Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura, Literatura cubana, Novela

Una novela caída

La trama de este libro se empantana por una ociosa narratividad que no cuaja y uno constantemente se pregunta cuándo va a ocurrir algo

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El autor de La Tribu. Retratos de Cuba (2017), sugerente cuaderno de crónicas, Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989) debuta como novelista con Los caídos (Sexto Piso, México, 2018): cuatro monólogos dilucidados a través de los personajes “El Hijo”, “La Madre”, “El Padre” y “La Hija”. El exordio de Philip Roth: “Todos tenemos un hogar, y siempre es ahí donde las cosas van mal”, sugiere una trama sustentada en el desplome de una familia de la Cuba de hoy: madre enferma de epilepsia; hijo reclutado en el Servicio Militar Obligatorio; padre gerente de un hotel para turistas; hija desertora de la universidad: camarera en el hotel que administra el padre.

El principal elemento fallido de esta novela se suscribe en que el registro de las voces en primera persona —suerte de monólogo íntimo— es uniforme: no hay diferencias entre un habla y otra. Las pronunciaciones están marcadas por la misma entonación, igual concordancia e idéntica dicción.

En la recitación inicial (capítulo Uno, “El Hijo”) se produce bruscamente una traslación del yo al sin ninguna justificación: “La idea estúpida de que mi madre se pudo haber caído me hizo perder quién sabe cuánto, tal vez treinta o cuarenta minutos” (primera persona narrativa). Seguido: “No es sólo lo que te toma ir de la litera al puesto del oficial de guardia. Hay también un tiempo entre la primera vez que la idea te ronda y el momento en que decides ejecutarla” (segunda persona narrativa). Mudanza de tono innecesaria: quebrantamiento del ritmo en un alarde técnico gratuito.

¿Alegorías de situaciones comunes que se producen en la sociedad cubana de hoy?: ¿jóvenes resentidos en contra de la falsedad? ¿Contraposición de ideales generacionales? ¿Principios arraigados de un padre convencido de los modelos socialistas? ¿La Madre, oportunista profesora que acepta regalos (sobornos) de los padres de sus alumnos? ¿Funcionarios del Partido Comunista en actos y decisiones arbitrarias? ¿Hija que sustrae alimentos del hotel donde labora? ¿Negocios ilícitos de empleados con mercancía robada?

Sugerente los vértices del rectángulo que establece Álvarez: “El Hijo” / “La Hija” acosados por el presente y “El Padre” / “La Madre” enclavados en reminiscencias del pasado. En esas oposiciones, la historia alcanza instantes de provocativas especulaciones sobre las correspondencias entre dos generaciones confrontadas en la sociedad cubana. Pero, la trama se empantana por la ociosa narratividad que no cuaja. Uno constantemente se pregunta: ¿Cuándo va a ocurrir algo?

Por momentos, el texto cobra cierta animación gracias a los recursos oníricos que circundan a los personajes (Tres: “El Padre”, “La Hija”). Asimismo, se asoman algunos ademanes que recuerdan el tono del Calvert Casey de Notas de un simulador. La prosa de Álvarez oscila entre la solemnidad y la propensión a un lirismo de presumidas imágenes: “Abre la puerta del dormitorio con el mayor cuidado posible para que los goznes no chirríen” (Uno, “El Hijo”); “[…] por el ventanal de doble hoja entre los balaustres de hierro oxidado…” (Uno, “El Hijo”); “Mi cuerpo como un país que a veces recorro” (Dos, “La Madre”); “Todo el mundo por aquella época olía a fastidio” (Dos, “El Padre”); “[…] por voluntad de Armando, su plan asceta, su plan frugal, su plan hombre nuevo” (Tres, “El Hijo”); “La humanidad no es más que un multitudinario desfiles de frustrados, bastardos conducidos al cepo…” (Cuatro, “El Hijo”)…

Uno se pregunta: ¿dónde quedó el cronista perspicaz, sugerente, insinuante y provocativo de La Tribu. Retratos de Cuba? ¿Dónde el denuedo de los blogs Periodismo de Barrio y Estornudo. Alergias Crónicas? Los caídos, una “novela” donde no pasa nada: “narración” de pasmosa inmovilidad. Oratoria que intenta presumir una elegancia que desemboca en un amaneramiento, a veces, risible. Carlos Manuel Álvarez hace gala de una divagación que roza la frontera del bostezo.


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