literatura; El Nuevo Periodismo (1973): ensayos desde provocativo análisis del fenómeno que aparece a finales de los 70 que revolucionó el panorama literario de Estados Unidos. Manifiesto del Nuevo Periodismo; Los que hay que tener / Elegido para la gloria (1979): el libro más delirante de Wolfe y el más fustigador. La carrera espacial y los astronautas. Reportaje que es una “novela de no ficción” apasionante y conmovedora…

Tom Wolfe creó una nueva manera de contar, de referir desde la acuciante presencia de los hechos. Imágenes míticas que se desnudan en una prosa de un humor sarcástico y también piadoso que parece advertirnos de la soberbia que nos arropa. Somos, al decir del autor de Bloody Miami, “héroes simbólicos” y víctimas de una maquinaria publicitaria que nos fabrica y nos prefabrica. De ahí su propensión balzaciana: cronología minuciosa del ocaso que nos azota.

Vayamos a tres de sus novelas, entremos a esos espacios de invención aderezados de expedientes febriles. La hoguera de las vanidades (1987): festivo mural en que lo burlesco se agolpa en los bordes de un crudo y ácido discurso irónico. Novela picaresca que devela la miseria que se esconde detrás del falso esplendor. Gozosa y aterradora sátira social. Reconocida como “La novela de Nueva York”; Todo un hombre (1998): exploración de los entramados sociales del sur norteamericano: Atlanta. Conflictos raciales, corrupción de los poderes políticos y económicos, ostentación y obsesiva presencia del sexo; Bloody Miami (2012): intensa, divertida, sarcástica, colosal, grandiosa, totalizadora, vulgar, excesiva, gloriosa. La novela que mejor retrata el enrevesado universo de Miami. Mujeres hermosas, millonarios que se masturban, fiestas fastuosas, orgias, ademanes de los cubanoamericanos… Muestrario de personajes excéntricos inolvidables.

Ha muerto un escritor de estirpe heroica. Uno de los grandes innovadores de la literatura de lengua inglesa. Prosista de agilidad pródiga. Maestro de la ironía. Penetrante reportero y acucioso cronista. Figura discordante que defendió el principio de la libertad creativa como axioma en su gestión de más de medio siglo en la arena del periodismo literario o de la literatura periodística, en fin de ese mestizaje que hoy se hace presente en la obra de Emmanuel Carrère, Javier Cercas, Jorge Volpi, Isabel Allende, Cristian Alarcón, Bruno H. Piché y Luisgé Martín, entre otros.

Los aportes del autor de La palabra pintada corroboran que el lenguaje es un hecho que sobrepasa las axiologías: la palabra nómada, gitana, acoplándose a los ecos del deseo humano: decir para fundar un género. Tom Wolfe es un fundador. “Nunca he entendido ese curioso interés de los lectores de querer clasificar lo que leen. Pero, recuerden que primero fue el cuentero que narraba los hechos; la invención fue después. O mejor invención y realidad siempre estuvieron juntas”, escribió el hijo adoptivo de New York. Entramos a sus libros y una franqueza subversiva nos arropa. Vocablo encarnado. Verbo escarlata. ¡Brindemos con un Bloody Mary por el Balzac de Park Avenue!


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