Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Un lirio en las páginas de “La Habana Elegante”

Julián del Casal (In Memoriam) es la evidencia más palpitante de esa pasión casaliana que ha consumido a Francisco Morán a lo largo de gran parte de su vida

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De ciertas pasiones provienen grandes obras. De pasiones intensas, no siempre corporales, no siempre basadas en el roce con algo vivo. De esos delirios nos alimentamos para creer que hay otro modo de comunicarnos con lo que hemos amado por encima de ciertos imposibles. Y lo más extraordinario de todo proviene del modo en el que, a partir de ese acto insólito, convertimos en cómplices a otras personas, arrastrándolas a esa misma pasión que se puede compartir como un sabor o un color en el que varios nos reconocemos. Perdóneme el lector un arranque como este, pero es lo que pienso ante el volumen que, con un celo tan amoroso como intenso, me ha hecho llegar Francisco Morán. Poeta, investigador, profesor, se ha tomando tan en serio el rescate de lo que el fantasma de Julián del Casal aportó a La Habana, que algunos de sus amigos ya no podemos mencionar al autor de Nieve sin evocarlo de alguna manera.

Morán, a diferencia de otros ilustres lectores del bardo modernista, no es solo un acucioso visitante de sus páginas, sino alguien que ha hecho más, tratando de hacer visible a esa figura tan inquietante incluso en el paisaje de una ciudad que no siempre parece dispuesta a recordarlo debidamente. Julián del Casal (in memoriam), compilado por Morán y editado primorosamente por Stockcero como un cuaderno de gran formato, es la evidencia más palpitante de esa pasión casaliana que ha consumido a Morán a lo largo de gran parte de su vida. A través de las palabras que Julián del Casal desató y mediante las que él indujo en amigos, devotos y estudiosos, en una secuencia que llega hasta nuestros días, Morán se ha transparentado. Y de esa entrega, de ese rendimiento ante la sombra de uno de los más grandes nombres de las letras hispanoamericanas, proviene el libro que me ha deslumbrado, y que ahora recomiendo a todo lector. Incluso, a aquel no familiarizado con el culto que ronda al creador de Bustos y rimas, advirtiéndole que si entra a este libro, puede caer hechizado por los sonetos extraordinarios de ese cubano, al que Lezama dedicó una oda y unos párrafos que conviene leer para que sepamos qué cosa es Casal como vibración, como eco, como permanencia, en una Cuba que Francisco Morán quiere devolvernos, por encima del exilio y la distancia en la que él mismo la reimagina.

Aquí están los principales textos escritos alrededor de Julián de Casal. Los ensayos y notas que, desde su corta existencia, van armando una suerte de biografía más o menos palpable, a través de firmas como Hernández Miyares, Mercedes Matamoros, Varona, Martí, José Manuel Poveda, Rubén Darío, Dulce María Loynaz, Cintio Vitier, Piñera, Lorenzo García Vega, Oscar Montero, Pedro Marques de Armas y Antonio José Ponte, por mencionar solo algunos. Como referencia ineludible quedará este empeño, en el que se suman las páginas del número especial que La Habana Elegante dedicó al poeta tras su muerte repentina, y que se recogen aquí íntegramente. En un cuidadoso seguimiento a esa estela que Julián del Casal protagoniza, este recorrido devela las formas en que ha sido recuperado, admirado, discutido, desempolvado aquél a quien en vida tanto le criticaron su fascinación por el arte, sus imágenes atrevidas, su enfermizo gusto por la vida urbana, dueño de un museo ideal que poco a poco ha ido entregándonos sus lienzos más secretos.

Fue Morán quien propuso, en 1993, que desde la Asociación Hermanos Saíz se rindiera el necesario tributo al poeta que redondeaba el centenario de su muerte, en aquella Habana de un período nada especial, pródiga en descontentos y apagones. De su fervor, porque otra cosa no teníamos a mano, surgieron recitales de poesía, lecturas, encuentros, diálogos, en los que Casal nos imantaba. Morán consiguió organizar un pequeño evento teórico, convidó a amigos y estudiosos, unió a Cintio Vitier, Fina García Marruz y Antón Arrufat junto a Carmen Peláez, sobrina del poeta, con las voces de los que subían a la azotea de Reina María Rodríguez para repetir los mismos versos. En algún sitio de las 240 páginas de este volumen, Morán revela las maniobras del backstage de estas celebraciones, las estrategias complicadas y a veces burlescas con las que se trató de levantar todo esa serie de acontecimientos: una puesta en escena de Mascarada Casal, pieza de Salvador Lemis, una exposición fotográfica de Eduardo Hernández y una publicación, a cargo de la Editorial Abril, deCasal a rebóurs, del propio Morán, y de un número excepcional de La Habana Elegante que sirve de punto de partida a esta entrega mayor. Hubo también un supuesto trabajo voluntario en aquellos días, con la intención de rescatar la morada donde nació el poeta. Leer ahora la crónica que escribí para recordar la foto que éramos en ese día, tras la puerta de Cuba 4, me devuelve un aire de nostalgia que no puede explicarse solo desde la tristeza. Francisco Morán nos arrastró a todo ello. Y la calidad de la pasión con la que logró convencernos, y nos hizo imaginar una Habana posible en esa otra Habana para que volviera a ella Julián del Casal, perdura en este cuaderno de modo impresionante.

Contra olvidos y malas memorias

Lo que logró Morán, y lo que este libro confirma incluso para aquél que no haya vivido los días duros de ese centenario, es que creyéramos en Casal como un auténtico contemporáneo. Que lo reescribiéramos en nuestras poquedades e ilusiones, y no nos fuera tan difícil visibilizarlo en los edificios, hasta hacer de él un estado de ánimo. Si en ese 1993 la crisis editorial impidió que se publicaran nuevamente los mejores versos y prosas del homenajeado, algo significó que lo eleváramos como raro talismán en ese paisaje. Queda una tarja en la fachada de Santos LaMadrid, donde el poeta murió, un documental de Jorge Luis Sánchez que nunca he visto, el recuerdo de la biografía que le dedicara a mediados de los 80 Emilio de Armas. Y todo eso regresa, ahora, de algún modo, en este nuevo libro. Aunque no hay que olvidar que, animando su blog literario, claro que también nombrado La Habana Elegante, él ha seguido ensanchando ese delirio, provocando y convocando, a sus amigos de entonces y a los que ahora tiene por nuevos desde su residencia norteamericana. Y que, gracias a muchos de ellos, la propia editorial Verbum publicó una edición especial que adelantaba, en cierto modo, el esfuerzo mayor que ahora nos propicia.

“Hojas al viento”, podría haber sido el subtítulo de esta entrega, recogidas contra el soplo de olvidos y malas memorias. Para quien quiera tener una visión más clara de lo que este volumen representa, de cuán útil es ya para cualquier interesado en la literatura y la cultura cubana en general, recomiendo asomarse al sitio web de Stockcero, en el que puede echarse una ojeada a lo compilado por Morán. Tendremos que considerarnos afortunados los que tengamos un ejemplar, cifra de todo lo que él ha ido recogiendo en pro de ese fantasma finisecular en el que vimos nuestros propios rostros y deseos. La calidad literaria de muchos de esos ensayos, poemas, fragmentos, garantizada en la nombradía de quienes firman esos textos, se mezcla aquí con piezas poco conocidas, notas de la prensa, huellas de otro Casal al que Morán también se acercó en su volumen Los pliegues del deseo, publicado por Verbum en el 2008. Uno puede imaginar, digo, una vida de Francisco Morán resuelta en esa adoración mediante lo que nos devuelve de Casal. En su casa de Washington, cuando vivía allí antes de mudarse a Texas donde hoy enseña, vi las pertenencias del poeta que conserva en una especie de altar ante el cual hay siempre, de alguna manera, que inclinarse. Cuando nos invitaba a hacerlo, repetíamos un gesto muy suyo. Ciertas devociones nos regalan retratos muy auténticos.

Profusamente ilustrado, lleno de sorpresas que el diseño resuelve con buen gusto y hace de su lectura un placer múltiple, Julián del Casal (in memoriam) es uno de esos libros que en los últimos años se encargan de recuperar otras aristas de Cuba. Concebidos como ejemplo de esa misma devoción, por empeños estrictamente personales, son otro álbum de la Isla, que la refleja y actualiza a través de algunos de sus mejores secretos. El libro que Juan Cueto-Roig dedicó a Raquel Revuelta, y que comenté en una nota anterior, se hilvana a este, tan distinto en carácter, por esa misma línea de pasión que compone lo que llamo Historia Sentimental de una Nación. No la historia oficial o detenida en academias y datos estrictos, sino en el modo en que algo de ese país se nos revela de manera más honda, y nos alienta a gestos de esta naturaleza tan entrañable.

Quiera Dios que lleguen a La Habana ejemplares de este libro. A La Habana en la que ahora mismo las puertas y ventanas de la casa de Cuba 4 permanecen tapiadas, y donde el nombre del poeta no ilumina esa fachada tras la cual nació. Casal ha logrado, por encima de tanto, ser La Habana secreta que se imaginaba como un pequeño París, el París en miniatura que insistía en hacernos ver Dulce María Loynaz. Pero también ha logrado que en la incomodidad, en la extrañeza, en la rareza que sus versos imponen a ciertas circunstancias, lo tengamos por nuestro mucho más allá de un centenario. A Francisco Morán hay que agradecerle este regreso, y un libro tan hermoso como transparente. Una Habana transparente para Casal, fantasma que siempre vuelve. Y que dijo “ansias de aniquilarme solo siento”, para que volvamos a su tumba y pongamos allí un lirio invisible de pistilos de oro.


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