Actualizado: 15/04/2024 23:17
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Documental, Cine, Cine búlgaro

Un sistema de salud enfermo

Un admirable documental sigue en su día a día a tres empleados del servicio de emergencias de ambulancias de la capital búlgara, que con sus magros recursos se esfuerzan en salvar vidas humanas

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Uno de los miembros más controversiales de la Unión Europea es Bulgaria. Posee una de las deudas públicas más bajas, pero como contrapartida ostenta el triste récord de ser el país más pobre. Casi la mitad de sus 7,2 millones de habitantes vive mal y, de acuerdo a las estadísticas, el 10 por ciento de ellos es muy pobre. Un dramático hecho ilustra esa situación: desde 2013, seis personas se han inmolado para protestar por la miseria en que vivían. Una de ellas, Dmitar Dimitrov, un hombre de 52 años, antes de quemarse vivo frente al Palacio Presidencial, declaró que lo hacía no porque deseaba morir, sino como un sacrificio por su país.

Muchos se preguntan por qué Bulgaria no ha logrado aproximarse poco a poco al nivel de la Europa Occidental, como sí lo han hechos otros de sus vecinos exsoviéticos. Lo primero a señalar es que tradicionalmente su actividad económica ha sido baja. Asimismo tras la caída del comunismo y a diferencia de varios de los antiguos miembros del bloque del Este, Bulgaria perdió los primeros siete años debido a que sufrió su peor crisis financiera, provocada por la hiperinflación y el colapso de los bancos. Solo entre 1998 y 2008 ese país consiguió experimentar un moderado crecimiento.

Sin embargo, a partir de este último año la situación comenzó a empeorar de manera alarmante. El mejor índice que lo ilustra es que desde 2008 se han perdido 1 millón de empleos, y la mayoría de la población malvive con un salario promedio de 950 levs (495 dólares). ¿Las causas de ese desastre? En el mercado laboral, la educación y los beneficios sociales, el Gobierno no ha implementado reformas vitales capaces de incentivar el crecimiento. A eso hay que sumar que los presupuestos estatales son absorbidos por una inescrupulosa pero poderosa mafia. Todo ello explica que el optimismo inicial de los búlgaros al ingresar en la Unión Europea, hoy se ha desvanecido.

Una de las víctimas más trágicas de ese panorama tan desolador ha sido el sistema de salud. Debido a eso, muchos médicos emigran a otros países. Cada año, 1.200 enfermeras se van de Bulgaria, un éxodo motivado por el bajo salario, el exceso de trabajo y la ineficiente burocracia. Asimismo y luego de más de veinte años de capitalismo y de la reinstauración del libre mercado, el servicio de emergencia de ambulancias ha sufrido un drástico deterioro y hoy se halla al borde del colapso. Sofía, con 1 millón y medio de habitantes, solo cuenta con 13 ambulancias, que no solo sirven el área metropolitana sino también a los pueblos cercanos. Los empleados son pocos, pues nadie quiere realizar una labor tan estresante por un salario que malamente alcanza para pagar el recibo de la electricidad durante el invierno. Además debido a la falta de mantenimiento y el mal estado de muchas calles, las ambulancias se rompen. Los instrumentes esenciales y las medicinas necesarias para salvar vidas desaparecen. Como consecuencia de ello, los choferes están constantemente en huelga. La suma todos esos factores da como resultado que una persona que ha sufrido un infarto, puede esperar hasta 5 horas por la ambulancia. No hace falta decir que muchas mueren durante la espera.

¿Quiénes se quedan a hacer ese trabajo que nadie quiere hacer? Y sobre todo, ¿qué los lleva a hacerlo y a continuar realizando una labor que tiene que ver directamente con los bienes más preciados de la ciudad: sus habitantes? El documental La última ambulancia de Sofía (Bulgaria-Croacia-Alemania, 2012, 77 minutos) no pretende dar respuesta a esas interrogantes. Se limita a seguir en su día a día a tres empleados del servicio de emergencias de ambulancias de la capital búlgara, que con sus magros recursos tratan de salvar vidas humanas.

Radiografía de la Bulgaria contemporánea

Estoy seguro de que para muchos de los que lean estas líneas, un documental sobre ese tema no ha de sonar muy atractivo. Y si añado que no tiene entrevistas ni narrador, y que durante los 77 minutos que dura la cámara se centra en los tres empleados, entonces las razones para no verlo son todas. Pero aquellos que no se dejen amedrentar por los prejuicios, después de verlo comprenderán por qué ha sido recibido con tanto entusiasmo en los festivales donde se ha proyectado. La última ambulancia de Sofía es un filme profundamente humano, sólidamente construido y hecho con una rigurosa sencillez, que pese a que no tiene ninguna agenda política ofrece una magistral radiografía de la Bulgaria contemporánea.

La última ambulancia de Sofía es la opera prima de Ilian Metev (1981), quien era violinista de concierto antes de irse a Londres, para cursar estudios en la National Film and Television School. La investigación para rodar su filme la inició en 2008. Después de acompañar a varios equipos de ambulancias, se decidió por el del doctor Krassimir Yordanov, quien entonces llevaba más de dos décadas laborando en el servicio de emergencia. Es el único médico resucitador de Sofía y por eso a él y a sus dos compañeros les asignan los casos más críticos. Metev quedó muy impresionado con ellos: son buenos en su trabajo, se quieren y aunque no cuentan con los equipos más modernos, los usan muy bien y hacen todo lo que está a su alcance para salvar vidas.

El equipo de la ambulancia lo integran, además del doctor Krassimir, Mila Mijailova, la enfermera, y Plamen Slavkov, el chofer. Krassi, como lo llaman sus compañeros, posee un carácter apacible, es muy considerado con los pacientes y a todos los trata igual. Para él la ambulancia es un compromiso moral, no laboral. Plamen, por su parte, es amistoso, consciente y responsable. En contraste con ellos dos, más bien taciturnos y poco habladores, aunque no menos compasivos con los pacientes, Mila es muy locuaz. Sociable, desprendida, en sus relaciones con los pacientes demuestra mucha amabilidad y paciencia. Hay una escena en la que trata de calmar a un niño a quien le cayó encima un armario. Le habla con el mismo cariño con que poco antes hizo con su hijo, cuando habló con él por teléfono.

Es evidente que entre ellos se ha creado una gran camaradería. Son tres amigos que trabajan juntos y entre ellos no existe jerarquía. Esa solidaridad, unida al sentido del humor y a la química que han establecido, los une en su misión y les ayuda a mantener su espíritu y su energía. Eso puede explicar por qué han podido resistir, cuando muchos otros empleados del servicio de emergencias solo duran unos meses o, como mucho, un año.

El documental fue rodado con 5 cámaras pequeñas. Cuatro estaban instaladas en el panel de mandos de la ambulancia y la otra la operaba Metev. La mayor parte de las imágenes provienen de las primeras. Ocasionalmente se incluyen tomas hechas en el exterior, cuando transportan a un enfermo al hospital o van a recoger a otro. Prácticamente, los únicos rostros que se ven son los de Krassi, Mila y Plamen. En la escena inicial, estos acuden a atender un caso serio: en una fábrica hay un obrero inconsciente que tiene problemas respiratorios. Para narrar esa escena, lo más natural habría sido mostrar al paciente en el suelo. En lugar de eso, hay un close-up de Plamen, mientras se escucha al hombre respirar trabajosamente.

Es esa la norma que domina en todo el filme. De los pacientes se muestra, a lo sumo, una pierna o la parte de atrás de la cabeza. Solo se les escucha hablar a ellos y a sus familiares. Metev tal vez debió considerar que hay detalles que una cámara no debe captar. Respetó así la dignidad de esas personas, detalle con el cual además el documental evita rigurosamente el sensacionalismo. Como valor añadido, es justo reconocer que de ese modo se estimula la imaginación del espectador.

Un detalle que llama la atención y hasta sorprende es que los protagonistas se muestran indiferentes a la presencia de la cámara. Ese se explica porque tienen que atender las llamadas que se producen a un ritmo frenético. El hecho de que sus jornadas sean tan intensas, hace que tengan otras cosas de las cuales preocuparse y se olviden por completo de que están siendo filmados. El equipo de rodaje que los acompañó se reducía además a dos personas: Metev y Tom Kirk, el sonidista, quienes se situaron en la parte posterior de la ambulancia. Trabajaron tratando de hacerse notar lo menos posible y llegaron a convertirse en parte del grupo del servicio de emergencias.

Documental en su expresión más pura

La cámara permite que sigamos de cerca a esas tres personas que, armadas de dedicación, humor, estoicismo y cigarrillos, realizan su trabajo. Vemos sus permanentes esfuerzos para laborar pese a tantas cosas en contra: la falta de medios, las presiones diarias, el cansancio, los embotellamientos del tráfico, la ineficiente burocracia, las calles llenas de huecos. Asimismo se muestran sus tácticas para lidiar con los pacientes y, en ocasiones, con los exasperados e incomprensivos familiares.

Hay también espacio para los ratos de tiempo muerto entre un caso y otro, que Krassi, Mila y Plamen aprovechan para charlar, fumar y reírse. Es una manera de aliviar el estrés y las frustraciones cuando son llamados innecesariamente o llegan demasiado tarde. De sus vidas privadas sabemos poco, pues ese conocimiento se limita a lo que ellos comentan en la ambulancia. Así, en la escena en que casi tienen un accidente nos enteramos de que en sus ratos libres, Plamen se busca algún dinero extra. Lo revela al decirle al chofer irresponsable que estuvo a punto de embestirlos: “Haces que me avergüence de ser taxista”.

Matev presenta a los protagonistas a través de un retrato profundamente íntimo, en el que deja que sus opiniones y sentimientos se conozcan a través de sus acciones. Incluso cuando están callados, también los expresan, pues en esas imágenes su agotamiento no puede ser más elocuente. El director da prioridad a su aspecto humano, mostrando cómo ellos ven el mundo y cómo se las arreglan para llevar a cabo su labor, bajo circunstancias tan difíciles. Tras ver el documental, nos queda la visión de tres héroes ordinarios unidos en su misión. Algunas veces se sienten defraudados y se arrepienten de lo miserable que es su vida, pero pese a ello no tiran la toalla. Son, ya lo apunté, tres amigos que se apoyan entre sí y cargan de humanidad sus agobiantes condiciones de trabajo, lo cual es muy conmovedor.

El filme hace un apretado resumen de una jornada de trabajo del equipo. En realidad, eso no es real. En 77 minutos, Metev y Betina Ip condensaron cientos de horas de filmación tomadas a lo largo de dos años. Fue una tarea que les llevó cinco meses y que cristalizó en un montaje coherente y fluido, que nos hace sentir que, en efecto, hemos seguido a los protagonistas durante 24 horas. El paso del tiempo prácticamente no se advierte, a excepción de un detalle de poca importancia como lo es el cambio en el corte de pelo de Plamen.

La última ambulancia de Sofía es un admirable ejemplo de documental en su expresión más pura, de cinéma vérité al viejo estilo. Nada de lo que se muestra en la pantalla proviene de una puesta en escena. Todas las imágenes surgieron de un acercamiento sustentado en la observación (no hay, lo apunté antes, ni narrador ni entrevistas). Un método que en este filme deviene sorprendentemente eficaz. Asimismo Metev optó por la sobriedad y nunca recurre a la vía sentimental. En ese sentido, la secuencia final es muy ilustrativa.

A causa del accidente con el taxi, la ambulancia llega demasiado tarde para asistir a un paciente. Solo sabemos lo que ha sucedido a través de la conversación del equipo con los familiares del fallecido. Las imágenes que se ven son formas abstractas que, poco a poco, se van definiendo hasta convertirse en las ventanas iluminadas de un bloque de apartamentos por la noche. Sin embargo, pese a que eso es lo único que ve, el espectador siente la tragedia. El documental concluye con los rostros de Krassi, Mila y Plamen que permanecen callados, mientras la ambulancia circula por las calles de Sofía.

Aunque es formalmente desapasionado, el filme está realizado con empatía y afecto hacia esas tres personas, cuya labor cotidiana se humaniza con una suave poesía. Se trata, ante todo, de un homenaje a su heroísmo, que desafía los famélicos recursos con que trabajan. En ese sentido y contrariamente a que han de pensar quienes no lo han visto, es una obra sorprendentemente optimista. Por otro lado, de una manera indirecta tiene algo de reflexión, al auscultar el estado de un país y de una infraestructura sanitaria en ruinas.

La última ambulancia de Sofía tuvo su estreno en 2012 en la Semana de la Crítica, una de las secciones paralelas de Cannes (en 51 años, era la segunda vez que se programaba un documental). Allí ganó el Visionary Award del canal de televisión France 4, reconocimiento al que después se han sumado el Gran Premio de Documental en el Festival de Karlovy Vary, la mención especial en el de Zúrich, el Gran Premio en el de Cine Mediterráneo y la Paloma de Plata en el de Leipzig.

Concluyo estas líneas con una aclaración acerca del título. Obviamente, no es esa la última ambulancia con que cuenta el servicio de emergencias de Sofía. Es un título metafórico y también provocador, que pretende alertar sobre lo que puede ocurrir en el enfermo sistema de salud de Bulgaria, si la situación no cambia radicalmente.