Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Antifidelismo y anticastrismo

Nada de tragedias, nada de nervios, poner música y bailar: El gesto protagonizado por la comunidad cubana de Miami y sus amigos de otras nacionalidades.

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Sobre las 9:34 p.m. del lunes 31 de julio, según el reloj del pintor Luis Soler, el canal Telemundo-51 en Miami transmitía la comparecencia televisiva del señor Carlos Valenciaga, jefe de Despacho de Fidel Castro. El vocero daba a conocer una carta donde el propio Comandante en Jefe comunicaba la decisión de ceder sus poderes a Raúl Castro y otros dirigentes de la Isla.

El hecho de que Fidel Castro se hubiera persuadido de que debía retirarse, al menos temporalmente, al menos dejando a su propio hermano en el poder, al menos conservando la mayoría de sus atributos, constituía una noticia tan extraordinaria que desbordaba la modesta presencia de su transmisor. La esencia de la revolución, la voluntad de poder de un individuo en consecuente ejercicio desde casi un siglo de historia insular, desfallecía.

Las calles de Miami se desbordaron de coches, música y emblemas de alegría. El restaurante La Carreta de la calle 40, la esquina de Coral Way y la 87 avenida y el restaurante Versailles, fueron centros de celebración. ¿Qué celebraban cientos y cientos de miamenses?, ¿la muerte de Castro? De ninguna manera. La noticia era clara: Castro sólo estaba enfermo. Muy enfermo, pero vivo. ¿Acaso el final del castrismo? Tampoco. La carta leída por Valenciaga afirmaba que el poder pasaba a Raúl Castro y, como complemento, a Carlos Lage, José Ramón Machado Ventura, Esteban Lazo y otras figuras del régimen.

Lo que celebró la gente en Miami, y muy bien celebrado, fue la comprobación definitiva de que Castro podía morir. La posibilidad de la muerte, la prueba irrefutable de la ordinariez del caudillo que por muchas décadas ha sido "marketeado" como invencible, indestructible, infalible. Fidel Castro cedía el poder a Raúl Castro gracias a una enfermedad obscena: un espasmo de tripa resultado de sabe Dios qué atracón o qué temor.

Si se repasa la carta pública, se comprobará que la descripción del mal califica como uno de los textos más obscenos de la historia discursiva cubana. En el caso de Castro resultaron inútiles hasta los eufemismos que la propaganda oficial reserva para la muerte de los demás cubanos: "lenta y dolorosa enfermedad", "abrupto y lamentable mal".

Celebración dionisíaca

El periódico The New York Times captó exactamente lo que sucedió en Miami la noche del lunes 31 de julio: "Joy in Miami Turns to Uncertainty Over Castro's Fate", acompañando el titular con una pintoresca foto de la celebración. La reacción fue, en efecto, "exuberante". Y fue creativa; con ironía llegó hasta corearse: "Fidel, Fidel, Fidel", y en la calle 8 se bailó con música del grupo Síntesis, Paulito FG, Dan Dén, Willy Chirino y, por supuesto, de Celia Cruz. Un "DJ" repetía con intencionalidad esta sentencia de la guarachera cubana: "Ríe, llora, que a cada cual le llega su hora".

La exhibición de ayer en Miami fue distinta a las demás; se trataba de una celebración dionisíaca desvinculada de lo trágico. Se dirá que es poco cristiano disfrutar con la muerte anunciada de un ser humano; pero en sentido estricto, el propio Castro ha contribuido a su deshumanización. Castro fue un hombre, fue un esposo, fue un padre. Usó el poder para convertirse en mito y los aduladores convirtieron el mito en icono, en cosa. Castro es un objeto exánime, "res extensa", cosa, y no es pecado ante Dios desear su pulverización: el polvo, polvo ha de ser.

El gesto que protagonizó el lunes la comunidad cubana de Miami y sus amigos de otras nacionalidades fue esencialmente diferente a los desfiles oficiales del castrismo; difiere incluso de manifestaciones anteriores del exilio, como las producidas hace un lustro en torno al caso Elián. Se trató de un disfrute cómplice, de una amistad. Se percibía la curiosa madurez que adjuntan los compromisos sin fanatismo. Más que los políticos de siempre, se veían pasear, con calma y curiosidad, a creadores de la comunidad: el artista Luis Soler, el pintor José Bedia, el músico Luis Boffil, el empresario Luis F. Fernández y otros.

Quedaron demostradas dos cosas:

1-Que la comunidad cubana de Miami conserva la sensibilidad por el tema político.

2-Que la juventud fue el eje mayoritario de las manifestaciones.

Había en la calle un sentimiento que me atrevo a calificar como "antifidelista". Se expresó la hartura de una comunidad hacia una persona, el hastío por una imagen y por un tono de voz. Esa noche se le dijo más "no" a una persona que a un régimen de gobierno, más a Castro que al castrismo. Como dijo una muchacha muy sagaz: "No importa que venga Raúl, por lo menos nos quitamos la sombra de encima". La sombra de un tipo con carga, de un saco de sal, la mala vibra de Fidel Castro Ruz.

Si, como ha dicho un analista político en Washington, la noticia acerca de la inhabilitación temporal de Castro fue un ensayo lanzado desde el poder para ver qué pasaba, pues que se sepa que Miami sabrá actuar su personaje: nada de tragedias, nada de nervios; poner música, bailar, prender tabacos, descorchar botellas de champaña y plantar el dominó. Plantar la mesa y esperar, para que cuando se tranque el juego, tirar la paloma boca arriba.