Actualizado: 28/03/2024 20:07
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CON OJOS DE LECTOR

Una pinacoteca al alcance de todos

El Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad acoge una exposición de Eduardo Muñoz Bachs, considerado el cartelista por excelencia del cine cubano.

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Cuatro meses después de haberse cumplido setenta años de su nacimiento, el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (Guillén de Castro, 8 bis, Valencia. Tel. 96-338.3730) rinde homenaje a Eduardo Muñoz Bachs (Valencia, 12 de abril de 1932-La Habana, 22 de julio de 2001). Lo hace a través de una exposición de su trabajo como diseñador gráfico, Imágenes para el cine, cuya comisaria es Raquel Pelta, y que permanecerá abierta hasta el 2 de septiembre.

Cuando se inauguró la muestra, la prensa local resaltó que significaba la vuelta del artista a la ciudad donde vino al mundo de forma casual. Su padre, catedrático de enseñanza media al igual que su madre, estaba destinado como capitán del ejército republicano en el frente del Ebro, y por ser un lugar que se hallaba relativamente próximo su esposa dio a luz en Valencia. Al finalizar la guerra civil, la familia escapó a París, donde les nació una hija, Ana María, quien es hoy una reputada y conocida editora en Cuba. La amenaza nazi los llevó a emigrar a América en 1940. Su intención era instalarse en México, pero finalmente optaron por quedarse en La Habana, una de las escalas que hacían los buques en los que llegaban los exiliados españoles.

En la década de los cincuenta y sin haber tomado clases en una escuela de arte o de diseño, Eduardo Muñoz Bachs empezó a trabajar profesionalmente en la agencia publicitaria Siboney. Allí realizó dibujos animados, actividad que luego prosiguió en la televisión (en ese medio, por cierto, también laboraba su padre desde hacía varios años). La experiencia acumulada en esos dos empleos le permitió pasar a la sección de dibujos animados del recién creado Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos. Son suyos los dibujos de varios de los primeros filmes de ese género hechos en esa etapa inicial: La prensa seria (1960), El maná (1960), AEIOU (1962), El tiburón y las sardinas (1962), Cuba sí, yanquis no (1963). Décadas después volvería a incursionar en ese campo con El deporte nacional (1981) y Alos payasos todos los quieren (1991).

Como él mismo contó, la faceta de su actividad como creador por la que es más conocido y admirado, tanto dentro como fuera de la Isla, llegó a su vida de modo accidental. Al terminar de rodar Historias de la revolución (1960), su primer largometraje y también el primero producido por el ICAIC, Tomás Gutiérrez Alea le pidió que diseñara el cartel. Muñoz Bachs vio la película y escogió un fotograma en el cual el color predominante es el negro. Aparece en primer plano un fusil que, desde un agujero, apunta a una figura humana que se ve en el exterior. Según él, lo seleccionó por la intensidad de la imagen, y a partir de él creó el cartel. Cuando lo contempló impreso, recordó en una ocasión, quedó tan deslumbrado que determinó dejar su empleo en la sección de dibujos animados y se incorporó al departamento de diseño de carteles que había comenzado a funcionar en el ICAIC.

Con aquel afiche, Muñoz Bachs propuso una concepción diferente de lo que hasta entonces se consideraba un cartel de cine. Era un nuevo estilo que se desmarcaba del usado en Cuba desde los años cuarenta, y que se basaba casi por completo en la reproducción de imágenes fotográficas. Ideado únicamente con fines comerciales, su reclamo publicitario ponía el principal énfasis en los actores, sobre todo si eran estrellas, prestando escasa atención al director y al filme mismo.

Esa línea estética inaugurada por Muñoz Bachs sirvió para marcar la pauta al grupo de diseñadores y artistas gráficos que empezaron a crear una nueva imagen visual para el cine. Gracias a él, así como a Antonio Fernández Reboiro, Alfredo Rotsgaard, Rafael Morante, Antonio Pérez (Ñico) y René Azcuy, entre otros, el cartel dejó de ser un simple anuncio para convertirse en un nuevo tipo de obra de arte. Al ocupar un espacio en el paisaje urbano aquellos afiches devinieron, como comentó Alejo Carpentier, "perenne exposición pública —educación de la retina del transeúnte cada día—, pinacoteca al alcance de todos, dada a todos los que tienen ojos para percibir las gracias, los estilos, los hallazgos, de una plástica situada más allá de la mera figuración pública".

Salvo un breve periodo (1962-1965), en el cual trabajó en un departamento de publicidad al servicio del Departamento de Orientación Revolucionaria y la Editora Política, su labor como diseñador gráfico estuvo vinculada al ICAIC. Incluso durante los años antes mencionados no dejó de crear algunos carteles, aunque fue a partir de 1965 cuando empezó su etapa más productiva. A lo largo de cuatro décadas diseñó, de acuerdo a su cálculo, unos 2.200 afiches (excluye de esa cifra los que no fueron aprobados), que hacen de él el más prolífico de nuestros diseñadores de carteles de cine.

En una entrevista que le hizo Jesús Vega, al ser interrogado acerca de las razones que explican tan asombrosa productividad, Muñoz Bachs contestó que se debió, en primer término, a su atracción por el arte cinematográfico. A eso añadía que la intensidad del propio ritmo con que trabajaban se lo exigía. Según él, diariamente tenía que ver más de una película, pues lo usual es que tuviese que preparar a la vez 10 proyectos diferentes, aunque hubo ocasiones que llegaron a ser 14.

El afiche de Historias de la revolución es, en más de un aspecto, un caso excepcional dentro de la obra de Muñoz Bachs. Fue el único que se imprimió en off set, una técnica que pronto fue reemplazada en el ICAIC por la mucho más artesanal de la producción en silk-screen. A Muñoz Bachs aquel cambio le pareció beneficioso desde el punto de vista artístico, y poco a poco se convirtió en un entusiasta defensor del silk-screen. Su opinión se basaba fundamentalmente en la textura y la brillantez de los colores que con el mismo se logra. El cartel para el largometraje de Gutiérrez Alea fue además uno de los rarísimos casos en que empleó una foto, una viñeta recortada o una imagen descriptiva, un recurso que empleaban con mucha asiduidad los otros diseñadores del ICAIC. Una de las pocas ocasiones en las que Muñoz Bachs después volvió a usarlo fue en el afiche para Reto a Ichi (1971). Por cierto, le tocó hacer los de otras películas de la serie del esgrimista ciego ( Ichi y la fugitiva, Destello de la espada de Ichi), aunque ésos pertenecen a la estética con la cual se le identifica.

Muñoz Bachs no se consideraba a sí mismo un artista gráfico o un dibujante: "Si me preguntaran como qué figuraría en el panorama de las artes visuales, yo diría que como ilustrador". Según él, lo que trató de hacer al diseñar carteles fue adaptar su estilo, que se halla muy distante del realismo fotográfico. Un estilo que es tan personal e identificable, que resulta muy fácil reconocer cuándo estamos ante una obra creada por él. Por lo general, en sus afiches utiliza una amplia gama de colores y muestra un gusto notorio por la ilustración minuciosa y cargada de elementos. Interpreta las películas con gran libertad e imaginación y les da un tratamiento visual cercano a la caricatura y a los dibujos hechos por los niños. Asimismo en la mayor parte de sus piezas integra los créditos con una tipografía manuscrita. La conjunción de todas esas características impregna sus obras de una contagiosa alegría e hizo de él el más humorístico de los afichistas cubanos. Esa singular manera de concebir los carteles influyó en otros creadores, y su huella se advierte en algunos trabajos de Raymundo ( Alondra), Aldo ( Venganza de sangre) y René Azcuy ( Cuento del viejo tranvía, María y Napoleón, 7 hombres y una muchacha, Millón y medio).


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