Actualizado: 17/05/2024 12:58
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Béisbol: II Clásico Mundial

Reyes sin corona

Castro I y los aficionados quieren modernizar el béisbol nacional, pero por caminos diametralmente opuestos.

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Los fanáticos y Fidel Castro ya pueden darse la mano: ambos quieren modernizar el béisbol.

 

"El equipo cubano ha estado perdiendo porque no ha revolucionado su juego. Fidel tiene toda la razón del mundo, los culpables somos nosotros", ratifica un concurrente a la tertulia beisbolera del Parque Central, en La Habana.

 

Pero, en el cómo lograrlo, uno y otros cruzan hacia aceras opuestas y asumen estrategias encontradas.

 

Mientras el dictador sigue satanizando la mercantilización del deporte, vinculándolo con los intereses políticos, ajenos y propios, la fanaticada aspira a una ruptura del enfoque y propone una apertura que lo supere.

 

"Siempre que sigan ligando la política con el deporte, eso va a ser un fracaso", pronostica otro de los parroquianos a este templo de la polémica beisbolera, a unos pasos de la estatua de José Martí.

 

Hay mucha pasión en este lugar. Las carótidas se inflaman y todos hablan al mismo tiempo, cada quien más alto. Es una selva verbal. Espirales de opiniones intentan imponerse unas sobre otras.

 

"Por qué Cuba no topa con los grandes. Los ponen a jugar con equipitos del ALBA en Venezuela, o con unos pelagatos en México para que se luzcan", arremete irritado un septuagenario y propone que se inserten novenas criollas en circuitos de profesionales, ya sea en Asia o en América Latina.

 

"Con los americanos no se puede por el bloqueo", reconoce. "El dinero que dejen, que una parte se la den a los peloteros y otra al Estado, para que apoye el deporte. Así se matan dos pájaros de un tiro", propone para inmediatamente responderse con un lastimoso: "ah!, pero eso no se puede hacer".

 

Con dinero y sin dinero

 

En retrospectiva, otro reflota un episodio casi olvidado y defiende el derecho de los atletas a disfrutar de sus premios en metálico.

 

"¿Por qué el dinero del Clásico pasado fue donado? ¿Por qué si eso era de los peloteros? Si no te lo quieren pagar, tú tienes que fajarte. Ah, que el bloqueo no lo permita cobrar, entonces lúchalo, mete un escándalo en Naciones Unidas, pero no lo dones... Hay que estimular a la gente".

 

En 2006, al quedar en segundo lugar en la primera edición del Clásico Mundial de Béisbol, el equipo cubano debió recibir, como le correspondía, una bonificación de un millón dólares, que finalmente fue donada por Fidel Castro a las víctimas estadounidenses del huracán Katrina.

 

"Eso multiplica la moral de nuestros atletas", aseveró Castro, asegurando que no deseaba "mezclar la política" con ese "evento histórico para la pelota en el mundo" y prometió que una cifra similar sería destinada a mejorar las condiciones del béisbol, sin dejar de atender el desarrollo de otras disciplinas.

 

Aunque las condiciones de los atletas mejoraron colectivamente —se desplazan en buses climatizados, pernoctan en moteles de segunda, visten de Mizuno y los más célebres consiguieron viviendas decorosas—, no todo parece estar resuelto para la mimada tribu de los ex monarcas olímpicos.

 

"Están jugando con cosas viejas, del primer Clásico", interviene un joven con remera y gorra de los Yankees de Nueva York.

 

"Es una vergüenza que en el Clásico pasado el dominicano David Ortiz fuera hasta el banco de los cubanos con dos maletines llenos de implementos. Es un gesto muy bonito, pero es una vergüenza", recuerda este aficionado que no pasa de veinte años.

 

La presión psicológica

 

Los hinchas despliegan una impresionante panoplia de argumentos para explicar la peor actuación de un equipo cubano de béisbol desde 1951 y, con una visión de conjunto, alegan que la actividad deportiva sufre de decadencia tras el país quedar bien lejos en el medallero de las Olimpiadas de Pekín.

 

La lista de fallas incluye además la morosa promoción de nuevas figuras, el manejo de sospechas sobre eventuales deserciones y la presión psicológica que supone considerar el deporte, y sobre todo el béisbol, como parte de los trofeos políticos, y la validez de un siempre dudoso amateurismo.

 

"El béisbol está estancado porque no le dan paso a los nuevos. Hay un short stop que se llama Higinio Echeverría. Cuidaíto con las manos que tiene. ¿Dónde ponen a ese chamaco? En los juveniles y de ahí no sale. Qué hicieron con Rudy Reyes, el short stop de Industriales. No lo sacan por posible emigrante", explica otro de los parroquianos en la esquina caliente del Parque Central.

 

Para un recién llegado a la discusión, cada vez que un cubano se para a batear, "en su cabeza hay muchas presiones. No se siente libre. Así no hay quien juegue, ni el dinero presiona tanto como la política, ese comprometimiento".

 

Para rematar, enfilan sus cañones hacia el alto mando de la novena.

 

"Como dijo Anglada una vez, a ese equipo lo dirige mucha gente", apostilló una voz dentro del caótico discurso coral.

 

Alguien, agitando el Granma con las consideraciones de Fidel Castro sobre la derrota, asegura que el único director técnico con capacidad para imponerse y desoír las órdenes desde La Habana, se llama Víctor Mesa, una de las leyendas de la pelota local.

 

"Él dice que dirige él, no que lo llamen por teléfono y le digan lo que tiene que hacer. ¿Y para dónde lo soplaron? Para México, para tenerlo bien lejos y que nadie se acuerde de él", termina diciendo con el periódico enrollado a la manera de los carteros.


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