Actualizado: 27/03/2024 22:30
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A debate

La ilusión de Villaverde

Una normalización entre La Habana y Bruselas forzaría un debate sobre las ventajas de una política más flexible en EE UU.

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El 18 de octubre de 1869, Cirilo Villaverde, entonces exiliado en Nueva York, recomendó a José Morales Lemus, enviado del gobierno de la República en Armas, que los patriotas cubanos concentraran sus esfuerzos diplomáticos en Gran Bretaña.

Según Villaverde, el reconocimiento norteamericano de la república cubana vendría como reacción a los ruidos que los patriotas causarían al obtener alguna concesión en Londres. "Ellos —escribía Villaverde refiriéndose a los norteamericanos—, celosos de los ingleses, sus rivales, ya se habrían alarmado, y concedido por la astucia lo que no han podido arrancarles el ruego y los halagos".

El consejo de Villaverde recuerda las formas indirectas con las que los cubanos pueden influir en las relaciones de Estados Unidos con Cuba, usando las relaciones triangulares entre Europa, Estados Unidos y Cuba para conveniencia de nuestro país. Recordar estos elementos es útil porque el actual diferendo diplomático entre Bruselas y La Habana, iniciado a raíz de la represión de la primavera de 2003, estanca los procesos de liberalización, apertura y fortalecimiento de la independencia cubana. El simplismo de Aznar de no "mover fichas", esperando por el gobierno cubano para promover cualquier apertura, ha sido una ineficaz pérdida de tiempo.

En este artículo argumento que la política europea hacia Cuba requiere una iniciativa de alto perfil para romper ese impasse. De paso, respondo algunas de las críticas que Eva González ("Ilusiones y Realidades", Encuentro en la Red, 18 mayo de 2006) hizo a mi artículo "Las virtudes del coro" sobre este tema.

Impacto de las políticas de interacción europea

Según Eva González, mi mera mención de los matrimonios entre europeos y cubanos, "exagera" el papel de esas uniones en la democratización de Cuba. En realidad, González tomó una línea de mi artículo para crear su teoría de seis párrafos sobre los matrimonios democratizadores y después criticarla. Mi única referencia a los matrimonios entre cubanos y europeos fue como evidencia de que en Cuba ambos grupos interactúan tanto que llegan a la mayor intimidad. Los números oficiales de los consulados europeos de invitaciones para viajar prueban que los obstáculos gubernamentales a la interacción entre nativos y extranjeros no son eficientes.

El artículo de González es respetuoso, sus argumentos merecen análisis. Según la autora, las políticas europeas de interacción económica con Cuba a través de las inversiones, el turismo, los intercambios culturales, académicos y científicos, los entrenamientos laborales, y la inserción de Cuba en la economía mundial tienen dos grandes fallas: 1) son de "mínimo efecto", "no determinantes para el surgimiento de los cambios", y 2) "no pasa de ser una relación con sectores élites de la sociedad cubana", "pertenecientes a instituciones estatales", "nuevos ricos".

Si la interacción económica, el turismo, las becas y programas culturales producen efectos positivos "de mínimo efecto", lo lógico sería incrementarlos. "¿Qué significa exactamente —pregunta González y me cita— 'maximizar el contacto de la población con las democracias de otros países'?". Jesús Díaz lo pidió en su premonitorio artículo Una delicada bomba de tiempo: "Tender incesantemente puentes sin contrapartida alguna: derogar la Ley Helms-Burton, levantar el embargo, propiciar inversiones, intercambios, becas, visitas".


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