Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Wajda, Cine, Arte 7

Wajda y la «Cruzada de los Niños»

“La verdad no brinda esperanza, esta solo se alimenta de la mentira”

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Gates to Paradise (1968) es una película singular dentro de la filmografía de Andrzej Wajda. Al menos por dos características de su momento de exhibición: es una producción británica y trata de una manera abierta —sobre todo en el aspecto visual— el tema del homosexualismo.

Creo que ambas cuestiones me permiten afirmar que en su época no se exhibió en Cuba y que puedo confiar en mi recuerdo de no haberla visto.

Si bien el homosexualismo sirve de referencia malsana, pecaminosa —en lo que es acorde con la doctrina católica—, su explicitud visual no era común entonces y mucho menos para un director del campo socialista. De haber sido posible disponer de ella, dudo que el ICAIC se hubiera atrevido a ponerla por esos años.

Con anterioridad Wajda había filmado fuera de Polonia —El amor a los veinte años (1962) y Lady Macbeth en Siberia (1962)—, pero en un caso (El amor…) se trató de un cuento dentro de una producción internacional, con cinco directores de todo el mundo, y Lady Macbeth… es una producción yugoslava, en lenguaje serbo-croata, basada en el mismo relato de Nikolai Leskov que utilizó Dmitri Shostakovich para su ópera (censurada por Stalin), y aunque la película utiliza parte de la música de Shostakovich, no es una versión cinematográfica de la obra del compositor soviético. Gates to Paradise es una película hecha con una productora capitalista y un reparto internacional (la versión original está hablada en inglés, la disponible en YouTube, algo más breve, tiene los diálogos en alemán con subtítulos en inglés).

Verla hoy para muchos debe reducirse a una curiosidad, por la actuación en su primera parte de una adolescente Jenny Agutter, y nada más. Pero sin ser un filme importante en la extensa obra del director polaco, en su simplicidad narrativa y pese al desbalance de las actuaciones que se inclinan demasiado en favor de los personajes masculinos, logra sostenerse con decoro, aunque sin grandes méritos. Al final son los niños, en su conjunto y diversidad —siempre avanzando con una obstinación entre angelical y desafiante— lo que salva la película.

Aquí Wajda vuelve a trabajar con una obra y un guion del escritor polaco Jerzy Andrzejewski —lo había hecho con anterioridad en Cenizas y Diamantes (1958) y en Los Hechiceros Inocentes (1960)—, solo que ahora la trama ni es contemporánea ni se refiere directamente al país de ambos. Aunque como siempre en Wajda, el pasado sirve para indicar el presente.

El año es 1212, en el norte de Francia, y el tema histórico; o más bien seudohistórico, porque su existencia es puesta en duda en la actualidad: la llamada “Cruzada de los niños”, la leyenda de un movimiento popular originado cuando miles de niños decidieron seguir el llamado de un pastor adolescente —Jacques de Cloyes— y marchar a “Tierra Santa” para convertir a los musulmanes al cristianismo de forma pacífica, mediante el don de la pureza infantil: lograr con la inocencia lo que no había sido posible con las armas (se habla de otro movimiento similar en Alemania, con otro niño pastor —Nicolás de Colonia).

Todas las descripciones donde se mezclan posibles hechos con mitos —narraciones populares, el cuento del “Flautista de Hamelín”, diversos estallidos sociales en que niños, y no solo niños, se lanzaron al camino a consecuencia del hambre y utilizaron la religiosidad como pretexto— coinciden en un final triste: la mayoría de los niños murieron en el trayecto por tierra, otros se ahogaron en el mar y los pocos sobrevivientes fueron vendidos como esclavos.

El guion de Andrzejewski retoma estos pocos datos en una narración que abre y cierra la película y por lo demás añade algo de ficción para armar el desarrollo: un sacerdote bonachón salido del monasterio tras arrepentirse de los desmanes que cometió como cruzado; un noble —también antiguo cruzado— que sabe ya no puede intentar de nuevo volver a Jerusalén y aplaca su tormento enamorándose de efebos; el resto son pastores adolescentes de ambos sexos, guiados no por el fervor religioso sino por el atractivo de la carne, dominados por la pasión, el desengaño y la frustración amorosa.

Al final el sacerdote descubre, mediante confesiones que son mas bien interrogatorios de policía comprensivo, que todo es falso. Pero no logra interrumpir el peregrinaje, porque comprueba que “la verdad no brinda esperanza, esta solo se alimenta de la mentira”. Y aquí es donde Wajda introduce la crítica actual en un filme histórico: la perversidad del fanatismo.

“La Cruzada de los Niños” no solo ha servido de inspiración a Andrzejewski. Uno de los libros de los más de cien cuentos escritos por Marcel Schwob lleva igual título. La mejor novela de Kurt Vonnegut, y por la cual ocupa el lugar que merece en la literatura, Slaughterhouse-Five (1969), tiene como subtítulo: The Children’s Crusade, y en ella Vonnegut hace referencia a la anécdota, lo ocurrido, el engaño, como un elemento más de la ironía y catástrofe que suelen encerrarse tras una supuesta causa justa. A Wajda parece moverlo un sentimiento similar, aunque más pausado, menos trágico y kafkiano al extremo a Vonnegut, pero con igual énfasis en la inutilidad y el absurdo.

Para ver: Gates to Paradise.


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