Actualizado: 28/03/2024 20:07
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América Latina

Bush, el sur y el futuro

¿Cuándo podrían apreciarse los beneficios del viaje a la región del presidente norteamericano?

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El presidente George W. Bush concluyó recientemente su viaje por América Latina. ¿Valió la pena esta gira de seis días? La respuesta es un modesto "sí". Mejor tarde que nunca es mi respuesta a un viaje demasiado limitado y postergado.

Casi al término de su mandato, el presidente es un funcionario impopular en su país y en el extranjero. Sin embargo, hay que ver más allá de su ejercicio del cargo y enfocar la atención en los intereses de Estados Unidos, que estará bajo su tutela hasta el 20 de enero de 2009, guste o no. Aunque Bush no pueda cosechar los beneficios de su viaje, el próximo presidente(a) podría hacerlo si establece un compromiso estable hacia Latinoamérica.

Es necesario, entonces, un optimismo cauteloso. El secretario de Estado interino, John D. Negroponte, conoce bien América Latina. Su labor como embajador de Estados Unidos en Irak le reforzó los imperativos del pragmatismo, con toda probabilidad. Negroponte y el secretario adjunto para los Asuntos del Hemisferio Occidental, Thomas P. Shannon, hacen un buen equipo si las relaciones Estados Unidos-América Latina han de conducirse por nuevos derroteros.

Selección adecuada

La selección de países a visitar —Brasil, Colombia, Uruguay, Guatemala y México— fue excelente. Brasil y México son los dos mayores y más importantes países de América Latina, lo que los convierte en claves para la renovada atención de Washington hacia el sur. El acuerdo entre Estados Unidos y Brasil sobre el etanol bien podría constituir un hito para mejorar la seguridad energética en el hemisferio y para reducir la pobreza en Latinoamérica.

En México, Bush prometió al presidente Felipe Calderón hacer otro esfuerzo para impulsar una reforma de inmigración integral. Si esa promesa se hace realidad y si no se construye el muro de 1.126 kilómetros a lo largo de la frontera común, no sólo los mexicanos sino todos los latinoamericanos se sentirían muy satisfechos.

Uruguay, como Brasil, tiene un presidente de centroizquierda. El doctor Tabaré Vázquez (quien aún ejerce la medicina) y Bush tienen la esperanza de alcanzar un acuerdo de libre comercio. El resultado tangible de ese pacto —como los tratados ya firmados con Colombia, Perú y Panamá— depende del Congreso, de mayoría demócrata.

La narcoviolencia amenaza a Colombia, Guatemala y México. Alarman las revelaciones últimas y crecientes de los vínculos entre miembros del gobierno de Álvaro Uribe y los paramilitares derechistas en Colombia. Si el escándalo se extiende, la política de seguridad democrática de Uribe se hallaría en riesgo.

Los asesinatos de tres diputados salvadoreños y de su chofer, a manos de policías en activo, y la ejecución posterior de cuatro de esos oficiales dentro de una prisión de máxima seguridad, son dos acontecimientos recientes que han puesto de relieve, trágicamente, el casi fracasado Estado guatemalteco. La aclaración de estos sucesos está pendiente, pero el asunto no es si funcionarios del gobierno estaban implicados o no, sino quiénes, por qué y hasta qué punto.

Las encuestas que dan a Calderón un 58% de aprobación de su gestión en México, se basan en parte en el despliegue de tropas federales en la lucha contra los cárteles. Pero ahora viene la parte difícil: contener la violencia y reconquistar los territorios que ya están bajo el control efectivo de los narcotraficantes. En estos países, Bush prometió cooperación para los asuntos de la seguridad.

Mensajes correctos

A comienzos de la década de los años noventa, los presidentes George H. W. Bush y Bill Clinton promovieron una imagen para las Américas basada en la libertad y la prosperidad. Desgraciadamente, la democracia electoral y las reformas de mercado no se han aplicado con eficacia y los ciudadanos de América Latina están frustrados.

Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua y Rafael Correa en Ecuador, han aprovechado bien esas frustraciones para llegar al poder.

Sin embargo, la justicia social no es un tema de la exclusiva incumbencia de esos gobernantes. En cada escala de su viaje, Bush la ha respaldado, al mismo tiempo que ha hecho hincapié en las promesas de mercados y comercio libre. Casi la mitad de los latinoamericanos está aún esperando, pero todavía la mayoría considera a la democracia y la economía de mercado como las mejores vías para la inclusión y para niveles de vida más satisfactorios.

Hacer que la democracia y los mercados funcionen para la mayoría, es responsabilidad de las élites latinoamericanas, no de Estados Unidos. Pero la ayuda de Washington a la región, sea generosa o parca, nunca podrá igualarse a la dadivosidad de Chávez; por lo menos mientras los precios del petróleo sigan tan altos.

Sea por parte de Washington o de los presidentes de Latinoamérica, tampoco la confrontación detendrá al venezolano. El populismo de hoy, como sus otras manifestaciones anteriores, se enredará en la esencia de sus políticas y, al final, sólo conseguirá empobrecer aún más a los ya desvalidos.

Aunque fue portador de mensajes correctos, Bush no cosechará los frutos antes del fin de su mandato. Si su sucesor no descuida los intereses en América Latina, es probable que Bush sea reconocido como el presidente que consiguió colocar a Estados Unidos en el sendero adecuado.

Sin embargo, el actual inquilino de la Casa Blanca perdió una oportunidad dorada para subrayar la fortaleza de la democracia en Estados Unidos, como lo prueba el hecho de que el electorado otorgó el control del Congreso al Partido Demócrata. Los equilibrios y los controles son, después de todo, partes integrales de una democracia sana.