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Julio Becerra, 'el mostro'

'Todo va a cambiar', dice el maestro. ¿Nuevos tiempos para el jugador que dominó la escena cubana de los noventa?

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Campeonato de Estados Unidos, tercera ronda, 10 de mayo de 2009, seis de la tarde. Por maravillas que la internet puede, he encontrado un sitio que reporta en vivo las partidas que se están jugando. Por supuesto, me concentro en la del cubanoamericano Julio Becerra, quien participa en este fuerte certamen (juegan grandes maestros de renombre mundial: Kamsky, Nakamura, Ehlvest, Kajdanov, etcétera).

Becerra juega contra un tal Tyler Hughes, un desconocido que ha logrado colarse en el campeonato, pero no parece que vaya a hacer un gran papel. La muestra, su rating. Además, el cubano, con fama de aplastasapos, lo está mayoreando.

Hace unas jugadas, Tyler se quiso hacer el gran maestro y le sacrificó una calidad (una torre por un caballo y peón), pero no parecía bueno… Jugadas después —ahora mismo— acaba de hacer una bastante dudosa (25…e5, ver partida al final), y "el mostro" le ha sacado el sable encerrándole la dama, al parecer definitivamente. Dios, si parece una violación…

Mientras el rival de Becerra piensa su cosa, me aburro, y de repente se me ocurre que puedo escribir sobre esto, y comienzo a buscar información, fotos, y aparecen artículos, biografías… Pero, solamente desde que él llegó a Estados Unidos (Campeonato Mundial de Las Vegas, 1999). Desde el otro lado lo han silenciado, como es natural.

Es la misma suerte que han corrido otros muchos jugadores que escogieron el camino del exilio: Amador Rodríguez, Juan Carlos González, Dionisio Aldama… Muchísimos. Es la historia de Cuba. Así que tengo que extraer del saco de mi memoria para hacer un retrato de este jugador, que dominó la escena cubana de los años noventa.

Tyler sigue pataleando, y ha sacado una jugada; pero la dama sigue encerrada, nada ha cambiado, así que sigo con mi historia. Dicen que comenzó a jugar a mediados de los ochenta, con trece años, algo ya de por sí notable, porque la élite mundial está conformada por jóvenes que comenzaron a la edad promedio de siete.

Comenzó, dónde si no, en el Club Capablanca (Humboldt e Infanta), donde siempre hay alguien que cree ser mejor que cualquiera, y está dispuesto a demostrarlo. A Julito Becerra se lo demostraron bastante. De tantos golpes que recibió, empezaron a llamarlo Julita. Pero, es en estos momentos cuando se puede catar la personalidad de un hombre: cuentan que se iba a su casa, derrotado, pero al otro día regresaba a retar a su vencedor, a demostrarle que estaba equivocado; aunque esto no siempre sucedía, pues los golpes le seguían lloviendo de todas partes. Hasta un día.

La joya de la corona

Cuando lo conocí personalmente, en la Escuela de Superación y Perfeccionamiento Atlético (ESPA, provincial), en el año 1991, ya estaba fuera de liga, con un título de Maestro FIDE que no reflejaba su fuerza. Muy pocos le decían Julito, la mayoría Becerra, y entre las clases bajas le agregaban "el mostro" al final: "Becerra, shhh, el mostro".

De casualidad seguía en la ESPA, porque había desaprobado el duodécimo grado (no le gustaba la escuela, como bien suponen), y eso normalmente bastaba para expulsarlo de una escuela de deportes. Sin embargo, con él hicieron una excepción. Era la joya de la institución.

Tyler todavía tiene espasmos, y ha tenido el atrevimiento de amenazar a su vez la dama de Julio Becerra; pero, como dije, son temblores, algo que tiene que ver con la fisiología de los sapos. La dama del "mostro" se aparta de la pata babosa, y Tyler se sumerge nuevamente en cavilaciones. Qué derroche de neuronas…

Lo que más admiraba de Julito Becerra era la constancia, y ese ímpetu de ganar a toda costa. Si fuera wrestler, le faltaría un ojo, la nariz y todos los huesos estarían astillados. Recuerdo una vez, en uno de los torneos abiertos que organizó el Instituto Superior Latinoamericano de Ajedrez (ISLA), en la década de los noventa, en que jugaba con José Luis Vilela, un Maestro Internacional con una norma de Gran Maestro al que nunca le ha faltado la garra.

Vilela obtuvo una posición absolutamente ganadora, pero con la desgracia de tener menos de un minuto en su reloj. A Becerra le sobraban unos 45, pero, si jugaba pausado y apuntando las jugadas en su papel, como aconsejaría el manual, el rival tendría la oportunidad de ir sacando las jugadas una a una, lo que le resultaría fatal.

Becerra pensó largo tiempo, decidió qué iba a hacer, y se levantó de la mesa a ver otras partidas, para dejar correr el tiempo y dejar al rival en una posición incomodísima, brazos levantados como espantapájaros. Por supuesto, nadie entendió que pretendía "el mostro". De vez en cuando se sentaba, hacía el amago de jugar, movía la cabeza y dejaba al rival con las ganas, dedos balanceándose en el aire… y así varias veces.

Al final, cuarenta minutos más tarde, cuando las reglas permitían jugar a Julio Becerra sin apuntar, el juego se desarrolló a velocidad de Fórmula Uno. Y cuando a Vilela se le cayó la banderita del tiempo, ya se habían pasado de las 40 jugadas reglamentarias, con lo que conservó su ventaja abrumadora. "El mostro" se rindió sin complejos, sabiendo que hizo todo lo que pudo: sólo un segundo lo separó de la victoria. Como ésta, muchas, muchas más. El artículo no daría abasto.

¿Error o acierto?

Cuando se hizo Gran Maestro en 1997, a nadie le sorprendió. Hacía rato que se batía de tú a tú con los mejores, y les ganaba. Lo asombroso era que no hubiera hecho el título antes, pero eran tiempos malos. A pesar de eso, fue uno de los pocos de la época que lo hizo estando en Cuba. Y cuando, en 1999, se ganó el derecho a participar en el Campeonato del Mundo en Las Vegas, decidió exiliarse. Hay quien dice que eso fue un error, que tal vez hubiera llegado más lejos quedándose en Cuba, y tal vez eso sea cierto.

Pero el ser humano desea decidir por sí mismo, y no que lo guíen y le exijan, más allá de sus convicciones, a cambio de prebendas. Sobre la base de ese derecho, Julito Becerra decidió quedarse, y así selló el destino de los cinco años siguientes: fueron duros para sus aspiraciones, al no poseer un pasaporte norteamericano y no poder viajar a los torneos alrededor del mundo, fogueo necesario si se quiere pertenecer a la élite. Cinco años… En ese tiempo, una piedra bajo el sol se puede convertir en arena.

Tyler se ha replegado con la dama, la torre de Julito la amenaza, y se rinde, pues de cambiar las damas, Tyler queda con material de menos y la cara hincha', sin esperanzas en un final. No fue una gran partida, pero es suficiente para que Becerra acumule dos puntos de tres, en un torneo que todavía es joven. Veremos en los próximos días.

Hace unos meses, cuando lo localicé de casualidad y conversé con él por teléfono, me dijo: "Todo va a cambiar". Me contó cosas que ya sabía, que ya puede viajar, que ya es citizen, que ahora sí, que ya tiene un ELO de más de 2600… Para qué interrumpirlo, lo dejé hablar: ¡Coño, es Becerra!

Sí, señores, siempre lo nombré Becerra, a secas. Nunca le agregué "el mostro" al final. Para qué. Eso siempre me sonó redundante.


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