Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Una guerra no convencional

¿Pasa por la derrota total de Hezbolá la posibilidad de que haya una paz duradera en el Medio Oriente?

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Quien quiera pensar acerca de la guerra que en julio de 2006 comenzó en Líbano, ha de partir de una premisa sin la cual nadie entendería nada: Esta no es una guerra de Israel contra Líbano, sino una guerra que tiene lugar en Líbano contra una organización terrorista, esencialmente antiisraelí, que posee armas de exterminio masivo, entre ellos cohetes de largo alcance, armas que ni siquiera algunas naciones árabes de la región disponen (Jordania, Arabia Saudita o el propio ejército del Estado en Líbano).

Una guerra poco convencional
Que una organización terrorista posea armas aún más destructivas que algunos Estados en una región, es un hecho que viola cualquier acuerdo y principio internacional en cualquier lugar del mundo. Imagine el lector cómo reaccionaría la comunidad política internacional si las FARC colombianas o la ETA española, para poner dos ejemplos conocidos, estuviesen en posesión de semejantes armamentos.

Eso explica el por qué algunos comentaristas que comenzaron —ante el espectáculo cruel y mediático que cada guerra conlleva— a criticar la avanzada aérea israelita, estén modificando su opinión frente al autodevelamiento militar de Hezbolá, y más de alguno ya ha criticado a Israel no porque ha atacado a Hezbolá, sino por haber demorado tanto su ataque contra Hezbolá en las regiones en donde opera.

La guerra entre Israel y Hezbolá es inconvencional, pues no es una guerra entre dos Estados, sino entre un Estado, el de Israel, y una organización terrorista. De ahí que de acuerdo con los cánones que rigen en materia de política internacional, sea difícil calificarla como guerra, y en eso tiene razón Tel Aviv.

En verdad, se trata de otro tipo de guerra, de una guerra postglobal, para emplear la expresión de Herfried Münkler ( Die Neuen Kriege, Reinbeck, Hamburg 1992), muy similar a aquella tan fantasmal, pero igualmente real que libra EE UU contra organizaciones terroristas como Al Qaeda.

Naturalmente, las organizaciones terroristas no viven en el aire, sino que están situadas en territorios nacionales, como ayer Al Qaeda en el Afganistán de los talibanes u hoy en Irak, y Hezbolá en Líbano. Hezbolá, en estricto sentido del término, es una organización libanesa de inspiración iraní. Como es sabido, fue fundada por el ayatolah Jomeini, en aquellos tiempos en que los chiítas persas jugaban con la idea de una revolución islamista de carácter permanente, comandada por el chiísmo iraní, y en toda la región islámica.

Ese carácter transnacional es la diferencia esencial entre Hezbolá y Hamás, institución ésta última que, pese a ser una organización terrorista es, además, un partido político (y de gobierno) genuinamente palestino.

Ahora bien, para Joschka Fischer, ex ministro de Relaciones Exteriores del gobierno alemán, y viejo zorro en la diplomacia del Medio Oriente, el problema no reside en el hecho de que Israel haya atacado muy pronto o muy tarde las instalaciones bélicas de Hezbolá, sino en la casi total falta de compromiso, no sólo con Israel, sino con la paz en la región, demostrada por lo que él llama: "el cuarteto del Medio Oriente" ( Die Seit, 20 de julio de 2006).

El cuarteto del Medio Oriente

¿Quiénes son los miembros del cuarteto? Según Joschka Fischer, cuatro "unidades" que no se encuentran en el Medio Oriente, pero que a la vez son determinantes en el curso que asumen sus conflictos: EE UU, la UE, la ONU y Rusia. En la diagramación de ese cuarteto, hay que reconocerlo, es Fischer muy preciso. Se trata de dos organizaciones: una mundial y otra regional; y de dos Estados: EE UU y Rusia. Es decir, una unidad hegemónica en el llamado concierto mundial.

Fischer parte de la idea, en cierta medida kissengeriana, de que un mundo sin hegemonía es un mundo sin orden (toda relación sin hegemonía es caótica). A la vez, igual que Kissinger, llega Fischer a la conclusión de que, en el Medio Oriente al menos, una sola potencia no se encuentra de por sí en condiciones de ejercer hegemonía, sino que esto sólo puede suceder a partir de una combinación de naciones y de organizaciones mundiales que hasta un determinado momento sean las más representativas.

Más aún, se trata, efectivamente, de una estructura no formalizada, esto es, que no ha sido preconstituida ni diagramada por nadie antes de que apareciera. Es la hegemonía que se ha dado el mundo en que vivimos; es el resultado de una correlación de fuerzas; es un hecho dado, en el sentido más positivista; es la realidad de hecho y no la que se desearía, es decir, el mundo tal cual es. En ese mundo hay cuatro unidades que en sí, por separado, no pueden ser hegemónicas y que sólo pueden serlo en la medida en que se articulen entre sí.


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