Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Un escultor del tiempo

Tres publicaciones ilustran la permanente y renovada vigencia de la atención por la obra cinematográfica de Andréi Tarkovski. Algo que no deja de ser sorprendente, pues fue un director siempre etiquetado como “de culto” y ajeno al gran público

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Más de tres décadas después de su muerte, la obra de Andréi Tarkovski (Rusia, 1932-Francia, 1986) sigue despertando poderosamente el interés y la atención por su profundidad y por la singularidad de su estética. Siempre fue leal a ella, y lo convirtió en uno de los autores más personales de la historia del cine, uno de los grandes. Bergman, Kurosawa, Haneke y muchos otros directores lo consideraron el cineasta más importante de todos los tiempos.

Y a propósito de lo que apunté al inicio, me parece oportuno reproducir estas palabras del escritor y crítico español Manuel Hidalgo: “No deja de ser sorprendente la permanente y renovada vigencia del interés por la obra y la personalidad de un cineasta siempre etiquetado como «de culto» y ajeno al gran público. Un intenso aprecio minoritario sobre un artista es capaz de mantener vivo su trabajo, aunque sea, en pura lógica, dentro de nichos igualmente minoritarios”.

Ese inalterable interés por la corta producción cinematográfica de Tarkovski se ha extendido a su obra escrita. Y es que a fuerza de sentir y reflexionar sobre su tiempo, se convirtió en uno de los grandes intelectuales rusos. Esta atención que concita esa faceta de su ejecutoria se pone de manifiesto en los libros suyos que se han traducido a nuestro idioma. La lista incluye Martirologio. Diarios1970-1986 (2011), Escritos de juventud (2015), Atrapad la vida. lecciones de cine para escultores del tiempo (2017), así como el guion literario de Andréi Rubliov (2006). Algunos incluso se han reimpreso, aunque sin duda el caso más significativo es el de Esculpir en el tiempo, publicado en 1991 por Ediciones Rialp y que anda ya por su decimoquinta edición (existe además una del Centro de Estudios Cinematográficos de la Universidad Nacional Autónoma de México). Algo particularmente insólito para un libro que, debido a su especificidad, interesa solo a un público lector limitado.

“Hace unos quince años, cuando comencé a trabajar en los primeros esbozos de este libro, dudaba sin cesar si aquel esfuerzo valía realmente la pena. ¿No sería mejor ir haciendo películas, una tras otra, resolviendo, como de pasada, las cuestiones técnicas que se fueran planteando en la práctica y solo para mí mismo?”. Así inicia Tarkovski la introducción de Esculpir en el tiempo, que al final se decidió a escribir. Lo fue redactando principalmente en los largos períodos de inactividad a que estaba condenado, entre un rodaje y otro.

Según expresa, el libro surgió “por la necesidad de encontrar yo mismo mi camino en la jungla de posibilidades que ofrece este joven y maravilloso arte del cine, posibilidades que prácticamente están sin estudiar. Por eso el libro es para mí algo así como una búsqueda de un yo amplio, independiente, pues el trabajo creador no está sometido a normas absolutas”. Para redactarlo, se basó en notas suyas escritas al estilo de un diario, en conferencias que dio y en conversaciones con la crítica rusa Olga Surkova. Esta, cuando aún era estudiante, participó en la filmación de Andréi Rubliov y posteriormente mantuvo con el cineasta un estrecho contacto.

Un creador que reflexiona, filosofa, conceptualiza

Esculpir en el tiempo está dividido en nueve capítulos, más una introducción y un epílogo. En parte de esas páginas, Tarkovski repasa su trayectoria como cineasta, aunque al hacerlo no sigue siempre un orden lineal. En ese sentido, apunta que esos textos no poseen la coherencia propia de un libro escrito “de un tirón”, pues el suyo fue armándose a lo largo de los años. Hace confesiones acerca de sus filmes y proporciona claves para comprenderlos. Habla sobre distintos aspectos de su labor creadora: el guion, los actores, la música, el ritmo, el montaje.

También se ocupa de otros temas: el arte como ansia de lo ideal, las relaciones del público con el artista, la responsabilidad de este. Estamos ante un creador que reflexiona, filosofa, conceptualiza. Tarkovski expone su visión del cine y del arte en general, en términos tanto personales como teóricos. Expone la estética de su cine, en el que indagó sobre la verdad humana. Esto lo resume al comentar que “la acción externa, las intrigas y la conexión entre los acontecimientos no me interesan para nada… Lo que me preocupa es el mundo interior de las personas”. Tiene claro que hay que huir de las escenas que buscan ser “bellas y efectistas” para lograr la aprobación del público.

Apunta que a menudo le preguntaban sobre el significado de determinadas imágenes. “Preguntas y suposiciones de ese tipo siempre consiguen abocarme a la desesperación y a la cólera. En ninguna de mis películas se simboliza algo. [En Stalker] la Zona es sencillamente la Zona. Es la vida que el hombre debe atravesar y en la que sucumbe o aguanta”. En el libro, insiste en que sus imágenes no son metáforas ni símbolos. A través de ellas no busca expresar conceptos, sino la esencialidad de la vida, su carácter único.

Hay unas cuantas referencias a la obra de otros directores. De algunos de ellos, como Ingmar Bergman, Robert Bresson, Luis Buñuel, Akira Kurosawa, escribe con admiración. Pero no se corta la lengua para criticar a otros, incluidos sus compatriotas. Elogia, por ejemplo, la visión poética que el georgiano Otra Oseliani tiene del mundo, la cual refleja a través de insignificancias y detalles cotidianos. La considera cien veces más convincente que “la entonación seudopoética” de Romanza de los enamorados, del ruso Andréi Mijalkov-Konchalovski (por cierto, equivoca el nombre con el de su hermano Nikita). Y comenta: “En esa película se declama con grandilocuencia, de acuerdo con las leyes de un género ya existente del que el director se había pavoneado, dándose importancia incluso durante el rodaje. Pero qué frialdad, qué inaguantable vanidad y falsedad se desprenden de esta película. Ningún género puede ser una justificación para que un director hable con voz ajena de cosas que le dejan totalmente frío. Nada más equivocado que creer que las películas de Otra Ioseliani son «prosaicas» y las de Nikita Mijalkov-Konchalovski son «poéticas»”.

Aparte de una declaración de su estética, en Esculpir en el tiempo Tarkovski también hace un discurso moral. Afirma que un artista no puede traicionar sus principios. Opina que si un cineasta hace una película por compromiso, “para ir reuniendo fuerzas para aquella otra película con la que sueña, eso es un fraude y —lo que es peor—, se está engañando a sí mismo. En ese caso nunca rodará su película”.

Asimismo lamenta que en los últimos años abunda cada vez más la gente joven que, nada más salir de la escuela de cine, está dispuesta a hacer en Rusia lo que es “necesario” y en Occidente, lo que mejor se paga. Y agrega: “Esto realmente en una tragedia. Los trucos del oficio, en el fondo, son muy secundarios. Todo se puede aprender. Lo que no se puede aprender es pensar con dignidad e independencia, lo mismo que tampoco se puede aprender a ser una personalidad individual”.

En uno de los bloques de Esculpir en el tiempo, dedicado al guion, Tarkovski afirma que nunca ha considerado que este sea un género literario propio. Asimismo, sostiene que “si un guion tiene la belleza y la magia de una obra literaria, sería mejor que fuera una obra en prosa y no un guion. Si en ellos queremos ver la base literaria de nuestra futura película, primero hay que convertirla en guion, es decir, en base verdadera para los planos de una película. Pero eso será un nuevo guion, elaborado, en el que con medios literarios se presenta un equivalente fílmico”.

Las películas como desembocadura de la escritura

Ese proceso descrito por él era el que acostumbraba seguir. Hoy lo podemos saber con certeza gracias a la publicación de Narraciones para cine. Guiones literarios (Mardulce, Buenos Aires, 2018, 644 páginas). En él se recogen los textos que Tarkovski concebía a manera de relatos largos, y que, como se señala en la nota al inicio del libro, están íntimamente ligados a su cine, a las películas entendidas como desembocadura de la escritura. Se recogen aquí cinco narraciones filmadas por el cineasta (Solaris, Stalker, Nostalgia, Sacrificio y Blanco, blanco día, que pasó posteriormente a titularse El espejo), tres que nunca llegó a realizar (Viento luminoso, Hoffmaniana, Sardor) y los guiones de rodaje correspondientes a sus filmes La aplanadora y el violín y La infancia de Iván.

Junto con Esculpir en el tiempo, estas Narraciones para cine integran lo que realmente se puede considerar la obra literaria de Tarkovski. El hecho de que no se trata de guiones, sino de relatos para cine, permite que se puedan leer también como literatura. Vienen a representar además un medio de volver a su producción cinematográfica de un modo singular e insospechado. Como ha comentado el escritor español André Ibáñez, para los estudiosos e interesados en su filmografía, el libro posee un atractivo primordial y constituye una lectura obligatoria. Asimismo, tendrá interés para los cinéfilos en general.

En esos relatos, Tarkovski combina la narración, las descripciones y los diálogos. En el caso de Stalker, estos últimos van precedidos por el nombre del personaje, como ilustra este fragmento:

“Muy cerca se ve una ambulancia averiada, con la pintura corroída y las balizas hundidas en la hierba. A su lado, camillas medio quemadas, una pila de mantas putrefactas y unas vendas grises de suciedad. En la ribera opuesta aparece algo peor: una decena de tanques se amontonan sin orden. Los monstruos de hierro apuntan en distintas direcciones, unos sin las orugas, otros, enterrados hasta la torreta; unos herméticamente cerrados, otros, con las escotillas completamente abiertas. Es definitivamente incomprensible el motivo que los detuvo allí, qué sucedió con ellos, por qué terminaron en ese lugar.

“EL ESCRITOR (abrumado): ¡Por Dios! ¿Dónde están…? ¿Ellos, la gente… quedaron todos aquí?

“STALKER: No se sabe. Recuerdo que los cargaron en la estación, yo todavía era un niño, entonces pensaba que alguien nos quería conquistar. Qué sabiondo… Al menos en esto se detuvieron. Entendieron rápido.

“A un kilometro de distancia, entre la bruma de la mañana, se ve un edificio grisáceo con negros huecos donde hubo ventanas.

“STALKER” Allí está su habitación. Vamos”.

Las tres historias que el cineasta no llegó a rodar son, posiblemente, las mejores, pues logran sostenerse por sí mismas. Sardor fue escrita por encargo del director uzbeko Alí Jamraev. Iba a ser un western tadzhiko, equivalente a los western espaguetis, que eran populares en la Unión Soviética. En Hoffamaniana, Tarkovski recrea varios episodios —reales unos, imaginarios otros— de la vida del escritor alemán E.T. A. Hoffmann: un encuentro fantasmagórico en la ópera; el amor no correspondido de Hoffmann por una joven estudiante de música; una siniestra estancia en un castillo; el encuentro del escritor con su doble en un banquete; su delirio final en el lecho de muerte. Sueños, recuerdos y visiones se entremezclan en ese proyecto que Tarkovski planeaba filmar después de Sacrificio, y que prometía materializarse en una de sus grandes películas. Conviene decir que todos esos textos están escritos con una prosa de inusual belleza, y demuestran que, además de ser unos de los grandes del arte cinematográfico, su autor era también un magnífico escritor.

Sobre la obra de Tarkovski se han publicado numerosos libros, que integran una abundante bibliografía que abarca una considerable cifra de idiomas. Entre los que se han incorporado en los últimos años, hay uno que se destaca de modo especial por su naturaleza sui generis y libérrima. Se trata de Zona. Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación (Mondadori, Barcelona, 2013, 190 páginas). Su autor es Geoff Dyer (Gloucestershire, 1958), quien es uno de los escritores ingleses contemporáneos mejor considerados. En sus obras acostumbra combinar la narración, el ensayo y el reportaje, y también emplea grandes dosis de humor. Con But Beautiful, un libro sobre jazz, ganó el Somerset Maugham Award, y con el ensayo Out of Sheer Rage: In the Shadow of D. H. Lawrence fue finalista en el National Book Critics Circle Award. Al castellano se han traducido, entre otros títulos suyos, Amor en Venecia, muerte en Benarés, El momento interminable de la fotografía y Yoga para los que pasan del yoga.

Hace algo de una compleja sencillez

En Zona, Dyer trata de desvelar los misterios de Stalker, una película que parece haberle perseguido y obsesionado desde que la vio en febrero de 1981. Eso lo ha llevado no a redactar un estudio del filme, sino a hacer una descripción literaria de sus imágenes. Algo que tiene mucho de oxímoron, pues nada hay más absurdo y condenado al fracaso que tratar de narrar una obra audiovisual.

En un comentario sobre el libro, Rodrigo Fresán hace notar que Dyer hace algo de una compleja sencillez: contar escena por escena una película de trama esquelética y difícil de contar. En su descripción, Dyer sigue rigurosamente el orden del relato de las imágenes. En lugar de interpretar el contenido del filme, se centra en este y glosa sus “timbres de futuro” y su “aire de profecía”. En la que es su peculiar forma de ver y sentir Stalker y de desvelar su “persistente misterio”, Dyer además da rienda suelta a los rasgos distintivos de su escritura: la aguda observación, la melancolía, el lado más cómico, el lirismo, la habilidad de estar a caballo entre dos géneros.

Esto último está muy presente en el libro, que participa de la descripción y de la reflexión. A través de su relato y de sus impresiones del filme, Dyer va diseminando hipótesis personales, comentarios humorísticos, datos acerca del rodaje, comparaciones con películas de otros directores, digresiones inesperadas, citas literarias (Unamuno, Milan Kundera, Rilke, Coetzee, Henry James) y cinematográficas (Antonioni, Lars von Trier, Soderberg, Buster Keaton, Theo Angelopoulos). Habla de sí mismo, de sus deseos, de su trabajo, de sus manías, de su mujer, de sus preferencias. El resultado es una investigación realmente original que habla no solo del filme de Tarkovski, sino de las cuestiones más esenciales de la vida.

Eso, lejos de desviar a Dyer del núcleo central de su libro, le permite aportar reflexiones reveladoras e iluminar muchos ángulos del filme. En ese sentido, asume un papel similar al del Stalker y hace de guía a través de la imaginería del cineasta ruso. En algunas ocasiones llega a discutir con él, pero en ningún momento deja de elogiar su obra y de dedicarle superlativos. Así, al describir una de las escenas escribe:

“No serviría de nada que siguiera diciendo que esta secuencia se cuenta entre las grandes de la historia del cine, que este fragmento conmueve profundamente. Tales palabras sirven de cabecera para casi todo el libro y se aplican a tantas partes de la película que, en adelante, intentaré reprimirme y no utilizarlas. Pero no hay escapatoria: esta escena, donde contemplamos el alivio de Stalker y compartimos su dicha (he regresado a esta Zona cinematográficas muchas veces y nunca me he decepcionado), me parece tan intensamente conmovedora que no puedo verla sin que se me llenen los ojos de lágrimas”.

Y en otro fragmento representativo de la absoluta libertad con que escribe, Dyer expresa: “Stalker no puede verse en la televisión por la sencilla razón de que la Zona es cine; en la tele ni siquiera existe. La prohibición se extiende más allá de Stalker, abarca cualquier cosa con algún valor cinematográfico. No importa si el televisor es de alta definición: el buen cine debe proyectarse. Es la diferencia, como explica John Berger, entre contemplar el cielo («¿de dónde iban a venir las estrellas del cine más que del cielo?») y fisgar dentro de un armario”.

Obra brillante, audaz y extremadamente inteligente, acerca de Zona Mark Cousins comentó: “Pocos libros sobre películas te dan la sensación de estar viendo una película, pero este lo consigue. Nos sentamos junto a Dyer mientras escribe sobre Stalker, capta su misterio y su brillo, desentraña su significado y extrae su sombrío esplendor”.